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"raso", de Carlos Cardani Parra. Santiago, Ediciones Balmaceda Arte Joven, 2009.
La voz de Raso

Por Soledad Fariña
Julio 2009.

Tú has sido sorteado para
ser convocado al servicio militar…

¿Existirá una escritura cuyas características o sutilezas  sean propias de un hombre, un varón? ¿Una escritura, un poema en cuyo tema, metáforas, imágenes esté presente una perspectiva, una  sensibilidad que no pudiera, a priori,  ser escrito por una mujer?  Sabemos que la llamada “cultura universal” es, en realidad,  blanca, europea y masculina, pero tal vez valdría la pena seguir ahondando y preguntarse si habrá una escritura, un pensamiento, que aunque masculino esté fuera de ese acervo cultural dominante y excluyente.

Rechazada o ignorada por una gran mayoría de la crítica y de los poetas  consagrados, la poesía con que irrumpimos las mujeres durante los 80’ fue en cambio  leída, aceptada y de alguna forma  incorporada no sólo por las poetas de nuevas generaciones, sino también por algunos  jóvenes, con quienes el  diálogo ha sido fluido.  Y aunque siempre persisten  lecturas que ven un artificio o algo de muy mal gusto en  esto de “escribir desde el cuerpo”, es decir, desde un cuerpo signado, creo que nuestros textos, nuestra poesía responde a la curiosidad, a la inquietud  que expresaba Rimbaud –en la carta del vidente- acerca de la mujer como poeta:   “¿Serán sus mundos de ideas distintos de los nuestros? — Descubrirá cosas extrañas, insondables, repulsivas, deliciosas; nosotros las recogeremos, las comprenderemos.”  

La reflexión anterior, inserta en gran parte de mi escritura, pudo ser  la razón de que al preguntar  a Cardani por el título de su libro, asocié  Raso a una de las acepciones de la palabra: “raso,  tela donde los hilos de la urdimbre se dividen en series mayores…  teniendo la urdimbre pocos enlaces con la trama y siendo ésta de seda, la superficie del tejido aparece brillante. Por eso recibe también el nombre de satén”. La sensualidad  de esta trama de seda, asociada a la palabra raso me trajo  imágenes de los delicados poemas de Marina Arrate.

Sin embargo,  mi sorpresa empezó al abrir el correo que contenía los poemas de Cardani, Raso,  vinculado a lo raso, lo plano, lo más cercano al suelo: aquí, el soldado raso, el joven que inserto en el ejército, ocupa el escalafón más bajo de la cadena de mando.

Interpelada por este  Raso, empiezo a leer versos de un tema  tan ajeno no sólo a  mi mundo poético, sino a mi mundo en general. El uso de las armas, todo lo cercano a la  milicia, jerarquía, honor y glorias marciales, la guerra, la muerte de seres humanos por seres humanos está lejos de mis predilecciones. Mi acercamiento  al tema había sido una más de tantas  reflexiones  que sobre la condición humana aparecen en la música, el cine y desde tan antiguo en literatura: en la épica,  luego en novelas  y  poemas que hasta hoy denuncian, sienten piedad, destacan el heroísmo de la guerra o se avergüenzan de tal aberración.

Pero ya el inicio del libro de Cardani es inquietante: “Si en algún terrible sueño fueras tú también marchando…”  Es la cita de Wilfred Owen, uno de los poetas-soldados de la Primera Guerra, en  el segmento de su maravilloso y tremendo poema “Dulce et decorum est”  que finaliza:

Si pudieras oír, a cada tumbo, la sangre
Vomitada por pulmones corrompidos de espuma
Obsceno como el cáncer, amargo como pus
De viles llagas incurables en lenguas inocentes,--

Amigo mío, no contarías con tanto entusiasmo
A los niños que arden ansiosos de gloria
Esa vieja mentira: Dulce et decorum est
Pro patria mori.

Dulce y honroso es morir por la patria.

Sin embargo lo que sigo leyendo  y me va encantando, en Raso,  es  diferente a esa épica  antibélica. Aunque no tan diferente, como lo veremos después.

Qué leo: el saludo de bienvenida  –pienso que textual- del mayor que comanda el regimiento. El saludo del cabo a cargo de los reclutas. Y aquí empieza a deslizarse una serie de códigos y palabras que para mí son una incógnita: clase, pingado,  satélite, imaginaria; el lenguaje  cifrado de los regimientos, el lenguaje cifrado de los hombres,de los que se atreven, de los que deben forzar su voluntad para superar la mayor adversidad (¿manejar un arma? ¿matar a un ser humano?)  adoptar otra ética. El regimiento -templo de una iniciación: el guerrero-   es el lugar donde las “señoritas” se harán hombres (aquí no se admiten desertores, no se admiten calambrientos).

