Proyecto Patrimonio - 2017 | index  | Raúl Zurita  | Autores |
         
        
            
            
            
            
         
        ZURITA: MEMORIAL DE LA
DESOLACIÓN
          
          Por José Carlos Rovira
          
          Universidad de Alicante
rovi@ua.es
          Publicado en América sin nombre, N° 16 (Diciembre de 2011) 
          
        
          
        
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        RESUMEN
  
          La publicación a fines de 2010 de Zurita, un libro de 745 páginas del poeta chileno, significa  una reflexión extensa e intensa sobre su universo poético: naturaleza, dolor y pequeñas contraseñas  de salvación nutren un poemario que, entre fragmentos que recomponen la totalidad,  sensaciones individuales que asumen valor colectivo, historia personal que es en parte general,  naturalezas heladas que se reconstruyen por la palabra, desquiciamiento y lucidez; significa una  realidad contemporánea que quizá, como muy pocas poéticas, asuma el siglo XXI y el recuerdo  del anterior como un espacio y tiempo inevitables de desolación en el que ya sólo nos puede  salvar la cultura.  
        Palabras clave: Zurita, desolación, naturaleza, dolor, cultura.  
        
              ABSTRACT  
            The publication of Zurita (745 pages) by the poet at the end of 2010, serves as an in-depth  intense reflection on his poetic universe where nature, pain and fleeting images of salvation  nuture the poems. The fragments reassemble into totality, individual sensations take on  collective values, personal history becomes in part general, frozen natures are recomposed with  words. The breakdowns and lucidness illustrate a contemporary reality the way few poems  do, where the 21st and the 20th century are seen as an inevitable spaces and times of desolation  where only culture can save us.  
        Key words: Zurita, desolation, nature, pain, culture.
         
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        Nota casi periodística para reconstruir circunstancias
        Habrá un día que refugiarse y recuperar  todos los saberes, los filológicos y los poéticos,  para asumir y comprender a un Raúl Zurita  inevitable, inesperado también, que hace  unos meses puso en mis manos, en cuidado  borrador aún, un volumen de 747 páginas,  encuadernado en azul, con apariencia de tesis  doctoral, con una pequeña etiqueta sola,  pegada a la cubierta, «Zurita», el nombre que  aparece en ella, el nombre del libro, del autor,  de un poeta inquietante que desde hace algún tiempo está entre mis desvelos, sorprendidos  siempre, activos de lecturas vinculadas.
         Una dedicatoria a mano (cordial y generosa)  me dice que fue el 10 de septiembre de  2010 cuando recibí aquel volumen, en Santander.  Recuerdo bien esos días, la mañana previa  en la que, con Abel Villaverde, recogíamos  a Raúl y Paulina Went en Barajas, y el viaje  hasta Cantabria, la parada en Santo Domingo  de Silos y aquellos momentos en los que el  sonido de las campanas del monasterio se  fundía con el recuerdo de aquel lejano monje  que anotaba «qui non sapiendo» en un códice  donde decía «ignorans», y las glosas silenses eran evocadas con la devoción del siglo XXI  entrado, más de diez siglos después de que, a  nosotros y a ellos, los chilenos, nos hubieran  legado una lengua aquellos territorios. Y hay  una cierta emoción en el sonido de las campanas,  y un silencio posterior hasta Burgos, y  somnolencia por el largo viaje –Raúl viene de  Chile y Paulina desde Estados Unidos– y una  comida deliciosa en Burgos, junto a una evocación,  ante las escalinatas de la catedral, de  la ignominiosa fotografía del cardenal Gomá  haciéndole al dictador, al Pinochet nuestro, el  saludo romano.  
        Días de recital en la Universidad Internacional  Menéndez Pelayo, en el congreso  de la Asociación de Hispanoamericanistas  Españoles; escapadas a Santillana y nocturnas  al barrio de pescadores; conversaciones en  aquel mar y aquella península…regreso tras  una semana y abrazo fuerte de despedida.
         Un día coloqué en la mesa el pesado volumen,  y durante algunos meses casi no pude  desprenderme de él, de sus enigmas y de sus  seguridades. Relataré algunas cosas.
        
