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STELLA DIAZ VARIN POETA DE MORAL SURREALISTA
Por José
Angel Cuevas
Recuerdo en Chaitén entre la soledad de las montañas,
invitados por Rosabetty Muñoz a un Encuentro de Poesía.
Habían pasado dos días y salimos con Jaime Quezada y
una poeta española a dar unas charlas a Palena, al pasar Quezada
dijo "aquí va a pasar algo, vi
a Stella tomándose un pisco doble en el bar. Volvimos al anochecer
y claro, Stella estaba gritando "jamasmente ÑauÑau"
y decía una frases incoherente en alemán champurreado
sobre toda la concurrencia junto a los leños, Yanko González,
Floridor Pérez, Valdivieso y muchos más. Nadie se atrevía
a pararla, ella golpeó a un funcionario de la Corporación
que venía a decir un discurso oficial junto a los comensales,
la noche estaba cerrada. "¡¡Quién eres tú
macaco!!" gritaba ( así como Rolando Cárdenas tenía
otra frase favorita para increpar "Qué te importa a mí").
Todos estaban asustados de la poeta surrealista, la colorina Díaz
Varín, esa voz derrokhiana, que jamás se quedó
tranquila en la vida, ni se oficializó.
En esa voz de trueno, pero con un fondo de imprecación moral
y a la vez poética. Surrealista se me ocurre o dadaísta
por constituir en su persona esa máxima de Tzara "la poesía
no es sólo un producto escrito, un sucesión de imágenes,
SINO UNA MANERA DE VIVIR" Vivir como poeta que siempre decía
Teillier, una mujer enloquecida quizás Eleonora Carrington,
Margarite Duras, Frida Khalo, de Verdadera Radicalidad. Capaz de golpear
y Rechazar con sus dos tremendos puños.
¿A cuántos no golpeó en sus rostros? ¿Cuánta
trasgresión en restaurantes, reuniones, recitales, con Esa
Voz, terrible y ronca voz de Stella.
Porque ellos, Teillier, Cárdenas, quizás Lihn, y Stella
Díaz a muy pocos aceptaron como poetas. En su medida, de otros
tiempos, ese ser, esa especie de conjunción de pureza, lucidez,
vestimenta, palabra. Una Voz una locura y decisión, como de
Agitadores o Niños Terribles que se usó hasta entrados
los años 70.
En fin, esa noche Stella terminó llorando en brazos de Rosabetty
como una niña gigante en manos de una madre pequeñita,
pero dulce, cariñosa, que la acariciaba y le decía "...ya
Stella, tranquila, descansa, llora, no estás sola..."
Después todo fuimos a abrazarla uno por uno hasta que comenzó
el baile junto al fogón.