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Todas las palabras atrapadas en Raúl Zurita

Por Cristóbal Gaete
Publicado en Suplemento Ku, 22 de Abril de 2018


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Sentado en el escritorio de su casa,  Raúl Zurita (1950) revisa un archivo Word de poemas. A un metro suyo el espejo ovalado devuelve su imagen frente al teclado, observando seis páginas a la vez en la imponente pantalla de su Apple. El escritorio está rodeado de libros de consulta y obras visuales de artistas de su generación. De fondo, en su profundo patio, la vegetación crece libremente. Es el mayor poeta chileno vivo, y si bien ese título parece reciente y ligado al fallecimiento de Nicanor Parra, Zurita siempre ha mantenido una apertura hacia las nuevas generaciones, un diálogo con la poesía que está lejos
de terminar.

"Son importantes las estrellas" (UDP) confirma su vigencia. Reúne textos de charlas, de recepción de premios, prólogos y presentaciones de libros nuevos y viejos. Es, sobre todo, diverso: comparte ideas sobre sus clásicos predilectos como Homero y Dante, las grandes voces poéticas en español del siglo XX como Pablo Neruda y César Vallejo, narradores mayores de Chile y Argentina como Germán Marín y María Moreno, recuerdos de Juan Luis Martínez y de poetas jóvenes fallecidos.

Paradójicamente, este libro sale en una etapa de crisis que tiene que ver con la forma de escribir y su propia salud castigada por la enfermedad de Parkinson, como explica el autor: "El bloqueo es que se te diluyan las imágenes increíbles en las yemas de los dedos, antes del amanecer. Tengo toda la poesía adentro, pero no puedo teclear. Son situaciones bien angustiosas. Pero también es una señal, si te angustias es que algo está pasando. Si te da lo mismo significa que se acabó. Ahora tengo una limitación física que me está costando mucho teclear, necesito urgente alguien que me instale el más avanzado sistema de dictado. Con el que tengo sale cualquier cosa. Ni Joyce podría haber escrito "lo que sale", porque no es lo mismo si tu tecleas que si dictas: cambia. En este momento tengo que pasar al dictado, no deja de ser angustioso, no sé cómo saldrá".

¿De qué forma el medio determina la escritura?
— Antes se escribía a mano y se escribía tremendas novelas, de una gran fatiga física. Las grandes obras escritas con pluma tienen tremendas incongruencias, pero son  abismales. Cuando empieza a surgir la máquina de escribir es súper notorio el corte y el golpe. Salen frases escalonadas, novelas como las de John Dos Passos, de cierto vértigo. Con los procesadores tú puedes llegar a la perfección, no cuesta nada corregir. Se empiezan a producir obras más perfectas y más imbéciles, más superficiales. Son tres épocas totalmente distintas.

Si la literatura está llena de poemas que no quisieron ser creados, ¿cuál de sus libros querría no haber escrito?
—"INRI" y "Cantos a su amor desaparecido", porque eso significa que las cosas que sucedieron no habrían sucedido. El más grande poema es el que no se escribe, porque no hubo necesidad de escribirlo.

En "Son importantes las estrellas" hay dos relatos autobiográficos en la Universidad Técnica Federico Santa Maria: su ingreso y el día 11 de septiembre de 1973. Es el día cero en su vida y obra. ¿Qué queda de usted antes?
— Una cierta inocencia, a pesar que la vida se me está arrancando con todo. Antes era un juego. Por ejemplo había paros de micros y nos subíamos en los camiones. En las marchas de los estudiantes secundarios contra la Escuela Nacional Unificada, el programa de educación de Allende, nos agarrábamos a peñascazos desde la Santa María. Tomamos como prisioneros a unos secundarios y los encerramos en una sala, estábamos todos afuera gritando pero nadie les hizo nada.

En "Son importantes las estrellas" relata el robo de una cámara fotográfica junto a Juan Luis Martínez, el robo de libros por encargo y la venta en los años noventa de los cuadros que le había regalado Roberto Matta. ¿La vida del artista está signada por la inestabilidad?
— No hay reglas, puede haber un artista fabuloso y no tener nunca ningún trauma, pero yo creo que sin herida no hay arte. No puedes buscarlo, porque es tonto buscar el sufrimiento. Si tú quieres sufrir para poder escribir vas a sufrir pero no vas a escribir nada. La herida es como una ventana abierta, si está todo cerrado no sale nada.

