La memoria de la pérdida en tres poetas chilenos
Gonzalo Millán, Santiago Azar y Eduardo Llanos Melussa
Carolina Merino Risopatrón
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A lo largo de la historia, la crítica ha valorado la Obra literaria desde el punto de vista del Autor (estética de la producción), luego del Texto en sí y, a partir de fines de los años sesenta, del Lector (Estética de la Recepción). Este cambio se debe al reconocimiento de que el ser humano siempre está en un proceso de decodificación del universo, donde él mismo se convierte en un signo que los otros deben leer. De este modo, la lectura no es un acto pasivo, pues en él producimos y procesamos información.
La hermenéutica puede ser entendida como una técnica de desciframiento de lo que está oculto en los textos. En este sentido, reconoce el valor de la intuición. En la base de toda pesquisa acerca del significado de una obra radica la conciencia de que, junto al sentido aparente que ésta manifiesta, existe un sentido escondido que necesita ser desentrañado.
Para esta ocasión en que nos convoca el diálogo con las preguntas de la fe, nos detendremos en la hermenéutica de la palabra literaria. De igual manera que los hablantes “hacemos cosas con las palabras” (Austin, 1955), razón por la cual nuestros enunciados son concebidos como eventos comunicativos o actos de habla, los creadores literarios fundan nuevas realidades a través del verbo. En este gesto, el poeta-poiéta- es un creador, un hacedor, un demiurgo que al nominar revela el mundo. En palabras de Octavio Paz (1992):
Poetizar consiste en primer término en nombrar. (p. 67)
A pesar de esta cercanía, podemos constatar que en la poesía chilena actual, se advierte que Dios –en palabras de Alberto Toutin (2007)-“no es una realidad del orden de las certezas inconmovibles, sino más bien del orden de lo huidizo, de lo que en algún momento está presente y que luego se ausenta, que se manifiesta y se oculta “. En el trabajo citado, el profesor Toutin acierta al decir que para muchos escritores, Dios es aquello que se puede perder u olvidar. Pero es precisamente la memoria de este olvido la que, de manera paradójica, se constituye en el último vestigio de una presencia ahora ausente.
El propósito de este estudio es realizar, desde la Estética de la Recepción, escuela que recupera el tercer vértice del triángulo Autor-Texto-Lector, un análisis crítico de la obra de tres poetas chilenos, adscritos a promociones diferentes, habitantes de espacios diversos, pero que comparten preguntas y reclamos. Nuestro desafío es verificar la memoria de esta pérdida u olvido de Dios.
Estética de la Recepción
Dentro de los modelos que ofrece la crítica literaria para enfrentarse a la comprensión del significado profundo de la literatura, Blume y Franken (2005) distinguen dos grandes grupos: aquellas propuestas metodológicas centradas fundamentalmente en el lenguaje de la obra literaria, y un segundo grupo que se inscribe dentro de los estudios sociales y culturales. Aquí podemos insertar la Teoría o Estética de la Recepción que se centra en el sujeto receptor e intérprete hermenéutico del texto.
La cuna de esta corriente hay que buscarla en la Escuela de Constanza, que en 1967 postula la “fusión de horizontes”, propios tanto del texto como del lector. De acuerdo a Wolfgang Iser, el crítico “en vez de descifrar el sentido, debe explicar los potenciales de sentido de los que dispone el texto” (Citado en Blume y Franken, 2005, p.25)
Algunos de sus principios generales son los siguientes:
-Todo texto induce, de alguna forma, el modo de lectura que se hace.
-Todo texto condiciona la acogida que tendrá de parte del lector (“recepción”).
-El lector procesa lo escrito en el texto, pero, a la vez, es afectado por el texto leído.
-El texto es una formación esquemática con áreas de indeterminación. En él se encuentran: brechas, fisuras, rupturas, ambigüedades, indeterminaciones, vacíos, espacios en blanco.
-El lector participa de la producción del texto cuando determina lo indeterminado.
Wolfgang Iser, el exponente más conocido, se preocupa por la relación dialéctica entre texto y lector, desarrollando una fenomenología de la lectura y alejándose de una postura culturalista o historicista. Sostiene que el texto solo desarrolla su efecto cuando es leído (acto de concretización) y que ese proceso le permite convertirse en obra. Además considera que el rasgo distintivo de la literatura es la indeterminación textual.