            Adenda de julio de 2011
         Se alteró la paginación de mis notas, las  que iba tomando en lecturas más o menos ordenadas.  Me llega el volumen impreso en 745  páginas (Zurita, 2010), pero esencialmente  variado de disposición a pesar de la misma estructura  general. Me dan ganas, antes de llevar  cada poema a su nuevo sitio, al definitivo, a la  página de la edición impresa, de escribir tan  libre como pueda, tan irresuelto académicamente  que no sea necesario volver a anotar todo  en su lugar. Zurita obliga a desembarazarse  de academia y normas editoriales (a fin de  cuentas, Zurita siempre dice que los poemas  no pueden explicarse). En noviembre de 2010,  tres meses después de entregarme la primera  versión mecanografiada, la ha transformado  en cuanto prueba inicial. La primera reflexión  será sobre el orden y el caos, pues aquí están  los dos en cuanto extremos: sucesivos órdenes  acrecientan una cierta sensación de caos que,  a fin de cuentas, se quiere evitar. Aquí están,  dispersos, los libros últimos que el autor plantea  que proceden del libro general de ahora y  no a la inversa (Cuadernos de guerra, Sueños  de Kurosawa, Las ciudades de agua…); otras  veces, en cuanto ruinas de poemas, aparecen  todos sus libros fragmentariamente; también,  nuevos textos densifican espacios y palabra poética; además, recuerdos de su poesía visual  –sus grandes performances– nos conducen  a una propuesta final en la que la palabra de  nuevo se funde a la naturaleza…demasiadas  cosas para una lectura veraniega o justo quizá  la lectura que estábamos esperando…  
        
          Un orden permanente e inicial  
        La historia fue precisamente esta, la de una  rota tarde, una rota noche y un roto amanecer.  Son fragmentos de vida de Raúl Zurita  que estructuran el libro (págs. 23, «Tu rota  tarde», 243, «Tu rota noche» y 483, «Tu roto  amanecer»). Con función cabalística quizá,  o simplemente matemática (vieja afición del  poeta), una progresión, a partir de un número  (el 3), de 20, 220 y 240, en cuanto sumandos  sucesivos del primero, en un decurso que  significa poco más de veinticuatro horas en  la vida de un hombre en las que el primer  juego, o el primer orden, está establecido por  la autobiografía: tras evocaciones familiares  iniciales, tras el recurso a Thomas Mann como  cita insistente con variaciones en el libro  («Hondo es el pozo del tiempo»), tras situar  un momento de escritura inicial en una línea  de una página en blanco («Bajo la dictadura  chilena, finales de los 70»).
         «Tu rota tarde» comienza situando un  poema inicial de la serie «Cielo abajo», en  la tarde del 10 de septiembre de 1973 –el día  antes del golpe de estado que cambió la vida a Zurita y al pueblo chileno[1]–, cuando se entremezcla  una manifestación, su griterío, sus  consignas y cantos, con «el pedrerío reseco  del Pacífico», con Valparaíso, con confusiones  temporales de «una vida rota» que nos llevan  al «desahuciado atardecer». La historia mezclada  con la autobiografía y la naturaleza son  una constante ya que va a recorrer el libro.
         A «Tu rota noche» precede un poema  titulado «Imborrables erratas» que abre desvelos  entre las últimas manifestaciones del 10  de septiembre, cabeceos insomnes en mesas  de café, jóvenes comunistas que gritan las  últimas consignas del día, el puerto de Valparaiso,  el temor a que el sueño signifique la  muerte, y la imagen indeleble de los tanques  que comienzan a horadar «la luz cenicienta  del amanecer». La serie de poemas que siguen,  de nuevo «Cielo abajo», se abre con un mar  bíblico abierto tras el último desfile, un mar  que permitirá la huida, abrazado por una madre  y sus lágrimas en el interminable desierto,  hasta que se funden con la muchedumbre que  huye…siguen recuerdos infantiles entreverados  con el Éxodo…naturalezas, recuerdos  culturales entremezclados…  
        «Tu roto amanecer» está precedido por la  indicación de que «ya es 11 de septiembre» y  una construcción onírica lleva seguramente a  espacios familiares seguros, una casa con los  mismos muebles y cuadros, una madre con un  niño en brazos que no puede mirar a quien  narra el episodio, mientras el éxodo continúa  protagonizado por una humanidad que grita,  mientras el poeta también grita mirando la  casa familiar en medio de la tierra devastada…  
        ¿Es la historia el orden? Seguramente sí.  El decurso de un día es el acaecer que ordena  e identifica la estructura del libro, entremezclando  siempre historia, recuerdos familiares,  retazos autobiográficos…y, es evidente ya,  uniendo naturalezas y culturas en un acontecer  que probablemente es irresumible, porque  un día nos lleva, a través del recuerdo, a un  tiempo memorial que es el del poeta y a un  tiempo histórico que es a veces el de la humanidad.
        