Usted dialoga con muchos autores muertos, incluyendo jóvenes ex alumnos suyos. Si usted pudiera elegir a un fallecido para dialogar una ver más, ¿a quién elegiría?
—  Me dieron un premio en Venecia con el nombre de un poeta rapero, que se mató a los veinte años, un nuevo Rimbaud. Dos versos de él: "Estar en el comienzo y tener solo veinte años/ estar en el final y tener solo veinte años". Los padres con una universidad crearon un premio que dan cada dos años a una trayectoria experimental. Con él hablaría. No puede haber dolor más feroz en el mundo que la muerte de un hijo, más si se suicida. Es muy paradojal que me dieran un premio por una vida que decidí vivir con el nombre de alguien que no eligió vivir.

En "Son importantes las estrellas" escribe que no se puede sino ser un mal padre.
— Fue una choreza. Los padres de artistas tiene que ser definitivamente malos padres o padres ausentes, parece que fuera casi una condición, como en "Carta al padre" de Franz Kafka. Era un exagerado, su padre fue un viejo común y corriente.

¿Cuál es la responsabilidad de ser el último gran poeta chileno?
— Cuando me gané el Premio Nacional me dijeron que era muy joven para recibirlo, una cosa divertida, ¡a los cincuenta años! Yo manejaba en ese tiempo pésimo, pero manejaba. Tenía un papel y lo tiré por la ventanilla del auto. Se me paró una señora furiosa al lado y me dijo: "¡Cómo es posible que un Premio Nacional de Arte en Chile bote papeles en la calle"!. Me dio una indignación, podría haber agarrado el tarro de la basura de la calle y habérselo tirado en la cabeza. A veces tengo que ir a los colegios a decirle cosas bonitas a los niños, lo hago, pero no es que no piense: saben cabros de mierda, de la poesía mejor olvídense, hagan cualquier cosa menos eso, porque lo único que van a sacar es pasarlo mal. El papel de santo patrón no lo soporto, así y todo trato de hacerlo bien.

En otro texto cuestiona la propiedad intelectual, algo que es creado para los escritores en los tiempos de la Revolución Industrial.
— Yo no puedo entender que gente intelectual de izquierda tenga esa fijación con la propiedad autoral de las obras de arte. El gran autor es el lenguaje, el océano de las hablas humanas y allí todo vuelve. Nosotros hablamos porque existió "Residencia en la tierra" de Pablo Neruda, o por César Vallejo, otro gran renovador de la lengua, pero también con el habla de la gente en la micro, todo es el mar general del habla. Nadie es dueño, a lo más es un tendedero. Neruda, James Joyce tienen todo el derecho de plagiar a quien quieran, los plagiados deberían sentirse honrados de alimentar a la pan literatura.

Hay muchas citas en el libro. ¿Que importancia les da?
— Es como el titulo de los poemas, tienen que generar relaciones, tensiones que no puedes colocar en palabras tuyas. Tiene que crear un espacio, una función sintética que no es necesaria una síntesis. Le da otra dimensión a lo que estás haciendo.

Desarrolla una crítica al ensimismamiento de la poesía.
— La poesía siempre ha tenido una relación distante con el público, siempre ha sido oral. Hoy día la poesía la define una actitud, crea un efecto más que una comprensión. Los espacios de lectura son cada vez más complejos. La poesía va a tomar otra forma, casi inimaginable. Por ejemplo, uno ve películas de los años treinta o cuarenta y todo el futuro eran puros laboratorios químicos, no tenían nada que ver con la electrónica. Es muy difícil imaginar cómo será, pero la poesía no va a desaparecer hasta que se muera el último de los seres humanos.


300 ENTREVISTAS

"Un mar de piedras" (FCE) compila las entrevistas que le han hecho a Raúl Zurita desde finales de los setenta hasta el año pasado en Chile, por zonas temáticas. Este libro estuvo a cargo del poeta Héctor Hernández Montecinos, con el que ha tenido una gran afinidad desde su aparición a comienzos de este siglo. La confianza es tal que el Premio Nacional no lo ha revisado: "Me lo mostró, no lo he leído, solo lo he hojeado, porque me da temor meterme. Me parece muy impresionante lo que hizo".

