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Pliegues existencialistas en El entusiasmo, de Antonio Skármeta[*]

Por Soledad Bianchi
Publicado en Hispamérica, Año 48, No. 142 (Abril 2019)


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Antonio Skármeta nació en Antofagasta, Chile, en 1940. Cuando tenía 27 años, la Empresa Editora Zig-Zag publicó su primer libro, la recopilación de cuentos El entusiasmo.[1] El significado del título puede parecer evidente si se conecta con el momento que se vivía y, sobre todo, con buena parte de las actitudes y conductas de los personajes. Y se agregan sentidos al relacionarlo con obras de autores chilenos inmediatamente anteriores: pienso, en especial, en "La difícil juventud", de Claudio Giaconi (1927-2007), inauguración y apelativo de un volumen de once cuentos,[2] que se destacó entre las publicaciones de la llamada "generación del 50", un grupo de escritores, precedentes de Skármeta, quien —si se acepta la fácil y mnemotécnica división por años para organizar las artes— integra "la década del 60".[3] A los anteriores, por lo demás, apunta este narrador, en una entrevista, de modo bastante mítico y distinguiéndose de ellos,[4] y es justamente por —y desde— esta discrepancia que considero posible conectar esta cita del cuento de Giaconi con el nombre y las perspectivas del libro de Skármeta.

Bien avanzado La difícil juventud, se enfrentan los dos personajes principales:

—Ese es el caso —dijo el Padre Pablo con voz fatigada— ...Yo soy de los que creen que no hay nada nuevo bajo el sol. Lo que usted llama revolución, yo lo llamo devenir histórico... En fin, usted está aún en sus veinte años. Espere llegar a los cuarenta...

(...)

—Usted, Gabriel, está en la edad de los entusiasmos. Cualquier reforma parece fácil a su edad y hasta útil y necesaria. Se sueña mucho. Yo, en cambio, hago lo posible para no complicarme la vida (p. 27).[5]


En estos párrafos se perciben las diferencias entre ambos protagonistas, atribuidas a sus edades: la juventud se considera sinónimo de "entusiasmo", de optimismo, de cambio, de proyecto y, de modo simultáneo y, por esta misma razón, en disconformidad con la adultez. No sé si Skármeta pensó en esas palabras del relato de Giaconi para titular su volumen, pero El entusiasmo, además de acogerlas casi literalmente, sintetiza de modo muy cercano lo aludido por el cura, en el escrito de su predecesor, si se juzgan el actuar, los pensamientos y las edades de los personajes del ejemplar de 1967. Hay que considerar, no obstante, que si casi todos estos son entusiastas, animosos y hasta osados, no siempre logran sus objetivos al enfrentarse con una sociedad que los aburre y no responde a las expectativas, en buena parte porque sus características atañen a los adultos, responsables de haberle construido: "...yo creo que la motivación básica [para nosotros, a comienzos de los años 60] era el cambio por el cambio, digamos, [por] el tedio ante una situación, ante una sociedad bastante burguesa, castradora, poco interesante", reconoce este cuentista en la entrevista referida.[6] Por esta causa, los adolescentes no perciben como propio ese mundo de los mayores, lleno de trabas e impedimentos que no quieren aceptar pues les impide realizar lo que ambicionan y realizarse ellos mismos, por lo que no podrían ser auténticos, lo que también se proponía Gabriel, el joven de "La difícil juventud". Su antítesis sería el Padre Pablo, posible de identificar con la siguiente descripción: "Podría también adoptarse la actitud de no elegir, de no comprometerse. Pero ocurre que no elegir es ya de por sí adoptar una posición. Exactamente, la posición de la abstención, es decir, de que sean otros los que den las soluciones, los que determinen mi vida. En una palabra, no comprometerse es entregarse al mundo absurdo de Camus, al suicidio moral, a la rutina, a la nada"[7]

Como se sabe, "vivir con autenticidad" y "comprometerse" eran preocupaciones fundamentales de los existencialistas, y en ellas se reencuentran, pero de modos distintos, personajes de ambas narraciones. Por lo demás, Giaconi había declarado: "...Bebíamos en las fuentes de la filosofía sartreana y, aunque no adoptábamos las formas exteriores de un existencialismo de music-hall, en privado dábamos pábulo por nuestras actitudes frente al medio social".[8] Muchos años después, Skármeta señaló en la aludida entrevista: "Y a propósito de las influencias. ... esa generación [mía] le dio muy fuertemente a los autores existencialistas. Yo me acuerdo, por ejemplo, en mi primer libro, en El entusiasmo, hay cuentos que son claramente marcados por un tono camusiano: la lectura de las Crónicas argelinas, de El extranjero, La peste, todo eso. Hay uno ahí, que no he vuelto a leer hace como treinta años, que se llama 'Días azules para un ancla', de un chico que quiere irse y no se va, y se queda, se queda en la aldea. Yo no sé, pero eso no tiene nada que ver con los norteamericanos, yo creo que ahí si hay un tono, es un tono francés, existencial...".

