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Raúl Zurita. Otra antología.
Selección y prólogo de José Carlos Rovira y Eva Valero Juan.
Talca: Editorial Universidad de Talca (Colección Premio «José Donoso»), 2019.


Por Teodosio Fernández
Universidad Autónoma de Madrid
Publicado en América sin Nombre, N° 25 (2021)


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No soy un lector habitual de antologías: la nueva relación que establecen entre los textos, incluso entre los de un mismo autor, modifican la significación de cada uno y de todos. Una antología siempre supone una lectura previa y una selección que en principio pretende ser representativa de lo antologado y finalmente refleja sobre todo las preferencias de quien elige, lo que no resulta la vía más fiable para el acercamiento a un escritor, a una época o a un género literario. Estas reticencias no son insuperables, desde luego, y puedo dejarlas a un lado cuando la autorizada opinión del antólogo hace prever una propuesta útil para mejorar mi conocimiento de la materia abordada. Este es el caso de la Otra antología de Raúl Zurita recientemente editada por la Universidad chilena de Talca. De Eva Valero tengo pruebas que revelan un minucioso conocimiento de la obra de Zurita, desde que comentó la irrupción alucinada de espacios urbanos que parecía haberse producido con Las ciudades de agua. Y nada puedo añadir sobre José Carlos Rovira que no sea sabido: nadie ha hecho más que él para difundir en España la obra del poeta chileno, nadie acredita por aquí una relación más prolongada y profunda con sus poemas y aun con su persona. Confirman plenamente esos saberes las páginas suficientes de la introducción, donde el lector puede encontrar una adecuada presentación y aun una apología de Zurita y de su poesía.

La solvencia de los antólogos garantiza que lo recogido esta vez (en torno al veinte por ciento de la producción publicada e inédita, de la que solo la primera se tiene en cuenta para el «cuerpo principal» del volumen, según se dice en la introducción) se ajuste o sea representativo de lo que la totalidad ofrece. Puesto que aluden a las numerosas antologías de Zurita que preceden a la suya, los editores no ignoran los riesgos que el género encierra, acrecentados por las peculiaridades de una obra que pronto propen-dió a anticipar, reunir o disgregar los contenidos de unos libros en otros. La todavía reciente «antología personal» que el poeta tituló Tu vida rompiéndose (2015) es una muestra más de su insistente inclinación a renovar los significados de los poemas ya publicados mediante su reaparición, modificación, recolocación o supresión, así como con la adición de otros nuevos. Ante ese continuo rehacerse de la obra de Zurita, la solución adoptada en Otra antología parece acertada, o en todo caso difícil de cuestionar: la selección tiene en cuenta sucesivamente textos e imágenes sucesivamente integrados en Purgatorio (1979), Anteparaíso (1982), Canto a su amor desaparecido (1985), La vida nueva (1994), Poemas militantes (2000) y Zurita (2014). Como es sabido, en La vida nueva se habían integrado total o parcialmente Canto a su amor desaparecido, El amor de Chile (1987) y el después poemario independiente Canto de los ríos que se aman (1997). La introducción a Otra antología ofrece cumplida noticia del proceso seguido y ayuda a entrever ya en La vida nueva el modo de desarrollarse la «obra en proceso» que pasando por Inri (2003), Los países muertos (2006), Las ciudades de agua (2007), Zurita/In Memoriam (2007), Sueños para Kurosawa (2008), Cuadernos de guerra (2009) y Poemas militantes había de desembocar con carácter provisoriamente definitivo en Zurita. Esta Otra antología incluye además en una sección final «De varia procedencia» una muestra de lo publicado por vez primera o en nueva versión después del último volumen mencionado, textos donde las referencias a la tradición cultural mapuche ofrecen especial interés. El lector puede así saber o deducir el momento y el lugar en los que aparecieron los poemas, y acercarse de algún modo al proceso creativo del escritor, un proceso que no es necesario explicar en función de un proyecto previo: es la obra en su desarrollo la que en este caso conforma el proyecto.

