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ZURITA por Zurita

Por Eduardo Milán

Revista La Tempestad, México

 

 



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La pregunta, para mí, fundamental ante este libro es: ¿qué relación guarda -planteado de esta forma- con la obra de un autor que singularizó la escritura poética latinoamericana en los últimos -casi- 40 años? Y luego: ¿es una obra de estas características un corolario entre tantos o es el desenlace normal -o sea: previsible, deseable en la medida en que modela escrituras latinoamericanas por-venir- o sorprendente en el marco de la obra de un autor como Zurita? Lo que tiene de único este ZURITA (2011) es que no es un libro sorprendente o, en todo caso, no lo es con relación a la producción de su autor. La obra de Zurita es autoincluyente y abarcadora en tanto discurso. Es curioso que una escritura como ésta, que juega permanentemente con la idea de descentramiento -sobre todo de un yo prismático, en el horizonte de un "dejarse hablar" que se vincula al tan ideológico "dar voz a los que no tienen" y, más en profundidad, a una "(voz) visión de los vencidos" -amague con el gesto de cerrarse sobre sí misma. Y esta vez de una manera más que contundente.

A. Raúl Zurita (Santiago de Chile, 1950) pertenece a la última generación poética latinoamericana que sostiene una relación dinámica con la herencia recibida. La clave son dos palabras: ruptura y utopía. La ruptura proviene del lugar particular que las vanguardias, esos movimientos única y originalmente europeos, universales en la medida en que la modernidad histórica lo es, ocupan en la literatura latinoamericana del siglo XX. La brevedad histórica le crea una paradoja: su posibilidad de nacimiento en el momento en el que la tradición europea contempla un horizonte arruinado. Desde esta óptica las vanguardias no son la posibilidad de una literatura y un arte otros: son para nosotros la posibilidad de un parto. El escándalo, figura crucial de la recepción de la vanguardia en Europa, es en América Latina poco más que un comentario de bar y, en el caso de sus reservados, un cuchicheo. Salvo el caso de ejemplares de rara intensidad polémica, como el también chileno Huidobro, cuya capacidad de negación es proverbial, la recepción indignada es poco relevante. Zurita recibe eso: la noción de poesía como ruptura. Y, a la vez, el legado conceptual de un proyecto directamente antagónico a la negatividad: el proyecto utópico cuyo sentido es la construcción. Entre la contrariedad del trabajo de la forma y la elaboración del sentido, parecía convincente la formulación de una escritura límite que creara un espacio de discusión interno. Este borde se diluye en un gesto aún mayor: el intento de reconceptualizar el lugar trascendente heredado de la poesía en el marco teórico de su concepción intrínseca -premoderna y luego, con matices, moderna: la concepción mítica de la poesía- y de revalorar la historicidad de lo que se dice, en especial cuando el marco semántico dominante en gran parte de la poesía de Zurita es la peripecia atravesada por los habitantes históricos de las dictaduras militares de América Latina, es especial del pinochetismo chileno. Hacer devenir mítico lo histórico fue una aventura muy trabajada en la concepción teórico-práctica del cubano José Lezama Lima, para no salir de América Latina. Cavando en profundidad se encuentra más que el retroceso a una pre-modernidad: el discurso permanente de los humillados que tradicionalmente se encuentra debajo -los de abajo, la referencia semántica a los jodidos actuales- y no en el cielo, lugar de los de arriba, que debido a la gravedad del materialismo actual deberían un día caer, en el caso de una esperanza a prueba de todo que ya teorizaba Walter Benjamin -a quien Zurita debe reconocimiento-: "Y el enemigo no ha dejado de vencer". El proyecto fuera de tiempo de Zurita ya estaba en algunos de sus títulos como aviso de umbral: Purgatorio (1979), Anteparaíso (1982), La vida nueva (1994), paradantescos y dantescos que avisaban de otro mundo posible.

B. Entonces Zurita cierra la metáfora de su (a)temporalidad -eso no habla de una "última obra": todo cierre es provisorio en esta época de continuos cover y renacimientos- en ZURITA. Dije autoincluyente. El volumen demuestra otro calificativo: integral. Integral y orgánico. En ZURITA quedan clara varias caras de la escritura de Zurita: la repetición -hay fragmentos de libros injertados- de la propia obra como estética de una repetición micrológica, característica de esa estilística que, mirada de dentro hacia afuera, va de una incorrección sintáctico-verbal a una concepción de la forma poética tan abisal como ferrea. La eternidad -la mayor amante- se hace cargo de todos los errores y las perversiones -siempre y cuando se tenga acceso a ella. La repetición, entonces. Y la autobiografía, infaltable en la época de revalorización de todo tipo manifiesto de subjetividades. Estaba en el título, está en la obra. Ésta es una clave que se vuelve memoriosa: el argentino Arturo Carrera dio un salto cualitativo en su poética con Arturo y yo (1983). Era él -entre otros y también el gran otro de la poesía occidental: Rimbaud. Zurita es el único poeta latinoamericano contemporáneo que, luego de Lezama Lima, sostiene en forma EVIDENTE un concepto poético de visión: hay un más allá latente en esta poesía que, creo, es su principal factor inquietante. Un más allá como desdibujo de los límites espaciotemporales previsibles para la escritura poética. En la desmesura no se puede ser parejo: simplemente no hay parametros. Las fallas se refieren a la intensidad. Tal vez en esa lógica de más allá Zurita apueste a la existencia de un Raúl venidero que bautice un libro Raúl y yo: él quien escriba eso, y el gran otro de la poesía latinoamericana: Zurita.



 

 


 

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