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Transtierra y Transrealidad

Por Sergio Badilla Castillo
Presentado en el Simposio Internacional
Poesía v/s Filosofía, Universidad de Texas A&M. 11 y 13 de abril 2013

 


 

 

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Si los seres humanos somos entes cualitativamente contradictorios, colmados de dudas y de cavilaciones;  los poetas somos individuos paradójicos, excesivos y muchas veces quiméricos por culpa de  la lengua que usamos y profanamos.

No hay lenguaje sin paradoja, ni paradoja que no intente derramar su incoherencia en el lenguaje, siendo la paradoja un concepto inexplicable y disímil para aquello que lo contextual juzga verídico o lo que la pluralidad considera, supuestamente, legítimo.

La paradoja, es el espejismo que surge, generalmente, por la falta de hipótesis capaz de describir los comportamientos extremos, que de por sí, no son prácticos, ni coherentes con la experiencia racional de la mente humana en el mundo real.

La paradoja no se adapta, ni adopta la malla conceptual aristotélica de la civilización que nos acoge desde el principio de los siglos y que define esta cultura occidental.  La paradoja es de presocráticos o de seres contradictorios por sus imaginarios o mentes alucinadas.

Respecto a esto quiero apuntar, que mis estudios empíricos sobre caracterología, en la sociedad post industrial, fundamentalmente en Latinoamérica, me permiten señalar, que los seres humanos tendemos a adaptarnos, con cierta facilidad,  a las estructuras de dominación, aceptando,  sin mayores exigencias,  nuevas formas sofisticadas de manejo, donde: lo extravagante, lo extraño, lo paradójico, lo escatológico o lo vulgar, incluso pueden llegar a dominar  nuestra circunstancia cotidiana.

En este acontecer, al margen del origen,  sexo o condición de la persona individual; lo importante es la notoria necesidad de conciliación psicosocial  con el contexto, es decir, en este fenómeno reiterativo de instalación individual, incluso, más palpable en el presente siglo, lo medular es  la inclusión  que se efectúa por medio de diversos mecanismos síquicos, que van desde la aceptación, ad infinitum, de lo que podemos haber,  de lo que hay, de lo que existe en nuestra materialidad disponible, hasta  la apatía maquinal,  a la que he denominado Principio de Concordancia Paradójica.

De allí que me atreva a postular, tomando en cuenta mis propias observaciones de campo, que es el contexto el que nos ampara y nos envilece, o sea, el paisaje en donde se moviliza y se expresa y se sorprende  el lenguaje creativo como sujeto supuesto, porque,  ese contexto ineludible y aparentemente ecuánime, al mismo tiempo que está perneado de códigos lingüísticos, virus semióticos que portan el arbitrio ideológico y  los estereotipos de la lógica y sus apotegmas de la sapiencia de moda, es un elemento vinculante que nos otorga impositivamente la calidad de pertenencia o de sujetos lingüísticos válidos. Dicho de otro modo, por una parte, nos transforma en seres contextuales a través de la aceptación  de ese lenguaje formalizado de manera tutelar; y por otra, nos resta individualidad  al obligarnos a conciliar con él, para hacernos válidos en el contexto.

De allí entonces que los poetas, como decía, somos seres paradójicos  que en la porfía de intentar zafarnos del contexto, terminamos como espectros desquiciados, como espíritus heterogéneos que, aún así, continúan la búsqueda del supuesto estético perdurable, el que a través de la percepción de los sentidos, de “ éstos” desquiciados heterogéneos,  se expresa en texturas sucedidas, en secuencias de representaciones figuradas o en discursos alegóricos sempiternos. Para afianzar nuestra singularidad, una vez excluidos de la galaxia contextual que intentó atraparnos, o nos asfixiamos en  alguna nebulosa tempestuosa y tóxica o asumimos el camino de la quimera o de la alucinación incesante. En ambos casos el resultado será fatídico y orillará en permanencia el camino de la paradoja.

Sin embargo, el hecho de haber vivido en las puertas del Abismo, cuando en nuestros países  originarios, a comienzos de los años setenta, se desató la emergencia irrefutable del caos, y después del tormento, como terremoto corpóreo, se escenificó la transtierra y la extrañeza y con ello nos sobrevino, en muchos casos, una larga diáspora, que para un grupo numeroso de mis compatriotas latinoamericanos aún prorroga, como una suerte inexplicable de paradoja continua, nos permitió estar conscientes, por una parte de nuestra fragilidad somática, y por otra  de que la lógica matemática, si bien, es  cuantificable y demostrable en los guarismos empíricos, difiere y es distante de la realidad multidimensional  que puede adquirir la mente de un poeta.