Todo texto incluye puntos de indeterminación, cuyo contenido indefinido debe ser especificado por el lector. El sentido de un texto resulta, por tanto, del diálogo planteado entre el lector implicado –que se establece a partir de las estructuras del texto que invitan a ciertas respuestas o lecturas determinadas- y el lector real, quien trae sus propias experiencias y competencias al momento de leer. Así la lectura permite una constante revisión de la propia experiencia del lector y de su visión de mundo. Esta perspectiva presupone que un texto no existe solo por sí mismo, sino que está determinado por un universo de referencias extratextuales.
Para la Estética de la Recepción la complejidad de un texto se encuentra en lo no dicho y de esta manera se ofrece para que alguien, un lector modelo o implícito, que no siempre concuerda con el lector real, lo actualice y se haga co-creador.
Aplicación del método
Gonzalo Millán (1947-2006), Premio Pablo Neruda, se rememora, lee y estudia como una de las voces poéticas más lúcidas de la generación del 60 y puente hacia la siguiente generación. Autor de una obra de gran valor y reconocimiento nacional e internacional, se inicia en 1968 con Relación Personal. Sus últimos años los dedica a trabajar en una trilogía (Croquis) de la que se alcanzaron a publicar Claroscuro (2002) y Autorretrato de memoria (2005). Gabinete de papel (2008)-en rigor el segundo del conjunto- no alcanzó a ver la luz antes de la muerte de su autor, acontecida en el año 2006. Al año siguiente se publicaron póstumamente sus memorias, Veneno de escorpión azul, un diario de vida y muerte que inició cuando supo que padecía de cáncer al pulmón y finalizó cinco meses más tarde, pocos días antes de partir.
Gonzalo Millán es considerado uno de los poetas más intelectuales de la generación de autores chilenos nacidos en los años 40. Construye con su palabra una poesía antirretórica, austera y reflexiva. Aquí la voz es sustituida por la mirada que reemplaza la intromisión del sujeto creador y hablante, por una descripción que busca retratar al modelo deseado con exactitud, precisión y fidelidad.
Si en Claroscuro, el poeta presenta su mirada poética sobre las pinturas de Caravaggio y Zurbarán, en Autorretrato de memoria se concentra en imágenes autobiográficas. Para efecto de esta investigación, he optado por este último y por Gabinete de papel.
Los géneros literarios funcionan como horizontes de expectativas para los lectores. De esta manera, la lectura del texto nos plantea interrogantes cuyas respuestas pensamos encontrar en él.
Autorretrato de memoria nos introduce desde su título en el ámbito de las imágenes. El libro se inicia con el epígrafe “Todo pintor se pinta a sí mismo.”, frase atribuida a Cosme de Médicis, según Pérez (2007). El autorretrato constituye un género tradicional dentro de la historia de la pintura. En su inmovilidad anticipa, a la vez que conjura, a la muerte. Busca la permanencia, una suerte de aparente inmortalidad, conseguida a costa de detener o “congelar” un momento el flujo de la vida.
Si “todo pintor se pinta a sí mismo” todo poeta se escribe a sí mismo. Millán siempre estuvo vinculado a las artes visuales. Además de escribir poesía, incursionó en la fotografía y la pintura. Su última trilogía examina la relación entre poesía y pintura. Allí construye un discurso poético donde comprime la frase: decir lo máximo con el mínimo de palabras. Reconoce tener una memoria “eidética” (más espacial que temporal) que lo acerca a la imagen plástica. Como los medios de comunicación nutren la imagen, surgen entonces las referencias intertextuales al cine y la pintura.
Los poemas de Autorretrato de memoria se articulan en torno a un motivo central: la muerte que deja atrás la infancia. La muerte-una calavera “vestida con largas ropas de mujer”- de la que cuelgan collares de dientes de leche.
Hoy todo se difumina como los contornos de las figuras en las fotografías. Se esfuma la imagen con los años, se empaña la línea. En medio de esta constatación surge-como en una instantánea- la fuerza del amor que “me abre los ojos/Y destapa los oídos”, anulando el caos del vacío.
Para Alejandro Zambra (2005) esta es una autobiografía de miles, sin egolatría, un recuento de los diversos seres en el que el yo se ha repartido, cuya forma de aparecer es la ausencia. En estos autorretratos caben también otros ojos, narices, bocas, orejas y pelos: [1]
No vengo de la unión de dos cuerpos
Procedo de muchos y voy hacia ellos.
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Somos uno solo sin nombre y sin rostro.
Aquí me llamo Miles.
