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Raúl Zurita: días de prisión y párkinson

Por Javier García
Publicado en Culto, La Tercera. 21 de Septiembre de 2019



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“Quizá fueron 20 minutos, pero para mí fue una eternidad”, dice Raúl Zurita cuando recuerda el trayecto que hizo en un camión entre el estadio de Playa Ancha y el barco Maipo, en Valparaíso, en septiembre de 1973. Esos minutos han sido una figura permanente en su obra. También los golpes que recibió y el hacinamiento tras su detención.

“Arrojados como sacos unos encima de/ otros, nos íbamos pidiendo perdón”, escribe en Prisión estadio Playa Ancha, poema que forma parte de su libro La vida nueva (1994).

La obra del Premio Nacional 2000 está marcada por la experiencia personal: su creación es una elocuente alianza entre vida y obra. Pero entre todas sus vivencias, los hechos que comenzaron a afectarlo la mañana del 11 de septiembre de 1973 delinearon de un modo definitivo su literatura y su perspectiva frente al mundo.

En el poema Verás soldados en el alba (Zurita, 2011) retoma ese trayecto: “Estoy tendido en la/ parte trasera de un camión militar que salta con/ los baches del camino”. Aquellas imágenes volverán en la voz de Zurita, que ha registrado la violencia ocurrida tras el golpe de Estado del 73.

A los 69 años, el poeta volvió hace dos semanas a Chile, tras permanecer nueve meses en Italia. En Milán se sometió a una operación en su cabeza para disminuir los síntomas del párkinson que padece hace 20 años. Un mal, dice, que podría relacionarse con los golpes que recibió tras su detención y que en aquella época lo pusieron al borde de una crisis siquiátrica.

Parte de esa historia la recoge el documental Zurita, verás no ver, filme de Alejandra Carmona C., que el próximo jueves se estrena en salas locales.

 

 

Sin dormir

Nacido en Santiago en 1950, en esa época el poeta tenía 23 años, era padre de dos hijos y estaba en proceso de separarse de Miriam Martínez, hermana de su amigo, el poeta Juan Luis Martínez. Zurita era un escritor inédito y llevaba seis años estudiando Ingeniería Civil en la U. Técnica Federico Santa María de Valparaíso.

En marzo de 1973 escribió una carta a la comisión de reglamento de la universidad. En ella cuenta que el año anterior realizó “23 horas de ayudantía” y trabajó como profesor en el Inacap. Se sumaba a ello una carga extra tras hacer “un libro de una especie de Poesía Experimental”.

Zurita escribía para poder “continuar sus estudios”, pero ese año todo cambiaría.

La noche anterior al golpe, asistió a una protesta, “la última manifestación con la gente del MAPU, del MIR, del MAPU Obrero Campesino”, cuenta hoy.

Aquella noche del 10 de septiembre no durmió. Tampoco regresó a su casa en Concón. Tras la manifestación cuenta que se dirigió al bar Rapallo, en el cerro los Placeres de Valparaíso. “Pasé toda la noche allí, y como a las 5.30 AM partí a la universidad a tomar desayuno”, relata. Cruzó avenida España y comenzó a subir por la calle lateral, cuando fue interceptado: “¡Alto! ¡Al suelo, manos en la nuca!”, señala Zurita, quien nunca pudo titularse.

El poeta, quien portaba una carpeta con sus poemas, fue conducido a la parte superior de la universidad. “Habían funcionarios detenidos. De repente, de un metrallazo abrieron la puerta. Ese fue mi último pensamiento democrático y me dije: con lo caldeados que están los ánimos, la que se va a armar con la violación de la autonomía universitaria”, cuenta.

Después fue llevado a la Escuela de Infantería de Marina. “Yo sentía que quienes procedían eran jóvenes marinos y militares. Para llegar a ese lugar, ubicado en Las Salinas, sentía que descendíamos como en espiral, ¡ese era el descenso al infierno!”, expresa. En un patio de la escuela había “unos 500 tipos tirados en el suelo”, relata el autor de Tu vida rompiéndose. Cree que permaneció allí entre tres a cuatro horas. En ese sitio recibió las primeras golpizas.

Los militares formaban callejones oscuros. Zurita recuerda una particular pateadura. “Tengo la imagen de las botas negras golpeando mi cabeza”, dice, y por primera vez relaciona aquellos golpes con la enfermedad que afecta su sistema nervioso, y a raíz de la cual fue intervenido en Italia: “Sin duda, sí, había hecho esa relación”.

