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la
conmutatividad de las hendiduras:
(a propósito
del libro la vocal de la tierra (1999) de la poeta chilena Soledad Fariña)
Por
Héctor Hernández Montecinos
La vocal de la tierra es un corpus textual formado
por los tres primeros libros de la autora. Múltiples y heterogéneas
intensidades tanto literarias, políticas, sociales que se articulan
y desarticulan en una espiral de velocidades hacia el exterior de
sí mismo respondiendo a su propia materialidad. Su movimiento
se caracteriza por su conexión molecular y la discontinuidad
de su lectura
desde el panóptico militar hasta la transición, en donde
señala Eugenio Lahera existen dos grandes consensos: la democracia
y el mercado. La emergencia de una frontera sin límites cuando
los límites son el yo y el tú.
En El primer libro (1985) el cuerpo es el puente entre la
tierra y el cielo desde donde absorbe texturas, colores, ocres y los
escupe al cielo en forma de pájaros. El cuerpo actúa
como ‘conector’, un ‘ilativo’ entre estos dos límites “naturales”
de las condiciones existenciales de la subjetivización. Los
convierte en materialidad poética y fundamento desde donde
poner en ejecución una escritura arquitectónica y fisiológica
hasta niveles de densidad caosmótica. El concepto de lo “primero”
es descronologizado. El “libro” es destemporalizado. La conciencia
es una mano que tartamudea.
Es sumamente interesante este cruce entre unión de jugos corporales
(cuerpos) con jugos territoriales (tierra) como sustento pictórico
de la escritura, pues genera una sinestesia elemental que pone en
jaque la representación como aglutinante de vectorialidades
y espectro objetivador. Esto es que, al mismo tiempo de insinuar un
derrotero la escritura se extravía en sí misma. Sobre
esto, los regímenes de visibilidad tienen que ver con el tema
de la luz y el color, pues pasa de un régimen de visibilidad
a uno de oscuridad donde la luz es lengua, de aquí que la boca
como metáfora de una cueva sea el inicio a una múltiple
transferencia del triple anclaje (cuerpo-discurso-territorio).
En “Todo tranquilo, inmóvil” el libro (haz de discursos) se
inaugura como paisaje (territorio), es decir, ambos como superficies
de escenificación donde elección es la de un cuerpo
generador de decisión, un cuerpo político que hace visible
la elección de su materialidad-libro.
Había que pintar el primer libro
pero cuál pintar
cuál primer ..
....
tomar todos los ocres también
el amarillo oscuro de la tierra
capas una sobre otras: arcilla terracota ocre
arañar un poco .
.....
lamer los dedos para formar
esa pasta ligosa
untar los dedos los brazos ... ya
estás abierto
“páginas blancas abiertas ...
no hay recorrido previo
tratar de hendir los dedos
(EPL:19)
Abierto el libro, abiertos los brazos al leer y abierto el territorio
geológico donde ocurre la ficción lírica. En
estos dos últimos versos se pone de manifiesto el triple anclaje
de la subjetividad en su forma completa: discurso, territorio y cuerpo.
Esta amalgama incesantemente móvil que a lo largo del libro
va coloreándose desde la escenificación autorial y textual.
La metalectura, pues si se entiende que el libro es un paisaje, el
hecho de tomar la tierra “arañar un poco” y untarlos con saliva,
es la re-creación de dar vuelta la página. La
página es un elemento de paisaje. Es un marco, una ventana,
una fotografía en blanco y negro que nuevamente viene a re-crear
la rectangularidad de la página. La página (discurso)
es la distancia entre el paisaje (territorio) y el ojo (cuerpo). Un
discurso intermedio.
En “Cual pintar cual primer” pareciera que las alas negras son las
pestañas y la acción de leer además de penetrar
el texto (y sus intersticios) produjera “una grieta profunda” en “las
capas arcillosas”. Leer, siguiendo con el trabajo de metalectura que
propone El Primer Libro, es producir un abismo en el texto-tejido
geológico. Se juega así con el abismo de la representación
que el discurso exhibe entre el territorio y el ojo que lo observa.