            ¿Amanecerá entonces? Las ruinas de poemas  
        En el libro publicado aparece un apartado  nuevo en el título que es «¿Amanecerá entonces»?  donde recoge un material que en la primera  versión se titulaba «Y ya casi amanece», frase con la que abría el poema de la página  siguiente: «Y ya casi amanece y no puedo  parar/ de llorar; de llorar primero por ti/ que  te enamoraste de un viejo/ con Parkinson…»;  siguen poemas del mismo tenor de desvalidez,  autocompasión y rechazo de sí mismo, iniciados  por la misma frase, que son mantenidos  en la versión impresa con la variación de la  frase inicial: «Y aún no amanece», dice aquí;  sólo que están en otra serie (y otras páginas)  bajo el título del apartado que se llama «Memorial  del dolor»: recuerdos familiares, sus  hijos a los que perdió de vista en los años 70,  cuando su primer divorcio, llanto en la noche  dormida…construyen estos poemas de amor  que están repletos de ternura hacia el pasado,  y también de afecto hacia el presente en poemas  que son llamados «de amor». Tras varias  series, llegamos a «¿Amanecerá entonces?»  que tiene el valor principal de presentarse  como «ruinas» de poemas.  
        Es un recorrido por fragmentos de la  poesía anterior –«Poemas encontrados entre  tus ruinas», dice–, procedentes de Purgatorio  (con sus recursos visuales), Anteparaíso, La  vida nueva, Poemas militantes –donde se produce  una reinterpretación desilusionada del  motivo de las banderas, escrito en los días de  la victoria electoral de Ricardo Lagos y ahora  reescritas como «banderas muertas»–. La serie  «Arrumbadas planchas» presenta unos antiguos  encefalogramas de Anteparaíso sobre los  que se han escrito fragmentos poéticos como  «mi mejilla es el cielo estrellado», momentos  intensos de evocación autobiográfica[2].  
        Nos podemos plantear el sentido de esta  inclusión: en primer lugar todo está justificado  en el texto, siendo el poema que abre la  serie, titulado «Restos», el que lo precisa:  
        
          Y entonces, minutos antes del alba,
  
            viste las ruinas de tus poemas  
            y eran oxidadas planchas de fierro
  
            barridas por la resaca,
  
            inmensos hangares desguazados
  
            ahora marcados con tiza,  
            carcasas, herrumbrosas cubiertas  
            de barcos rompiéndose  
            entre los murallones de olas del mar.
        
         Aparece también, en las últimas líneas de  la página, una precisión del título en versales:  «Y eran otros cielos, otras casas, otras caras  Zura las que se amontonaban alargándose  como tu cara llorosa entre los murallones de olas del mar». De nuevo, una imagen del  Éxodo, ya comentada, resuelve la entrada a  un orden establecido por la naturaleza; en  él, en su propio interior, Zurita encuentra  «ruinas» de los poemas y poemarios del  pasado. Son quizá ruinas de él mismo, no  nos inquietemos: el libro Zurita podía haber  sido, por su volumen también, una recopilación  ordenada de sus libros anteriores, unas  Obras completas al uso, en las que el autor  vertebrase su orden con una producción  sucesiva y anterior. Sin duda lo que ha intentado  es desordenar todo para crear un nuevo  orden. Quizá la teoría del caos alimenta,  más que otra cosa, el proyecto, en el que los  atractores son las calas biográficas, escriturales  y hasta los fenómenos de una naturaleza  que se va imponiendo.  
        
          
        
            La naturaleza de nuevo
         La naturaleza es inevitable en la construcción  memorial. Sirve como marco identificativo  de tantas cosas…del amor, por ejemplo,  cuando nos emociona con la serie titulada  «P.W» (dedicada a Paulina Went):  
        
          Todo en ti está vivo y está muerto: el fulgor del
  
            pasto en la aurora y el hilo de voz creciendo en  
            el diluvio, el feroz amanecer y la mansedumbre,
  
            el grito y la piedra.
  
            Todo mi sueño se levanta desde las piedras y te
  
            mira.
  
            Toda mi sed te mira, el hambre, el ansia infinita
  
            de mi corazón.
  
            Te miro también en el viento. En las nieves de
            la cordillera sudamericana… (pág. 639),
        
         pero las cordilleras, las playas, los ríos, o las  «rotas carreteras de amanecer» (suponemos  que no amanecerá nunca) se abren a secuencias  históricas que deambulan en sueños minuciosamente  anotados, en los que Cristóbal  Colón dialoga con el poeta, que emerge al  final del sueño 115, para desdeñar lo que  ve y enfilar finalmente su camión «hacia las  carreteras de otros sueños» (pág. 557), que  rezuman historia contemporánea:  
        