De esta forma la poesía de Millán trasciende los dolores individuales y se abre a acoger otros clamores. El propio autor declara en una entrevista (Guerrero, 2006) que “…no creo que la literatura sea para crear una identidad sino para dispersarla” (p. E13). .Por ello es coherente que el poemario se cierre con Autorretrato en el laberinto de la catedral de Amiens donde el hablante exhibe sus búsquedas identitarias. El motivo del viaje adquiere aquí nuevas connotaciones Es un paralizado peregrino que no conoce su punto de destino. Se sumerge en la confusión del laberinto-“la encrucijada prohibida y permitida al hijo errante”- que lo hace hasta dudar de lo vivido:
No sé si voy o vuelvo de Santiago.
No sé si alguna vez estuve en Tierra Santa.
O lo soñé de rodillas.
Los versos finales nos plantean la apertura a una creencia religiosa que no había aparecido en los textos precedentes. En nuestro acto de concretización detectamos que estos autorretratos nos hablan de la búsqueda de Millán por reencontrarse en las imágenes de una infancia que aquí no se rememora con la nostalgia del paraíso perdido.
En el libro Gabinete de papel vuelve a explorar el vínculo entre la poesía y la imagen visual. Para Pedro Gandolfo (2008), en esta obra de pronto el objeto plástico, la imagen visual-frecuentemente pinturas- es sólo un pretexto a partir del cual la imaginación poética sugiere otros temas. En otros casos, sí hay descripción de objetos (fotografía, grabado, recuerdo), pero esta pierde su materialidad para asumir un carácter íntimo y melancólico.
Aquí son escasas las alusiones al tema religioso. El autor merodea en torno a imágenes divinas .Transitamos desde la negación del sacrificio del Mesías
Y están mirando fijamente
El Santo Grial sin reconocerlo
En las rojas copas con gelatina coagulada.
Al Cristo naranja (Maurice Denis), emotivo retrato de un Dios sufriente a manos del propio hablante.
Tu Cristo es tan azafranado
Y pelirrojo, tan pecoso como tú.
Tiene ojos de mora como tú.
Ojos que me miran
Tan mansos y amorosos
Que vencen mi lanza y cansan mi látigo.
Aún, así, el primer sentimiento de abandono- leitmotiv de Autorretrato de Memoria- persistirá hasta el fin. En Veneno de escorpión azul, el poeta afirmará: Una nueva orfandad, la muerte: otra reunión en ninguna parte (p.212).
En la agonía no hay recriminaciones explícitas a Dios. A veces se implora consuelo y otras existe un reconocimiento de la necesidad de una fe que escasea. La muerte es concebida como un viaje que podría acabar en la ausencia y el olvido:
¿Qué será de mí? Creceré supongo después de la muerte. Pasará el tiempo y seré olvidado y recordado. El tiempo y el espacio a medias tendrán la última palabra, penúltima palabra (p.211).
Nos preguntamos entonces: ¿Quién tendrá la última? Confiemos en que este espacio en blanco en el texto/ vida de Millán haya sido completado por la presencia amorosa del Padre.
Santiago Azar (1976) es poeta y abogado y reside en la ciudad de Talca. En 1997, edita su primer libro El Pez Inquieto que reúne poemas escritos entre los 15 y los 20 años. El año 2000 publica la obra Canto a la Colorina y otros poemas y en el año 2004, su tercer libro Inventario Solemne.
Los poemas de Santiago Azar configuran un mundo donde cohabitan el amor, el deber con la justicia y los que lloran, el tiempo feliz de la niñez, la compañía de los amigos, el futuro incierto...
Poesía armada con honestidad y compromiso, que se empapa de emoción y vehemencia para testimoniar, a la vez que articula un discurso claro, comprensible para cada lector, porque para el artista la literatura no puede renunciar a la universalidad. (Conversaciones con el autor).
Santiago Azar cree en la poesía y le agradece, y esta opción marca su trayectoria poética y vital. En su palabra caben las voces de los ya muertos y de todos los que construyen la vida.
A lo largo de tres publicaciones nos va guiando desde la desmesura de la adolescencia y los primeros escarceos amorosos a un discurso comprometido con los dolores y expectativas humanos, consciente ya de las propias fragilidades.
He tenido la oportunidad de conocer la obra completa del autor y haber estudiado sus poemas, desde los tiempos de su primera juventud hasta los de su madurez (sin duda, aún en formación).
