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LO REAL MÁS ALLÁ DE SÍ MISMO:
TRANSTIERRA, DE SERGIO BADILLA
Por Antonio Daganzo
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Pocas controversias habrán resultado –y resultarán aún- tan fértilmente sugerentes en el universo de la poesía y los poetas como la despertada en torno al concepto de “realidad”. ¿Se defiende o se subvierte la realidad en la lírica? ¿Es factible la articulación cabal del realismo en el moderno discurso poético, caracterizado –más o menos conscientemente, más o menos explícitamente- por la necesidad del hallazgo, de la revelación que enaltece la realidad circundante, visible, sensible? ¿Sigue posibilitando el surrealismo la precisa apertura de la jaula de los sueños cuando cada metáfora, cada imagen, ya no tolera hoy el efectismo gratuito?
Por encima de históricas categorías heredadas, la concienzuda reflexión estética del sobresaliente escritor chileno Sergio Badilla (Valparaíso, 1947) viene proponiendo, desde los años 80 del ya pasado siglo –y no sólo para la lírica de su país- la original solución del “transrealismo poético”. A propósito de tal formulación, ¿cabrá incidir en la importancia sempiterna de la etimología? Porque el prefijo “trans” nos remite al significado doble de lo que está al otro lado de algo, sí, pero también al viaje a través de ese “algo” que se quiere superar. En este sentido, el nuevo poemario de Sergio Badilla, titulado Transtierra, supone el singular apogeo de una estética bien definida –capaz de conjugar “transrealidad”, “transtierra” y “transtiempo”, podría decirse-, a la vez que el aquilatamiento de una frondosidad estilística muy propia.
Conviene aclarar desde el principio que la transrealidad, según Sergio Badilla, no implica licencia alguna, en lo que a los versos propiamente dichos se refiere, para metafísicas febriles o desvelos filosofales. Toda esta poesía parte y se nutre de los más variados elementos de la realidad, como no podía ser de otro modo habida cuenta de la inquietud espacio-temporal de un sujeto poético capaz de adoptar incluso, en significativos incisos, las lenguas de las historias y geografías aludidas. Ancho y rico discurso, pues, del que no ha de extrañarnos su positiva valoración del poema extenso, su gusto por el versículo –con exacerbadas muestras como los poemas XVII, “Hijo de Sión”, o el XIX, “Origen de las especies”-, y su escritura torrencial en ciertas escogidas ocasiones; en puridad, todas aquellas que le permiten al autor engastar en la precisión y minuciosidad expresiva sus mayores logros como ensamblador de visiones y planos.
A la manera de centro solar para los veintinueve poemas que conforman el cosmos todo de Transtierra, se alza el poema XIV, titulado, de forma muy reveladora, “El panegírico del fuego”, donde leemos: “La extrañeza sacude la fragilidad de mis huesos y así / salto al vacío como un ansioso que evita la cercanía / de la muerte.” Y ello a pesar de que la vida, como se dice más adelante, “es torcida como camisa de fuerzas de un orate” o “encorvada como el espinazo de un longevo capitán de barco”. Pero he aquí la estatura ética de la obra: si el “hombre inmaculado” resbala “lentamente hacia el abismo”, tal se afirma en el poema XXIV, “Estalla Sirio en un rincón del ojo”, dicho abismo o vacío no supone la claudicación silenciosa del ser humano ante su condición efímera, ante la constatación de lo estéril de su pasión vital. No importará que la razón siga haciendo “piruetas arrimándose al absurdo”, como se reconoce en el poema XXVIII, “Esa foto en tonos sepia”. El sujeto poético de Transtierra, en representación de todos los seres humanos, continuará tamizando la experiencia –la suya y la de otros- a través de la memoria y su ejercicio, y llevando lo real más allá de sí mismo con el fin de dotarlo de su auténtica significación, lejos de una concepción unívoca de la materia, el espacio y el tiempo.
“La sombra de la muerte navegando en su galera”: así define la “transtierra” el último verso de la obra, en el marco de un poema cuyo título de “Esa tierra cenicienta” nos evoca forzosamente la desolación de aquella Tierra baldía de T. S. Eliot. Pero si una enseñanza yace bajo la Transtierra de Sergio Badilla es que el individuo, desde su profunda e irrevocable soledad pero también desde su panegírico del fuego, saltará siempre al vacío para nunca dejar de descubrir el interminable juego de espejos que le acompaña, el retrato múltiple de sí y de los otros gracias al cual se constata el feroz caleidoscopio de la vida, o lo que es lo mismo, la radical polisemia del hecho y del discurso poético.