          Como se abrazará el océano Pacífico con el Atlántico las
  
            cordilleras del este con las del oeste las islas con las
  
            playas cuando miremos de nuevo los pájaros y sean las
            largas líneas de los prisioneros el dibujo que trazan los
  
            inmensos pájaros en el viento Pero todo fue solo un
            sueño en el viento… (pág. 562)
        
        Nuevos cementerios y nichos –emergentes  desde aquella lección conmovedora que fue en  1985 el Canto a su amor desaparecido– aparecen  con nombres de ciudadanos desconocidos.  El último nicho nos abre un itinerario  entre la naturaleza, el aire y la nada:
        
           Sólo el amor muerto pegado a las rocas.  
            18 de los idos. Sólo el fulgor muerto
  
            Y los nombres. ¿Alguien anda? No,
  
            es sólo el aire agitando las puertas,  
            las ventanas vacías, las flores nacidas
  
            entre los ladrillos. ¿Quién habla? Sólo
  
            la intemperie del frontis alzado en el
  
            granito, sólo las escaleras sin nadie,  
            los patios, el promontorio, los muros
  
            de piedra hundiéndose en la resaca.  
        
        La primera frase es un recuerdo y recorrido  que hemos podido vivir: el cementerio general  de Santiago y su memorial a los desparecidos,  donde algunos millares de nombres se  ven protegidos por un verso de Zurita: «Todo  mi amor está aquí y se ha quedado pegado a  las rocas al mar y a las montañas». Naturaleza  muerta o viva en la que los fragmentos de dolor,  cada dolor, toda la desolación, anuncian el  papel de la historia como constituyente o, de  nuevo, atractor de la poesía esencial de Zurita,  de su pasión por el caos desde el que nos van  emergiendo sucesivos órdenes.  
        
          
        
            Memorial del dolor  
        Algunos poemas de una antigua serie titulada  El memorial del dolor han ido ahora a Verás amores en fuga. Una cita de Auden  (firmada W.H.A.) abre el apartado: «Cree en  tu dolor», dice. Poemas de «Sueños a Kurosawa»,  que es un título y una constante de la  última época, abren con recuerdos familiares  –en el primero, el padre, fallecido en la infancia  del poeta, reaparece y vuelve a morir en el  poema–. Hay recuerdos literarios, como Lucrecio,  Auden y Cesare Pavese, que aparece  en una relectura con chispazos de imágenes  del poeta italiano: el descenso en el remolino  de «Vendrá la muerte y tendrá tus ojos» es retomado  como un dolor que, como el agua de  un lago, «tiembla y te circunda», mientras «la  piedra dibuja círculos en el agua». El poeta es  identificado en el verso inicial como «la tierra  y la muerte» y en el final como «la tierra y la  esperanza».  
        El dolor puebla el poemario en otras  partes, como en las presencias históricas de  la represión en Chile, convertido en El país  de tablas a través de sus prisiones (Estadio  Chile, Estadio Playa Ancha, Villa Grimaldi,  Carguero Maipo…). Un cataclismo cierra los  poemas y el episodio:  
        
          Porque se desplomaron las costas
  
            y se rompieron las montañas
  
            Porque se desplomaron los valles
  
            y cayeron los desiertos
  
            y eran sólo unas tablas rotas…  
        
        Son imágenes vividas de barracones, países  muertos, mares muertos, marejadas muertas  «sin amor».  
        La historia es, a lo largo del libro, un contenido  esencial del dolor, acumulado a imágenes  insistentes de filas de chilenos que están al  lado del «muro de la desolación», de la «fila  de la desolación» («Rotas carreteras/552 –el  número en el título, como en los anteriores  y sucesivos llamados igual, coincide con la  página–), pero el dolor se abre a todos los  contenidos de la memoria, reemergiendo en  todas las evocaciones familiares. A veces,  estampas íntimas nos llevan a murallas de  hielo en cuyo interior hay rostros llorosos, la  última mirada de la abuela irguiéndose para  mirarnos, las lágrimas que se congelan junto  a la sangre, hasta que
        
           Entreabres todavía los ojos y ves tu propia
  cara mirándote desde los témpanos y es 
            una imagen de hace miles de millones de  
            años. Un rostro congelado. Un dolor. Nada. (pág. 316)
        
        El país de hielo continúa los episodios,  como una fantasmagoría en la que barcos  congelados, en la costa helada, témpanos,  glaciares rompiéndose y rostros, anochecen  en el puerto de Valparaíso, cuyas «luces permanecen  encendidas bajo el casco de hielo/  como si el amanecer también se hubiera congelado»,  hasta que el recuerdo personal –su  encierro en los días del golpe en la bodega del  carguero Maipo– nos devuelva la realidad de  la memoria:  
        
          Recuerda entonces la bodega del
  
            carguero y el pedazo de cielo que
  
            dejaba ver la cuadrada escotilla
  
            abierta en el techo.
  