En El pez inquieto es posible identificar al autor con el título del poemario. Santiago Azar, su creador, es el pez inquieto que hace temblar la inmensidad del océano con su poesía. Este empeño lo condena a los ojos de los demás; para ellos es un mal nacido, el ateo que corre por fuera de las iglesias, un irrespetuoso de las campanas del Domingo; canalla, patán perezoso. Un joven que no cree en los discursos políticos y religiosos. Un irreverente soñador que capitanea los rumbos de aquellos por quienes es responsable.
En los versos se advierte una contradicción: el poeta no sabe si llamarse loco o sensato, bestia o humano: porque pertenezco al infierno, pero regalo el cielo. Tal vez sea la paradoja propia de las búsquedas adolescentes por descubrirse y definirse a sí mismo.
Dirá:
Hoy no creo en las tumbas,
ni en las lágrimas que podemos encontrar
cuando termina una misa
(La Resurrección)
El universo temático de El pez inquieto incorpora además motivos como el amor que devora y conduce al naufragio; la añoranza del tiempo de la niñez, donde cobran especial fuerza las figuras amorosas de la abuela y de la madre; la nostalgia de los amigos, compañeros en los sueños, algunos ya en los dominios de la muerte.
En su última obra Inventario Solemne reencontramos los antiguos tópicos desarrollados con nuevo vigor y desde una óptica más madura, porque hoy las preguntas se vuelven hacia uno mismo: las distintas muertes; la imperiosa inutilidad de la palabra poética que, sin embargo, asume el desafío de hablar por los que no tienen voz.
A veces, la muerte se revestirá de sacrificio, como el poeta crucificado por su vocación. Colgando entre el obrero (Buen Ladrón) y el poderoso (Mal Ladrón) que lo fustiga para que se salve a sí mismo y a los otros condenados como él.
El poeta se define militante entre el cielo y el infierno. Su cielo no lo ocupa Dios (no entiende la fe del incrédulo y pide voluntarios para ver si Dios existe), y su infierno lo padece en la tierra. Nuevamente se empapa de un No pertenezco, es mediador en permanente tensión.
El cielo se encuentra en la fuerza de amor, ante el cual hasta la muerte es vana. Mientras haya recuerdo, el corazón seguirá vivo.
Santiago se reconoce como un hombre no creyente, sin embargo, escogió para esta investigación algunos textos inéditos- que pertenecen al libro El imperio de la inocencia de próxima publicación- en que el diálogo con Dios se hace presente: ya sea en la apelación directa, (Altísimo!.../ven a echarnos una mano), en la recriminación ante el engaño (No me vengan ni con la paloma de la paz/ni con el vuelo perfecto del ave celestial./ La cosa está más o menos clara: Nos han engañado desde los comienzos de los tiempos) o en la constatación desencantada de su ausencia (Sabido es que ya no hay cielos y los infiernos sin dios los regalan en cada esquina).
Quisiera compartir el poema Plegaria de un agnóstico, desgarradora invocación a Dios para que se conmueva ante los efectos demoledores del 27F en nuestro país.
Altísimo! o como quiera que te llamen los parroquianos,
ven a echarnos una mano con esto de los desastres y los dolores.
Hace sólo unos días que casi cerramos el telón de esta función por dentro
y los gritos de tus hijos se esparcían por encima de la tierra
como un gran racimo de tristezas hinchadas al morir.
Perdona mi confianza, nunca nos han presentado personalmente,
pero efectivamente dijeron que recurriera a ti si estaba desesperado
o que elevara una de tus oraciones en el salón de los lamentos.
Lo cierto es que prefiero la comunicación en directo
sin autógrafos y luces de neón esparcidas por el espacio.
Empecemos por un café o con más tiempo alguna copa.
Pero dejemos de lado los efectos especiales, la tecnología
y toda posibilidad de apariciones y otros tantos milagros.
Sucede que parece que se nos está acabando la cuerda de este martirio
y toda esta tierra redonda se derrama entre los dedos
como si fuere el fin de los tiempos.
Saco la cabeza por la ventana y miro esta ciudad destruida
como tragada por el odio del más infame.
y aunque dan ganas de pararse en medio de la calle y sólo llorar,
la verdad es que si te viera de frente no sabría qué decirte.
Me aleja incluso el tutearte,
pero la verdad es que la situación es grave.
Nos estamos derrumbando por dentro
y contra eso no hay mucho que podamos hacer.
Si no nos echas una mano pronto
no nos quedará más que prender estas torpes velas
poner sobre cada muerto una de tus fotografías
y seguirte copiando el ejemplo:
mirar de lejos el fin de nuestras existencias.
