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Raúl Zurita
«La poesía no derriba una dictadura, pero si se acaba, se acaba la humanidad»
Por Inés Martín Rodrigo
Publicado en ABC Cultural, 7 de noviembre de 2020
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El poeta Raúl Zurita, último premio Reina Sofía de Poesía y candidato habitual al Cervantes, charla con ABC Cultural desde su casa de Santiago, en Chile, y confiesa sentir «pudor» por ser un privilegiado: «Yo nací para luchar por los otros hombres»
En los últimos meses, Raúl Zurita (Santiago, Chile, 1950) ha vuelto a acordarse, con la certeza de que el olvido es imposible, de la época que pasó preso en un barco tras el golpe de Estado de Pinochet. La oscuridad derivada de la pandemia es tan «espantosa» como la que el chileno sufrió entonces, cuando, junto con cientos de compañeros, miraba hacia la escotilla que les mostraba el diminuto pedazo de cielo que les permitían observar. «Ahora no estoy con los dolores físicos, nadie me está pegando una patada, sin embargo la sensación es la misma», confiesa el premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. Durante aquel tiempo de torturas, aislamiento y soledad, Zurita se sintió «comunicado con los seres que no sabían dónde estaba, que me estaban buscando». Y esa extraña, reconfortante y esperanzadora sensación es la misma que se experimenta al leer su poesía, pura, ancestral y reparadora.
—Qué difícil es sentir alegría en mitad de esta pandemia. Es tanta la desgracia...
—Exactamente, es una sensación casi de pudor. Porque, uno está acá, estamos conversando ahora y, sin embargo, en este momento hay gente que no tiene donde estar, sobre todo en Latinoamérica, donde es enorme la miseria y la pobreza.
—¿Cree que los ricos saldrán de esta crisis siendo más ricos y los pobres más pobres?
—Eso es lo espantoso. Sin una verdadera explosión social no se puede, es demasiado evidente la inequidad. Yo creo que un Gobierno no se puede medir por lo bien que están los que están bien. La medida para un Gobierno es cómo están los que están
realmente mal. Prefiero mil veces una sociedad más pobre, pero más igualitaria, que esta sociedad tan ostentosa, pero solamente para unos pocos.
—¿Es la apatía uno de los signos de nuestro tiempo?
—Cada persona lo profesa de una manera tan peculiar... Para mí, es la angustia por este temor a la muerte que nos toca, que es una muerte silenciosa. Hay seres que mueren totalmente aislados, sin nadie que les consuele... Ahora, la muerte es silenciosa, no te deja lugar a un sueño, no te deja nada. Eso es terrible. Ojalá que esos seres humanos crean que están rodeados de sus seres queridos esos últimos segundos, porque, si no, la vida no tiene sentido.
—Y, ante eso, ¿cómo ser optimista? Si se puede serlo...
—El único optimismo posible es que, si esto pasa, seamos un poco más comprensivos, un poco más buenos, un poco más generosos, un poco más solidarios. Ojalá que nos demos cuenta de que hay tantas cosas que no significan nada, que no son nada. Ojalá que seamos un poquito más profundos, un poquito más hondos... El optimismo es muy estrecho, pero sin ese optimismo la única salvación sería el suicidio. Sin embargo, nos seguimos levantando y nos volvemos a levantar por el sueño de un día nuevo. Sin el sueño no puede vivir nadie. Uno puede aguantar veinte horas sin agua, pero no puede vivir cinco minutos sin una ilusión.
—Ya sabe que la esperanza es lo último que perdemos...
—Ojalá. Si no es así, tiene que venir algo y borrarnos de la faz del planeta. Los seres humanos se han hecho tanto daño los unos a los otros... Es casi inconcebible. Que alguien esté escribiendo un poema maravilloso y lo esté haciendo en Auschwitz. Son cosas tan brutales en la Historia. Es posible pensar que no nos hayamos ganado el derecho a la supervivencia.
—Dicen que usted devolvió a la poesía el aliento épico y la grandeza. ¿Qué le parece asociar la épica con la poesía?