La sección final de Otra antología incluye también una única muestra de la «prehistoria» literaria de Zurita: «El sermón de la montaña» (1971), un poema poblado de amores asesinados y hornos crematorios que anticipaba la torturada cosmovisión que su obra habría de desarrollar, estimulada sin duda por el impacto físico y espiritual que desde septiembre de 1973 supuso en Chile la violenta irrupción de la dictadura de Augusto Pinochet. Y aunque no cierren el volumen ni esa última sección, los ensayos «La cruz y la nada. Apuntes sobre el pintor Francis Bacon» y «Los poemas muertos. Sus rasgos en el cielo» suponen otra recuperación acertada, por la ayuda que indirectamente pueden suponer para el lector que desee acercarse a la poética de Zurita: mientras se ocupaba de la dimensión mítica de la violencia del hombre contra el hombre o de la animalidad de los impulsos percibidas en la obra de Bacon, bien pudo sentir que también él con su poesía estaba haciendo una contribución a la teología de las Furias cuyo canto recorre los escombros de la tierra, a la del rito trágico de la crucifixión reiterada en torturados, asesinados y desaparecidos. Por su parte, quien pretenda adentrarse en el significado de su poesía puede encontrar claves de interés en el esfuerzo de Zurita para encontrar el contrapeso americano de la Divina Comedia en la compasión de la cordillera de los Andes y la piedad oceánica del Pacífico, justificación última de los poemas excavados en el desierto o dibujados y sobre todo soñados en el cielo.

Ese poema primerizo y esos ensayos permiten leer mejor una obra que no nació con la dictadura, como puede comprobar cualquiera que vuelva sobre la edición inicial de Purgatorio, aunque el autor se viera profundamente afectado por esa experiencia traumática, que confirmó una manera de sentir el mundo al darle significación y realidad históricas. La expresión torturada y las fantasías de factura onírica que caracterizan ese libro, y que se prolongan y matizan en Anteparaíso, no se explican con meros factores políticos, ni tampoco la impostación oracular, de profeta bíblico o de mitólogo de los orígenes, idónea para que generaciones y emigraciones impregnen de su dolor los ríos y las cordilleras, los océanos y las constelaciones, los bosques y los desiertos, y también de su amor y su esperanza a pesar de los diluvios y los cataclismos. Indirectamente apoyan esta opinión aquellos poemas de Zurita resultantes de la tentación de comentar las circunstancias del presente: como la introducción a Otra antología acierta a señalar, los Poemas militantes que a principios del año 2000 celebraron el resultado de las elecciones presidenciales supusieron un acercamiento a la política chilena del momento y un inesperado lenguaje directo; hoy parecen ofrecer más interés cuando se alejaron menos de la peculiar cosmovisión poética propia de Zurita y del torturado lenguaje idóneo para expresarla.

