ALBRICIA.
Texto de presentación en la reedición de Albricia de Soledad Fariña.
Editorial Cuneta 2010.
Raquel Olea
Presentar Albricia de Soledad Fariña me obliga a releer, a volver a leer, práctica de la repetición que sin embargo siempre provoca una nueva experiencia de lectura; posibilidad a que me ha convocado la feliz invitación de Soledad Fariña en la reedición de Albricia, publicada por primera vez en 1988, ocasión en que también tuve el privilegio de presentarlo. Felicitaciones a Editorial Cuneta por el ojo atento que no priva al lector de un texto que se constituye en la pregunta fundamental por el nombrar poético. Gracias Soledad por el honor, de presentar este libro de “preciosa palabra”, dicha otra vez como la dijo G. Mistral , “ Albricia mía: en el juego de las albricias que yo jugaba en mis niñeces del Valle de Elqui, sea porque los chilenos nos evaporamos la s final, sea porque las albricias eran siempre cosa en singular –un objeto escondido que se buscaba- la palabra se volvía una especie de sustantivo colectivo, nunca más he dicho la preciosa palabra sino como la oí entonces a mis camaradas de juego…”…
Albricia, leer lo ya leído en otro momento, desde otras preguntas y otra mirada me presenta la oportunidad de plantarme otra vez frente a la expectativa a que convoca el encuentro de nuevo con la ilusión que siempre guarda un texto en una distinta lectura.
No en vano Albricia el nombre de este libro, palabra encontrada por Soledad como un legado de Mistral para nombrar un hallazgo, suerte o regalo, también para impulsar la búsqueda de eso ocultado.
La palabra escondida y la palabra hallada se dan cita en las poetas, buscadoras de los ochenta atentas al encuentro y el don de la poesía. Junto a Soledad Fariña también Elvira Hernández, Carmen Berenguer, Eugenia Brito, Verónica Zondek.
Fue poco antes del año de la celebración del centenario de G. Mistral que Soledad Fariña nombró este libro con la palabra Albricia, palabra suya erotizada que vuelve para abrir la materia de la escritura. Homenaje de Soledad Fariña al legado de Gabriela Mistral en su búsqueda de la palabra poética, su desentierro. Albricia, una vez más por la re-edición que da cuenta de los hallazgos de Ed. Cuneta.
Releer Albricia hoy, cuando Fariña es una poeta consolidada por una producción potente de poesía y crítica que ha centrado su atención en el pensamiento poético latinoamericano de los últimos treinta años, me conecta con la historia de su emergencia en los años ochenta donde junto a otras poetas y críticas levantamos en Chile preguntas insidiosas por las relaciones institucionales y de poder entre los géneros y por los juicios estéticos con que se valoraban autores y lenguajes -digo intencionadamente autores, porque autoras, salvo excepciones lo sabemos, casi no habían ingresado a los sistemas de consagración. En ese entonces nuestra preocupación mayor fue insistir en el gesto de inscripción de lo excluido, lo silenciado tanto por la dictadura que aún imprimía el terror en lo social como por los disciplinamientos de un bio- poder restrictivo de cuerpos, lenguajes y cualquier forma de alteridad. Desde ese entonces Soledad Fariña ha continuado trabajando un lenguaje poético interrogante, produciendo vínculos con lo que simbólicamente inscribe incisiones en los cuerpos, produciendo en su escritura, potencialidades, deseos y fragmentaciones de sujeto. En otro momento mi lectura estuvo más centrada en el gesto político de interrogar los signos de una precaria identidad femenina, asolada antes de haberse siquiera constituido. Me interesó, entonces, destacar el gesto político de gestionar un lenguaje que no enunciara complicidades con los usos oficiales ni con las estructuras convencionalmente codificadas. Soledad había abierto un campo de preguntas que propiciaban sugerencias y lecturas conectadas con un contexto, en que todo en materia de escritura de mujeres estaba por interrogarse, el verso de El Primer libro “donde volcarse en este paisaje” fue leído por Soledad Bianchi desde esta perspectiva de situarse como poeta en la desolación de una historia devastada, Del mismo modo Eugenia Brito dijo de ella que, “la autora intenta atisbar en el silencio del texto, en aquello que la palabra se resiste a tomar un espacio no previamente recorrido, en el cual la mano que escribe, en contacto intimo con el cuerpo de la autora ensaya un ritual preparatorio”
Hoy aunque estas lecturas históricamente datadas siguen siendo válidas, me sorprendo entrando al texto por otro costado, aunque siempre guiado por la indicación mistraliana doblemente señalada, primero en el nombre de Albricia que incita la búsqueda de un hallazgo o don escondido y luego el llamamiento a una particular escucha en la cita que el epígrafe hace de los versos del poema La Cabalgata, “ oír, oír, oír,/ la noche como valva,/……….”.
Sí, mi lectura se ha situado, ahora, en el acto de oír para escuchar el acontecimiento que Fariña despliega en la escritura de un viaje laberíntico, reincidente, no lineal, por la lengua, su lengua, sus vocales llenas o e; apelación de la poeta a sentir el eco de otra lengua, a abrir el ritmo, a llegar al estertor; a conjugar ruidos, sonidos, desgarros, crujidos, todas sensaciones dirigidas a producir la escucha diligente.
Al escribir el viaje de la escritura y sus búsquedas del nombrar, la poeta da cuenta de sus hallazgos que en múltiples direcciones e intensidades, se orientan hacia afuera y hacia adentro; el viaje es de la palabra por los cuerpos, pero también del cuerpo en la palabra, ambos cuerpos y palabras se cruzan y confunden remontándose a espacios y tiempos anteriores; aquí Fariña escribe el signo y su antes de la grafía y el sonido intentando descifrar su proceso de significar potencial y rumbo de su configuración: “ qué sintaxis, qué paisajes que mis ojos no vieron / Quieren brotar desde esas aguas / y tu lengua / mi lengua, dice el primer poema Viajo en mi lengua.
