Proyecto Patrimonio - 2020 | index | Sandra Cornejo |
Autores |





 




“Interrogar el secreto del madero perenne”
A propósito del poemario Corteza de Sandra Cornejo

Por Adrián Ferrero*



.. .. .. .. ..

Curioso el mapa imaginario de este Dublín que ha elegido construir (¿o reconstruir?) Sandra Cornejo. No consta en él ni el ingenio zumbón (el encanto, como quiere Borges) ni la inteligencia de Oscar Wilde, sino lo inmemorial de sagas que interrogan con la intención de desentrañar un origen. Un origen que se adopta como propio porque todos, al fin y al cabo, somos hijos adoptivos de una patria. Una patria que sentimos que nos habla, a través de cuya lengua, hablamos. Tampoco es el Dublín de Joyce que se hubiera manifestado con palabras importantes. La opción de Sandra Cornejo es otra. Más modesta, pero no menor. Consiste en elaborar una alquimia secreta en la que Esquel logra tocar las orillas de los bosques de Escocia (como en la portada del libro) y Dublín se confunde con La Plata en el urbanismo de algún arquitecto incierto (probablemente un poeta ciego).

Mezcla que la autora logra suturar mediante escenas que regresan como ráfagas, como instantáneas de un álbum absolutamente privado (ni siquiera personal). En Corteza se habla en la lengua de los secretos. Lenguaje invisible que las palabras apenas rozan con el noble afán de permitir que se nos revele su zona prohibida, velada o, acaso, sagrada. Así, a pinceladas, se talla un poema que deja de ser silencio y deviene pieza trémula de arte. Operación compleja que atraviesan quienes son diestros en el arte de transmutar la experiencia profana en experiencia sagrada. Aquí se revelan dibujos, pinturas rupestres. Contornos que la poeta interroga porque sabe que detrás de la escritura de los árboles (como la escritura del dios del jaguar en Borges) hay una zona por desentrañar. La operación no es sencilla, como toda labor interpretante. ¿Cómo leer una escritura cuyo alfabeto solo es conocido por la naturaleza? La poeta dirime esta batalla cuerpo a cuerpo entre los signos. Deambula en la extranjería. Traduce de una lengua a otra, de un código semiótico a otro: del inglés al español (y viceversa). Transcribe un paisaje en el que cada verso lleva su historia, el envés de un secreto. Duplica imágenes de un código visual a un código verbal. Más aún: de un código táctil a otro visual y verbal. Es otra clase de escritura. Como la de una runa. Es una construcción entre signos que ofrecen resistencia y al mismo tiempo significados plenos; es un significante flotante que requiere de una mano o dos que toquen esa corteza como en un Braille: el árbol confiesa a la persona qué misterios indescifrables ocultan el interior de sus vetas.

Se trata de una intervención difícil, lo sabemos. Pero posible. Y necesaria. La naturaleza debe ser interpretada como los códices y los libros lo fueron, o lo son. En efecto, Sandra Cornejo comprende que, entre esa bellota de un parque milenario y su corteza, hay un destino trazado. El paisaje de Irlanda, entre otros, rememora ecos de un territorio leído y vivido en conmoción. Lo leído es astrolabio, brújula y mapamundi que le permite circular por el mundo con espíritu aventurero, audaz y transgresor. El yo lírico se atreve a desactivar los mecanismos más inamovibles del poder y, como todo poema que de verdad es, se insubordina. Así, estos poemas trabajan la materia del lenguaje más allá de un referente nítido, más allá de un universo connotado y mucho más allá, obviamente, de un universo denotado. Se trata, en todo caso, de un espacio retórico de verso libre en el que esa misma libertad conquista para sí la posibilidad de escribir la rebelión. No se desafían los discursos unívocos, se interpelan, procurando así, encontrar claves propias.

En Corteza la solidaridad acude naturalmente. Una mujer pinta con la misma mano que otra escribe o el amigo protege en una ciudad ubicada de espaldas a un río. Al Norte o, al Sur, se despliega un territorio boscoso, un lugar donde la tierra dicta el destino de los hombres y las mujeres, no al revés. Es la tierra quien gobierna ese espacio por el que sólo se puede caminar con andadura lenta. En la rusticidad o la aspereza, en las grietas, se infiere una lectura de un mundo en el que cada árbol tiene su singularidad como cada persona la tiene. Hay aquí también un pasaje, un puente que reúne los bosques de Escocia con los bosques de la Patagonia. Hay un corredor que la poética de Sandra Cornejo transita, arte pictórico que tiene el volumen y la sonoridad de lo que se aloja en las tierras salvajes, en la nieve procelosa.

