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“BOSQUES HORIZONTALES” DE SANTIAGO BARCAZA

Por Jaime Huenún



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¿Cómo y dónde ha de leerse hoy un libro de poesía? ¿Hemos de buscar un parque, un bar, un subterráneo, una cancha de fútbol para tamaña empresa íntima? ¿Irnos a la punta del cerro o a las orillas poco amenas de un replegado río urbano? Para algunos textos no importa la estridencia ambiental, la frenada, el garabato lanzado en el aire de la muchedumbre. Para otros, es indispensable el lado blanco del silencio, la luz del ocaso o del amanecer, el susurro vesperal de las materias. Tal ocurre con Bosques horizontales, un volumen en el que Santiago Barcaza despliega esa “continua exploración de la mirada” de la que hablaba el cineasta Theo Angelopoulos y que ha sido, hasta ahora, el sello de su poesía. Los trabajos de la vida y de la muerte, la respiración nocturna de la tierra, los paisajes que deliran con amantes y vagabundos, son aquí dibujados con una tinta de cuidado y ascético lirismo. Estampas objetivas, concentradas, pero a la vez permeadas por el énfasis emotivo de un yo nómade, transicional, que toma y deja en nublada expansión los resplandores y las miserias de la humana y voluble melancolía.

Como poeta de signo inusual para el Chile literario de hoy, donde más bien se testimonian las pérdidas, el desastre, los conflictos e ironías del lenguaje y de la historia, Barcaza construye una obra de temple veladamente místico, sostenida por una honesta y fundamental inocencia expresiva que lo liga al Huidobro de los Poemas Árticos, a algunos textos de Efraín Barquero y, de modo preferente, a ciertas zonas de los griegos Yorgos Seferis y Odisseas Elytis. Precisamente este último ofrece, respecto de su propia labor, una definición de la práctica poética que Barcaza probablemente ha suscrito alguna vez: “(…) la poesía es el arte de aproximarnos a lo que nos sobrepasa (…) aparece allí donde la racionalidad depone sus armas; y al internarse con ellas en la zona prohibida, demuestra que está fuera del alcance del deterioro. Ella preserva a través de una forma nítida los elementos vitales y permanentes que, a semejanza de las algas en la profundidad de los mares, no pueden distinguirse en la oscuridad de la conciencia”.

No vayamos, sin embargo, a creer que son estos los poemas de un crédulo paseante naif y extemporáneo, irritante y demodé. La resuelta actualidad de Bosques horizontales está dada por la restitución maestra del canto al tramado poético chileno el cual, como sabemos, de cuando en cuando se desteje con espasmos viperinos para expulsar de su dominio a todo aquel que se atreva a entonar la música de las esferas y las notas de la ritualidad. 

Sin orgullo ni vanagloria, Barcaza reinicia y retoma los cánticos en sordina de un sujeto en perpetua vigilia y diáspora, utilizando la voz y la escritura como balanzas invisibles que equilibran, en mitad de las catástrofes, lo tanático y lo erótico, la luz y la oscuridad, el viaje y el arraigo, la fe en el hombre y sus dioses seguida, muchas veces, de una rutinaria e inviolable decepción.



(Texto leído el 8 de abril de 2015 en la presentación de "Bosques horizontales", sala Ercilla de la Biblioteca Nacional).



 


 

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