            Recuerda el color del amanecer,  
            del mediodía, de la roja tarde
  
            recortado en esa escotilla.  
            Y recuerda el viento polar de la  
            muerte y sus témpanos helando
  
            la bodega…  
            Nada, sólo la silueta de un barco
  
            en el cubo de hielo de la noche,  
        
        realidad que es la del país de hielo, con la  historia, la personal también, confluyendo en  cada registro de una memoria seguramente  congelada.
         Un memorial narrativo del dolor forma el  registro de Las ciudades de agua (págs. 641  ss.). No son las ciudades invisibles de Calvino,  aunque estas también sean a veces ciudades  suspendidas en el aire, en medio de recuerdos,  situaciones cotidianas del pasado, lugares y  viajes, fotografías, mujeres, entierro de cada  uno realizado por uno mismo, dormivelas,  reencuentros con el amor.
        
            Contraseñas para una pequeña salvación:  Miguel Ángel pinta los Andes  
        Una forma posible de explicación de poemas  está en algunos artículos que han sido  generalmente contraseñas explicativas de  motivos que generan los textos poéticos.  En la imaginación de Zurita, hay un recurso  imprescindible mediante el que la cultura sedimenta  fragmentos de poesía que necesitan  ser explicados por esta. Lo planteé hace algún  tiempo en la relación cultura-naturaleza,  donde a veces, aparentemente, Zurita afirma  una oposición naturaleza (América)-cultura  (Europa) que consideraba en cualquier caso  una simplificación de la propuesta del autor, aunque los párrafos que destacaba nos hicieran  entrar en la misma:  
        
          No esculpimos el Moisés ni la Pietà, no nos fue dada  la cúpula de San Pedro, pero están los Andes, la vastedad  del Pacífico y los glaciares, la visión del desierto  de Atacama transparentándose frente al océano.  Es eso: no pintamos el Juicio Final, pero nos tocó el  color de los desiertos –el color más parecido al de  nuestras caras– (Raúl Zurita, 2006: 8).
        
         A una lectura diferente nos llevan fragmentos  de Zurita, como los relativos a Miguel  Ángel (algunas veces MA tan solo) que  reactualizan una acción del artista del Renacimiento  en la naturaleza chilena y en el sueño.  Cito fragmentos de un primer poema:
        
           –«In Memoriam con pinturas en el cielo»:  
            Soñé con Miguel Ángel,  
            le calculé 70.
  
            Estaba en una cumbre de
  
            los Andes, pero no me  
            reconoció que era él.
  
            (…)
  
            Se vieron entonces los enormes frescos del cielo allá
  
            arriba como si el sueño los pintara
           Poniéndolas sobre los acantilados que se amontonan
  
            en el horizonte y era como si nuestras propias caras  
            amanecieran flotando sobre las montañas  
          Cuando desmembrados de pena vimos nuestras caras
  
            vaciarse en el cielo como se vació el Pacífico sobre
  
            las enloquecedoras heridas de las cordilleras…  
        
        Miguel Ángel pintando la cordillera de  los Andes, como una Capilla Sixtina contemporánea,  resuelto el arte en naturaleza, o la  naturaleza en arte; Miguel Ángel, en otro poema,  en diálogo con Michael Jackson, pintado  «como un nevado chileno», mientras suena  Thriller en las montañas, cuando la banda,  que toca en los hielos, hace que se abran «los  frescos de la Sixtina» (pág. 47); Miguel Ángel,  en un poema titulado con su nombre (pág.  87), cuando
        
           frente a otro mar los murales que MA pintó en los inmensos
  
            acantilados que caen al Pacífico con nosotros cogiéndonos
  
            por las espaldas tirados girando para atrás los rotos ojos
        
         La anécdota narrativa de una imaginación  desbordada tuvo un día su momento de reflexión, también de desmesura aclaratoria, en  otro texto seguramente anterior, «Nuestros  rasgos en el cielo», una prosa editada formando  parte de un libro en 2000, y reelaborada  en Los poemas muertos de 2006. La idea contenida  en el poema es la que anticipa en los  siguientes párrafos:  
        
