¿Quién va a podar los ciruelos cuando me vaya?
de John Landry
Por Soledad Fariña
En un momento tan convulsionado y triste como el que vivimos, presentar este libro de poemas de John Landry ha sido una alegría y a la vez un desafío, ya que en nuestro país, tal vez por falta de traducciones, o porque no viajábamos tanto, no habíamos tenido mayor contacto con la poesía angloamericana. Hay algunas excepciones: la poesía de Parra, Millán, Bertoni y tal vez la primera poesía de Cecilia Vicuña. Pero el caso de los poetas de hoy es diferente, son muchos los que leen, traducen o “conversan” en sus poemas con poetas norteamericanos e ingleses. No es casual, entonces, que sea una editorial joven y emergente la que publica, en esta hermosa edición, los poemas de John Landry en traducción o versión de Germán Carrasco.
Al acercarme a este libro, la primera atracción fue su nombre: “Quién va a podar los ciruelos cuando me vaya”. Luego, al leerlo, me doy cuenta que la frase que da título al libro está en dos de sus poemas, entonces pienso que tal vez es esa pregunta la que contiene la clave para entrar en su poética: ¿Quién, qué persona o lugar se hará cargo de escribir la sutileza del mundo cuando yo (los de mi estirpe) nos hayamos ido?
Sutileza de paisajes que se suceden: el exterior –el litoral- y el interior, a ellos se agrega la tenue observación de otro paisaje: el de objetos cotidianos que al ser nombrados forman –mediante las palabras- una cadena de ritmo y música siempre al borde de abandonar el sentido literal para abrirse a otro sutil, pero inteligible.
A cada nuevo poema, la pregunta es la misma: ¿quién es ese quién?, ¿de dónde viene?, ¿cuál es esa estirpe que poda los ciruelos? Podrían ser Creeley, Olson, Wieners, nombres cercanos que inscriben a ese quién en un paisaje común, Massachusetts. Pero como lectora voy más atrás y pienso en la raíz de esa estirpe: Withman y la profunda relación, o mejor dicho, la indistinción del “ser” hombre, mujer, raíz, flor o animal.
Sin embargo, en algunos poemas a veces hay un “yo”, un hablante nítido que observa y reflexiona, da consejos o expone con metáforas suaves, sentencias tan extremas como
“permitir a extraños la entrada a tu casa
puede desencadenar una serie de tragedias”.
Con la presencia de la tierra y el mar de New Bedford y su reminiscencia de ballenas; con la fábula del coyote desplazado; con la hermosa observación del niño y su juego de cangrejos y gaviotas, con la advertencia de que la única revolución es la del corazón que bombea, el poeta nos va mostrando –va escribiendo- la profundidad y a la vez la liviandad de los sucesos del mundo.
Y es el logro de un poema que une y no prejuicia los eventos de la vida, lo que en este momento da un respiro de belleza a acontecimientos tan duros y fortuitos.
Gracias a John Landry por sus poemas, a Germán por su versión y especialmente a Editorial Cuneta, por este regalo.
Soledad Fariña
Santiago, 3 de febrero de 2010