Ecos del libro de María Negroni Islandia llegan a mí en este Corteza. La común tersura que invita a la exploración del territorio del planisferio de la tierra. Ambos tratan de tierras antiquísimas. En el marco de ambos libros, la voz femenina. Una María Negroni insurgente frente a un Borges todopoderoso (al que sabe no podrá derribar porque se trata de alguien invencible, desafiar a Borges es una empresa perdida de antemano). Sandra Cornejo elige otro camino. No prosigue el mismo sendero de Negroni. Por más que algún cabo suelto puede que de ella retome. Se escucha, eso sí, al yo lírico femenino, de modo incuestionable.

María Negroni, viajera cultural por las calles de Manhattan, escritora desenvuelta, estudiosa de los prodigios de NY, Nueva Inglaterra y las poetas anglosajonas. Sandra Cornejo, conocedora de otras magias. Sus saberes tienen que ver con la experiencia intensa e introspectiva ante la naturaleza, en particular de los espacios más fríos (que también acogen los interiores más fogosos). Bucea en otros sortilegios. Un sistema de lecturas que es capaz de incorporar canciones populares sin sentir que por ello se está faltando a la belleza incomparable del poema. Una poética que articula y desarticula lo popular con la alta cultura, lo remoto con el presente histórico, la intimidad con la vida pública, las relaciones profesionales con las experiencias primordiales en un entorno que para ella siempre dice algo. Jamás la mera escenografía. Un espacio de signos, parábola de los arcanos que nos circundan, alojados en mundos que, en su infinita longevidad, guardan y velan.

Hay un universo de afectos que no quisiera desatender en Corteza. Lo entrañable por quienes configuran su constelación de amistades, familiares, amores, admiraciones literarias declaradas o intertextuales. Este tono menor que Sandra Cornejo​ elige se hace de silencios y sonidos que salen a la luz. Decodificar, hablar un otro lenguaje, devenir mensaje transcripto luego en libro.

Si me preguntaran íntimamente qué me llevo de Corteza, diría que es un poemario que me gusta. Me gusta su escritura. Me gustan sus remisiones paratextuales e intertextuales implícitas y explícitas en todos los sentidos, desde sus acápites, sus dedicatorias, su sistema de lecturas que remiten infinitamente a otras tantas como un libro de arena. Sandra Cornejo no elige ser ni ingenua ni ingeniosa. Sino que da un paso más allá. Se confunde con ese carozo del poema que hace de él una zona sugerente y siempre sutil. Una hechura que invita a las reverberaciones en un lenguaje que ella, en su jardín privado, ha sabido cultivar.

Hay en ese jardín un diálogo primordial, más cálido y de una infinita ternura, que destaco. Es ese diálogo producto de un pacto: al otorgar el don de la vida se encuentra el regalo de la salvación. Es, ni más ni menos, que el retorno incuestionable al amor universal a  través del amor maternal. Algo que solo unos pocos conocen. Quienes no abandonan, no serán abandonados por las palabras, menos aún serán abandonados por la presencia que sobrevuela cada poema de este libro. Sea.

 

* * *

 

 

Dos poemas de
Corteza
(Prueba de Galera Editoras 2019, La Plata, Argentina)

Una bellota

Una bellota
de un parque milenario
viajó conmigo en mi bolsillo
de un continente a otro.

En días asombrados,
era mi compañía y mi amuleto.

No es una bellota,
alguien me dijo luego.

¿Importa el nombre de las cosas?
Era mi bellota.
Lucía como tal en el camino.

 

Oso pardo

Soy doméstica
como un conejo,
solitaria como un oso pardo.

No pretendo una cueva
demasiado espaciosa.

Tal vez una jaula
donde pueda hablarte
de los animales extintos
que conocí en otra vida.

Si estuvieras,
me bastaría un penique
para contarte el mundo.

Te diría que el mejor
de los libros es el tuyo
–porque lo es–.
Nos tejería un tapiz
con berro
y jarillas.

Pero llueve en Berlín
y el gris se apaga
y acabo de llegar
tarde,
en octubre.
Sin aviso.

 

*Adrián Ferrero es escritor y Doctor en Letras por La Universidad Nacional de La Plata, Argentina.



 

 

Proyecto Patrimonio Año 2020
A Página Principal
| A Archivo Sandra Cornejo | A Archivo de Autores |

www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza.
e-mail: letras.s5.com@gmail.com
“Interrogar el secreto del madero perenne”
A propósito del poemario "Corteza" de Sandra Cornejo.
Por Adrián Ferrero