Era esperable que se manifestaran juicios y dudas sobre los ecos del existencialismo en la literatura chilena, su oportunidad y su interés. El abogado, político y periodista Jorge Iván Hubner, en "¿Juventud en crisis?",[9] constató el fenómeno como una moda y una copia: "como un morbo imitativo y decadente" (p.208), dice, porque —para él— esa concepción del hombre y de la vida no se ajustaba a nuestra realidad ni con ella al no comprender que en "esta extraña literatura juvenil" de la "generación del 50" fueran frecuentes "[l]a nada, la angustia, la miseria, el vicio, la falta de rumbo y de sentido de la existencia humana" (p.209) porque, afirmaba, eran problemas que en Chile no se planteaban o, por lo menos, no existían de ese modo. En ocasiones, Hubner percibe una traslación mecánica y mecanicista, un calco inexplicable e injustificado por y para las características de nuestro medio; sin embargo, en otro momento, se interroga respecto a la pertinencia de la elección de "...este 'existencialismo' obscuro, morboso y sin nobleza...". Me parece que sus puntos de vista y contradicciones se deben, en buena medida, a un concepto de la literatura y de su función con una fuerte carga moralista y, hasta, didáctica, como puede leerse en las líneas finales de su artículo, "Dejamos planteados estos graves interrogantes que más allá de la órbita meramente literaria, merecen, por lo que pueden significar para el futuro, la atención de educadores y sociólogos" (p. 209). Sus dichos provocaron una polémica en la que, por cierto, participaron, también, los mismos literatos defendiendo sus posiciones.

En ruptura con sus antepasados se instaló la "generación del 50" en el panorama literario chileno. Por esta razón, el existencialismo les sirvió como un medio, como un instrumento para declararse 'cosmopolitas', alzándose contra el criollismo de la "generación del 38". Además, el conocimiento de esta vertiente de la filosofía contemporánea les permitió (de)mostrar un aventajado nivel educacional, ya no eran autodidactas como gran parte de sus precursores 'treintayochistas' sino estudiantes universitarios, tendencia que, obviamente, tiende a profundizarse en la década siguiente cuando el escritor que no había pasado por la universidad era decididamente una excepción.

Me parece que en la producción de los jóvenes hay menos intensidad, es decir, un énfasis menor en el existencialismo porque, de cierto modo, lo "absorbieron" de sus mayores de "la generación del 50", quienes lo adoptaron y lo hicieron propio, adaptándolo. Por esto, cuando los nuevos se iniciaban a la vida literaria, este ya estaba instalado tanto entre las preferencias de quienes escribían como en el "horizonte de expectativas" de los lectores; es decir, de cierto modo, integraba la tradición.

De modo simultáneo al preponderante diálogo con el existencialismo, los representantes de la "generación del 50" se sintieron cercanos, asimismo, a otras opciones. Por su parte, los jóvenes artistas "del 60" recibieron las resonancias tardías del primero, aún prestigioso, que ya comenzaba a perder su vigencia y que ellos iban reemplazando por otros ascendentes, con lecturas, orígenes y perspectivas distintas. Skármeta sostiene:

... yo fui el primero que me empecé a reir un poco [de la literatura de los existencialistas], me parecía que, ya cuando llegó acá, había que trasvasijar la angustia existencial, aclimatarla... Entonces, me daban risa los existencialistas criollos [por cierta incongruencia], me parecía muy falso porque eran muy irónicos, muy sensuales... pero no había, digamos, un tono artístico de desesperanza, de desolación, un tono postguerra [a la Segunda Guerra Mundial]. Yo creo que el hecho que no hayan vivido la guerra en las naciones de Europa, desdibujaba un poco la autenticidad de esa postura [...] Me daba un poco de risa, yo entiendo que ese fue un factor polémico, de confrontación, que tiene mi literatura. El tono del libro, digamos, desde el título, programáticamente va contra eso.


Pienso que la recepción crítica de su primera obra no ha considerado —lo suficiente— la presencia de elementos existencialistas. Tal vez este silencio contribuyó a que el mismo Skármeta se haya encargado de reconocerlos. Se sabe que estudió Filosofía en el Instituto Pedagógico y este dato biográfico puede encaminar, nuevamente, a sus cuentos y, en especial a "Días azules para un ancla", donde se perciben rasgos existencialistas más próximos a Camus que a Sartre.