Tras volver de Milán, la calidad de vida de Zurita ha mejorado. Antes, cruzar una puerta representaba un problema para él. El año pasado sufrió varias caídas, que lo dejaron con una fractura en su brazo izquierdo. Es así como el párkinson también ingresó a su poesía, como los detenidos desaparecidos: “Hay un hombre/ con Parkinson que acaba de caer sobre la nieve”, escribe.


Mi lucha

Tras su paso por Las Salinas, Raúl Zurita fue trasladado al estadio de Playa Ancha. Pasó tres noches junto a otros detenidos en la cancha del recinto.

Después vendrían los camiones que lo trasladaron hacia el puerto, donde estaba la Esmeralda, el Lebu y el Maipo, estos dos últimos cargueros de la Compañía Sudamericana de Vapores. “Sentir el peso sobre uno, los gritos, y cuando el camión saltaba… ¡Yo andaba con una carpeta con mis poemas! En todas partes me preguntaban: ¿Qué es eso? Son poemas, respondía. ‘Qué van a ser poemas, mierda’, me decían, pensando que eran escritos en claves”, señala Zurita. Cuando llegó al buque, un oficial tomó la carpeta “y la lanzó al mar”, recuerda.

El poeta ingresó al Maipo y comenzó a padecer crisis de pánico. Convivía con cerca de 800 personas en un espacio reducido. “Me hicieron descender a la bodega ¡Era de un hacinamiento total! Lo más terrible era cuando cerraban la escotilla del barco y en la oscuridad se sentía la piel, la respiración de los otros”, agrega.

Al tercer día comenzaron las salidas a cubierta. “Primero te golpeaban, después te daban comida, porotos, garbanzos, y luego te volvían a pegar”, recuerda. A veces, dice, echaban a andar los motores. Nunca tuvo claro si la nave salió del puerto o no.

“Sinceramente, yo nunca me sentí torturado, como otras personas que después iban a parar a los hospitales. Lo mío eran solo pateaduras”, dice el poeta, quien con el tiempo perdió la noción de los días.

En la bodega, se enteró de la muerte de Pablo Neruda, ocurrida el domingo 23 de septiembre de 1973.

En el buque, “los detenidos éramos universitarios y trabajadores de una constructora soviética”, dice Zurita, quien ha sido testigo en algunos casos de otros detenidos para validar testimonios ante comisiones de Derechos Humanos. Su caso, en cambio, prefiere no hacerlo judicial. “No, tengo la pensión del Premio Nacional, me parecía inmoral después recibir otra pensión”, señala.

Dice que la salida del barco fue más bien burocrática. “Te interrogaban: ¿Usted sabe dónde hay armas? No. Ya, váyase”, cuenta, y agrega que salió en libertad media hora antes del toque de queda. “No tenía dónde ir”, dice. Corrió a la U. Santa María. “Entré al pensionado de mujeres y una chica que conocía, Mónica Rodríguez, me dejó entrar”, recuerda. Tras dos semanas preso, durmió en la universidad. A los pocos días, Zurita ya estaba en Santiago, en casa de su madre, en avenida República.


Radical

En noviembre del 73, la señora Ana Canessa, quien hoy tiene 96 años, informó a las autoridades de la U. Federico Santa María que, debido a “una grave perturbación síquica”, su hijo debía ser sometido “a tratamiento siquiátrico”.

Hoy lo recuerda el artista: “Sin duda que este asunto tuvo secuelas. Mi madre estaba desesperada”. Zurita pasaba en una pieza y tomaba altas dosis de Valium (Diazepam). “Yo no quería despertar”, confiesa.

Tres años pasó en la casa materna. “Fue un periodo horrible, en mi cabeza giraba la canción ‘Marino, sin vacilar, navega con tu cantar…’”. Pero la pesadilla no terminaría. Hubo una segunda detención en mayo de 1975, en una micro en Santiago.

Luego, Zurita tomó una decisión radical. Dice que fue una respuesta: en un acto de desesperación, se quemó con un fierro caliente su mejilla. “Estaba envuelto en mi locura, en mi propia depresión. Mi madre envejeció 10 años con eso, con mi autodestrucción. Me da pena y me arrepiento del sufrimiento que le causé”, agrega.

De cierto modo, esa experiencia lo condujo a Purgatorio, su primer poemario, editado en 1979. El libro parte con los versos: “Mis amigos creen que/ estoy muy mala/ porque quemé mi mejilla”. Cuarenta años después, dice: “Ahí comenzó todo, porque me di cuenta de lo que quería hacer. Vi el panorama”, agrega ahora el ex alumno de Ingeniería, convertido en uno de los poetas más destacados de Chile.



 

 

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