Si marginales son los jóvenes enfocados e imaginados —en imágenes y discursos— en la película “Caluga o Menta”, que dirigió Gonzalo Justiniano, en 1990; por ser mujeres, las pocas que aparecen allí, son, a lo menos, doblemente marginales en un universo con predominancia cierta de los varones. Además, en ocasiones incontables, son marginadas hasta por sus mismas amistades, los muchachos pobladores.
Quisiera aclarar que aunque volveré sobre estos asuntos —muy de soslayo, es cierto—, mi primera lectura de “Caluga o Menta” se centrará, más detenidamente, en otras imágenes y representaciones.
El baldío (tierra, cuerpos, vidas)
Una silla de descanso, de playa o terraza, en medio de un sitio eriazo, ocupada por un hombre joven; cerca de él, otros tres, instalados en un gran neumático vacío, uno, y en una suerte de sofá derruido, sus amigos. Un taxi descompuesto y desmantelado, un sillón roto. Nada de arena, ni césped, ni mar, vegetación ausente, unos pocos y distantes árboles; solo tierra, sol, polvo, algunos pedruscos; todo aridez, tierroso y desértico. Al fondo, unos deteriorados edificios de departamentos, muy cuadrados y regulares. Es un barrio popular de Santiago de Chile. Es un barrio pobre de Santiago mostrado por estos muchachos que simulan broncearse, como si estuvieran en una piscina o cerca de las olas, mientras se aburren, toman cerveza, aspiran neoprén o conversan, con ironía, humor, escepticismo y resentimiento. Ellos son los “locos”: el Nacho, el Nicki, el Rorro y un antiguo preso. La imagen fílmica anterior (que vuelve a aparecer en dos ocasiones) es poesía y es ciudad. “...La poesía decía Jakobson— nos protege contra la automatización, contra el moho que amenaza nuestra concepción del amor y del rencor, de la rebeldía y la reconciliación, la fe y la negación”[1]. La anterior es, entonces, una imagen urbana y poética, y es una mirada penetrante y descarnada que en un escueto corte evidencia un todo, Santiago, sus sectores, y múltiples diferencias.
Tan penetrante y reveladora fue esta escena, para mí, que todavía la visualizo. Tan sintética y concentrada es esta visión que, además de ser sinécdoque, me parece una metáfora no solo de una parte de la capital de Chile sino también, y muy especialmente, una metáfora social porque desborda la geografía para expandirse e indicar a los habitantes, a los santiaguinos y nuestros modos de relacionarnos —entre nosotros y con nuestra ciudad—, a nuestras indiferencias, privatizaciones, nuestro negarse a reconocer, nuestra capacidad para no ver lo que estamos viendo o para ignorar lo que sabemos, a nuestra hipocresía y arribismo.
Y a propósito de esa escena de “Caluga o menta”, evoco “La esquina es mi corazón (o los New Kids del bloque)”, una crónica urbana, de Pedro Lemebel, quien —como Justiniano aquí— también enfoca y se detiene en los márgenes y las diferencias, y desde ahí construye y emite su lenguaje: “La esquina de los bloques —dice— es el epicentro de vidas apenas asoleadas, medio asomándose al mundo para casetear el personal estéreo amarrado con elástico. Un marcapasos en el pecho para no escuchar la bulla, para no deprimirse con la risa del teclado presidencial hablando de los jóvenes y su futuro.” (15-16). Y prosigue Lemebel: “Muchos cuerpos de estos benjamines poblacionales se van almacenando semana a semana en los nichos del cementerio. Y de la misma forma se repite más allá de la muerte la estantería cementaria del hábitat de la pobreza.” (17). Estos son solo trozos de una de las veinte crónicas de Pedro Lemebel, que integran el volumen La esquina es mi corazón (Editorial Cuarto Propio, 1995. 2a. ed.: Cuarto Propio, 1997).
