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La poesía es un desierto florecido:
entrevista con Raúl Zurita

Por Miguel Ildefonso
Publicado en Pterodáctilo, N°4, University of Texas at Austin (undated)




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Así como en Perú Vallejo ha sido y es una referencia inevitable, ¿qué tanto Pablo Neruda ha significado en su formación de poeta y en su poesía? ¿Qué poetas lo han influenciado?
—Desde aquí no podemos dimensionar lo que Neruda significó, no podemos ver, aunque lo celebremos, el hondor de lo humano que, a veces, él llegó a tocar. Su influencia en la cultura excede lo que en el presente podemos pensar. Mi relación con la obra de Neruda no ha cambiado, pero entiendo que lo que yo escribo es un vislumbre, un sueño. Lo que yo interpreto es lo que tal vez será, algo que me he atrevido a llamar: los sueños que sueña la tierra. Es raro esto: yo soy lo que tal vez será. Soy el último poeta de un arte que muere, siento la dignidad y la agonía de lo que eso significa. He sido el que ha ido más lejos, el que ha llevado la poesía más lejos. Fue Neruda, fue Parra, ellos están allí y yo me afirmo en ellos para escribir mis poemas en el desierto o los que imagino en los acantilados. Lo anterior es una jactancia pero no importa: todos nuestros nombres serán borrados.

Hay una influencia o un camino a partir de Mallarmé en su poesía, en lo que se refiere al uso del espacio de la página como terreno expresivo, y la poesía visual de los Poetas Concretos Brasileños; hago esta acotación puesto que al leer su poesía veo que ésta trasunta la página para posarse en la naturaleza. ¿Existen límites para la poesía?
—No sé si existen límites para la poesía, eso lo sabrá la poesía, pero lo que sí sé es que no puedes imponértelos tú porque, descuida, que ya vendrán los otros para recordártelos. Hay una frase de Mallarmé: la página es el anverso del cielo estrellado, que creo que está en sus ensayos, que recordé mientras se escribían los versos en el cielo de Nueva York, por supuesto que es imposible haber pensado en esas obras sin Mallarmé; ahora, la presencia de los concretistas brasileños también está, pero en un sentido negativo… ¿poesía concreta? —pensé— bueno, pero entonces que sea de verdad concreta, escribámosla sobre las cumbres de los Andes.

¿Qué función, o funciones, tiene la poesía?
—Como toda arte recordarnos que el arte es un sustituto, que la única obra de arte que merece la pena ser contemplada, abrazada, asumida, es la vida de cada ser humano. Que en un simple cruce de miradas, que en el más leve gesto de un rostro hay infinitamente más hondura, más vastedad, más violencia y dulzura que en todos los poemas o sinfonías del mundo. Podemos admirarnos frente a un poema de Vallejo pero no frente a una cara o a un ser que está en frente, hay allí algo desquiciante, algo profundamente equivocado que los poemas nos recuerdan. En un mundo más benigno ellos dejarían de ser necesarios porque cada gesto, cada mirada, cada dolor o felicidad sería la obra maestra, pero mientras haya un solo ser humano desdichado la poesía continuará siendo el arte del futuro.

Si el cielo es como el destino adonde cada uno alzamos la mirada, ¿cuál es el destino de Raúl Zurita? (no sé si podría contarnos algo de su infancia)
—No sé cual es el destino de ese tal Zurita si es que la palabra destino existe y si es que la palabra Zurita existe. Mi abuela era una italiana que llegó con su hija de 15 años a Chile donde ambas enviudaron con dos días de diferencia, mi padre a los 31 y dos días después mi abuelo a los 56. Yo tenía dos años y mi hermana tres meses y viví entonces con esas dos mujeres y mi hermana menor. Mi abuela siempre aborreció el país al que había llegado el 38, entonces creo que para salvar en algo su nostalgia nos hablaba permanentemente de Italia, del color de su mar, de sus artistas y de Dante: nos contaba pedazos del Infierno a nosotros que no le podíamos entender nada. Entiendo que esos cuentos se me quedaron, su voz que me los contaba, cuando murió a los 86 años sin haber regresado nunca a Italia, me di cuenta de que esos cuentos iban a ser siempre partes de mi vida; el Infierno, porque me recordaban su voz.