Reiterado y repetitivo hay dobleces de lengua y cuerpo, de lengua y otra lengua, de un antes y un después de la lengua, la escritura se interna en el antes de la palabra, allí donde esta aun no es, inscribiendo con este gesto una pregunta que es particular al modo de interrogarla: sus sonidos, sus líquidos, sus pálpitos, la palabra viene de lo interior, de adentro, de las cavidades del cuerpo generando en la conjunción de cuerpo y lenguaje una fusión que constituye la materia poética. Albricia instala la insistencia de un discurso metapoético que nombra en la escritura la génesis de su lenguaje, la hablante se pregunta por aquello que constituye su palabra, pero también por lo que esta no puede o no alcanza a recoger, nombrando el decir de algo perdido en el camino, lo que no se alcanza a decir, lo que dice que la poesía tiene algo de no ser: “recorro la nostalgia la cerco Pero a la piel no llegan claros los envíos”
El viaje de la lengua y de los cuerpos que Soledad Fariña escribe, habla de liberación de una palabra prisionera en el cuerpo, la escritura poética es hacerle hueco, es buscarle la salida, darle lugar.
La escritura acontece pues en ese lugar donde antes de ser escrita ha sido escuchada por la poeta porque esta, la palabra en su configurarse ha sido roce, abertura, desgarro, irrigación, crujido husmeo, resguardo; verbos estos que hablan de un preámbulo, un momento anterior que también es fijado en el texto; la escritura comienza antes de su ocupación en la página, su acontecimiento es anunciado en el cuerpo antes de encontrar su forma y su enunciación. La escritura emerge en Albricia como bío-producción situada en la inmanencia de la vida como virtualidad, como potencialidad del ser, dice, “intento abrir al ritmo de mi abdomen/ un hueco a la palabra/ Se encabritan las olas de mi cabeza/ Aúllo. Aúlla/ el celador pliegue de mi memoria (…)
La conexión del acto escritural con el cuerpo es acto creativo que pone en juego al cuerpo en la complejidad de su performance vital, despliega una relacion que enuncia el trabajo del decir poético, su goce. La palabra no se suelta con facilidad, exige una dirección de guía, una elaboración de orfebre, que obliga una y otra vez a la pregunta por su procedencia. Entonces la palabra no sólo está hecha de materia acústica, sino de movimiento. El texto poético aúna todos esos signos: de cuerpo, de tiempo, de especialidad; la palabra surge, escurre, estruja, aconcha, desgarra, sube en materialidades múltiples que alternan mudez, flujo y balbuceo antes de entrar en la página, pero aun así “el humus cenagoso no se cuaja en escena”. El viaje no se detiene, la labor de escribir no da tregua.
El gesto indagatorio es incisivo, la búsqueda construye el libro y tanto las acciones corporales, el boqueo, la sed, el lamido, alterna con la pregunta por la esencia. Sin embargo todavía algo más habla esta insistencia que apela a una lectura que no se satisface en el gesto de enunciar la búsqueda, sino que más allá, llama a pensar cómo la lengua se piensa en la pregunta que contiene su materia particular y su esencia, su ánima y su ánimo, sus dobleces y su despliegue; la inescrutable maraña de su emergencia.
En esa primera lectura a que me referí antes de esta poesía, una hecha en otro tiempo, en que la necesidad nos obligaba a instalar la legitimidad de un gesto nuevo, me pareció que la escritura de Albricia se resolvía principalmente en una pregunta por la escritura femenina o por lo femenino de la escritura de mujeres, ahora creo que más ampliamente conjuga un gesto mayor que sin excluir el anterior abarca a toda producción de sentido en el acto poético de nombrar sus espacios, sus tiempos en el movimiento que convoca el cuerpo en su complejo reticulado de materia y emociones, de gestos y acciones, de rebeldías y resistencias por un hostigamiento a la materia misma de la poesía.
Pienso a Albricia, en la densidad de su lenguaje como puesta en escena donde Soledad escribe su particular aventura con la poesía, en el viaje de exploración en que la poeta se reconoce mediadora de mundos, exegeta de otros labios, figura que aúna tanto el movimiento de cuerpos como el ser a la vez viajera de lengua para anunciar que la poesía es explosión y destello; materia y esencia.
La poesía posterior de S. Fariña, ha condensado algo que ya estaba en Albricia, digo un particular sentido de la economía trabajando en ella una riqueza de intensidad y densidad que guardará por mucho tiempo nuevos y otras ilusiones de lectura en su depurada elaboración escritural, en sus palabras indagadas y desenterradas con la afición y prolijidad de una buscadora; su pluralidad significativa no deja fuera el oficio de la diagramación de la palabra en la página, algo que se aprecia tanto en lo escueto y depurado de cada signo y su combinación, en el casi vértigo con que escribe la verticalidad de una línea en la página, lo que organiza el texto en algunos casos, pienso en Narciso y los árboles, como también en la disolución que se contrapone a ese modo por la diseminación de los signos en la página, o como sucede en este texto por la producción de destellos del negro en el blanco lo que hace brillar la materialidad de la lengua, por ejemplo en el poema donde (Pág. 26 de esta edición) magentas, dorados, amarillos, cadmios, azules púrpuras ofician en la lectura de signos transportadores que llevan la lectura a dimensiones lúdicas, amplias, aún más abiertas y aún por ser leídas.
Quizás ese sea otro hallazgo, aún reservado a otra lectura en esta nueva edición Albricia por ello, y por su encuentro en Editorial Cuneta.