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Las últimas palabras de Stella Díaz Varín
«La palabra escondida: conversaciones con Stella Díaz Varín», de Claudia Donoso
UDP, 2021. 148 págs.
Por Juan Rodríguez M.
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 21 de marzo de 2021
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Primero un poema: “Una sola será mi lucha/ y mi triunfo:/ encontrar la palabra escondida/ aquella vez de nuestro pacto secreto/ a pocos días de terminar la infancia”. Y luego, la conversación: “Has dicho que tu gusto por la naturaleza viene de tu infancia”, le dice la periodista y escritora Claudia Donoso a Stella Díaz Varín. La poeta, autora de esos versos, nacida en La Serena en 1926 y muerta en Santiago en 2006, le responde: “Soy una mujer eminentemente feliz en un pedazo de tierra, callada la boca, mirando, escarbando. Es algo que me llama y me protege de todo”.
Así comienza La palabra escondida: conversaciones con Stella Díaz Varín (Ediciones UDP), libro en el que Donoso recupera una serie de entrevistas que le hizo a “la colorina”, como fue conocida, por su cabello rojo, la autora de Sinfonía del hombre fósil, Tiempo, medida imaginaria y Los dones previsibles, entre otros libros. Las conversaciones parten a fines de los años noventa y llegan hasta poco antes de la muerte de Díaz Varín. Son sus últimos siete años. Y en realidad, llamarlas entrevistas es impreciso, porque a partir de aquel comienzo, sobre la infancia y la naturaleza, el lector presencia el desarrollo de un diálogo y una amistad sin pauta.
Lo que de ahí decanta como libro es tanto un perfil como las memorias de la poeta, desde el impacto que tuvo en ella la muerte de su padre y la huida a Santiago en busca de un mundo, hasta su vida como madre y abuela en su departamento de la Villa Olímpica, pasando por su poesía, el lugar que se hizo en un medio machista que quería hacer de ella una musa, su amistad con Teófilo Cid, Alejandro Jodorowsky y Jorge Teillier, entre otros; su activismo político, su trabajo durante la Unidad Popular, la derrota que fue el golpe de Estado y la dictadura, su regreso a los libros en los años noventa y el redescubrimiento de su obra por parte de jóvenes poetas y artistas.
“La primera vez que vi a Stella fue en el Templo Positivista, fundado a fines del siglo XIX por los hermanos Lagarrigue”, cuenta Donoso en el libro.
—Cuando oye “Stella Díaz Varín”, ¿qué se le viene a la mente?
—Su voz, que era como la de un oráculo, una voz imperiosa que no era ni de hombre ni de mujer y que se imponía como la de una adivina o una sacerdotisa. Cuando hablaba sentías el poder de la palabra y de la poesía, que la Stella concebía como “un don”.
—¿Siente o sintió alguna identificación con ella?
—Más que identificación, había una afinidad simpática y empática en los temas vitales, en el humor. Agarrábamos papa y las conversaciones se iban a cualquier parte porque nunca hubo una pauta. En realidad las dos éramos bastante flojas y reacias a las pautas. En eso me identifico con ella, porque si no nos hubiéramos mancornado de esa manera dispersa, el libro no existiría.
Puntuda y verdadera
La imagen que se tiene de Stella Díaz Varín, que muchas veces se sobrepone a su poesía, es la de una mujer recia, punk, poeta maldita, intimidante y cosas por el estilo. Por eso se agradece que cada capítulo del libro vaya encabezado con versos de la poeta. Sirven, quizás, como pistas en esa búsqueda de la palabra escondida.
“Yo tengo una cabellera de yodo/ y en cada ojo un barco con forma de mirada", leemos. También: "Uno al fin se acostumbra/ a que nadie le diga adiós". Y esto: "No quiero/ que mis muertos descansen en paz./ Tienen la obligación/ de estar presentes/ vivientes en cada flor que me robo/ a escondidas". Cuando Donoso le pregunta cómo entiende al hombre, Díaz Varín es lapidaria, lo ve como un ser inoportuno, destructor, ignorante y aterrado. "Lo único que te puedo decir es que no he visto nada más cruel que la existencia humana", afirma en otro momento. Son palabras de una pesimista o nihilista, se puede pensar. Sin embargo, el libro deja ver la vitalidad de la poeta, quizás su resistencia; tanto como para salir a rastras de su casa —según cuenta— una vez que se enfermó de gravedad y tuvo que ser hospitalizada.