En el texto, leemos un deseo de aproximarse a ese Dios al que otros invocan, de manera directa, sin estridencias. Sin embargo, este intento, atisbo tal vez de una fe incipiente, al concluir la plegaria se estrella con la más feroz de las constataciones: un Dios indolente que no se compadece del sufrimiento de sus hijos.
Entonces se comprende que el poema A modo de ayuda para el último suspiro acabe con los siguientes versos:
Tome vuelo, respire profundo
y haga arcadas con la eternidad.
Desde nuestra mirada como lectores reales e implicados en el texto, en busca de actualizar los potenciales de sentido que este presenta, no podemos concluir que el poeta se cierre a la apertura a la fe. Y podemos hallar una esperanza en los versos de Paréntesis, donde el hablante agotado y solo en su lucha, ya no asusta a nadie con los disparos de fogueo en medio de la noche ni con el traje de vampiro con los dientes desafilados. Entonces dispara a su sien agobiada de la que brotan las letras de su nombre
para decirme buenas noches
tal vez mañana sea otro día
tal vez mañana volvamos a nacer nuevamente.
Nos atrevemos a aventurar que quizá ese paréntesis pueda albergar la fe que hoy escasea.
Eduardo Llanos Melussa (1956), poeta y psicólogo chileno, profesor universitario y ensayista, es un destacado miembro de la promoción del 70, la generación del Contra/Golpe, según su propia denominación, y un hito para la poesía de este grupo. Autor de Contradiccionario (1983), demoró veinte años en reunir sus poemarios inéditos, en una segunda publicación: Antología Presunta (2003) que incorporó el único volumen publicado.
Para el autor, la escritura es una herramienta para rastrear el sentido. Empresa que a veces le revela la inutilidad de su tarea poética, y que otras le permite tematizar sus propias contradicciones. Una de ellas es su creencia religiosa.
Psicología evolutiva
En mi adolescencia me declaré ateo,
luego me torné agnóstico
y después creí que era creyente.
Ahora tengo serias dudas respecto de mis dudas,
pero no sé si estas dudas son realmente serias.
El uso del retruécano no es gratuito. El poner a continuación de una frase otra en la que están los términos invertidos, logra que el sentido de ésta última contraste con la anterior. Más que con una intención retórica, la figura es empleada para presentar a un hablante todavía dubitativo cuya lucidez le permite distanciarse de sus contradicciones y articularlas.
En opinión de Ernesto Livacic (1995), la poesía de Llanos va en busca de la recuperación de la fe : “...asómate y convénceme del sentido de la vida” (1983, In memoriam).
Para abordar la recepción de su obra, es necesario aludir a mis experiencias anteriores como su lectora y exégeta. Al privilegio de haber leído la obra completa del autor y analizado muchos de sus textos, se suma la donación de once poemas inéditos seleccionados especialmente para la elaboración de esta ponencia. En trabajos anteriores vinculados con la Literatura y la Fe, abordé la figura del Padre y las huellas del Paraíso. En esta oportunidad, me centraré en intenta desambiguar y resolver las indeterminaciones en torno a la creencia religiosa del autor.
El hablante de Contradiccionario y Antología Presunta presenta un yo en indefensión existencial, que se debate entre el cielo y la tierra –un disidente en la tierra-que camina hacia el hallazgo de su filiación en el encuentro solidario mediatizado por el amor. Un náufrago sin isla ni madera, un engendro de Caín y Abel.
En la obra de Llanos se advierte-en el tiempo- el tránsito desde un sentimiento de orfandad y desamparo a la sospecha de que hay algo/alguien a quien no es indiferente el destino de los hombres porque
así , desde lo alto,
algo me traslada adonde quiere
y cuando quiere.
(Sábado de labranza)
En sus primeros poemas rogará:
RUEGO
Jesús, ayúdame
No doy más: soy un huérfano.
Muéstrame al Padre.
Esta experiencia de abandono lo sitúa como un niño indefenso que pide ayuda:
Y quedo ahí, de cara a las estrellas.
Anhelando que baje un dios a consolarme,
porque también soy un niño que solloza en la noche.
(Invisión)
En otro texto, el hablante, un nuevo Moisés, se pregunta:
Pero, ¿no es mi esencia ese niño
que navega río abajo en su cuna de mimbre,
sin más cielo que la mirada de Dios, insoladora?
