
        
        Stella  Díaz Varin: Escribir para recitar        
        Por Felipe Lagos D.
        
          
          En  1988, Enrique Lihn escribía: “… la mayor parte de los  poetas de mi generación entendíamos la poesía  como canto, en primer lugar y sólo en segundo como escritura”.  Entendimiento que fue modificado (en él y otros) con el paso  de los años, la experiencia y las influencias: “Algunos de  nosotros, estimulados por el ejemplo de Nicanor Parra, nos alejamos  rápidamente de ese tipo de poesía –del hipnotismo de  las Residencias de Neruda, del gigantismo de De Rokha–.  Stella, no”1.  
        Pero  del 47 al 492 (este último, año en que Díaz Varin editó  su primer poemario, Razón de mí ser), Lihn  imitaba, como un escolar, al peor Neruda, y del 49 al 543,  lo seguía haciendo; aunque ya no en lo formal, sí en  los tópicos4.  Mientras que Stella Díaz Varin, “La colorina”, tenía  desde el comienzo “voz propia”: 
        
          
            Yo, que era la misma  muerte,
                y fui yo quien decreté  mi angustia
                sobre  la enredadera de mi sangre…5
          
        
        Porque  Díaz Varin no fue impregnada por el ejemplo de Neruda, a  diferencia de Lihn y otros, sino de Rimbaud, Mallarmé, Rilke.  Muchas veces, para ser más actual que los actuales, hay que  volver a los “clásicos”. De ahí que pueda ser  comparada, por Alone, con Huidobro6 (aunque un Huidobro sin ironías), dado que también él  hacía de lo viejo algo nuevo.  
        Romanticismo,  decadentismo, simbolismo, dice Lihn, a propósito de Los  dones previsibles, son las tendencias que podemos encontrar en  Díaz Varin. Es que “la generación del 50”, era una  generación joven e idealista (¿basta decir “joven”  para decir “idealista”?), y las influencias son, a esa edad, una  obstinación central. Sólo basta aproximarse a los  artículos escritos a cerca de esta “leyenda turbulenta”  para constatar la preocupación por mantener conversaciones  inteligentes e ilustradas, profundas y animadas, saboreando la  medula de los poetas recién muertos, con los camaradas  eufóricos de los veintitantos años…  
        La  poesía de Díaz Varin posee esa sinfonía de  influencias que la hacen parecer única y la proyectan como una  gragea de experiencias que exigen el abandono de la lógica  (del que habla Alone). Pero aquellas influencias no  es necesario  citarlas (como no es necesario citar –al igual que lo hacen a  destajo los críticos literarios– las polémicas del  poeta). En los cuatro poemarios editados entre el 49 y el 92,  encontramos tan sólo una cita, extraída de Así  hablaba Zaratustra, de Nietzsche, aparecida en Tiempo, medida  imaginaria7.  Y en cuatro ocasiones el epígrafe es de ella misma.  
        Basta  leer un fragmento escogido al azar, de los tres poemarios que  aparecen en el periodo 49-59, para hallar en esos “versos largos y  acumulativos”, como dice Lihn, característicos de ese  decenio, la carga de las lecturas reveladoras y motivadoras:
        
          
             Ay hermano,
                mi voz creó un  sonido diferente
                para decidir el crujido  del agua
                y su alma de  superficiales espumas rotas,
                y no soy yo quien mira,  sino tú quien contemplas,
                y  no soy yo quien habla. Vienes…8 
          
        
        En  Díaz Varin podemos identificar, o al menos presentir y  conjeturar, las influencias que permanecen mudas, pero latentes, lo  mismo que en la manera de amar de los adultos en cuyo fundamento  persiste el amor de los niños y adolescentes: 
        
          
            Amigo, adolescente,
                niño  de la palabra;
                solitario,  enviado desde tiempos nocturnos
                para  hacerme olvidar en tu beso
                los  fuegos explorados9.
          