—Uno no está en el lugar de valorar lo que hace, porque siempre está en un terreno como oscuro. Alguien que escribe poesía no sabe bien por qué lo está haciendo, es una fuerza muy misteriosa, las voces te ocupan y empiezas a hablar una lengua extraña, que no es la que usas. ¿Qué es más épico que un segundo de la vida de los seres humanos? Épica en ese sentido: el roce de dos manos que reflejan la historia del mundo.
—¿Se pasan los poetas mucho tiempo dentro de si mismos?
—En lo uno y en lo otro paso el mismo tiempo, porque, para mi, el afuera es tan importante... Lo que miro. lo que siento, lo que veo tan doloroso a veces... No me gusta esa especie de poesía autista que sólo habla de si misma, como si en los últimos setenta años en la Tierra no hubiera pasado nada. Yo creo que la poesía tiene que dar cuenta del afuera. Somos abismos que se corresponden con todo. Cuando uno ve las rompientes, es como una metáfora de las pasiones humanas.
—¿Y cómo está ahora su interior, cómo se encuentra?
—Mi interior está un poco desolado con todo lo que está pasando, pero también con una situación de un privilegio que no sé si uno se lo merece. Yo estoy bien, estoy con mi mujer y sobrevivimos bien, porque, si dos personas se quieren, todo está bien. Pero, al mismo tiempo, siento pudor, porque yo no nací para ser un privilegiado en ningún plano; yo nací para estar al lado de los otros hombres, para luchar por los otros hombres y para darme la mano con los otros hombres. Y me da un poco de vergüenza, me siento un poco culpable... Es difícil.
—Con su poesía rompió las fronteras, pero no sólo las de su país, sino las de sí mismo; consiguió que su experiencia
personal tuviera carácter universal. ¿Para eso sirve el arte?
—Yo creo que sí. Si uno es capaz de volcarse hacia sí mismo, pero sin autocompasión, que es un vicio terrible, y sin falsa solidaridad. En el fondo, es como si todos fuéramos metáforas de lo mismo. Somos tan semejantes, y vemos cómo algunos de nuestros hermanos son tan monstruosos... Es como si el poeta en este mundo tuviera que ser la primera víctima, pero también el primer victimario, el primero que entiende el mal. La poesía no puede derribar una dictadura, no puede curar la pandemia, pero si se acaba, se acaba la humanidad. La poesía representa la esperanza, el sueño por el nuevo minuto que viene cuando todo se derrumba.
—¿Esas son las batallas que se libran con el arte?
—Yo creo que sí, porque el arte es también el testimonio de una derrota tremenda. El arte no es pintar cuadros, ni escribir bonitos poemas, sino hacer el mundo algo más decente de lo que es; si no, es un gran fracaso. A mí me gustaría que dejaran de existir las razones por las que uno escribe poesía, porque esas razones son muy amargas. Lo que sucedió en Chile con los desaparecidos, ojalá nunca hubiera tenido que escribir de eso, porque significaría que esas cosas nunca sucedieron. El mundo está feo, está mal, y costaría tan poco hacerlo un poquito más solidario...
—¿Las heridas se cierran?
—Yo no lo creo. Hay que seguir
viviendo, pero hay que conservar la memoria, hay que recordar, sí, claro que sí, no nos olvidamos de nada, absolutamente de nada, es imposible olvidar. Yo me acuerdo de todo, de todo.
—Si los gobernantes defraudan a su pueblo, ¿qué papel le corresponde al artista?
—No hay un papel que le corresponda a un poeta. En el momento en el que le pones un papel, es una coacción, y ahí entran los fascismos. Con una misión en el arte nunca se hubiera podido escribir el Edipo.
—Publicó «La vida nueva» en 1994, y lo hizo con cierta euforia por dejar atrás la dictadura. Pero los años siguientes fueron muy decepcionantes...
—Fueron una gran decepción. Nada de lo que pensé que iba a
ser el mundo cuando tenía 18 años es lo que ha sido el mundo. Pero la decepción forma parte de lo que somos. A algunos nos tocó el papel de soportarlo.
—Pero, ¿cómo se sobrevive con esa decepción tan grande?