(Remolino)
Un Dios que a veces sonreía tras las nubes rojizas de la infancia y cuyas sonrisas son como pepitas de oro entre las piedras. Ese Dios que cuando más se necesitaba no mandaba señales, hoy está más próximo a cumplir con su rol. Hoy envía telegramas o e-mails a través de los truenos y relámpagos, en un intento por comunicarse con el hombre:
Caen estrellas
Como cartas del cielo.
Y Dios las firma
(Firmamento)
El poeta reconoce que “con el paso del tiempo y después de ciertos sufrimientos, he ido acercándome cada vez más a la certeza de que Dios existe...Hoy estoy seguro de la necesidad de articular la ética cristiana, el desarrollo personal, la ecología y el anhelo del comunitarismo (no comunismo)”. (Entrevista con el autor)
Entonces, la siesta de Dios, percepción compartida por su generación poética, comienza a tener fin. Según la interpretación de Ernesto Livacic (1995), la crisis de fe del yo poético no sería intelectual sino personal. Llanos quiere encontrar en el contacto con Jesucristo, Dios y el hombre, la clave para triunfar sobre el dolor y la muerte. Su sentido de fe es inseparable de una vida consecuente .
ORACIÓN
Dios mío, concédenos
realizar nuestros sueños
sin jamás convertirlos
en pesadillas del prójimo
Según Nial Binns (2003), Llanos ha abierto el espacio poético a los transeúntes anónimos. Su voz de apasionada denuncia se tiñe a menudo de elementos religiosos para enfrentarnos al rostro de la miseria y las brechas escandalosas de nuestra América:
Ahora mismo, por ejemplo, cuando el animador
cambia el tono de voz como si promocionara pasajes
rebajados
para dar la vuelta al muslo en ochenta segundos,
uno aterriza sobre ningún paraíso, sino sobre el barro
de un Tercer Mundo que espera todavía al Gran
Alfarero.
(En busca de la beldad)
Poemas escritos tardíamente dan cuenta de que la primera impresión de un Dios que no interviene, va quedando atrás en su camino hacia el encuentro de la fe:
La Cruz
De la cruz del hijo del carpintero
quedan dos maderos a la deriva:
bastan para aferrarse a ellos,
bastan para salvar la vida.
FRACTAL[2]
Hay un dios que nos ama
como el árbol ama hasta la más pequeña de sus raíces.
Hay un dios que nos ama
como el árbol ama cada una de sus ramas,
como ama cada rama sus frutos
como cada fruto ama su semilla,
como esa semilla que muere
para abrir paso a la vida.
Hoy los vacíos se completan con las certezas. El poeta es un discípulo que llega a ofrecer su propia palabra para dar la Buena Noticia
Oh Dios, hazme labriego
en el desierto sin fin de las palabras
para que tu semilla germine
y puedan otros saborear tus frutos.
(Palabranza)
Esos otros son los pobres de Latinoamérica que no se cansan de clamar a Dios en la espera de que escuche sus cantos, como en el bellísimo poema Praia Dos ossos que cierra la muestra:
Cae la noche en Praia dos Ossos,
mientras los fieles de la Iglesia Metodista
cantan a capella el aleluya.
Como los pajarillos que al amanecer
piden al sol que los entibie,
así estos fieles bañan de fervor
el alma de todos los que escuchan.
Saben bien que “ora dos veces el que canta”
y confían en que sus palavras da glorificação
conmoverán a Dios más temprano que tarde.
Por eso no reptan hasta los estelares de la televisión
ni disputan a codazos una primera plana.
Simplemente, cantan en medio de la noche
para que algún día sus barrios estén libres
de drogas, de delitos, de miseria.
Y quizás Dios los escuche al fin
cuando todos nos sumemos a sus cantos.
Finalizamos este trabajo en la esperanza de haber dilucidado, en parte, la memoria de la pérdida u olvido de Dios en la obra de tres reconocidos poetas chilenos. Desde la indiferencia a la nostalgia, en los poemas finales de Gonzalo Millán; pasando por el reclamo dolido y aún dubitativo de Santiago Azar, llegamos a Eduardo Llanos y las huellas de una confianza proclamada junto a los pobres y sencillos de nuestra América Latina, que solicita con urgencia respuestas que solo pueden volverse nuevas a la luz de la fe en Jesucristo.
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Bibliografía
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[1] Por ello Alejandro Zambra titula acertadamente el texto de presentación del poemario como “Autobiografía de Miles”.
[2] fractal. m. Fís. y Mat. Figura plana o espacial, compuesta de infinitos elementos, que tiene la propiedad de que su aspecto y distribución estadística no cambian cualquiera que sea la escala con que se observe. U. t. c. adj.