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El borde, esa incerteza
Acerca del libro “El borde” de Silvia Montenegro
(Prueba de Galera Editoras)


Por Sandra Cornejo



.. .. .. .. ..

El borde, lo que supone el borde, no es el límite, ni el umbral ni el puente ni la frontera. Sin embargo, ese incerteza que habita el borde, oficia también de límite, de umbral, de puente, de frontera. Zona ambigua de principios y finales.

Es dentro de esta atmósfera, de este respiro latente, donde “El borde”, libro de Silvia Montenegro, busca anclaje. Con un tono que entrelaza lo leve y lo inclemente, la autora nos coloca ante una encrucijada: para seguir la trama deberemos oír sus entrelíneas. Concebir una cartografía propia que nos permita empezar a recorrer el territorio.

Dice en un fragmento de su poema “Line up”:

 -¿Qué hay en lo alto?
-El corazón.
-¿Qué mira el corazón desde la cima?
-Lo que de cerca no puede.
-¿Por ejemplo?
- La tierra luminosa.


Atravesada por una sensualidad onírica, ambivalente, esta poeta se despliega entre contornos, en las orillas. Su poesía, que ha hecho camino a través de “Los príncipes oscuros” y “La bruma”, entre otros títulos inquietantes, brota de una desnudez inmanente, de un vacío que desciende a mundos poblados de claroscuros; de contrastes.

Escribe Silvia:


El mar, vos, yo y los cerebros rozando
las tapas de los libros, respirando el olor de sus hojas,
el trabajo duro de la plenitud,
y tampoco
.


Y qué es ese “tampoco”, eso que no se alcanza. Ese estado de limbo que, al recorrer el libro, percibimos. Ocurre que la poesía se halla en consonancia con el misterio, está detrás de y, lo mejor que nos puede ocurrir, como aquí, es que simplemente nos conmueva, nos desacomode.

Leer a Montenegro es entonces observar a través de un caleidoscopio. Es acercarse a una trama que traza la diferencia, por ejemplo, entre sumergirse y esconderse. Así, un grano de arena puede ser la línea del horizonte, el mar reparándose, la casa detrás del pino, los fósiles de los que hay que huir, sobre los médanos. Un grano de arena es también, en su paleta marina, la tormenta infinita sobre el gris. Es la mano que escribe lo roto y un ópalo de luz en los frutillares.

Leer a Montenegro es explorar un bestiario que nos habla de posibles mundos dentro de un mundo, un mundo que bulle en lo invisible. La iguana se convierte en arbusto, el castor es la alabanza de lo salvaje, el urubú vuela tibio desde temprano; y enero, animal bifronte, abre y cierra la puerta donde “el peligro brilla”. Las noctilucas, fosforescentes, hacen de la felicidad “una conspiración”.

Se refiere la escritora Graciela Montes (siguiendo a Winnicott) a una “tercera zona”, a ese lugar potencial donde acontece un poema, una canción, un cuento: donde ocurren las “construcciones pioneras propias del borde”. Ahí, en ese espacio de ensoñaciones, esa zona incierta, es donde abreva este libro que resuena y crece como rizoma. Su paisaje y sus símbolos abren un universo propio.

Silvia escribe en el poema “Ella nada en el mar como una raya”:


Ella aplana el vientre,
luego lo infla
lista para sumergirse
ella nada en la casa
ella nada en la calle
ella nada.


La mujer nada como una raya plana o, la mujer, nada. Alegoría que clama luego “todo lo que necesitamos es amor”. Conciencia de pérdida. Despojo que tiene su contracara, a veces, en un resplandor. “¿Qué hago con lo que no está pero tiembla?”, escribe; “el cuerpo se aferra a lo que no volverá” escribe también; pero sin embargo, en “Río Liffey”, nos dice:


Lanzo una moneda al río
y creo
que hay una luz
más allá de las torres
más allá del hijo y del padre
una primera vez de la luz
una primera lluvia
un gajo naciendo contra el viento
hay.


Inseparable de su poesía, el peligro. Un peligro que brilla. Lo que se va y no se olvida, resplandece.

En otro fragmento dice:


Todavía me deslumbra lo que desaparece.
Pero me duelen las piernas
y no puedo caminar
para alcanzarlo.


