STELLA DÍAZ VARIN, REINA DE LOS SIRLOS
Por Virginia Vidal
Revista Punto Final, 26 de noviembre de 2004.
"dejaban mi cabellera colgante desde el tronco de la puerta como trofeo/
Sin precedencia en la historia de los indios manantiales/
y una cuenca abierta /
para la mirada de los ojos indiscretos/
colocada a la acera del abismo/
Y esta era mi morada"
Stella Díaz Varin no se parece a nadie, "viva moneda que nunca
se volverá a repetir", acaso es la única sobreviviente, de la etnia de los
indios manantiales. Allá quedó su cabellera roja flameando
como bandera,
allá en ese espacio por ella fundado, con un cielo poblado de mágicas
aves llamadas sirlos:
"Las grandes ausencias amenazan/ Cuando los sirlos / Esos bellos pájaros/
Emigran/ Y la lejanía hiere sus alas/ El hombre no lo sabe/ Porque duerme/
Oculto por causa de la luz/ Para no prever la muerte."
El poeta David Valjalo la recuerda en aquellos días de infancia cuando con
ella y sus numerosos hermanos se bañaban en el río, todos bonitos, de
cabezas rubias o morenas, pero la más hermosa era la sirenita colorina.
Dicen que ese pelo rojo le viene como herencia de una bella antepasada que
tuvo amores con el corsario Francis Drake. En su mestizaje intervinieron
también familias normandas y castellanas.
Dicen que dicen. Mucha leyenda se ha tejido en torno a la admirable y
singular poetisa. Acaso fue la primera mujer de este país que ostentó un
tatuaje en su cuerpo, pero ése no es símbolo de piratas sino la
representación de un pacto secreto que hizo en su juventud con algunos de
su pares para borrar de la faz de la tierra a un tirano. La llaman
controvertida, bohemia, polémica. Más de algún fatuo e irrespetuoso ha
recibido de ella un carterazo o un bofetón. Si le preguntan por eso,
calla, pero ríe su mirada sagaz y a lo más se limitará a decir: "Hubo
escritoras admirables que eran María Luisa Bombal y María Carolina Geel:
ellas se agarraban a balazos, mientras que yo, apenas me agarro a
puñetes..."
Ya cumplió ochenta años Stella Díaz Varin, la musa de La Mandrágora,
nacida el 11 de agosto de 1924. Vive con una pensión de
cincuenta y siete mil pesos mensuales. En situaciones de extrema
urgencia la han atendido en el hospital o en el consultorio como indigente
y no hay un ministro de educación, un consejo nacional del libro, una
sociedad de escritores que alce la voz y se imponga para acabar con tanta
indignidad y enseñar este país a respetar a uno de sus más grandes
valores.
Víctima de la dictadura, en marzo de 1974 la estuvieron
vigilando y persiguiendo hasta que la atropellaron para matarla y
la fueron a dejar a la morgue, pero su amiga Ester Matte con la ayuda de
su madre logró rescatarla. Tardó en recuperarse del traumatismo
encefalocraneano, de las quebraduras y contusiones múltiples. Sobrevivió
desdentada, con secuelas que la afectan hasta hoy.
Cuando canta a "La Arenera" aplastada en un derrumbe, su voz fraterna
surge de sus propias entrañas el homenaje a esa criatura anónima con
"Diez uñas/ Y el silencio/ Para escarbar milenios".
Queda el recuerdo de su belleza, de su fulgurante cabellera roja y su
silueta airosa, erguida, junto a Enrique Lihn, a Carlos Droguett y a
consagrados escritores de los años cincuenta. Por sobre todo, queda, y le
sobrevivirá su poesía.
Se la podía ver junto a Carlos Droguett, a Miguel Serrano y al poeta
mítico Eduardo Molina Ventura, el Chico Molina. Ella no le tenía asco a
Teófilo Cid, ese hombre que hacía arriscar más de una nariz y obligaba
a ponerse de pie a quien se sentara a su lado. Pero una vez nos invitó
a almorzar y atendió a sus huépedes como un gran señor. Imposible no
admirar su cultura inmensa, su decisión absoluta de ser el señor de la
marginalidad. Ese es también el territorio de Stella, la insumisa, la
nunca doblegada por ningún poder. Su mayor orgullo es el homenaje que los
escritores cubanos le rindieron en La Habana el año 1994; también le
editaron una antología de su obra en la Colección de Clásicos. Para
nuestra vergüenza, Chile la omite.
