Le pusimos Mi cariño malo y el tipo sí que se las
traía, una entera mierda de la punta de los bototos
hasta la mierda de casco.
Éramos cientos y cientos tirados en el fondo de la
bodega de la mierda de barco con la mierda hasta el
cuello, y les digo poco.
No cabían ni cincuenta y para cagar era un cuento,
decidimos que una esquina sería el WC y te tenías
que abrir paso a codazos para llegar allí.
Y no faltaban los chistocitos, toda una historia ir a
cagar en realidad.
Quince metros arriba se abría la escoltilla, tendría
unos tres x tres y recortaba el cielo. Una mierda de
cielo cuadrado por donde uno veía amanecer,
anochecer, toda la mierda.
Nos vigilaban desde allí, pero uno tendría que
haber sido pájaro para arrancarse. Los mierdas lo
entendían y a veces nos tiraban para abajo algunos
cigarros.
No la mierda de Mi cariño malo, él comenzaba su
turno temprano y nos empezaba a gritar el muy
mierda y nos apuntaba con la metralleta y hacia
pasar las balas.
Un destripadero sin Dios y encima la mierda ésa.
FELLATIO
¡Al que se mueva le aceito el culo a bayonetazos!
la puta que los parió…
La arenisca del suelo se me enterraba en la boca
y se escuchaban voces por los altoparlantes.
De pronto tocaron la canción nacional.
Esta es la canción nacional de Chile no de Cuba
mierdas, gritó, mientras me levantaba a patadas.
El viento me dio en la cara y vi a los otros.
La bandera se iba elevando al frente. Pensé: sólo
es un trapo, pero no era un buen momento para
discutirlo.
Canté la canción nacional y quise que no acabara
nunca.
Cuando terminó nos embolsaron sobre la cara
nuestras propias chaquetas y nos hicieron correr
entre dos filas de soldados.
Mientras caía se me desprendió la chaqueta y vi
el último culatazo.
La punta de la culata me rompió los dientes y
penetró en mi boca.
La vi mientras se venía y luego el resplandor
del golpe.
Mi amiga se la chupaba a un amigo y fue duro.
Amargas fellatio las del amanecer.
SUEÑO 25/ A KUROSAWA
Ha llegado el fin. Los huecos blancos se abren
alargándose en el horizonte y al despertar supe
que yo había estado en la cordillera. Me preparé
un café y me decidí a esperar. Tiempo atrás vendí
máquinas de escribir de la Olivetti y no me
sorprendió encontrarme con la cuadrilla de
vendedores nuevamente. Éramos un grupo de
doce y Dezerega repartía los territorios a cubrir.
Era nuestro jefe. El que muchos ya se hubieran
muerto, incluido Dezerega tampoco me llamó la
atención. Recordé que trató de defenderme
cuando me echaron. La sala en que nos reuníamos
por la mañana era como una sala de clases, con
escritorios en fila y el de Dezerega al frente. Creo
que llegue a estimar a Dezerega, también a Luis
Cerda, el tipo me tapaba los atrasos y me esperaba
para meternos a un boliche a tomar café. Vi a Luis
Cerda hace poco. Había decenas de máquinas de
escribir arrumbadas en su cuarto, unas Lettera 32
de color gris. Me dijo que habían sobrado y que
no importaba porque ya nadie usa máquinas de
escribir. Hoy ya es tarde. La represión ha sido
feroz y han arrojado los cuerpos sobre el mar y las
montañas. Al levantarme observé que no podía
mover mis brazos encostrados bajo la nieve.
Kurosawa, le dije, yo era un simple vendedor de
máquinas de escribir y ahora estoy muerto y nieva.
Raúl Zurita
SUEÑO 112
La casi imperceptible curvatura de su borde recordaba la de un planeta fotografiado poco antes de que la sonda se posara sobre él, mientras que arriba, recortando la inmensa superficie, la oscuridad infinita y brillante se abría dibujando efectivamente la tajante noche estelar...
Sé que desde esa imagen han pasado millones de años y sé que en el sueño me llamo Paul. Nací en Quincy, Illinois, el 23 de febrero de 1915, y esta mañana, al ir a buscar el diario de siempre, vi que el número de mi casa estaba cambiado. Me sorprendió que fuera invierno en pleno agosto, pero me ha tocado una mala racha así que lo dejé ir junto al enorme titular y a los dos sobres que estaban bajo la puerta y entré sin más a la parte donde vienen los empleos. A la media página caí en cuenta de que todo el diario estaba en español. No recuerdo haber aprendido más que tres o cuatro frases de español en toda mi vida: «¿Señorita, está usted bien?», «bonito día», «en México somos muy querendones», sin embargo ahora lo leía con total fluidez como si esa fuera mi lengua desde siempre. Miré entonces los sobres; ambos venían dirigidos a mí, pero la calle que figuraba era otra: Los Españoles, y el número 1974 era el mismo que vi en el dintel de la puerta. Vuelvo al titular y me estremezco. Al salir siento la ráfaga del granizo y luego mi propio jadeo mientras corro con desesperación buscando el primer puesto de diarios. Doy con él. La inmensa superficie azulosa se inclina de golpe viniéndose encima como cuando un bombardero se deja caer de lado y un segundo después la nube se elevaba creciendo vertiginosamente hasta tomar la forma que muestran todos los periódicos de la mañana. P le digo entonces despertándola, mira lo que he hecho.