—Con mucha pequeña ilusión. Sin ilusión, nos asfixiamos, siempre hay algo, en una mirada, en un cruce de buses, siempre hay algo por lo cual mantenerse vivo. Hay una frase de Purgatorio: «La vida es muy hermosa, incluso ahora». Incluso ahora que está todo derrumbándose, hay algo que es maravilloso, es terrible y es maravilloso. Cuando se pone plana es un aburrimiento fino.
—A sus 70 años, ¿cómo asume su vejez, cómo la afronta?
—La vejez es algo tan inevitable, tan interesante y tan espantoso al mismo tiempo. Hay algo fuerte en esa vuelta a la tierra, algo apasionante, algo que es muy fuerte, muy profundo. A mí me atrae, me gusta, cómo uno se va apagando...
—¿Por qué siente eso?
—Porque el gran temor son las vidas insípidas, para mí. En cada segundo de la vida hay algo increíble. La vejez te trae una serie de cosas que es imposible que las experimentaras antes.
—Si algo ha demostrado esta pandemia, este virus, es que somos una humanidad...
—Eso es lo que más cuesta entender. Somos una humanidad, aunque no nos guste, lo somos. Hay hermanos nuestros monstruosos, de una maldad y una crueldad infinita... Es como una familia, finalmente.
—Pensar en que somos familia de monstruos como Pinochet estremece, la verdad.
—Estremece, estremece, pero lo somos, no vinieron de la nada. Hay algo en el mundo que crea a estos personajes. No echemos las culpas solamente a estos personajes, veámonos nosotros un poco en ellos. Ellos son como las encarnaciones de muchas pequeñas pulsiones que están en todos. Todos podemos ser más o menos así, aunque no lo veamos. Veámonos en nuestras pulsiones, en nuestra propia miseria, en nuestro egoísmo.
—Y, por último, creo que es un gran lector de la Biblia. ¿Qué encuentra en ella?
—Una pureza que se ha perdido. Cristo fue un gran revolucionario: ama a tu prójimo como a ti mismo... Es impresionante. Los Evangelios tienen una pureza y una nitidez... A mí me maravilla. Pero no es lo único que me maravilla, también me maravilla Dostoievski.
UN TERRITORIO LIBERADO
Por Diego Doncel
A Raúl Zurita le gustaría que la poesía fuera como Helena, que mostrara tal grado de belleza que, al verla, los asesinos dejaran a un lado sus crímenes, que el dolor que amenaza a los hombres se mantuviera en un estado de suspensión. Para un torturado como él, para una víctima de los horrores totalitarios de nuestro tiempo, la poesía es la última oportunidad de redención si no queremos precipitarnos por el desfiladero de la locura. Con las quemaduras de la represión haciéndose visibles en su rostro, tomando cuerpo en el lenguaje, Zurita tuvo que crear un estilo poético, un habla desde la cual vislumbrar una posible liberación. Sus poemas, sus libros, son territorios liberados de las costras de un pensamiento demasiado lleno de prejuicios, de represiones, de contaminaciones morales y el hecho de que se hable de ellos como originales, innovadores. tiene que ver con la manera misma de esa liberación. Él vio como pocos que la desmesura del sufrimiento no podía ser dicha desde determinados lenguajes heredados , que necesitaba una nueva saliva, unos nuevos labios. Se dejó guiar por Dante como si fuera su Virgilio en el descenso a los infiernos contemporáneos, tocó muchas veces fondo, arrastró sus heridas por sus versos intentando encontrar un poco de lucidez. En él, como en ningún otro, encontramos esa fractura entre lo desmesurado de la realidad, de la experiencia límite y la pobreza del lenguaje para expresarla. Por eso, Zurita no escribe libros, sino universos, la totalidad o los fragmentos de la totalidad. Recurre a la épica y a la lírica, al lenguaje coloquial y al acordado como literario, a lo mítico y a lo cotidiano, dinamita los géneros y en esos objetos que crea borra las fronteras entre la poesía, la novela, el ensayo y el objeto artístico. Todo desde la más absoluta honestidad creativa.