Como lo señalan los cubanos en esa selección "Poesías":
"Integrante de la generación de escritores chilenos que comenzó a hacer
literatura poética alrededor de los años cincuenta, Stella Díaz Varín es
considerada una voz singular y trascendente en el devenir de las letras de
su país. Una poesía de autodefinición, de canto y reconocimiento a la
condición femenina como fuente hacedora de la vida recorre toda su
producción, así como la reflexión en torno al paso de los años y su
incidencia en la mujer-poeta-amante-madre. Riqueza y mesura en las
imágenes y tono coloquial también resultan atributos de los poemas
recogidos aquí y que constituyen una selección de cada uno de sus libros
publicados."
Los escritores de La Serena quisieron a toda costa conseguirle una casa
diga y una pensión para que viviera en su ciudad natal. Las
autoridades y una cuña de su mismo palo se opusieron y bregaron para
impedirlo y se limitaron a declararla Hija Ilustre. La Universidad Mayor
en una Feria del Libro Usado le confiere el Galardón de la
Trayectoria...
Francisco Coloane contaba cómo ella los subyugaba por su belleza, talento
y audacia. En esos encuentros se congregaban él, Ricardo Latcham, Nicanor
Parra, Luis Oyarzún, Humberto Díaz Casanueva. Es la mítica Colorina
del Zócalo de las Brujas que congregaba entre otros a Irma Astorga, Hugo
Goldsack, Jorge Sosa Egaña.
No ha faltado quien la compare con Bukowsky. O con Huidobro, más
certeramente. Más de alguno la mienta como "la última poeta maldita". Su voz
única no es la de Charles Baudelaire, ni de Verlaine, Rimbaud, o Mallarmé,
pero se la incorpora al mito del artista bohemio, y profundamente crítico
con la sociedad de su tiempo.
A su paso dejaba un rastro de admiración. Se asomaban a contemplarla si
entraba en el Café Iris, en Alameda con Estado. Se rumoreaba que era la
reina de las noches de Il Bosco, en Alameda 867. Allí participó con sus
cofrades del Zócalo de las Brujas en una acción de arte inolvidable , que
el tiempo decora y transforma, cuando unos dolientes entraron pasada la
medianoche portando velas y un ataúd donde hacía de muerto un italiano
de apellido Firmani y Stella, de viuda, iba envuelta en velos de luto.
El que se alzara el muerto, causó espanto a los adormilados parroquianos
y llamaron a los carabineros... Ahora se habla del primer "happening"
realizado en Santiago de Chile, pero ocurrió antes de que el término fuera
acuñado por el artista Allan Kaprow en 1959. Cuando de ello se habla,
Stella se limita a decir que pretendían hacer algo contra la rutina, el
aburrimiento, la lata, la falta de imaginación.
"La verdad es que era la más buena moza de las que escribían poesía y
con una personalidad extraordinaria. Claro, por lo menos en los años
cincuenta se le tenía miedo por su carácter. Era y es muy considerada por
el valor que tiene y sigue siendo una poeta importante de Chile", dice
Armando Uribe Arce en entrevista concedida a Sandra Maldonado.
Siempre la he visto como la Madre Luna de un cuento: salía de noche, iba
a las fiestas y en las largas uñas de sus bellas manos guardaba exquisitos
bocados para llevarles a su hijas las estrellas. Ella se sobrepone a
toda desventura y se esmera por un hijo y tres nietos que viven bajo su
alero en el departamento de la Villa Olímpica, en la calle Los Jazmines de
Ñuñoa.
Dicen que por fumar y beber, tiene la voz parda y bronca pero son nódulos
en las cuerdas vocales acumulados por la vida de la que nunca calló y gritó
en la manifestación callejera e increpó a los inconsecuentes.
Esa voz se impone más allá del tiempo. Es su voz poética que algunos
consideraron cruel y que ha surgido con pasión y desgarramiento como
el agua que corre por las cuarteaduras de los cerros de su tierra natal.