          Algún día habrá de emerger un nuevo Miguel Ángel,  un artista inmenso que no pintará la bóveda de  las catedrales ni de los edificios, sino que lo hará  sobre la bóveda del cielo. He imaginado esas obras:  enormes frescos extendidos en las alturas donde se  van narrando las escenas humanas (…). Más allá del  desvarío y del presente, esas pinturas serán alguna  vez la empresa de un mundo nuevo. Por ahora es  apenas un vislumbre; el sueño de unos murales que  se van tendiendo en el cielo para luego desvanecerse  como si el viento los borrara. Como en los frescos  de la Sixtina, me ha parecido incluso entrever esa  muchedumbre, esa infinidad de rostros y cuerpos  suspendidos sobre la cordillera de los Andes o encima  del Pacífico (pág. 176)
        
         La dimensión de la propuesta oscila entre  una nueva realidad del arte, tejida con la naturaleza,  que sería por una parte una «dimensión  americana»: «Es un sueño y no –dice Zurita–.  En todo caso, creo que la visión de esas  obras recortándose contra las alturas tiene que  ver con lo que se llama la dimensión americana»  (pág. 176); sigue una reflexión sobre que,  en el Juicio Final, Dios está abandonando el  mundo y este queda vacío de Dios, por lo  que quedarán solo las imágenes humanas en  la nueva quimera artística, para concluir con  que permanecerá «el mismo sueño y el mismo  delirio: la furia del amor golpeando las piedras,  la que esculpió las cordilleras, el mar y  el deseo humano. El deseo de ver los rostros  de todos los que has querido retratados por el  amor sobre el horizonte» (pág. 181).  
        Un viejo proyecto poético, que había  surgido en el poemario La vida nueva (1994)  con imágenes que se articulaban en páginas,  introducidas en un momento por:  
        
          como los cargados cielos que
  
            nos trazan, empapados
  
            dibujándonos entre las nubes
        
         (Y siguen imágenes diseñadas por el poeta  y retocadas digitalmente por Isidoro Blanco,  similares a la que sigue):
        
        
        
        Es una nueva propuesta visual y experimental  semejante a las que hasta aquí había  realizado[3]: los episodios de la escritura en el  cielo de Nueva York en junio de 1982 del poema  «La vida nueva», presente en Anteparaíso  («Mi Dios es hambre/ Mi Dios es nieve…),  escritura reproducida fotográficamente en  páginas del libro precisamente cuando la escritura  se disuelve en el cielo:
        
          
        y la construcción en el desierto de Atacama  de un verso, «Ni pena ni miedo», a la largo  de tres kilómetros de poesía e ingeniería civil  en 1993:
        
          
        
        Las antiguas acciones de arte, las iniciadas  en 1979 en el interior del CADA (Colectivo  de Acciones de Arte[4]) adquirieron con estas  iniciativas dimensión social a partir de propuestas  individuales. En ellas, Zurita transfiere  el marco de la presencia de la poesía a  lo espacial, quizá o seguramente también lo  desmesurado, pero con referentes precisos  que hoy son «dimensión americana» del arte,  mediante el diseño de una reflexión cultural  que hemos iniciado con sus juegos textuales  sobre Miguel Ángel pintando los Andes. Es  la afirmación de igualdad cultura-naturaleza  la que prevalece, la que determina la elección  de referentes y, sobre todo, la que textualiza  el espacio.  
        El libro Zurita concluye ahora con otra  propuesta visual no ejecutada: es la escritura,  en los acantilados del norte de Chile,  de los veintidós versos de un poema que se  corresponden además con la mayor parte del  índice, a partir de fotografías de los formidables  accidentes geográficos. Se inicia la serie  fotográfica así:
        
          
        Son frases de amor, de locura, y de muerte,  como identifica el poeta en un texto previo, en  el que la naturaleza preside el recuerdo del padre, la propia muerte, el sueño de la escritura,  o gentes lanzándose desde los acantilados con  las manos enlazadas…  
        