¿Y si el joven, el recluta, no quiere,  no puede ser “ese” hombre? 

Indigna escapatoria: hay un 5% de desecho -ya contemplado en la estadística- que quedará fuera de  ese templo de Gloria y Honor. Cardani, o la voz de su alter-ego que también se llama Cardani, sólo mira observa y  anota. No es un  grito de  denuncia, es la voz en sordina pero atenta de ese ser a ras de tierra, último en la escala, insultado con el epíteto tal vez  más denigrante para un varón convencional: “señorita”. 

El paisaje del desierto, las voces de mando, la descripción de los rituales de endurecimiento, los temores y aprensiones propias o ajenas se deslizan en versos impecables donde  también hay apego, afecto, extrañeza y a la vez expansión de su propia humanidad en los otros:  Iturbe, mi suboficial Manosalva, Aguirre Namuncura, mi cabo Toro,  mi cabo Calfuala, Miranda, llanto, quiebres,   heridas, intentos de suicidio expuestos  sin estridencia,  escuchados y escritos como una arista más de lo escarpado del Morro que hay que trepar.

Pero aquí hay  algo más. Hay algo que subyace a este paisaje desértico,  a estas situaciones de temor, “resigno” y extrañeza. A este encierro. A este lenguaje cifrado  lejano y a la vez cercano al sujeto que escribe. Trato de buscar palabras para definir  “eso” que gravita en  la entrelínea, pero no las encuentro. Me pregunto por qué.

“Son muchas las razones por las cuales en tiempo de guerra las mujeres callan o hablan menos que los hombres: lo contiguo del lenguaje con el cuerpo, la ajenidad histórica al uso de las armas.” 

“Cuando la palabra se separa del cuerpo y de aquello que se inscribe en el mismo -miedo, pasiones, sentimientos, inconsciente- dice  mucho, pero calla lo esencial. Debe ser también por este motivo, si después de haber leído de todo sobre las dinámicas y sobre las "razones" de esta guerra, continuamos teniendo la impresión de no saber todavía lo esencial”.

Las palabras de la feminista italiana Ira Dominijanni, sobre la guerra de los Balcanes  me dan dos elementos para acercarme a ese “algo”  que subyace en los poemas de Cardani. Y no hay necesidad de escarbar demasiado, pues todo el tiempo ha estado latente como esencia y origen  de todos los eventos que dan cuerpo al poema: es la guerra, “el ser” de la guerra y la presencia de los cuerpos, en este caso, de hombres.

Ciento ocho cuerpos desnudos/Marchando formados bajo hilillos de agua/Palpándose buscando a tientas el lazarillo más próximo

Un cuerpo semidesnudo/Con gritos carentes de palabras/Llama un par de clases/Cada uno coge un brazo, una pierna

El gordo Iturbe es una bestia/ En un metro noventa ciento treinta kilos/Que se tiende lento, que se levanta peor…

Al otro lado de la frontera/Alguien aprende cómo matarme

No nos conocemos/Pero yo pienso en usted/al apuntar con el fusil/Al desenvainar el corvo

Ya hemos visto cómo aparecen  los cuerpos, o  segmentos de cuerpos, en el poema de Owen.  La empatía que provocan esas situaciones límites  nos hace como seres humanos -mujer u hombre-  respirar al unísono, sentir como nuestra la herida de  esos protagonistas,  también seres humanos.

Pero aquí, en Raso,  no hay situaciones límite, no hay verdadera guerra, no hay excesos que muevan a sentir esa misericordia de la guerra de la que hablaba Owen. Hay hechos cotidianos, pero de una cotidianeidad muy particular, la de un regimiento cuyo fin es templar voluntades por medio del castigo y  la violencia sobre los cuerpos, violencia que justificará una violencia mayor: matar, “legítimamente”,  a otro ser humano. Reflexionando sobre la violencia en la Historia, nos dice Hanna Arendt:

Nadie consagrado a pensar sobre la Historia y la Política puede permanecer ignorante sobre el enorme papel que la violencia ha desempeñado siempre en los asuntos humanos, y a primera vista resulta más que sorprendente que la  violencia haya sido singularizada tan escasamente para su especial consideración… existe desde luego amplia bibliografía sobre la guerra y las actividades bélicas pero  se refiere exclusivamente a los instrumentos de la violencia, no a la violencia como tal”. (Hanna Arendt, Crisis de la República).