No hay lenguaje sin paradoja

Si somos seres paradójicos en la opción irremediable de la exclusión del contexto, o de la propia arbitrariedad que conforma su estructura fagocitadora, en la misma seguidilla  somos entes  incoherentes, porque vuelve a reiterar, con el afán demencial de un poeta: No hay lenguaje sin paradoja, ni paradoja que no intente derramar su incoherencia en el lenguaje.

 Siendo la paradoja una noción enigmática y diferente para aquello que lo contextual conceptúa cierto o lo que la diversidad imagina, virtualmente, genuina, el caos se manifiesta en diversos territorios de la materialidad, así como en las superestructuras del universo, en la cotidianidad de mi vecindario  y en la micronésima esquina del mundo mínimo de los quantum.

Pequeñas variaciones sistémicas, establecen, en la física cuántica, que el caos a través de sus oscilaciones y divergencias, posibilita el aparecimiento de nuevas estructuras diversas, las que a pesar de toda la decadencia y barbarie inicial, generan un germen de marcha evolutiva; y ese el caso que transfiero, al señalar que, cuando la ruina alcanzó su Apocalipsis plena en mi devenir, su rigor, a posteriori, forjó energía positiva en mis circunstancias. 

Los años de las décadas de los 70 y los 80, fueron años de transmutación y barbarie, de cacería y destierro. Un número incierto de escritores latinoamericanos, debimos enfrentar el camino del ostracismo.  Sería largo hacer una referencia detallada  de cada unos de los casos de quienes fuimos compelidos al desarraigo, después de enfrentar, la perplejidad, la emboscada; y quizás, el martirio y también el cautiverio y el menosprecio.   

Incluso hoy son individuos que se mantienen perplejos, aún, a pesar de haber recuperado el simple paisajismo de su universo. La transtierra deja secuelas en nuestro esqueleto como una cruel viruela. Cómo dejar atrás los hijos que fueron deglutidos por el contexto de otras tradiciones, otros espacios, otros ritos, otras lenguas. Aquí quiero hacer un acápite y citar las palabras tiernas de a unos de mis hijos, Jonathan, el sueco, cuando era aún adolescente,  con quien, hace unos escasos años, se cortaron los lazos familiares, por todo aquello que he expuesto  con anterioridad:   Far Hur kan vara möiligt att jag inte kan kumunicera genom en ett gemensamt sprak med mina yngre systrar?  (Papá ¿cómo es posible que yo no me pueda comunicar en un idioma común con mis hermanas menores?  Por supuesto, no era un parlamento de una película de Bergman, sino la realidad desgarrada de un muchacho que veía sus propias circunstancias, o mejor dicho,  me hacía ver nuestro indebido y paradójico contexto, respecto a la cotidianidad que me albergaba ahora con mis hijas finlandesas. ¿era Babel en mi escenario o la transtierra con sus circunstancias imprevistas? 

Pero, quiero dar un salto cualitativo hacia el pasado, otra vez,  para explicar la contingencia expuesta, una vez que salí de la mazmorra y emprendí mi larga hégira. Estaba solo, sin familia y sin aliados y por eso primero, era necesario desafiar a mis propios fantasmas,  ya sea para enfrentarlos como enemigos o  hacerlos partidarios de mi causa. Aquí nos encontrarnos con la circunstancia intrínseca, o introstancia filosófica  porque en esa divergencia entre la simpatía y  la contrariedad, hay un inmenso mar celeste que cruzar, constituido por los matices que existen entre la hostilidad completa y la amistad total, o mejor dicho, la circunstancia referida a la enemistad temporal  o la amistad transitoria. En todo caso, los fantasmas interiores nos habitan desde la infancia hasta cuando la mente apaga sus luces definitivamente.       

