Raúl Zurita: "Somos hijos de la muerte del poema"
Por Roberto Careaga C.
Revista de Libros de El Mercurio, 18 de Febrero de 2018
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"Más atrás, la luz sucia de la mañana cayendo sobre los cuerpos muertos que arrojó la noche", lee en voz alta Raúl Zurita, directamente desde un computador, en el jardín de su casa al mediodía. Así termina un párrafo de un nuevo texto que lo ha llevado a enfrentarse al pasado: son sus recuerdos de los 70, los años en que publicó su primer libro, Purgatorio, y junto al Colectivo de Acciones de Arte (CADA) hacía del arte una forma de resistencia a la dictadura. Lo que lee es una evocación de una de sus performances más mitificadas, "No puedo más", aquella en que se masturbó en la galería CAL, en 1979. Zurita lee solo un párrafo y por él circula la escena cultural de esos años. Hay varias páginas más, dice el poeta, que lleva varios años escribiendo ese texto. Es casi lo único que escribe, porque de poesía ya casi nada. Lleva años sin escribir un poema que lo convenza.
Le ha pasado antes. En los 70, también en los 80. Esta nueva pausa poética se extiende ya casi por siete años, desde que publicó Zurita (2011), ese enorme volumen en que su vida se funde con la historia reciente de Chile y su paisaje. Luego de ese libro vino el despegue definitivo: los últimos años, Zurita los ha pasado viajando por festivales y bienales del mundo, recibiendo condecoraciones y premios, y lanzando antologías y traducciones. El impulso sigue: en abril recibirá en Venecia el premio Alberto Dubito y poco después, recogerá en India el Asan Kumaran Prize. Con 68 años, hoy es el poeta chileno de mayor impacto internacional. En Chile también su figura crece: ya no quedan galardones literarios importantes que otorgarle.
¿Alguien dijo carne de estatua? "No va a suceder. Tengo una antiestatua, tiemblo mucho por el párkinson. Antes seré una antiestatua. Además, tengo el honor, con Gabriela Mistral y Nicanor Parra, de ser el poeta más insultado de Chile. Hubo un tiempo en que estaba de moda. Plagiario, oportunista. Ya pasó", dice el escritor, tomando su nuevo libro: se llama Son importantes las estrellas, lo publica Ediciones UDP y reúne una serie de ensayos dispersos, algunos solo leídos en conferencias o lanzamientos, unos pocos prólogos, otros inéditos. Como siempre, Zurita es personal: textos sobre Homero, Alonso de Ercilla, Neruda, De Rokha, Nicanor Parra o Juan Luis Martínez están entrelazados con sus experiencias de lectura y su apreciación del destino de la poesía: una lenta extinción.
"El papel del poeta contemporáneo es cargar con sus poemas muertos y nuevamente es una imagen: las de miles y miles de figuras que desde distintos lugares avanzan a trastabillones entre los bocinazos de los automóviles, entre el ensordecedor ruido de los mass media, entre las rutilantes imágenes de la publicidad, cargando con sus bultos de poemas muertos para dejarlos en una playa que tal vez esté o no esté, frente a un mar que estará o no estará", escribe Zurita en el ensayo "Los poemas muertos", que puede leerse como un contexto para su escritura: porque a esa playa él también camina con sus bultos. "Este libro es una suerte de autobiografía", prefiere Zurita.
— En los ensayos hay menciones a textos clásicos, como "La Ilíada", "La Araucana" o la "Divina comedia". Y especialmente, a Neruda.
— Neruda cuando es Neruda es una voz que casi no responde a lo humano. Cuando Neruda se conecta en realidad es una lengua lo que empieza a hablar. Es un idioma. Vallejo también da cuenta de eso. Dejan de ser autores, para pasar al encuentro de un destino. Ahí está en el lenguaje de las grandes obras maestras. Y de las hablas humanas todo surge y todo vuelve: surgen de repente los diálogos platónicos, las conversaciones, Cantinflas, James Joyce, Residencia en la Tierra, ahí está el gran creador. Una gran lección de Nicanor Parra es hablar del comunismo de las palabras: el liberó las palabras obreras de la sumisión de lo sagrado. Ahora, cuando Nicanor lo dijo fue tomado como una gran cosa, como una liberación, cuando en realidad hablaba de una decepción feroz. Los poetas bajaron del Olimpo y abandonaron la poesía a su suerte. Y esa es una gran pérdida, porque la poesía se achica frente a la narrativa, frente al ensayo, y pierde sus reales dimensiones. La poesía no tiene otra posibilidad que la de ser extraordinaria. No hay poesía chica, la única poesía que existe es aquella que puede ser leída ante el mar y no caerse.
— ¿Qué perdió la poesía ante la narrativa y el ensayo?
— La poesía renunció. En Latinoamérica es súper claro: aparece García Márquez, Rulfo, grandes autores que despliegan visiones de mundo y la poesía se refugia cada vez en lo íntimo. En lo autista. Se empequeñece. Si viniera un marciano y leyera la poesía de los últimos 50 años para saber del mundo, llegaría a la conclusión de que no ha pasado absolutamente nada. Más allá de algunos problemas de soledad, de angustias existenciales. La poesía le da la espalda al mundo. Se retira. Somos hijos de la muerte del poema.