Ese fragmento de baldío, donde se ubican esos cuatro personajes de “Caluga o menta”; esa especie de íntima sala de estar exterior, representa casi una propiedad privada (del grupo), a pesar que este terreno yermo forma parte del espacio público que circunda los lugares que ellos, y muchos otros, habitan. Porque los “locos” han hecho suyo este sitio y allí permanecen, como si descansaran pues están fatigados que les falten espacios privados: en general, los departamentos en que viven son pequeños, feos, y los comparten con mucha y bulliciosa familia; a los “locos” les aburre el aburrimiento, no tener futuro, que no haya nada que hacer; les incomoda la incomunicación entre ellos mismos, entre ellos y sus cercanos, entre ellos y la sociedad, y viceversa; entre ellos y el sistema, y viceversa; les abruman las carencias: la falta de amor, la ausencia de adultos confiables, el rechazo de éstos, sus imposiciones; les fastidia la monotonía, la repetición infinita de vidas como las de sus mayores para quedarse donde mismo, para persistir en lo mismo...
Sin duda, la película debe tener un tempo, un tono, acorde con este ambiente. De ahí, entonces, una cierta lentitud, un ritmo pausado del acontecer, pero también de las acciones y actitudes apáticas de los personajes, y hasta de su hablar calmado, todo lo cual puede sintetizarse con una frase muy usada por ellos, “No pasa ná”. No obstante esa verdadera obsesión por lo que sucede y sucederá, que ellos responden casi siempre en negativo, queda desmentida por el relato narrado, y visualizado, en la película y sus desenlaces.
El contradictorio automóvil estático, y destruido, y el inmenso neumático desgajado de su origen y de su uso primero —parte integrante del paisaje cotidiano visto por los “locos”—, evidencian y agudizan esta sensación de inmovilidad, estancamiento y abandono que los rodea. Además, difícil o imposible resulta entablar lazos de afecto o de amistad en este ambiente marcado por la desconfianza y la sospecha, donde las personas apenas valen y donde la soledad marca a estos muchachos cuyos padres-varones están totalmente ausentes: nunca se muestran ni se oyen, ni siquiera en recuerdos. Me parece, por otra parte, que estos jóvenes no ven a las mujeres, no las ven como posibles compañeras, no creen poder entablar con ellas relaciones simétricas. Por su parte, en este mundo radicalmente masculino, es fácil entender el malestar de muchachas carentes de vidas propias y de autonomía, que existen únicamente como añadidos en las parejas —y solo en este rol de acompañantes aparecen en la película—. Casi todas estas mujeres jóvenes no son más que cuerpos a poseer, no son más que cuerpos a golpear apenas expresan el menor deseo de independencia, por hombres que se limitan a reproducir lo que reciben y, como en un desquite en cadena, al sentirse violentados, no saben más que ejercer y practicar la violencia; al saberse usados, ellos usan... Y, a su vez, todos estos cuerpos, tanto femeninos como masculinos, son rechazados por una ciudad agresiva que los confina, que los arrincona en un sector segmentado, y por esta razón nunca podemos reconstruir la urbe en su conjunto porque solo conocemos fragmentos de ella.
Se diría que nadie cree poder variar esa realidad —de desamparo, robo, ocio, droga, delincuencia—, nadie cree poder cambiarla desde dentro pues pareciera que, para sus habitantes, no habría forma de modificarla sustancial y verdaderamente o, por lo menos, no ven forma de hacerlo. Mientras para el poder/para los poderes pareciera no haber interés sino de modificar las apariencias, lo que lleva a los afectados al escepticismo total respecto a instituciones, y así lo muestra la conversación de los “locos” con un alto funcionario municipal. Entre ironías, bromas y sarcasmo, los jóvenes evidencian sus sentimientos de postergación, abandono, desestima, desconfianza, al considerarse utilizados, engañados y burlados, no solo por ese empleado sino por todo el sistema (político /económico /social):
(Los cuatro amigos, los “locos”, están en el baldío, y un niño, El Feto les avisa:)
El Feto: Ey, van a poner pasto, van a poner pasto.
Nicki: Antes venían a ponernos palos, y ahora vienen a ponernos pasto ¿cómo está?
Rorro: La democracia, puh, loco, llegó la democracia (y hace como si se pusiera un cassette en la boca, gesto que se había hecho varias veces antes).
¿Cómo no relacionar estas actitudes con los comportamientos electorales de fines de 1997 por esa suerte de indiferencia activa que se hizo patente en el rechazo a inscribirse en los Registros Electorales, y en los fuertes porcentajes de votos en blanco y nulos? Recordando a Oscar Wilde, pudiera pensarse que, una vez más, el arte se anticipa a la realidad con esta escena de fuerte crítica que, si la desplazamos, podría considerarse un aviso, una premonición.
