Que Sergio Hernández no se  gane ningún premio
        Por Santiago Bonhomme
        
        La primera vez que hablé  con Sergio Hernández, yo tenía 18 años. Lo llamé por teléfono muy aterrado, él  era un poeta importante, había escuchado hablar mucho de él, por cierto tenía ya  alguna lectura de sus textos. Le dije: Don Sergio, lo llamó con la intención de  conocerlo, también (muy avergonzadamente) de 
mostrarle mi promisorio y  adolescente material literario, según yo “literario”. Cómo te llamas dijo,  Santiago Bonhomme, cómo, Santiago Bonhomme respondí, (muy convencido de mi respuesta)  pero ese es tu seudónimo me dijo, no, le respondí (más convencido), es mi nombre  de pila, el del carnet añadí, parece seudónimo subrayo el poeta. Entonces  aclarada la confusión de mi nombre ya tenía día y  hora para conocer al fin a Sergio Hernández. Debo  precisar que estaba muy nervioso y emocionado, no era para menos, imagínense,  yo un desgarbado y tímido aprendiz de poeta cargando bajo del brazo una  selección de mis poemitas, dispuesto a aceptar el juicio de un lírico mayor de  las letras chillanejas. El juicio me dejó tranquilo, fue muy amable, pero  tajante a la vez, de ahí en adelante comenzó una buenísima relación con el  autor de “últimas señales”.
        Hace unas horas me enteré  del resultado del premio nacional de literatura, se lo dieron a  Efraín Barquero, poeta radicado en Francia  hace tiempecito ya, uno de los baluartes de la famosa generación del 50 en  Chile. Dicen los más románticos que con el premio a Barquero se viene a  ajusticiar a toda esa generación (incluido Hernández), y especialmente a uno de  los más importantes de ese montón de poetas, hablo de Jorge Teillier, como a Teillier  nunca se lo dieron, es una piadosa forma de desagravio entregárselo a  Barquero. Que caritativa imaginación tienen  algunos, no.
          
          Pero centrémonos en el premio nacional para  los chillanejos. ¿Qué significado tenía para nosotros? Este año Sergio  Hernández fue postulado por algunos fanáticos, devotos de él, entonces había un  poco de expectación en el juicio final que entregaría el jurado, todos sabíamos  en el fondo que era prácticamente imposible que Sergio Hernández ganara, pero  siempre almacenamos la esperanza de un milagro, en una de esas se lo ganaba y  cambiaba todo, no sólo para nuestro poeta Chillanejo, el cual ya nunca más tendría  apremios económicos, sino por todos los autores relegados a la provincia  literaria Chilena, un animo de hacer justicia y descentralizar el tan anhelado galardón.  Nada de aquel sueño pasó, todo continúa exactamente igual.
         Ya más sagaz y más conciente del resultado,  siento una notable satisfacción por la derrota de Sergio Hernández, me  entusiasma de sobremanera saber que todo permanecerá igual y seguiremos guardando  en Chillán  uno de los mitos vivientes de  la poesía chilena. Para mi esa es la justificación más grande para no otorgarle  el premio nacional a Sergio Hernández, la libertad y el mito se conservaran  intactos, aunque ya Sergio Hernández de cierta forma, fue expuesto a la opinión  pública de la ciudad y porque no decirlo, a la del país literario. No quiero  caer en cursilerías diciendo que el mejor premio que se le puede hacer a Sergio  Hernández es leerlo, no por favor, que no se gane ningún premio, que continué  igual, que siga caminando por Chillán de noche, que siga almorzando todos los  santos días en el mercado, que sigan las especulaciones sobre su sexualidad,  que siga quejándose de todo y de todos, y que pocos lo lean, total, muchos  sabemos bien que Sergio Hernández en el fondo ambiciona eso y nada más que eso.