En este relato, un muchacho quiere dejar el lugar donde reside por considerar que le coarta su libertad. Más que una fuga, estimo que su motivación sería un encuentro al desear vivir intensamente y con constancia una sensación que en el pueblo nortino solo tiene por momentos: "Después de entrecerrar los ojos, flotar por el cielo pulido y jacinto, y cuando esto sucedía, eras libre. Pero ya estabas dormido contra los marcos sordos de la puerta de la casa" (p. 110). Enamorado de la vida, del amor, de las mujeres, de la libertad, el narrador quiere dejar atrás todas las trabas, quiere abandonar todo lo que lo ancla. Y la única posibilidad que percibe es partir, y así intenta explicarlo a su hermano, en un impulso de comunicación que no se sabe nunca si es solo un monólogo de conciencia o si es expresado en voz alta.

Para irse, este novel escritor opta por integrar la tripulación de un barco. Una vez más, el mar es visto como sinónimo o/y símbolo de libertad (igualmente, lo evidencia "Entre todas las cosas lo primero es el mar", otro texto de El entusiasmo). Tampoco parece curioso que uno de los pocos autores mencionados por el protagonista sea el narrador chileno Manuel Rojas (1896-1973) en cuya novela, Hijo de ladrón (1951), uno de los elementos que representa la libertad es, justamente, el mar, junto al sol, el viento y el cielo. Además, parece iluminador pensar en la etapa de partida de un barco y relacionarla con los momentos que vive —o quiere vivir— el protagonista pues ambos deben soltar amarras para, con posterioridad, levar anclas. Claro que solo este puede decidirlo, en el existencialismo "... todo instante de la vida supone una elección" (Lamana, p. 27). Desde aquí, podemos llegar al título del relato que pareciera aludir, justamente, a la liberación porque la rebelión existencialista supone la búsqueda de libertad. El joven quiere sublevarse contra un mundo que considera mediocre, anhela vivir y ser responsable de la construcción de su existencia. Con todo, no ambiciona solo su libertad individual sino que hace un llamado más general: "Oye, Dios, leí que tienes que ver con las galaxias, [...] desata al fin a este pueblo anclado en las dunas, aunque su estómago esté vacío será grácil su vuelo .." (pp.116-17). Esta desmesurada oración es acorde con la necesidad del muchacho de cambiar su entorno, donde los adultos, en su mayoría, encarnan la falta de riesgo, mientras los jóvenes, por el simple hecho de serlo, son casi sinónimos de autenticidad. Para ellos, "... la vida se convierte en proyecto..." (Lamana, p. 24).

Habría que profundizar en este diálogo de obras de Skármeta —y de otros jóvenes escritores de la "década del 60": José Ángel Cuevas (1944), Claudio Bertoni (1946), Gonzalo Millán (1947-2006), por ejemplo— con el existencialismo, y atender a la intertextualidad con autores y obras como las de Jack Kerouac, J.D. Salinger,[10] Dylan Thomas, William Saroyan, William Carlos Williams, Allen Ginsberg, entre los norteamericanos, y de europeos como Cesare Pavese, Saint John Perse, Baudelaire, Rimbaud, sin olvidar a latinoamericanos y chilenos: Cortázar, Vallejo, Cardenal, Neruda, Huidobro, Díaz-Casanueva, Parra, Droguett, Gonzalo Rojas, entre tantos. Una lectura posterior, exigiría estudiarlos, relacionarlos con el escritor chileno y sus coetáneos, e intentar conocer de qué modo contribuyeron a su visión de mundo y a su(s) escritura(s). En síntesis, se trataría de bosquejar ciertas "zonas de influencia e intercambio",[11] que pongan de relieve el "trueque" y transformación de ideas, de tonos, de énfasis, de temas, de inquietudes, que repercuten en la construcción de su imaginario literario pues resulta interesante percibir, y me parece importante rescatar —y aclarar— que esta hibridez, tan propia de nuestra cultura latinoamericana, no significa ni remite a efectos mecánicos y unilaterales sino que apunta a desplazamientos, a vecindades entre textos, a creativas traducciones, a cruces, mezclas, "viajes", adaptaciones, heterogeneidades, que, sin duda, han repercutido en la riqueza y variedad de nuestra literatura y de nuestra cultura.

 

 

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Soledad Bianchi.
Antofagasta, Chile, 1948. Profesora de Castellano por la Universidad de Chile y Doctora en Literatura por la Universidad de Paris, realizó un postdoctorado en la Universidad de Maryland. Ha enseñado literatura hispanoamericana y chilena en la Universidad de Chile y en universidades de Chile, Francia, Estados Unidos, Brasil y Puerto Rico. Ha publicado siete libros, entre ellos, dos antologías de poesía chilena. Los últimos son Lecturas Críticas/Lecturas Posibles (relatos y narraciones) (2012), Libro de Lectura(s) -poesía-poetas-poéticas- (2013), Pliegues Chile: cultura y memoria (1990-2013) (20 14) y Lemebel (2018).