Pero mientras los jóvenes varones del film adoptan una posición —por desencantada y anárquica que pueda parecer—, la postura de los mayores no se corresponde con la de ellos ni la justifica, y así lo demuestra la madre del Nicki, al decirle:
...Yo te he dicho otras veces, vienen esos güevones a ofrecernos algo, tenemos que decir que sí. Si nos ofrecen pasto, pasto queremos. ¿Bicicletas?, bicicletas le queremos. ¿Citronetas?, citronetas le queremos, ¿mum? Ni güeones que fuéramos, puh. (Ella vuelve a lavar loza).
Nicki: ¿Y hasta cuándo vamos a mendigar?
Madre: Peor es ná, ¿no? (Y acercándose a él) No entendí ná, vos.
Al optar por el disimulo y al fingir pasividad y consentimiento, esta mujer utiliza, acaso, una “treta del débil” para pasar inadvertida, para no hacerse notar, Y en este descompromiso no se diferencia de los escasos adultos del film, salvo de quienes detentan el poder.
Por un sueño, por el relato de un sueño se da un instante de entendimiento entre Nicki y su madre porque los sueños —"reales” o imaginados— sirven, asimismo, para escapar, para irse. Una vez se evade del cansancio la madre del Nicki, del agotamiento del trabajo incesante del hogar, donde permanece casi recluida en la cocina, y derrotada por la fatiga, sueña, pero ni siquiera dormida puede completar su felicidad... porque su hijo la despierta. Sueñan despiertos el Nacho y el Nicki cuando fantasean cómo gastarán el dinero del negocio de la droga. Sueñan que partirán..., pero los fracasos transforman estas ansiadas fugas en viajes sin retorno ni vuelta posible.
Lenguajes
“Welcome to mi pobre vida...”, dice una canción escuchada por los “locos”. Destellan estas palabras —que oímos al mismo tiempo que los personajes— y expanden significados más allá de ellas mismas: advierto, entonces, que a diferencia de otras producciones y de otros autores (Mauricio Redolés o Egor Mardones, por ejemplo), la mezcla de inglés y castellano casi no se da en esta película, sin embargo su mínima utilización insinúa una presencia evidente e indiscutible en nuestro mundo actual, sea en el uso cotidiano de ciertas palabras aisladas, sea en la insistencia —visual y acústica— del empleo de otro idioma, el inglés, que se va sobreponiendo y hasta desalojando y descentrando el nuestro (y abro, aquí, un paréntesis —a desarrollar— sobre una idea que me ronda respecto al español: pienso este fin de siglo nuestro con el avance del inglés a causa de los grandes desplazamientos humanos y migraciones, del señorío a ultranza del neoliberalismo, o por ser el medio de expresión de los avances tecnológicos, cercano al momento que se vivió cuando Colón llegó a América. Entonces, el temor a la desagregación fue tanto que, incluso, el Arte de la lengua castellana (1492), de Antonio de Nebrija, se planteó fijarla y consolidarla, algo así como esos intentos (vanos) propuestos por instituciones francesas para impedir que el inglés se incorpore a su idioma... Si se recuerda la rapidez con que se admitieron voces americanas en la lengua imperial, para el presente podría conjeturarse que, en ciertas zonas, por lo menos, se está amalgamando otro idioma, quizá, todavía hoy, más oral que escrito. Basta evocar las hablas (y canciones) de “latinos” residentes en Estados Unidos e, incluso ciertos términos hispanos que han entrado al inglés. Importante sería, además, referir al vocabulario de la computación que ha ingresado sin traducciones en casi todos los países...). Dejo aquí la digresión, para retomar ese contraste, esa ambigüedad, esa ironía del “Welcome to mi pobre vida". “Bienvenido/a a mi pobre vida”, dice la canción, y siguiendo el estilo, el tono, el acercamiento a la realidad y a sus realidades, de los muchachos, podemos pensarla casi como una consigna de ellos respecto a ellos mismos, con una carga de humor negro donde la crueldad congela la sonrisa y la risa. Porque si lo que sucede en “Caluga o menta” podría situarse en cualquier país subdesarrollado o, quizá, en cualquier país, no sucede lo mismo con la lengua que utilizan los personajes. Me interesa, entonces, el modo cómo enfrentan el español de Chile, cómo lo doblegan, lo emplean, lo obvian, lo aceptan o rechazan, le sacan partido, lo silencian, lo hacen sonido indescifrable, lo explotan y hacen explotar..., y cómo lo completan y complementan con el lenguaje de los gestos, de las actitudes, los signos, la mímica, las muecas: así, sorprenden por su locuacidad, a pesar de ser calladas, las señas, alzadas de hombros o miradas de la madre del Nicki y su cantidad de burla, impotencia, dolor. ¡Y cuando ella habla...!, aunque siempre está trabajando, tiempo le queda para reírse (hasta de sí misma), para amonestar, para dominarlo todo, para hacer bromas y embromar, para no entender, y, por lo general, le bastan pocos vocablos, que dispone y maneja a su amaño. Esto acontece cuando su hijo llega contento y le revela que es un buen amante, con un pequeño desliz, ella provoca la ambigüedad: “¿Amante? —le dice—. Amante de la marihuana, serás...”.