Ver también tema de la contemplación y la observación
como acciones. Hablar sobre el leer.
Esta lectura-observación-corte en el territorio-paisaje tiene
un correlato con la observación-corte de una axila donde hay
un rojo latente. Hay un precipicio, la emergencia de un abismo “hay
un rojo que brama por estallar” (ELP:21). Tal como los antiguos poemas
árabes que a través de las metáforas del deseo
de los paisajes desérticos anhelaban el cuerpo de las/los amadas/os.
Ya se hace patente el deslizamiento entre paisaje (selección
visible de un territorio) a la organicidad (selección visible
de un cuerpo). “Cinco son los orificios” dice el texto: narices, oídos
y boca. Antes era el rojo de la axila que bien podría ser un
indicio del corazón, y ahora los orificios de la cabeza. Es
una acupuntura no sólo del cuerpo sino que también geográfica,
y a la vez discursiva por esos espacios en blanco que hay entre los
versos a modo de ‘cortes’, o zonas de totalidad semántica.
Doblado el torso la cuchilla cae
balbucea la grupa
impregna de saliva a la arcillosa
la amasa con los dedos
la mueca la reclama para sus mediaslunas
(...)
(abrir la zanja roja afilar el cuchillo
hendir abrir hasta perder la empeñadura)
(EPL:23)
En “Aguarda la mueca” el cuchillo pareciera ser la lengua. Los órganos
de los sentidos al parecer son armas que generan abismos y fisuras.
La percepción no como recepción de estímulos
sino como generador activo. Sobre lo que al comienzo parecía
ser el paisaje, poco a poco se va corporizando, somatizado”. Ya se
ve un cuerpo y se escenifican los pechos mediante las preguntas “quién
succionó quién las cuarteó a esas dos”. Tal vez
lo senos sean alas. Ya es patente la conmutatividad entre cuerpo y
territorio “la curvatura”, “la tibieza” que muestra la diferencia
fisiológica mujer.
“Besan las labias la corteza” pareciera que hablara de una menstruación
y poco a poco se va revelando la diferencia fisiológica de
la materialidad escritural que transpone vellosidades como malezas
a modo de transferencia de sentido. Luego, se arrancan las malezas-vellosidades
en busca de un precipicio específico, lo busca en las axilas,
la cabeza, los senos, pero lo halló en las labias. Y este capítulo
es capicúa. Del territorio al cuerpo, y se lee desde atrás
hacia delante como del cuerpo al territorio. La búsqueda es
ese econdrijo, grieta, hendidura como caverna, vagina, un lugar sin
luz ni colores. Además se rompe la linealidad de la lectura,
ya sea de verso en verso, o de texto en texto, e incluso de capítulo
en capítulo.
El capítulo “Bandada de alas verdes” juega con la imagen de
una penetración como la inscripción de la letra impresa
sobre la página en blanco. Hay un extraño, otro-en-uno
mismo, que rompe la armonía del paisaje del libro, del cuerpo.
Las alcantarillas y el cinturón urbano son la intromisión.
Se hace latente la masculinización y la femenización
como elementos presentes. La construcción de alteridad es al
mismo tiempo perlaboración de sí mismo como subjetividad
marcada. Ya en “En esta oscuridad” ese algo está dentro de
la hendidura somática-geológica y desde allí
donde no hay luz, habla y fabla. Al no haber luz se desarticula el
discurso en los niveles sintáctico, léxico y semántico.
Hay una zona neutra, donde hay un cuerpo también dislocado,
que bien podría (des)enunciar desde la androginia. Se contraponen
agujero negro a los espacios en blanco de la página y desde
la misma escritura se cuestiona la búsqueda de lo negro o lo
blanco y qué hay en ellos, acaso la luz y la sombra.
Fabla
..................... abre
la cuenca
..................... escarba
..................... brota
..................... la
cuenca huesa
...........la
blanca suelta
...........la
suave .....................
DOBLA
HABLA
(EPL:40)
Albricia de 1988 profundiza el cruce entre lengua como idioma
y lengua como órgano, ambos como mediación política
en la generación de identidad como circulación y movimiento
de exterioridad. La lengua es doble, una lengua de serpiente que del
cielo absorbe pájaros y colores y los eyacula en la tierra.
