Raúl Zurita sale del ascensor algo encorvado. Camina despacio, como pensando los pasos, pero estrecha la mano con una fuerza de otra edad. Tiene setenta y dos años y la voz gastada de quien ha dicho muchas cosas. Viste una americana azul holgada, un jersey oscuro y una mirada de sabio. Gasta barba y maneras de profeta. Se sienta cansado, pero lo disimula con elegancia: milita en el vitalismo. Pronto coge el libro que hay encima de la mesa y suelta: «Quedó muy bello».
El libro se llama ‘Anteparaíso’ (Lumen) y lo empezó a escribir hace cuarenta años. Esta es su versión final, salpicada de versos nuevos. Él lo mira, lo toca, lo pesa. Comprueba que es real. Y empieza hablar bajito, casi a susurros, como narrando un misterio. «Era exactamente la parte más noche de la noche de la dictadura chilena, lo más oscuro. Yo mismo estaba haciendo unas cosas… Me había quemado la cara. Estaba en una situación bien desesperada, y de repente empezó a emerger esto. Empezó a emerger y ya no pude pararlo».
—¿Qué siente al verlo terminado?
—Lo veo cuarenta años después y me parece extraño. Extraño haber sobrevivido cuarenta años más… Tengo 72 años. El umbral final ya está allí. Lo veo concreto… Pero a estas alturas te das cuenta de que la única vida que pudiste vivir es la que has vivido, la que te tocó. Que todo lo demás es inimaginable. Yo no me imagino haber nacido en un país que no hubiera tenido una dictadura, por ejemplo. Todo lo que me rodea es parte de mí. Inseparable.
—¿Se identifica todavía con aquel poeta de hace cuarenta años?
—A mí me gustaría de repente conversar con él. Le diría que haga más o menos lo que tiene que hacer… No, no sería una gran conversación [y sonríe]. Cada uno hace lo que puede, en todo, y esto ha sido lo que yo he podido hacer.
—Este es un libro, casi, de paisajes, de los paisajes de Chile, unos paisajes sobrecogedores y, a la vez, íntimos.
—Uno ve las montañas, y qué son finalmente las montañas sino cosas que uno va levantando cuando va pasando a través de ellas. ¿Y qué es un paisaje? En la ‘Araucana’ los paisajes eran cosas horroríficas, porque en los bosques estaban los araucanos, listos para atacarte. Pero aquí hay una nueva mirada hacia el paisaje, porque había una disputa sobre el contenido. ¿Cuál era el contenido de la montaña, de la cordillera? ¿El que le estaban dando los militares o el que había construido durante seiscientos la poesía chilena?
—Escribe que la playa es el lugar de la utopía…
—Sí, porque es como un espejismo. Pero yo ya no sé bien hablar de los paisajes de este libro... Es como de pronto pedirle a un ciego de nacimiento que describa qué es el color azul. Aunque yo creo que los poetas son aquellos ciegos de nacimiento que sin saber cómo hablan del color azul.
—¿Qué es el anteparaíso?
—El anteparaíso es el vislumbre de la felicidad. Felicidad a la que tú tienes derecho aunque el mundo se esté derrumbando, aunque sea en medio de un bombardeo, aunque sea por cinco minutos. El derecho a la felicidad, aunque sea breve, es un derecho inalienable. Y eso es lo que he querido reflejar en todo lo que he hecho, también en este libro.
—El vislumbre, pero no la conquista.
—Sí, es solamente el vislumbre. Yo creo que la felicidad es el paraíso, y los paraísos no son describibles. Lo que escribes es siempre el purgatorio, entre el dolor infinito y la felicidad innombrable. Y ahí estamos nosotros hablando.
—¿Por qué existe la poesía y no más bien la nada?
—Yo creo que la poesía es lo que está más cerca de la nada. Y también del todo. Es exactamente lo que media entre nada y el todo. La poesía es la esperanza. Y lo que no tiene esperanza. Es el amor de lo que carece de amor. Es la posibilidad de lo que nunca ha tenido ninguna posibilidad. Si la poesía se acaba, el mundo desaparece a los cinco minutos. Tal cual.
—¿Y aún tiene sentido en un mundo en guerra?
—Estamos en un mundo muy feroz, muy atroz, pero el oficio del artista es el oficio de la esperanza. El artista no tiene otro camino. Es el primero que sucumbe pero también tiene que ser el primero que se levante. Para decir que no obstante vendrá un nuevo día. Que tiene que haber algo más, aunque perdamos. Es el deber de todo arte, insistir en que es posible otro mundo.
—...
—Persistir, persistir, aunque todo te indique que esa persistencia es una locura. Todo es tan horrible que tienes que seguir persistiendo, creyendo, leyendo.
—Los últimos versos del libro dicen así: «Ten todavía un minuto más mi mano en la tuya / No me dejes solo». ¿Es ya la muerte un tema inevitable?
—Yo creo que sí. Es imposible no trabajar con ese dato a esta edad… Yo siempre he trabajado con mi vida, y eso significa hacer de mi vida el material sobre el que construyo las cosas. Porque lo que tengo yo es honesto, y de allí parto.
—¿Siente miedo?
—No, curiosidad. Me da mucha curiosidad. Es tonto tenerle miedo a lo ineludible. Morir es algo que no me perdería por nada en el mundo [y sonríe de nuevo].
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez
Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Raúl Zurita:
«Si la poesía se acaba, el mundo desaparece a los cinco minutos»
Por Bruno Pardo Porto
Publicado en ABC, Madrid, 30 de septiembre de 2022