Porque sacando de contexto también se logran efectos lingüísticos: se le quita solemnidad a la frase “el amor es más fuerte”, que fue pronunciada ceremoniosamente por el Papa en su visita a Chile, en 1987. Se parodian y revierten los discursos oficiales —religioso, político, etc.— al emplear ciertos términos en situaciones que no se corresponden con la adecuada, como cuando el más “volado” de los “locos” critica la droga, o cuando aluden a expresiones de la economía como “chorreo” (que oponen a “choreo”), “inversionista”, “libre mercado” en relación a sus propias vivencias, circunstancias tan lejanas a ellos que el Nacho concluye: “Compadre, somos privilegiados, hueón, p-r-i-v-i-l-e-g-i-a-d-o-s. No tenemos ná que perder.”
Todo lo anterior se (nos) da en fragmentos, tal como ese automóvil roto y sus partes que componen el paisaje que rodea a los “locos” porque, en “Caluga o menta”, no hay historias completas ni continuidades totales, y somos los espectadores quienes completamos, unimos, integramos, y seguimos —y armamos— los trayectos, ese más ubicador del comienzo que nos sitúa en un ambiente, y el otro menos lento donde las historias se suceden y contradicen la muletilla del “aquí no pasa ná”.
Fragmentario es, además, el enfoque de ciertas figuras-símbolos-de-la-llamada-"chilenidad”: no acatan sus funciones, no respetan las leyes y, por lo tanto, las normativas oficiales y supuestamente "patrióticas", el huaso y su mujer campesina que consiguen, venden y prueban marihuana. Por otra parte, la presencia de cuatro “típicas” “vendedoras de dulces chilenos” en pleno desierto, un espacio que no les corresponde, resulta algo surrealista y, al mismo tiempo, rompe con el estereotipo de la dulzura y amabilidad de “las palomitas" quienes solo hacen ver violencia y agresividad, no obstante su nombre apunte al símbolo de la paz. ¿Será casual que sean mujeres, así como esos emblemas y alegorías del siglo pasado, pero también de inicios del siglo veinte, que representaban La Patria de cada una de nuestras naciones latinoamericanas? Quizá refieran a la rudeza actual de la agresiva sociedad chilena bajo la apariencia uniformizante de la reconciliación y el consenso. La misma violencia y agresividad, explícitas en toda esta película, que se ejerce, también, sobre las mujeres —y no solo físicamente—. La misma violencia y agresividad practicada por personajes que tienen pocas posibilidades de elegir y escasas ocasiones para acogerse al azar, para optar por la suerte propuesta por ese juego con nombre de provocación latente llamado “caluga o menta”.
[1] “Qu'est-ce que la poésie?” (“¿Qué es la poesía?”) en: Questions de poétique, de Roman Jakobson. Paris, Seuil, 1973, 125. (Traducción mía).
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com "Caminando como ciegos por el borde de un abismo..."
(notas sobre "Caluga o Menta")
Por Soledad Bianchi
Publicado en "Escrituras de la diferencia sexual".
Raquel Olea, Editora.
LOM Ediciones, 2000