Enrique Lihn supo calar hondo e interpretarla: "...Stella era, es, una
tenebrosa cantante desconsolada y también frenética, orgullosa de sus
imágenes y negligente en relación al sentido de su canto".
La veo bailando hace un par de años en el Congreso de Escritores de Pucón,
deslumbrando a los poetas jóvenes: la reina de la noche, o armando tertulia
con Jaime Huenún, con Graciela Huinao y Leonel Lienlaf, Leonardo Sanhueza
la eterna irreverente, la nunca subyugada por los podercillos. A ella la
invitan a sus recitales, la declaran maestra de los talleres literarios
de la Federación de Estudiantes, la rodean los poetas jóvenes: Piero
Montebruno, Santiago Barcaza, Leonardo Sanhueza, Rafael Rubio. La juventud
la admira y respeta por su consecuencia, por su incapacidad intrínseca
para andar luciéndose y pregonando sus valeres.
Integra la cofradía de los "Vagabundos de la nada", contertulios del Bar
Unión (La Unión Chica), durante "el tiempo del asco", después del golpe
militar. Entonces, escritores y pintores no tenían muchos puntos de
encuentro, a lo más ése y la Casa del Escritor. Ella se sumaba a Roberto
Araya Gallegos, Germán Arestizabal, Mardoqueo Cáceres, Juan Cámeron,
Rolando Cárdenas Vera, Gonzalo Drago, Aristóteles España, Mario Ferrero,
Jaime Rogers, Carlos Olivarez, Ivan Tellier, Jorge Tellier,
Enrique Valdés, Leonora Vicuña Navarro. Este compendio de cuentos y poemas
con prólogo de Poli Délano, selección de textos por Ramón Díaz Eterovic,
deja testimonios de parte importante de una fuerza creadora que vivió y
resistió bajo el imperio de la dictadura.
Poco se sabría de la existencia de Domingo Morales Ramos si no fuera el
editor visionario que en 1949 publicó su primer libro, "Razón de mi ser".
En 1950 se casó y tuvo un hijo. En 1953, publicó "Sinfonía del hombre
fósil". En 1959 el Grupo Fuego editó su "Tiempo, medida imaginaria".
Tras un lapso de vida vivida y sufrida, aparecieron "Los dones
previsibles" (Premio Pedro de Oña, 1987), "La Arenera"
(tríptico testimonial. autoeditado 1993), "De cuerpo presente"
(1999).
A los dieciocho años se rebeló contra la ciudad colonial y pechoña de
La Serena, contra los prejuicios y pacaterías de una familia de abolengo
sumamente venida a menos, pero rigurosa en el cuidado de las apariencias
en una sociedad profundamente segregadora. Se vino a estudiar medicina,
pero al poco tiempo se había incorporado al trabajo periodístico y al
inquieto medio artístico y literario donde llamaba la atención Barack
Canut de Bon, y ya se destacaban los poetas de la llamada Generación del
Cincuenta, mientras Alejandro Jodorowsky junto a Enrique Lihn realizaba
un espectáculo de mímica magistral y Ester Matte Alessandri junto a Rubén
Azócar se empeñaban en conseguir la Casa del Escritor.
Llegada a Santiago, se incorporó como reportera al diario "Extra" cuyo
director era el crítico literario Juan de Luigi. Se matriculó en Medicina.
Sería periodista para financiar sus estudios. Entonces conoció a los que
llama esos taitas: Francisco Coloane, Carlos Droguett, Andrés Sabella,
Pablo de Rokha, Alberto Romero, Tomás Lago, Rubén Azócar.
Ha sufrido calumnias y falsas acusaciones fruto del sectarismo y la
estupidez, algo que ella no aguanta. Pero nada doblega sus profundas
convicciones, sus ideales libertarios. Socialista inclaudicable, escribe.
Y ella prosigue escribiendo, en la busca de la palabra:
"Una sola será mi lucha/ Y mi triunfo;/ Encontrar la palabra escondida/
aquella vez de nuestro pacto secreto/ a pocos días de terminar la infancia."
Fe en su oficio, fe en el ser humano. Para Stella, la poesía no se pregunta, no se define, simplemente es.