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Nadie se mueva: Stella Díaz Varín ha vuelto con todo su arsenal
Claudia Donoso publica su esperado libro de conversaciones con la poeta
Por Leonardo Sanhueza
Publicado en Las Últimas Noticias, 1 de marzo de 2021
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La poeta Stella Diaz Varín no pasaba inadvertida.
Despampanante joven pelirroja, impulsiva belleza adulta de armas tomar, cincuentona terrible u octogenaria enérgica y extravagante, en todas sus edades fue una tromba dispuesta a dejar la tendalada en donde estuviera, aunque al mismo tiempo fuera capaz de conmovedoras muestras de ternura o compañerismo.
La periodista Claudia Donoso recuerda que la vio por primera vez en los años ochenta, en cierto trasnoche de toque a toque, donde “la imponente Stella” de pronto le clavó los ojos y la sacó a bailar un tango de lo más sui generis.
También recuerda que, más tarde, “cerca de la madrugada, y cuando las camas disponibles ya estaban repletas de cuerpos exhaustos, ella se envolvió en una frazada y se echó a dormir en una tina de baño”.
La anécdota podría haber quedado oculta para siempre en el sinfin de historias que esparció la legendaria poeta entre todos los que alguna vez estuvieron con ella, pero la vida tiene sus vueltas y en 1999 Claudia Donoso se propuso entrevistarla, sin saber que esa conversación iba a durar nada menos que siete años de creciente amistad, hasta unos días antes de la muerte de Stella, la Colorina, ocurrida en junio del 2006.
A casi quince años de eso, el largo registro de esa relación ha dado lugar al libro La palabra escondida: conversaciones con Stella Diaz Varin, publicado por Ediciones Universidad Diego Portales.
Se trata, pues, de un retrato vivo de una mujer extraordinaria, que dejó una huella imborrable en la poesía chilena, pero también el recuento de las cosas que ocurren cuando la entrevistada es también una amiga: momentos en que preparar un suflé de atún se mezcla con historias de libreros, niños, gatos o poetas jóvenes, o los recuerdos de años dorados o simples pelambres felices abren sus compuertas más oscuras hacia llagas históricas y días de miserias, crímenes horrendos o injusticias.
Al principio, la conversa fluye en un plano biográfico: cómo fue que una infartante pelirroja de La Serena sorteó un cardumen de zafios pretendientes para vivir la vida de una mujer libre en una jungla de poetas que la idolatraban, críticos literarios misóginos, noches bohemias inclementes y más de algún macuco intrigante que le inventó calumnias de grueso calibre (por lo bajo, que había sido amante de González Videla). En sus palabras filudas, sus recuerdos más queridos se mezclan con decepciones, amargos desencantos y ajustes de cuentas. Así van pasando su amistad con Teófilo Cid, su juventud soñadora y protopunk, su virginal pololeo lleno de atraques detrás de las puertas con Jodorowsky (“Era muy lindo Jodorowsky.
Todavía no tenía esa cara de gallinazo que tiene ahora”, dice por ahí).
A medida que avanza el diálogo, la historia de Stella Díaz va dando espacio a sus preocupaciones sobre su existencia, su posible muerte, su sentido anárquico del orden, sus dolores más íntimos, sus alegrías cotidianas.
Lamenta con humor, por ejemplo, no haber visto el capítulo final de una teleserie: “No supe si Giuliana se quedó con el Marco Antonio o si el Marco Antonio se quedó con la Otra ñauñáu”. Pero también mira su vida hacia atrás, su aparente derrota vital, su más probable triunfo: “Es que mirado desde el punto de vista estrictamente burgués”, dice, “claro que soy un fracaso rotundo.
No supe mantener un matrimonio, tampoco soy la mejor madre y también han estado los imponderables, el macetero canalla que te cae en la cabeza (... ). Pero si una anda llamando al desaguisado (... ) es porque una está descontenta con su medio y con la sociedad. Esa actitud la tuve desde muy niña: yo quiero esto y no quiero esto otro. Y no voy a cejar”.
Amistad sin nombre
En su libro, Claudia Donoso va dando cuenta de la historia de Stella Díaz, pero también de la amistad que las unió. En un momento, planean escribir algo sobre secretos de cocina. Qué hacer con limones para que den más jugo, cómo espantar las hormigas, por qué no conviene mezclar el tomillo con el orégano. De pronto, una noche en Valparaíso, se miran, sorprendidas de su feliz amistad. Dice Stella: “Oye, esto es de locos. ¿Dónde se ha visto a un par de gallas que, tragediosas y todo, se mandan a cambiar de Santiago, se meten a un departamento en Valparaíso, sin música, sin nada, y miran por la ventana y cocinan y conversan cinco días seguidos? Porque no es que sean amigas, no más. No son amantes ni tampoco son madre e hija... Entonces, ¿qué son?, porque verdaderamente lo que tú y yo hacemos no tiene nombre”.