            La restitución es el desvarío: poesía para el  siglo XXI  
        No he hablado de Beethoven, ni suficientemente  de Kurosawa, ni de otras referencias  que crean poemas y series; ni casi de las ciudades  de agua, como espejismos visuales y  vitales que quizá surgieron en el desierto de  Atacama. Son referencias culturales que van  nutriendo una reflexión, enloquecida quizá,  lúcida sin duda, sobre el mundo contemporá-  neo, desde la óptica de un poeta que confiesa  vivencias, las reorganiza, las altera, las transforma  en espacios poéticos que se desenvuelven  en más de setecientas cincuenta páginas.  Quería señalar que, al final, surge otra vez la  naturaleza y la palabra, como obsesión ecoló-  gica y memorial. Y la palabra y la naturaleza  reconstruyen el libro, desde su inexistente  explicit, como una posibilidad.
         Un día intentaré organizar estas páginas. Busco en esta primera lectura transmitir  sólo sensaciones, desconciertos y algunas  seguridades: creo que Zurita no engaña, sólo  transmite quizá un universo de trampas y  embustes, pero de memoria alterada también,  de autobiografía fragmentaria en la que otra  vez el amor, la enfermedad, la soledad junto a  plenitudes compartidas, la naturaleza, la historia,  la política…van tejiéndonos un mundo  que presiento como nuestro.  
        La originalidad de Zurita es un espacio  indiscutible, aun en la querella interminable  sobre su poesía: sobre ella hay un texto, repleto  de humor agrio, que recoge como «ríos de  dolor» (pág. 200) una permanente polémica  que surgió cuando en 2000 recibió el Premio  Nacional de Poesía. Un conjunto de voces,  casi una polifonía «de dolor», se alzan en él  para decirle al poeta las peores cosas (plagiario,  cortesano, oportunista, lameculo que  escribió un poema al Presidente, fraude, vergüenza…).  Las recoge casi notarialmente en  boca de conocidos intelectuales chilenos (Armando  Uribe, Enrique Lihn «moribundo»,  Miguel Arteche, que sustituye en la versión  definitiva a Hernán Montealegre).
         Habrá dudas sobre la poesía de Zurita,  pero es innegable en ella, junto al espacio  de originalidad, el desarrollo de la creación  de un lenguaje que, entre reiteraciones que  son insistencias voluntarias, entre fragmentos  que recomponen una sensación de totalidad,  entre sensaciones individuales que asumen  valor colectivo, entre historia personal que  es en parte general, entre naturalezas heladas  que se recomponen por la palabra, entre desquiciamiento  y lucidez, significa una realidad  contemporánea que quizá, como muy pocas  poéticas, asuma el siglo XXI y el recuerdo del  anterior como un espacio y tiempo inevitables  de desolación del que quizá ya sólo nos puede  salvar la cultura.  
        
        
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        José Carlos Rovira  (Alicante, 1949). Catedrático de  Literatura Hispanoamericana de la  Universidad de Alicante. Es autor  de libros y ediciones sobre  autores contemporáneos (Rubén  Darío, Miguel Hernández, Pablo  Neruda, José María Arguedas y  Juan Gil-Albert) así como sobre  poetas de la tradición cancioneril  en la corte napolitana de Alfonso el  Magnánimo, literatura novohispana,  relaciones del mundo cultural  italiano con la tradición hispanoamericana,  siendo sus últimos libros  José Toribio Medina y la fundación  bibliográfica y literaria del mundo  colonial hispanoamericano (2002), Ciudad y literatura en América Latina  (2005), así como las ediciones  La sombra vencida. Miguel Hernández  1910-2010, catálogo de la  exposición de la que fue comisario  dedicada al poeta en su centenario,  y la edición de la Obra poética de  Rubén Darío (2011).
         