Últimamente se habla mucho de que la literatura, la poesía en concreto, se ha restringido a plasmar únicamente el mundo personal, individual del autor, producto del individualismo de la política neoliberal que nos rige. Hay una narrativa light, y una poesía intimista. ¿Qué opina de esto? ¿Sucede en Chile?
—Sucedió lo mismo. A finales del año 80 apareció, como por arte de magia, lo que se llamó la nueva narrativa chilena: unos autores apoyados por editoriales o creados por ellas —da lo mismo— que declaraban su novedad. Eran hórridos y sin quererlo, al pretender internacionalizarse, al querer ser actuales y dejar atrás los “traumas” del pasado, al decretar la muerte de la poesía y cosas por el estilo, estaban representando absolutamente al neoliberalismo y a la vacuidad absoluta. Salvo uno y una novela que es buena, El día anterior de Gonzalo Contreras, tocaron el colmo de la estupidez, pero, sí, al menos se internacionalizaron… Estuve recientemente en México con un crítico alemán que me contó de una serie de tesis que se han hecho afuera sobre ellos como ejemplos de lo que puede suceder con una literatura, cuán innecesaria y pobre puede volverse, cuando ella es sólo un efecto del olvido. Con la poesía el asunto es más fuerte, los nuevos jóvenes en Chile están escribiendo una poesía extraordinaria, audaz y política.

Tras varias dictaduras sangrientas, y habiendo gente con mucho poder e intereses que las defienden, ¿podemos creer todavía en una utopía Latinoamericana?
—Sí, pero todavía no hemos tocado fondo, llegará un momento sí en que los bancos, las tarjetas de créditos, los automóviles se deshacerán como pompas de jabón en el aire y se entenderá que esas cosas no significaban nada. Vivimos en una época en que se está llegando al fondo de la dictadura icontrarrestable del dinero, eso es el neoliberalismo y es lo que vio Pound en su poema de la usura. Si sobrevivimos a eso comenzará algo de nuevo, pero creo que todavía hemos visto poco, todavía no hemos cruzado el fondo de la ruina.

Como diría Vallejo, ¿cuál ha sido el momento más grave de su vida? ¿O el más feliz?
—El único momento feliz es cuando me he encontrado con el amor, yo no puedo vivir sin amor.

¿Qué opina de la poesía de Nicanor Parra?
—La obra de Parra es fundamental y excede creo el campo de lo meramente literario. La antipoesía apela a la democracia irrecusable del habla, a su propiedad comunitaria y compartida. La eliminación de las jerarquías del habla junto con liberar toda la potencia creativa del lenguaje, todo su poder desacralizador y a la vez encantatorio, nos hace ver un terreno común donde los seres humanos, al igual que sus palabras, carecen de jerarquías y, por ende, son profundamente iguales. Las desautorizaciones que aún siguen haciéndoseles a sus artefactos, por ejemplo —que son meros chistes— han tenido siempre en común la idea de una jerarquía del lenguaje al que se le ve como un reflejo de la división “natural” de los hombres en clases. Pero, precisamente, ése es el papel simbólico y subversivo que cumplió la antipoesía: liberar a las palabras obreras, aquellas que cotidianamente fundan la vida de los seres humanos, de la sumisión que les imponen las palabras sagradas. Ni más ni menos que eso.

¿Se considera poeta maldito?
—Ése es un cliché, un cliché por lo demás sumamente burgués. Mi vida no es más maldita ni más bendita que la de cualquier ser humano.

¿Le fastidia que lo consideren poeta oficial?
—Son las típicas formas de censura y de silenciamiento. Los tipos que dicen en Chile que soy un “poeta oficial” saben que no es verdad, lo saben perfectamente; ojalá lo hubiese sido aunque sea un poco porque mi vida, me refiero a lo más idiota de ella: mi vida concreta, se me habría facilitado un poco. Lamentablemente, no.

 

 


 



 

 

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