¿Lo piensa leer?
— Me da pudor, es como una vida que no es mía. Es un libro que se construyó paralelamente a mí, que nunca lo pensé. Es como que alguien te cuente tu propia vida. Me produce temor y vértigo. Cuando publico "La vida nueva" y "Zurita" sé lo que estoy haciendo. Esto, en cambio, es como mirarse un espejo y mirar las deformidades tuyas y las que tiene el espejo. No me da vergüenza, y no se me ocurriría corregirlo, con todas sus contradicciones, está dicho.

Una de las cosas que destaca Héctor Hernández en el prólogo es la cohesión en las ideas, pese a que son entrevistas que atraviesan casi cuarenta años.
— Me tomo esto con desesperación, con angustia, con todo. He sido más o menos consecuente de lo que tengo que hacer.

Con trescientas entrevistas deben ser parecidas las preguntas que le hacen.
— Me hacen preguntas parecidas, esta es diferente.

 

 

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EL POEMA IMBORRABLE

Adelanto del libro "Son importantes las estrellas". Por Raúl Zurita.


"Que la crítica borre toda mi poesía, si le parece. Pero
este poema, que hoy recuerdo, no podrá borrarlo nadie"


Todos los libros, incluso el más insulso, tienen una frase inmortal y la arriba citada es la que correspondió a "Confieso que he vivido", de Pablo Neruda. La frase se remonta al recuerdo de una mañana del 4 de agosto de 1939 en Trompeul mirando zarpar un viejo carguero refaccionado con más de dos mil refugiados de la Guerra Civil Española. Es el Winnipeg. Como se sabe, el que este viaje se realizara fue en gran medida obra de Neruda, quien convenció al gobierno de Chile para que les ofreciese a los refugiados que sobrevivían en condiciones límites en Francia y el norte de África, lo que él denominó una segunda patria. Un mes más tarde, el 3 de septiembre, el barco atracaba en Valparaíso abriéndoles efectivamente un nuevo destino tanto a los que llegaban como al pueblo que los acogía. La cita califica esa acción concreta como un poema, más aún, como un poema que, a diferencia de sus otros poemas, nadie podrá borrar. Es el privilegio de la acción, o si se quiere, es asumir la acción como poesía y plantear implícitamente que la vida concreta de los seres humanos es la única obra de arte que merece consideración. Frente al poema como literatura se levanta el poema como existencia y la aspiración máxima de la poesía sería la transformación radical, revolucionaria, de la vida de los seres humanos que habitan sobre la tierra.

Hoy, a cuarenta años de la muerte de Neruda, montañas y montañas de poesía autista, innecesaria, nos corroboran que la famosa sentencia de Nicanor Parra: "Los poetas bajaron del Olimpo", no era el anuncio de una conquista que le devolvía el poema a la vida, sino la denuncia de una nueva deserción, quizá la última. Porque efectivamente los poetas bajaron del Olimpo y dejaron la poesía librada a su suerte. Lo muestran las trazas de una derrota total y la idea de la poesía como agente de transformación del mundo ha caído en el cuarto de los trastos viejos. La poesía, se dice, no tiene la más mínima posibilidad de transformar la realidad, como sí lo creyeron bajo las formas y estilos más disímiles, los grandes poetas de la primera mitad del siglo pasado:  Mayakovsky, Pound, Rilke, Neruda, Vallejo y sus construcciones. Las diferencias entre ellos son abismales pero tienen en común la escala, y obras como "1.000.000", "Cantares", "Las elegías de Duino", "España aparta de mí este cáliz" o "Alturas de Macchu Picchu" parecieran  negarse a reconocer los límites de lo humano. Ese cambio total no se puede explicar solamente con la tan recurrida argumentación del derrumbe de los socialismos reales y de todas las utopías. Dicho en otras palabras, hechos terribles como las dos guerras mundiales, el descubrimiento de los crímenes de Stalin, el derrumbe de los socialismos y una larga cadena de tragedias y decepciones, no logran decirnos el porqué de la miniaturización del poema. Pero, en rigor, los tiempos de la poesía exceden los tiempos de una vida e incluso de generaciones y épocas completas, y lo que pareciera mostrarnos nuestra contemporaneidad: su pulsión de muerte, su violencia, su amor sofocado, es que no hemos salido de la saga homérica como si lo que continuase perpetuándose no fuese sino la furias de sus cantos. Prisioneros de un doble espejismo, creemos leer esa ira cuando en realidad somos leídos por ella.



 

 

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