 

[*]Nunca he podido perderle el respeto reverencial a mi computador y a su funcionamiento. Hace algunas semanas, sus imprevistos apagones y lentitudes me hicieron temer que a ambos se nos borraría el disco duro y quedaríamos en blanco. Para evitarlo, seguí, obedientemente, los consejos de un técnico y revisé todo el material que allí he almacenado (¿o "amontonado"?). Junto a admirarme de mi orden en carpetas y archivos (orden que, desgraciadamente, poco me acompaña fuera de esta maquinita, ni sobre mi escritorio), cada click significó desempolvar y desenterrar (del polvo y la virtualidad) un secreto o un olvido. Así fueron apareciendo, cual genios salidos de una lámpara maravillosa: citas, datos, convites, viajes, cartas, fotos, videos, contactos, direcciones, textos ajenos y propios, traspapelados (¡vocablo pre-pantalla computacional!), algunos de los cuales se habían escapado de mi memoria y hasta permanecían inéditos. Entre ellos, estos acercamientos y miradas a un cuento temprano de Antonio Skármeta que, a pesar de una contundente distancia temporal de más de una década y que hoy escribiría de otra manera, he optado por no cambiar.

 

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Notas

[1] Antonio Skármeta, El entusiasmo, Santiago, Empresa Editora Zig-Zag, 1967. 182 pp. Incluye "La Cenicienta en San Francisco", "El joven con el cuento", "Al trote", "Entre todas las cosas lo primero es el mar", "Días azules para un ancla", "Nupcias", "Relaciones públicas" y "Mira donde va el lobo".

[2] Claudio Giaconi, La difícil juventud. Cuentos. Santiago, Editorial Orbe, 2da. ed. 1958, la primera es de Renovación, 1954, y la 3ra. de 1970.

[3] Al igual que para muchos estudiosos, para mí, la "década del 60" termina con el Golpe Cívico-Militar del 11 de septiembre de 1973. En esa época, además de El entusiasmo, Skármeta publicó Desnudo en el tejado, Buenos Aires, Sudamericana, 1969 (hay edición de Casa las Américas, donde fue Premio, en 1969), Tiro libre, Buenos Aires, Siglo XXI, 1973 [abril] y la antología El ciclista del San Cristóbal, Santiago, Quimantú, [mayo], con una selección de cuentos de los dos primeros volúmenes.

[4] Remito a un extenso diálogo, que no ha sido publicado en su totalidad, que tuvimos el 29 de febrero de 1992, en el marco de una investigación sobre los grupos literarios de la década del 60. Algunos de sus comentarios pueden leerse en mi libro. La memoria: modelo para armar. Grupos literarios de la década del 60 en Chile. Entrevistas. Santiago, Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos-Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 1995. En éste artículo, todas sus opiniones están tomadas de esa conversación.

[5] Salvo cuando se alude a títulos de obras, todas las cursivas son mías. SBL

[6] Recuérdese que en la "década del 60" hubo, en Estados Unidos, un movimiento auto-denominado "poder joven", que se concebía en oposición a los adultos. Habría que rastrear el momento en que este comenzó a manifestarse en América Latina para comparar con Chile, y con la obra de Skármeta, en particular

[7] Manuel Lamana. Existencialismo y literatura. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1967, p 26. Futuras citas seran indicadas en el texto.

[8] C. Giaconi, "Una experiencia literaria", reproducido en Eduardo Godoy Gallardo, La generación del 50 en Chile. Historia de un movimiento literario (Narrativa). Santiago. Editonal La Noria, 1991. Uso la 2da. ed. 1992.

[9] Jorge Iván Hubner, "¿Juventud en crisis?" en El Diario Ilustrado (Santiago, 10 de mazo de 1959); reproducido en el libro de Eduardo Godoy. pp. 208-09.

[10] Un segmento de la "contraportada" de El entusiasmo dice "Atento solo a lo que pasa dentro de sus seres, Skarmeta [sic] se las ingenia —dentro de la línea que han trazado los norteamericanos Salinger y Kerouac— para ofrecer un panorama desde donde se ven la ternura, el sexo, la honestidad, la magia del despertar a las propias y arrolladoras experiencias, mediante múltiples imágenes"

[11] "Intercambio" hay si se piensa, por ejemplo, en el respeto a (y por) la poesía de Nicanor Parra, explicitado, con frecuencia, por los beats, que —en ese tiempo— se concretó en visitas, recitales, traducciones, etc. Es notorio que esta terminología es deudora del excelente ensayo, Ojos Imperiales. Literatura de viajes y transculturación, de Mary Louise Pratt, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 1997 (1ra edición en ingles, 1992)

 

 








 

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