Sabe que la poesía no sana, pero sí sutura la herida, traduce el dolor. En el caso de este libro, la poesía atisba un estado de cosas que no alcanzamos a ver, pero suceden, en un espacio lindero al agua, a las sensaciones más profundas. Poemas pasadizos que conectan lo interior con lo exterior, que remiten al velo. Piruetas que mutan hacia lo sensual y resbalan, dejándose rozar por la seda. Poemas Kimono, prenda que a su vez es cuerpo, es piel, lo que sólo el tacto recuerda. Rarezas de la calma. Territorio difuso el de las criaturas del borde.


Habitante ella misma de un borde poético, Silvia Montenegro reconstruye un mundo con lo precario, lo efímero, lo fragmentario. Compone un film donde las escenas se suceden como se suceden los vagones de un tren que pasa, lejos, deshaciéndose en la planicie. Llanura que es también océano manso, fijo en la pupila. Poema embrión en su placenta, ávido de luz, de abrazo, para reír, si es posible “contra toda oscuridad”.

En “El borde”, libro viento y vientre, el agua, la espuma, el cielo, auspician de médium. En “El borde” la madre, la hermana, la hija, la amiga, la sola, son expresión diversa de una fuerte presencia ante la inmensidad. Mujeres que guardan la tristeza detrás de los ojos, cuando el universo se abre hacia adentro y el mundo cae como una catedral, derramándose.

Libro de líneas trazadas en la orilla, que teje una duración que no dura, pero nos habita, nos encarna.


 

Silvia Montenegro




* * *

 

Poemas

 

 Line up

–¿Dónde está el placer?
–En la espera.
–¿Qué esperás?
–El borde.
–¿Cuál?
–El blanco, el sagrado, el espumoso.
–¿Se mueve?
–Es lo alto en movimiento.
–¿Qué hay en lo alto?
–El corazón.
–¿Qué mira el corazón desde la cima?
–Lo que de cerca no puede.
–¿Por ejemplo?
–La tierra luminosa.

                                                             A Diego 

 

 

 

La línea rota

                                                             No olvides esto: no puedes volver atrás.
                                                                                                             J. J. Cale

Guardamos la tristeza detrás de los ojos,
un escondite de piedad ciego y azul.

Siempre a punto de morir
y sin embargo
no nos morimos.

Vemos esqueletos de ballenas en las nubes,
a veces la belleza es ese hastío.

Algunas noches cenamos con Dios
y reímos hasta el amanecer.

El punto álgido es el sol
encandila el tiempo. Lo quiebra.

Cuando queremos regresar,
no tenemos casa.

Acontecen caracoles entonces
nos tapa un agua roja
nos crecen gajos.

Somos multitud
somos el Everest
nos deslizamos en balsas de nieve.

Tocamos el hilo de sangre en la alfombra
la alfombra es inmenso lago
desde ahí miramos la única estrella.

 

 

Noche de febrero
                                        (Franja de Gaza, mayo de 2018)

Cuando el mundo explote
– y no falta mucho, me decías-
tendrás un lugar donde refugiarte.
Era febrero
y nosotras bajo la misma brisa.
El mundo explotó, maga.
Niños vuelven a morir sobre lo muerto
lo muerto seco
lo muerto que se olvida de llorar.
Niños se prenden a las tetas de los terneros bajo los escombros.
Mirá la montaña.
Mirá el castillo que crece.
He escuchado el largo mantra
como una música en el cementerio de mi pueblo
vi enterrar lo joven y amoroso.
vi a la madre.
No a este desquicio
en el otro lado del mundo.
Te extraño.
No encuentro el refugio donde anticipabas la tristeza
y reíamos
contra toda oscuridad.

                                                                                                       A Susana

 

* * *

 

Silvia Montenegro nació en La Plata, Argentina, en 1961. Es egresada de la Universidad Nacional de La Plata. Publicó los siguientes libros de poesía: Sobredosis de alma (Sudestada, 2001), El diablo pide más (Ediciones Último Reino, 2004), Los príncipes oscuros (Ediciones Último Reino, 2008), La bruma (Barataria Libros, 2014) y El borde (Prueba de Galera, 2019). Fue invitada a numerosos festivales de poesía, entre ellos: Festival Internacional de Poesía de la Feria del Libro de Buenos Aires, Festival Internacional de Poesía de Michoacán (México), Festival Internacional de Poesía de Trois Riviere (Quebec, Canadá) y Festival Internacional Transpoesía (México). Figura en antologías poéticas publicadas en Argentina, México, Perú, Italia y Alemania. Algunos de sus poemas fueron traducidos al francés, al alemán y al italiano. Entre 2009 y 2012, se desempeñó como Secretaria General de la Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina (SEA). Reside en City Bell.

 

 



 

 

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