De este mismo gesto generativo se desprende una inseminación
radical y especulativa que lleva a configurarse un producto vegetal
como una fruta.
Oblonga y apretada
gruesa y áspera
palpitante
resguardo el zumo tibio
Nadie lo toque
(A:49)
La subjetividad máquina-libro es parodiada por la subjetividad
que se escribe a sí misma, pues se transfiere en un devenir
para-otro, un fruto con toda la simbología acumulada que podría
poseer una manzana y una serpiente de dos lenguas. Hay una inversión
y un juego de espejos en esta reiteración, ya que este cuerpo-objeto
es al mismo tiempo un cuerpo subjetivizado por esa otra de la que
necesita para ver(se). El ojo y la lengua son máquinas de guerra
politizadas dentro del mismo lenguaje para generar un “desorden de
los sentidos” y entreverar una zona somática dividida y en
formación incesante y rizomática, que no es más
que un proceso de subjetivización no-humano. La representación
como configuración de unicidad en el sujeto está desplazada
y suspendida, de allí que luego existan una serie de devenires
en formación de un algo o alguien que hasta el momento es sólo
y pura exterioridad.
ABRO EL PÁRPADO MUDO
cierro y vuelco hacia dentro el sol del
ojo
mi ánima.....................
mi alma busco
entre líquenes negros ....
algas .......
veo flotar
mi rostro carcomido por lenguas
Ahí veo ese ojo como boca sedienta ..........
Qué busca
Arriba .....................
Abajo
(A:52)
En “Escurre entre los dedos” aparece la densidad del signo lingüístico
como espesor de inter y paratextualidad, pues en la segunda y tercera
secciones que son completamente simétricas se produce el encuentro
generador de regímenes de tactibilidad del discurso en el sentido
de que si el triple anclaje ha sido completamente deslizado hacia
instancias de no representación humana el cuerpo-libro exige
un/a otro/a en donde poder agenciarse como plano de inmanencia y reactualizar
identidad.
Mi pesada aridez se vuelca hacia su oreja
Mi hálito en su cuenca sopla ese pozo negro
ME ABRAZA .....................
ME ACICALA
Hostigando los huecos intenta otra palabra
(A:57)
La imagen del “hueco” es sumamente pertinente pues al contextualizar
las hendiduras ya sea del cuerpo, del territorio o de los discursos
se genera una erótica del vacío que ya está insinuada
en el texto cuando dice “Mi hálito en su cuenca sopla ese pozo
negro”. Los intersticios de la construcción escritural de los
textos están llenos de estas zonas cero de sentido en que la
distancia adquiere un valor somático y semántico, es
decir, se patentiza la diferencia al poner términos en una
relación de gravedad óntica. No obstante, ese otro aún
no se define ni por exclusión, negación o participación,
sin embargo en el mismo texto dice “Alga húmeda y tibia/ Alga
azulada áurea”. De esto, se ve que ese otro participa del contrato
de género mujer por sus coordenadas políticas de enunciación
de sí misma como escribiente y al mismo tiempo como lectora
de otra.
Más adelante, la fusión se realiza y el espectro informe
del inicio se somatiza y ese algo ya no es “alga” sino que una alguien
que configura su subjetivización devenida. En este cruce vuelve
la importancia de los colores como zonas de calidez y sabor contrapuestas
a la oscuridad en la que terminó El primer libro. La
luz como material y como metáfora de una visibilidad cercenada
es la que permite colorear a esa subjetividad otra construida mujer,
que ya es un cuerpo humano formado y delienado, más bien, representado
por la máquina voz del cuerpo-libro. No obstante, ésta
misma es la que ha sido desfigurada, pues cedió su margen de
germinación, esto es que cuando la máquina voz configuró
esta escritura de otra-en-una misma, ella cedió su relevo en
la subjetivización y se deslimitó como área de
subjetividad poiética. Así queda en contraposición
la imagen inicial del sujeto fruto y la final de los retazos de subjetividad
como semilla.
............ .............. ...............
............. Me refugia tu valva
............ .............. ...............