La introducción a Otra antología asegura también que Inri retomaba en 2003 el tono de Canto a su amor desaparecido para reavivar el dolor de la represión bajo la dictadura con las imágenes de cuerpos fragmentados que llueven sobre océanos y mares de Chile. Podemos considerar iniciada así la etapa de definitiva madurez que representa Zurita. En los poemas de ese volumen recogidos en Otra antología se pueden encontrar nuevas y definitivas pruebas de que la cosmovisión de Zurita se arraiga en una profunda sensación de desamparo y orfandad, muy presente en toda su obra. Como las experiencias de la felicidad o las del dolor físico o psicológico, esa sensación es inexpresable e intransferible, como arraigada en una inconsciente dimensión arquetípica o primordial, que no obstante pugna por manifestarse y lo hace por medio de imágenes y símbolos. Una humanidad sufriente parece aflorar en los poemas, en las reminiscencias de ritos y mitos que dotan de una significación colectiva a los recuerdos y a las obsesiones personales, lo que hace de su autor menos un poeta comprometido que un visionario que habla por la comunidad y da voz a los derrotados, con la pretensión de asignar a la poesía la función de construir el paraíso a partir del dolor original que había encontrado una de sus concreciones históricas en el golpe militar de 1973 y sus consecuencias. Esa experiencia y la memoria de esa experiencia impregnan de dolor y esperanza las referencias culturales más variadas (cine, música, pintura, literatura, religiones, con las alusiones bíblicas como trasfondo esencial, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, con no poco del Éxodo) y desde luego la geografía, en particular la chilena, sin excluir la historia pasada y presente en los episodios próximos o lejanos que justifican esa visión de la humanidad y del universo. En una atmósfera onírica se anima la naturaleza y se resalta la dimensión corporal y perecedera de la condición humana, incluso para darle vida después de la muerte. El resultado es una sucesión creciente de alucinaciones del insomnio o de pesadillas del sueño, con visiones extrañas (como las de cordilleras en marcha y valles asolados por el fuego, como las de las ciudades de agua suspendidas en el cielo, como la del barco cargado de desaparecidos que naufraga y se hunde con sus cadáveres en el desierto), capaces de crear una atormentada atmósfera poética en la que hasta las mujeres amadas por Zurita encuentran su lugar. Casi todo sirve para que los supervivientes intenten celebrar a los muertos con el insistente amor reaparecido que de algún modo impregna el conjunto de los poemas.

Zurita no pone fácil la tarea de hacer una selección de su obra, con su tendencia a modificar los textos y a darles otro significado al variar su localización en el conjunto, como el libro homónimo pone bien de manifiesto. El poeta chileno trataba de ofrecer allí una muestra representativa y actualizada de toda su producción literaria, por lo que sumó a los poemarios recientes que conformaban la mayor parte de aquel voluminoso volumen algunas muestras de sus libros precedentes. Quizás eso determinó la reiteración tal vez innecesaria de algunos textos (con alguna variante o ninguna) y de algún encefalograma en Otra antología, aunque esa debilidad aparente también puede constituir un acierto al favorecer la impresión de que unas mismas obsesiones vuelven una y otra vez a atormentar al escritor. Esas dificultades hacen especialmente meritorio el esfuerzo de Eva Valero y José Carlos Rovira para que cada sección y cada subsección de Zurita estén representadas en Otra antología, con acierto indudable. El resultado final es una muestra excelente de la obra del antologado y de su trayectoria creadora. No es imposible que esa selección ofrezca la imagen de un poeta más ligado a la historia reciente de Chile de lo que otras preferencias podrían proponer (como las que el propio Zurita puso de manifiesto en Tu vida rompiéndose), pero ello no es obstáculo para que el lector pueda acercarse también con garantías a la dimensión ontológica de una poesía visionaria, en buena medida dedicada a iluminar las experiencias psíquicas propias de la humanidad desde sus orígenes, las sensaciones de soledad, de desamparo o de precariedad que los horrores de los tiempos recientes parecen haber intensificado. Sin duda estas circunstancias fueron determinantes para que Zurita, frente a un dios hostil o indiferente ante el genocidio incesante en Chile, en el ámbito latinoamericano y en otros tiempos y espacios, hiciera de su obra sobre todo un ejercicio de queja, de compasión y de ternura por esa humanidad crucificada; un ejercicio especialmente afortunado al expresar el amor, el dolor, la pasión y la agonía de esos cuerpos mutilados cuyo destino infausto compromete al océano y a la cordillera, a los ríos y a los desiertos y a los glaciares. Sin duda esta que yo planteo solo es otra imagen posible de Zurita, pero los lectores tendrán oportunidad de encontrar eso y mucho más en esta Otra antología de una de las voces poéticas más relevantes y originales de las últimas décadas.


 

 

 



 

 

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