— ¿Cree que la poesía de Parra puede ser leída frente al mar y sostenerse?
— Parra fue la persona más importante que yo he conocido. Es un personaje único, de una lucidez tremenda y todo su patrimonio está en sus libros. Estuve en su funeral en Las Cruces y fue muy raro. Estaba lleno de escritores, de cantores, la Presidenta Bachelet, pero nadie dijo una palabra. Lloraban las palabras. Creo que algunos de sus poemas pueden leerse frente al mar y no caerse. "El soliloquio del individuo". Para mí, Parra es inseparable de Violeta Parra. En "Volver a los 17" no es una persona la que está hablando, es un ser poseído por una magia. Creo que los únicos que alcanzan esa dimensión, en algunos poemas, son Neruda, Violeta, De Rokha... pero ahí entran los gustos. Todos ellos son profundamente refractarios a la idea del fragmento, incluso Parra.
— Y usted plantea en el libro que la experiencia fragmentaria de la actualidad es enemiga de la poesía.
— Nuestra experiencia, se dice, ya no puede estar ligada por los grandes relatos. No hay totalidad. Todo es fragmento, se dice. Yo creo que hoy más que nunca son necesarios los grandes relatos y, sin embargo, la poesía abandona la idea de los grandes relatos. De la fundación de un tiempo. Mi refutación contra la idea de fragmento es que uno vive su vida como una totalidad. Puede ser una vida de mierda, pero tu vida es una totalidad.
— ¿Su poesía pretende fundar un tiempo?
— Me es difícil pensar en mí, pero lo que yo he intentado es una vuelta a la poesía. Sin olvidar la lección de Parra: en mis poemas aparecen las jergas más jergas, aparece el lenguaje de la calle más extremo y, al mismo tiempo, están los himnos, los cantos. Yo creo que el lenguaje es el único lugar donde resucitamos. Cuando uno habla interpreta el sonido de los que han hablado antes de ti. Cada uno al hablar está reinterpretando las sinfonías que van dejando los muertos. Los muertos vuelven a hablar cada vez que tú hablas. Por eso, el "Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta", de Neruda, no es un acto de grandilocuencia ni de egolatría, sino lo que le sucede a todo hombre en el curso de su vida.
— ¿Cree que aún hay poetas capaces de conectarse con el lenguaje de las obras maestras?
— Sí. La poesía puede tomar formas nuevas. Una poesía está acabándose: la poesía cuyo sostén principal es el libro. Pero la poesía es anterior al libro, es anterior a la escritura, es anterior a internet y sobrevivirá a la muerte de internet. Mientras haya un hombre desdichado sobre la faz de la tierra, la poesía seguirá siendo el arte del futuro. En alguna parte están los Leonardos Da Vinci, los Homeros, los Dantes de las redes. Yo creo que va a surgir un arte de esos medios. No sé dónde, quizás hay un gran artista en un juego.
— ¿Usted está trabajando en un arte agonizante?
— Estoy trabajando en lo que llamo, un poco ostentosamente, la agonía de la lengua. En una lengua que agoniza porque ha sido casi totalmente cooptada por el idioma del capital. Por la publicidad, en la que ninguna palabra dice lo que dice, ninguna frase nombra lo que nombra y ninguna imagen muestra lo que muestra. Ese lenguaje ha significado una agonía de lo poético y yo escribo desde ahí: desde un arte que agoniza, que tiene 2.800 años. Lo único que uno quiere es que agonice con una cierta grandeza.
— Desde hace un tiempo viene diciendo que ya casi no escribe poemas.
— Escribo muy poco. Poemas aislados. Estoy tratando de sacar una edición definitiva de La vida nueva. Descubrí unos manuscritos que saqué de la versión original... Además, estoy tratando de sacar este escrito sobre cinco años de la dictadura, los 70. Y trato de avanzar con la traducción de la Divina comedia. Pero al final se aparece la sensación de que no me va a alcanzar el tiempo. No porque tenga una amenaza de muerte; hasta donde sé, no tengo una enfermedad terminal, solo tengo esta joda del párkinson. Pero no voy a alcanzar. De repente tengo imágenes realmente impresionantes y me levanto y se me esfuman.
— ¿Por qué volver a los 70?
— Fueron años muy fuertes. ¿Cómo explicas que en medio de una dictadura de repente surja una sensación de alegría, de una felicidad tan impresionante? Surge precisamente de las condiciones desesperadas. Me interesa hablar de una época en que lo único que teníamos era los afectos. Todo lo demás estaba en contra. Esa solidaridad que uno aprende en situaciones tan adversas, es exactamente lo contrario a lo que estamos viviendo ahora. Fueron años terribles y ojalá nunca suceda nada parecido, pero al mismo tiempo, te permitieron bucear en zonas de ti mismo, en zonas de los otros, de una profundidad, de una grandeza, de una generosidad tremenda. También estaba el extremo del mal en cada esquina. Lo único que no debería haberse olvidado de la dictadura fue lo primero que se olvidó: el neoliberalismo es la gran oda al olvido de los sentimientos que surgen en la adversidad.