Y tal vez sea en este punto –la violencia de  voces sobre cuerpos, de cuerpos sobre cuerpos, de armas sobre cuerpos- donde encontramos lo singular de esta voz poética: el lenguaje directo y transparente con que expone  los hechos no oculta el espesor, la gravedad, el dolor y sobre todo la violencia de lo que esta extraña cotidianeidad  contiene en su origen, pero, sobre todo, la extrema fragilidad del sujeto que la sufre:

El pelado raso de firme tiene poco/La camanchaca lo tirita, el sueño lo bambolea/Pero apenas se ve, el desierto y la noche lo camuflan

Los voluntarios parecen extasiados, quieren un arma en las manos/Miran y sonríen al saber que desde hoy serán soldados/Los otros sólo sienten resigno, sólo sienten miedo

Toda la compañía lo ha visto llorar/Miranda solo en el patio de los lamentos/Recorriendo la noche a punta y codo

Fue raro ver a mi cabo cuadrado, tiritón/Y en su cara el grito de dos días de arresto

No es la voz del historiador o del cientista político la que consigna el rol de la violencia como tal,  es la voz del cuerpo que la sufre y que más tarde la va a practicar sobre otro… si es que la lucidez de su cuerpo no la rechaza de plano, como sucede con  estos “calambrientos” que serán devueltos a sus casas confirmando ese 5%.

La paradoja de la institución -que al hablante le llega como gritos de guerra, voces de mando, castigos, pero también amistad y compañerismo con sus pares- está expuesta en el himno que canta el teniente mientras los prepara para matar: Es tu lema la paz/Es tu grito libertad

Tampoco  la voz de Raso  muestra al “enemigo” como alguien  al que hay que enfrentar, despreciar, eliminar; al contrario, en un poema bellísimo describe el acto que puede ser  heroísmo o vergüenza, según el cristal con que se mire:

Desde el barranco del morro se nos cuenta la historia de Bolognesi
Clavadista jinete que hunde su vida, su caballo, su bandera
Un último salto tras el galope prefiriendo entregarse al mar que al invasor
Según mi capitán un cholo maricón que no supo morir con honor
Que vio a las huestes chilenas, a la muerte de frente y tuvo miedo
Un soldado cobarde que no supo dar la vida si fuese necesario

Finalmente, en “Raso”, la guerra también es percibida desde la  Historia, pero desde una historia  escrita con minúscula: la carta que no se envió, el uniforme agujereado, detalles ínfimos que nos acercan de una manera especial al evento siempre relatado con palabras solemnes, distantes, abstractas.

La voz poética que instaura  Cardani me ha cautivado, me ha hecho acercarme, aprehender, casi hacer mía una vivencia que yo jamás podré tener.  Lo que me hace volver al deseo, a la nostalgia de Rimbaud por una poesía diferente,  en el caso del hombre: escribir desde un lugar distinto al de la virilidad impuesta. No es que los poetas varones no lo hayan hecho, los ejemplos son múltiples –Rimbaud mismo es uno. Lo diferente de los casos anteriores es que Cardani escribe desde el epítome mismo de esa virilidad: la institución castrense con su lenguaje, sus formas, sus códigos. Y  sin rechazar explícitamente esa experiencia, –no hay discurso antimilitarista, antibélico-  el modo de decirla nos lleva a un punto en que no podemos mirarla desde fuera. ¿La razón? Es un cuerpo el que ahí comparece participándonos de lo esencial. Las interpretaciones, las lecturas del poema pueden ser múltiples. La mía  es que, aún exponiéndolo, la voz ha escapado al discurso masculino, jerárquico, en otras palabras, al discurso del poder.

Vuelvo entonces al inicio. Leer la escritura desde un cuerpo masculino, me ha puesto en contacto con sensibilidades, aristas desconocidas que tomo y me enriquecen, amplían mi conciencia, mi lenguaje, mi afecto por “el otro” que no es mi par.  Raso, la palabra, sus dos  acepciones, ahora están más cerca: raso, el  soldado del poema de Cardani, es la  tela donde los hilos de la urdimbre - los versos- se dividen en series mayores, más profundas …  teniendo la urdimbre pocos enlaces con la trama y siendo ésta de seda, la superficie del tejido –el libro, el poema final- aparece brillante. Por eso recibe también el nombre de satén.


 

 

 

 

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