SUEÑO 115
La cúpula de concreto del edificio de exposiciones se alza contrastando con el enjambre de pequeñas casas de madera que cubren casi por completo la ciudad mientras al frente, las dos enormes plataformas del puente Aioi se cruzan como una T, uniendo las orillas del río y la península que se forma un poco más abajo, antes de que los dos cauces se junten. Fuera de esas, no son muchas más las construcciones de cemento armado; la prefectura, la nueva escuela, la fábrica de automóviles, y parecen costras blancas en medio de una piel rugosa y oscura. Atravieso con mi madre el puente hacia la estación para esperar la llegada del tren. Ha comenzado a aclarar. Mi padre desciende del vagón y su silueta acercándose por el andén me inspira reverencia y temor. Yazuhiko, me dice saludándome, y yo inclino la cabeza bajando los ojos. Miro el suelo. El pavimento del andén ha desaparecido y en su lugar la playa se alarga. Giro. El perfil amoratado de los cerros se abalanza en la luz creciente del día y en una escena remota recuerdo un puerto: Valparaíso, una vida, cuatro hijos, nietos, y los fragmentos de la noche a la que he llegado (una borrachera de estudiantes y luego una pelea, unas carreras frenéticas y de golpe, estallando en la oscuridad, el sonido estridente del mar, inmediato, definitivo, agudo como un chillido). Me sacudo la arena y comienzo a caminar desde esa vida. La playa se hunde entre los granos del pavimento. Levanto los ojos.
Pequeña Yazuhiko, pequeña Yazuhiko, repite mi padre.
SUEÑO 116
Mi madre me vino a dejar. Vestía una blusa de sangre y cuando salimos la neblina de la mañana la envolvió como si fuera una flor roja deshilachándose. Ahora se ha despejado y a lo lejos se ven las montañas. El colegio queda a pocas cuadras y al doblar hacia Providencia los edificios se decantaron por un instante entre la niebla y luego desaparecieron. El colegio es una simple casa de dos pisos unida con otra como esas viejas viviendas pareadas construidas en los años 30 en Santiago. Subo corriendo las escaleras y llego a la sala de clases. Antes debe haber sido un dormitorio, por su ventana se ve el muro que da la calle, después las copas de los árboles y más allá las mismas montañas ahora levemente rojas.
Sobre la pizarra la maestra escribe la fecha que debemos repetir en voz alta; un día, un mes, un año: 1957, Como digo, los edificios aparecieron de pronto como si fueran alargados cubos blancos, no muy altos y de un diseño riguroso, en extremo simple, lo que les otorga esa exactitud aséptica y sin emociones que caracteriza las calles de las ciudades reconstruidas. Camino por una de esas calles. Es aún temprano y por cuadras y cuadras los edificios se repiten con una monotonía insistente que sólo se interrumpe en la costanera. Frente a ella se abre una ancha explanada de agua formado por la conjunción de dos ríos y el puente con las losas que se cruzan en la mitad resulta de una familiaridad extraña. Atravieso entonces el puente y llego a la punta de la península que se recorta en el medio. Desde el borde de la rivera opuesta, la cúpula del arrasado edificio de exposiciones continúa resaltando como si fuera un gigantesco ojopartido, pero ya no ante las pequeñas viviendas de madera, sino frente a los dos futuristas pabellones de cristal y piedra del Memorial de la Paz. Es el año 2008. Han pasado 51 y efectivamente estoy en una ciudad reconstruida.
Lo que sigue es la rápida crónica de un despertar: vuelvo a mirar por la ventana del colegio. La cordillera tiene un tinte rojo que me recuerda su blusa de sangre. Más acá están las copas de los árboles y recortándose sobre ellos, los edificios se alargan como ingrávidos cubos blancos.
Desde una de sus ventanas veo la angosta calle arbolada, como de provincia, y en el medio el pequeño colegio. Sé entonces que en los próximos tres segundos voy a morir.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com SUEÑOS PARA KUROSAWA
Raúl Zurita.
New York, Ediciones Pen Press: 2009.
Plaquette, 22 páginas