El transrealismo poético

Así comienza a surgir mi trasrealismo poético, que será parte de esa mirada necesaria e íntima para suplir la relación truncada con la otredad. En un inicio con un marcado sesgo hegeliano, donde el individuo debe fijar sus límites para encontrarse así mismo, partiendo de la idea de que “cada conciencia busca la suspensión del otro” pero, al mismo tiempo, sin descuidar los afanes trasgresores y hegemónicos de ese contexto, que representativamente personifica la expresión de las demás conciencias. Posteriormente, la conceptuación de este supuesto devendrá en la construcción de un espacio de autonomía, tanto en el enunciado público como en el poético, ahora siguiendo la visión Lacaniana del término, es decir, en el  orden simbólico y el lenguaje. Mi transrealismo poético, seguirá, sin más, entonces, el camino destellado de Lévinas, o sea, el del Otro infinito. Ese Otro que intenta comprender los razonamientos en las cosas, y no de buscar,  un argumento o una inferencia que pudiesen haber sido escritos o expresados para hacerlos evidentes. 

Como esclarecimiento debo dejar consignado que Lévinas sostiene que el Otro es superior o anterior a uno mismo, y por eso,  ahora recurro a Derrida para sostener que no es posible alcanzar una presencia genuina del otro y por ello se generan dislocaciones en la representación y en el lenguaje, como se alientan mis propias expresiones figurativas en los textos poéticos que he escrito en las últimas dos décadas.
 
Para Levinas "la idea de lo infinito supone la separación de eso sujeto manifiesto con respecto al Otro. Esta disociación, es muy trascendente en la naturaleza del Yo, para alcanzar una interioridad autónoma, que justamente es la que intentan lograr o materializan mis alegorías transreales.

El transrealismo poético,  establece un camino contingente y, a la vez supuesto, para incitar los espacios tangibles y los entornos figurados de la materialidad. Se vierte a esta realidad trastocada en una multiplicidad de lenguajes, donde se fusionan los espacios pulsionales y las significaciones sin buscar legitimidad a la realidad expuesta; quiero decir, que la materialidad es paradoja y realidad o realidad y paradoja y, siendo la paradoja un elemento anfibológico y desigual para aquello que lo contextual juzga axiomático o lo que la pluralidad conjetura, implícitamente, legítimo, esa oscilación pendular del mundo concreto, es el tiempo que se expresa en los diferentes territorios del mundo definido y palpable y de su apariencia, en mi transrealismo poético.

En este devenir ucrónimo a partir de la transposición del tiempo se convocan los escenarios temporales en un corpus textual y se interrumpe, de este modo, la coherencia lineal entre pasado, presente y futuro, la realidad se transforma en un trastiempo, donde se ejecutan las imágenes y las acciones poéticas que intento como Ser material de este universo.

Quiero terminar leyendo este poema.

Hombre heterogéneo

Fui un ángel en cuarentena en la tierra de mis padres
un hombre heterogéneo incapaz de hacer milagros
a veces minucioso a cielo abierto
                                    totalmente repentino en la penumbra. 
Acabo de ver a Dios bajando por el río en una barca
dialogaba en arameo con unos combatientes sirios
mientras dos astronautas llegaban a la Luna en un cohete navideño
y tres muyajidines se lucían en el mercado con sus ametralladoras.
Era el fuego el que laceraba la dermis de mi cara
y marcaba la atmósfera con terrorífica fiereza.
Aquí pudo asentarse un volcán o un esclavo inconsolable
rastreando la senda del cataclismo.
Intenté fundar entre las rocas un templo para Ishtar
en el desierto de Atacama:
Era picardía de ociosos en las tardes de verano
con esa memoria terrena de las bestias.
Fui un ángel en cuarentena en la tierra de mis padres
un hombre heterogéneo incapaz de hacer milagros.
Sin pensar me transformé en ermitaño  
un demente que imagina verosímil su homenaje
en la soledad de la montaña.
- Sin dudas –  el frenesí apresura la brusquedad de la pedrada –
en una madriguera colmada de mitómanos.
La vida mantiene la exactitud a pesar de la utopía
cuando las piedras centellean con el instinto de la muerte.
El malherido se bendice en una fuga imaginaria
para escapar airoso de la pesadilla.
El cosmos es curvatura y expansión perpetua
así la Estrella Polar en traslación por mi galaxia
Tengo la obsesión de Ahab por la ballena
y el andar apresurado de Sasquatch en la tundra ártica
Aquí puede surgir un laberinto o un amor alborozado
buscando la trayectoria de una sutil incoherencia.
Fui un ángel en cuarentena en la tierra de mis padres
un hombre heterogéneo incapaz de hacer milagros.



 


 

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Por Sergio Badilla Castillo
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