............. su envoltura caliente
la fisura en tu ovada estrechándome
lenta
tus hebras encubriéndome en ondulada parda
..............
............... .Desde el abrazo ciego ahueco la nostalgia:
..............
........... ................. .Soy cápsula leñosa
SOY LA SEMILLA OSCURA.........
. APENAS DELINEADA
(A:71)
Luego, En amarillo oscuro de 1994 se retoma la metáfora
final del libro anterior y esa “semilla” que quedó como resto
vuelve a metamorfosearse y la boca, los labios y los ojos vuelven
a vectorializarse como una zona difusa de subjetividad, en la que
los colores son sabores y las proyecciones intensidades de representación.
El ver es la síntesis de muchos otros sentidos como ubicuidad
de la luz que se yuxtapone y exterioriza como flujo no codificado.
Como se señaló anteriormente, quien escribe al trabajar
desde el triple anclaje es a la vez un traductor, un viajero y un
amante, por ende, es también un lector, un extranjero y un
deseoso. Queda manifiesto el trabajo de traducción que se hace
en el cuerpo-libro, de lengua a lengua, sin notas al pie de página
que expliquen nada de algún supuesto de verdad; viaja en los
territorios conceptuales cartografiados por su propia escritura como
escisión y es un/a amante del cuerpo-libro que deja de escribir
al hacerlo.
Colores ...... .................
nunca vistos
...... ................
.. . ... guarda la cuenca del ojo
sabores ...... ............
muy antiguos
...... ........................
debajo de la lengua
me dice ...... .............separando
los labios
(EAO:81)
La contingencia dramática de la representación en presencia
nuevamente es parodiada por la subjetividad que se escribe a sí
misma, pues esta vez se transfiere en un devenir relación simbiótica.
La inversión y el juego de espejos se da en el cuerpo-objeto
árbol que es al mismo tiempo un el cuerpo-objeto pájaro.
El ojo es el enemigo en este juego de apariciones y apariencias. No
hay adentro ni afuera, ni unicidad versus multiplicidad, el proceso
de subjetivización es incesante en su exterioridad, de allí
que permita desfigurarse como contorno nítido, desplazarse
y/o suspenderse. El devenir-árbol-pájaro que emite un
“Pac Pac Pec Pec” que es el sonido, “tamborileo” del pico del pájaro
al penetrar al árbol. En esta intrusión de otro-en-uno
mismo que es al mismo tiempo la de uno mismo-en-otro se da toda la
relacionalidad de las vectorialidades inconsciente y consciente que
se fugan cada cual de sus respectivos campos de pertinencia para integrar
un estrato nómade y generativo.
desde el silencio turbio
sube al armazón de mis ramas
pidiendo tornasoles
“en tonos que jamás podrá
alcanzar el pincel”.. .. .. .. .. .. .. .. .
-dice tamborileando al caracol
de mi oreja- ......
.
(A:84)
En la última parte del libro la subjetividad escribiente de
sí misma se completa enunciado(se) como un cuerpo sin órganos
horadado y roído por insectos y otros pájaros. La metáfora
de la hendidura vacía y sin luz aquí es devuelta y su
reverso se convierte en una imagen en negativo de la página.
El color es un sabor que el cuerpo-libro en blanco y negro no conoce,
de allí su hambre y su proyección de intensidad en microhuecos
de resonancia referencial. El árbol luego se petrifica con
la exposición mineral y se hace polvo que las aguas arrastran,
se vuelve materia mineral colorida parte de la tierra arcillosa que
en El primer libro se utilizaba como pintura. Tierra y agua
es el color que beben los árboles. De este modo, el sujeto
que se escribe a sí mismo y el sujeto máquina libro
son el mismo y son otro. Pintora y pintura son sólo diferencias
vocálicas de un mismo gesto simbólico. La circularidad
de la materia viva se configura como un eje asignificante en la constitución
de las subjetivizaciones al escribir(se).
me arrastro cautelosa......
....bicéfala
mi lengua
una de mis cabezas guarda la boca dulce
la otra pide agua de mar
...... ................. de mar
de tempestades
(EAO:114)