        Notas
        [1]    «A las seis de la mañana del  11 [de septiembre de 1973]  llegué a la Universidad a tomar  desayuno y ver si podía dormir  un poco. Allí me tomaron.  Eran arrestos masivos de miles  y miles de personas. El golpe en  Santiago comenzó más tarde.  Allí mismo comenzaron los culatazos.  De allí nos llevaron a un  estadio y de allí al barco Maipo,  que era un carguero civil de  la Compañía Sudamericana de  Vapores. Efectivamente yo había  logrado conservar una carpeta  con poemas. Como había unos  poemas visuales (que están en Purgatorio), los militares creían  que eran mensajes en clave y  comenzaba la golpiza, pero  extrañamente al final me los  devolvían. Al llegar al barco se  repitió lo mismo. Como estaba  amarrado sostenía la carpeta  con los dientes. Un marino los  vio: ah, dijo, son poemas estas  huevadas, y tiró la carpeta al  mar. Lo que pasó entonces es  tan extraño, la carpeta me decía  que había habido un antes, que  ahora era algo que estaba sucediendo,  pero que yo me llamaba  Raúl Zurita y había tenido una  vida antes. Después comenzó  literalmente la pesadilla (…)».  Conversación Alejandro Tarrab. (Zurita, 2004) 
[2]   «Era el segundo año del golpe,  en 1975, y estaba desesperado.  Era un país tomado y unos  militares me habían bajado a  patadas de un bus de la locomoción  colectiva. Me acordé de la  famosa frase del evangelio: si te  abofetean la mejilla derecha pon  la mejilla izquierda. Entonces fui  y me la quemé, fue encerrado en  un baño. Más tarde me di cuenta  de que así había comenzado mi  Purgatorio» (Ibidem)
[3]  Cf Santini, 2009. El artículo, con  otra línea de reflexión, estudia el  valor semántico y poético de las  escrituras que siguen.
[4]  En 1979, surge en Santiago el  Colectivo de Acciones de Arte  (CADA), integrado por Diamela  Eltit, Lotty Rosenfeld, Juan Castillo,  Fernando Balcells y Raúl  Zurita. Hay un excelente libro de  Robert Neustadt (2001) que da  cuenta ampliamente de aquella  experiencia surgida en confrontación  artística con el agobiante  clima social que la dictadura  imponía al país. Una narradora,  dos artistas plásticos, un  sociólogo y un poeta pusieron  en marcha, mediante varias performances,  algunas acciones de  arte, basadas en el principio de  que el arte debía ser social y que  debía estar vinculado a la vida  de los ciudadanos. Son acciones  que contienen una metáfora  política, aunque el elemento  metafórico prevaleciese sobre la  denuncia concreta del arte y la  política que el país vivía desde  el golpe de estado de 1973.  Distribuir bolsas de leche en una  comuna popular, para recoger  los envoltorios y que artistas los  utilizaran como soportes, fue  una primera acción el 3 de  octubre del 79 (con la que estaban  recordando además una  medida del gobierno de Allende  que había comprometido medio  litro de leche para cada niño  chileno); siguió un bloqueo con  camiones lecheros al Museo de  Bellas Artes el 17 del mismo mes  y la cancelación de la puerta  con una gran tela blanca; también,  en 1982, el lanzamiento  de 40.000 octavillas con el título  «¡Ay, Sudamérica!» Una proclama  en la que se identificaban  como artistas, condición que  ampliaban a «cada hombre que  trabaja por la ampliación, aunque  sea mental, de sus espacios  de vida». Al final de 1983 y  comienzos del año siguiente hay  una acción que tuvo resultados  espectaculares. Comenzaron a  llenar calles con inscripciones  que sólo decían «No +» y algunas  personas, espontáneamente,  completaba la frase escribiendo  «militares», «tortura», «desaparecidos»,  o pintaban un revólver…cf.  Neustadt, 2001. 
         
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        Bibliografía  
        - Neustadt, Robert (2001). CADA DÍA: la  creación de un arte social, Santiago de  Chile, Editorial Cuarto Propio.  
          -Santini, Benoît , (2009), «El cielo y el desierto  como soportes textuales de los actos  poéticos de Raúl Zurita»,
 
          http://www.  revistalaboratorio.cl/2009/12/1140. Leído  el 26/06/2011  
          - 
          Zurita, Raúl (1974). «Áreas verdes», Manuscritos,  nº 1 y único, Santiago de Chile,  págs. 70-88..  
          – . . . . . . . . . (1979). Purgatorio, Santiago de Chile, Ed.  Universitaria.
  
          – . . . . . . . . . (1982). Anteparaíso, Santiago de Chile,  Editores Asociados.
  
          – . . . . . . . . . (1985). Canto a su amor desaparecido,  Santiago de Chile, Ed. Universitaria.
  
          – . . . . . . .. . (1992). Anteparaíso, Madrid, Visor.
  
          –. . . . . . . . ..  (1994). La vida nueva, Santiago de Chile,  Editorial Universitaria.  
          – . . . . . .. . (1997). Canto de los ríos que se aman, Santiago  de Chile, Editorial Universitaria.
  
          –. . . . . . . .  (1999). El día más blanco, Santiago de  Chile, Ed. Alfaguara.
  
          –. . . . . . . . . (2000). Poemas militantes, Santiago de  Chile, Dolmen Ediciones.
  
          – . . . . . .  . (2000). Sobre el amor, el sufrimiento y el  nuevo milenio, Santiago de Chile, Editorial  Andrés Bello.
  
          –. . . . . . . . .  (2002). El amor de Chile, Santiago de Chile,  Editorial Andrés Bello.  
          – . . . . . . . . . (2003). Inri, Santiago de Chile, FCE.
  
          –. . . . . . . . .  (2004) «La herida de Dios. Conversaciones  con Raúl Zurita por Alejandro Tarrab,  en Zurita, Raúl. Mi mejilla es el cielo estrellado,  Saltillo (Coahuila) Aldus/Conaculta/  Instituto Coahuilense de Cultura.  
          –. . . . . . . . .  (2006). Los poemas muertos, Tlalpan (México), Ácrono Ed.
        – . . . . . . . . .  (2006). Los países muertos, , Santiago de  Chile , Ediciones Tácitas.
  
        – . . . . . . ...  (2007). Las ciudades de agua, México D.F.,  Ed.Era/Universidad de las Américas.  
        – . . . . . .. ..  (2010). Zurita, Santiago de Chile, Ediciones  Universidad Diego Portales.