—¿Cómo era la Stella Díaz Varín que llegó a conocer? ¿Era distinta de esa imagen punk que se tiene de ella?
—Es que la farándula vende y la imagen de una mujer agarrando a los hombres a puñetes en los bares es de consumo seguro. A lo largo de las conversaciones me fui dando cuenta de que la
rabia y la furia que la rebasaban provenían de un rechazo visceral a un orden social que le dolía y la hacía sentir impotente. Pocos saben que el compromiso político fue central en su vida desde muy joven, al punto de que durante la Unidad Popular dejó de lado la poesía porque le pareció más importante involucrarse en un proyecto que prometía justicia e igualdad de oportunidades para los azotados de siempre.
—Aunque ella se describe en el libro como "la anarco más nihilista que tú te puedas imaginar".
—Lo que pasa es que la medida de la existencia para Stella eran el absoluto y la certeza de la muerte que atraviesan su poesía. La pregunta sobre el sentido era permanente y como se hacía ese tipo tan exigente de preguntas, dudaba permanentemente. Lo cuestionaba todo y eso la hacía extremadamente crítica. Fue una disidente sin remedio que prefirió la marginalidad a ceder en su pensamiento o pasar por alto lo que le sonaba falso y mentiroso. Ese fue el lujo que se dio, el lujo de decir lo que pensaba y hacer lo que sentía sin calcular costos. En su época, por ejemplo, el Partido Comunista era un faro sagrado y universal para los intelectuales y en Chile tuvo mucho poder en el mundo cultural, pero eso no le importó a la Stella cuando supo de los horrores de Stalin y gritó a los cuatro vientos que Stalin era un criminal y un Hitler cualquiera. Como era así de puntuda y verdadera tuvo el coraje de enfrentar su progresiva decepción de la UP, cuando se dio cuenta de que no todo era tan prístino y que se armaban camarillas de poder, que en vez de unirse en torno a Allende dividieron a la gente y lo dejaron solo, sabiendo que eso era lo que estaba esperando la derecha para dar el golpe que empezó a fraguar desde el día uno.
Olores y sabores
Varios momentos de las conversaciones transcurren con Claudia Donoso y Stella Díaz Varín cocinando, comiendo y tomando algo, vino blanco sobre todo. Son momentos de goce. Sesiones "muy regadas", dice ahora Donoso. "El talento de la Stella para la cocina era innato y además tenía mano verde: plantaba un palo de escoba y le brotaba. También conocía las propiedades curativas de las plantas y se sabía todos los nombres de los árboles. Su sentido de los sabores, de los olores y aliños era extraordinario, entonces, como su economía era muy precaria, se las arreglaba con un par de cebollas y un tarro de jurel para inventarles un suflé glamoroso a sus nietos que adoraba y vivían con ella".
—Usted le planteó la idea de hacer un libro de cocina y, por lo que se lee, el asunto avanzó y a ella le entusiasmaba más que el de conversaciones.
—Pasó que periódicamente entrábamos en pánico respecto del valor del material que estábamos grabando, porque como nunca hubo un plan con una pauta objetiva, nos íbamos por las ramas y nos bajaba la sensación de que durante las conversaciones habíamos hablado puras cabezas de pescado. En una de esas ocasiones me convencí de que si nos enfocábamos en las prácticas culinarias de la Stella podíamos darle el palo al gato y hacernos millonarias.
—¿Ella se lamentaba de la pobreza material en la que vivió su vejez? ¿Tuvo una vejez sufrida?
—La precariedad no contribuye a la dicha, pero la Stella nunca se lamentaba y no tenía ni la más mínima vocación de víctima. Eso sí que hablábamos bastante de la muerte, de cementerios y de criptas porque compartíamos ese morbo medio gótico, y el gustillo por las historias macabras que te ponen la piel de gallina. También compartíamos el valor que le dábamos a la contradicción versus el moralismo que considera una virtud "ser de una sola línea", porque si te pliegas a ese eslogan pierdes la libertad de oscilar, de moverte, de cambiar y constatar lo ridícula que una puede llegar a ser. Eso es fundamental para que aparezca el humor y la posibilidad de acceder mínimamente a esa lucidez que a la Stella le sobraba.
—¿Cuál es la palabra escondida? ¿La encontró?
—En el poema que lleva ese título ella se declara "vencida y condenada" por "no hallar la palabra" y, como en todo lo que funciona literariamente, no hay una sola respuesta o interpretación posible. En ese poema también alude a la ruptura de un "pacto secreto" con un otro que lo rompe y la aleja para siempre de la infancia.