        
        Pero  la poesía de Díaz Varin se basta por sí misma,  haciéndonos olvidar cualquier posible influencia. Se presenta  como una “voz propia” e inconfundible, de la cual ella misma  podía sentirse orgullosa, y los camaradas de la “generación  del 50” admiraban y reconocían. Y esto, a pesar de que sus  temáticas pertenecían a lo que los historiadores llaman  “el tiempo largo”, es decir, tópicos que podemos rastrear  en épocas vetustas, como la muerte, el amor, el sufrimiento,  el odio, la soledad.  
        Esto  es posible por dos razones, que son en el fondo una misma razón.  Primero, la poesía de Díaz Varin es para ser escuchada,  por lo tanto, la modalidad temática queda en segundo plano. Ya  Lihn lo dijo: Díaz Varin “… se apoya en la gesticulación  más que en el sentido”. Y en segundo lugar, en tanto  materialización de la palabra en la voz, en cualquier tiempo y  lugar la poesía puede ser sentida.  
        La  poesía es, principalmente, una relación entre quien  recita y quien escucha, sin tener que pasar necesariamente por un  desciframiento de los signos. La poesía hermética  –hermética en el sentido de experiencia irrepetible e  inenarrable para otro pero de todas maneras entregada a un otro–,  tiene como alusión un particular, un “lar” (como dice  Tellier), pero que puede ser puesta para quien quiera escucharla (o  no) en la recitación. Sin embargo, Díaz Varin no  necesita de la onomatopeya, o cualquier otra formalidad de  vanguardias añejas, para transmitir la resonancia micro y  macroscópica de la poesía cuando es recitada. Cualquier  palabra es capaz de producir un cómo y un para qué de la existencia: 
        
          
            Una sola será mi  lucha
                Y  mi triunfo.  
                Encontrar la palabra  escondida
                aquella  vez de nuestro pacto secreto
                a  pocos días de terminar la infancia.
                Debes recordar
                donde  la guardaste.  
                Debiste  pronunciarla siquiera una vez…10 
          
        
        Es  ahí donde se ha de buscar la lucha política de la  poesía, y no en la alusión directa de una “causa”11.  La relación que pone en movimiento la palabra es su política  en tanto “acto verbal” para otros y entre otros y, por qué  no, por y a partir de otros, en la comunión: 
        
          
            Tú  llevas una bandera me han dicho.
                Sí.
                Tú llevas una  bandera
                Yo sé
                Que la bandera es de un  rojo profundo
                Toda  bandera es un río de sangre12. 
          
        
        No  obstante, esta preponderancia del lenguaje, de la relación,  por sobre el hablante, no pone a éste último en una  posición inicua, accesoria. Se trata, por el contrario, que la  relación social vuelva a situar al sujeto en una posición  que para sí y para otros es de suma preeminencia: 
        
          
            Ay compañero;
                tu  rasgada piel de animal quebradizo,
                ay hombre, muriendo e  inconcluso,
                hombre de intentos  pétreos,
                de  prohibidas féculas candeales13. 
          
        
        Hay  un Yo en el fundamento de los cuatro poemarios de Stella Díaz  Varin, editados entre el 49 y el 92. Un Yo que, sin embargo,  no necesariamente es “… la propia persona retorizada…”, de la  que habla Lihn. Es el sujeto real producido por relaciones de  producción determinadas, esforzándose por lidiar con  las exigencias, a veces atroces y crueles, a veces cautivadoras y  tiernas, de la existencia.
        
          
            Es así
                Que la vida es en su  muerte
                Una pura subtancia
                Un sereno ocurrir,  naturalmente
                Un ritual
                De poderes ocultos en su  origen
                Un círculo  elemental
                Un curioso bullicio
                Un germinar muriendo.
             Es así
                Que estoy viva
                Y en cada vida
                Se  me va la muerte14.
          
        
        La  poesía de Stella Díaz Varin, “La colorina”,  establece una relación que suma vida, esperanza, muerte,  destino elemental; donde no hay limite absoluto entre naturaleza y  cultura (naturalmente un ritual, se ha de leer en el poema  arriba citado), ni entre lenguaje y habla, comunión y soledad,  alegría y sufrimiento, sino una pulsión que se propaga  en uno y otro ámbito, que es en el fondo el mismo ámbito,  el de la existencia, donde se escribe, a pesar de que lo que queremos  es recitar, como vivimos, a pesar de que lo que queremos es morir.  
         
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