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«Sumar» de Diamela Eltit: una manera de diferir la marcha

Por Santiago Barcaza S.
Publicado en Revista Temporales, NYU. 8 de octubre de 2018



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Durante las mañanas, un mendigo recorre sin descanso el camino circular en torno a una fuente. Lo sabe sin obstáculos, cerrando los ojos, sintiendo sus piernas, los olores, el soplo del viento. Luego ocupará el tiempo que precede al ocaso en caminar sin fin para no llegar a ninguna parte, para olvidar el paso del tiempo y el lento avance hacia la muerte, que es a la larga, el fin de toda marcha.

La marcha, insulsa y monótona, es a veces infinita, pero nunca aburrida. Sin otra dirección que el tiempo, ha tomado a lo largo de la historia formas codificadas dentro la cultura, que establecen su desarrollo, su conclusión, su finalidad. Andariego, peregrino, ambulante, llámenlo como quieran, el que marcha no es el que va a alguna parte, sino, ante todo, el que no está en su casa, allí donde camina. De lo contrario, estamos ante un simple peatón, un transeúnte que toma aire y da unos pasos para hacer la digestión; o un rentista que los domingos recorre a pie sus propiedades. El que marcha, en cambio, no está nunca en su casa allí donde camina: es un extranjero. Para él, la tierra entera es un refugio improvisado por el que pasa sin detenerse.

La protagonista de Sumar no está en su casa allí donde camina, y advierte: “Estaba produciendo una catarata de sueños como una manera de diferir el término de la cronología más previsible y resignada en la que se había cursado el rumbo de mi vida”.

No es difícil adivinar en estas angustiantes palabras una confesión que es también una poética y un reclamo de lectura. ¿No es acaso la lectura, al igual que la marcha, una práctica insulsa y monótona, pero nunca aburrida? La asordinada angustia que respiran los compañeros de viaje de la narradora, proviene de su mirada solitaria que se siente partícipe del mundo y que, en el ejercicio de su deambular, paso tras paso, página a página, supone una fatalidad, y que no hay fatalidad que no se exprese en un compromiso con ese otro que se alimenta incluso de nuestra propia historia reciente, hasta hacerla superflua e intrascendente.

Leí Sumar en un viaje que duró algo más de dieciséis horas. En uno de los capítulos di con una porción de vereda, me tumbé de espaldas, dejé el libro a un lado. De alguna manera figuré mi resistencia. ¿Es posible iniciar una marcha, descartar sueños y preferir la dura tarea de apoyarnos uno al otro, acoger el dolor y llamar ruina a lo indestructible que crece ante nuestros ojos? Al igual que personajes que no se detienen, el ambulante afantasma –a veces con crueldad, a veces con humor– su propia persona civil, y la deja al descubierto para que la fabule el otro.

Después de diez novelas, la reciente ganadora del Premio Nacional de Literatura en Chile, como queriendo unirnos a la marcha, sin extraviarnos en laberintos, solicita calladamente y sin esperanza la voz que se necesita para seguir caminando. Caminar sin esperanza es un acto de coraje, en el que pocos se atreven a persistir, pero también es una radical y desesperanzada apuesta por narrar en un mundo empeñado en dar la espalda, en el que no hay lugar a donde ir y en el que, por lo tanto, no hay razón para detenernos.



 

 

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«Sumar» de Diamela Eltit: una manera de diferir la marcha
Por Santiago Barcaza S.
Publicado en Revista Temporales, NYU. 8 de octubre de 2018