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Palabra incorporada
Presentación de La vocal de la tierra, de Soledad Fariña

Por Pablo Oyarzún R.

 

 

 

 

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Una pequeña summa poetica es este libro de Soledad Fariña. Recogidos están en él sus anteriores tres volúmenes: El Primer Libro, que apareció la primera vez en 1985, Albricia, de 1988, y En Amarillo Oscuro, que fue publicado hace un lustro, en 1994. Pero no es la recopilación lo que le confiere ese aire de entereza que sopla suavemente entre sus páginas. Es el rigor, la porfía de una búsqueda, la discreta celebración de un hallazgo.

Impropio sería que pretendiese aquí cardar las hebras de esta escritura compleja y celosa de su secreto. Hay otras miradas, más duchas y más solventes que la mía, que ya han abierto las vías de su lectura: menciono a Raquel Olea, Eliana Ortega, Eugenia Brito, Soledad Bianchi y, aquí, en las mismas primeras hojas de esta suma, a Diana Bellessi. Remito, pues, a sus sondeos, y en esta tentativa me limito exclusivamente a apuntar lo que un repaso desvalido de estos poemas me sugiere.

El Primer Libro: su título juega -alterando desde el comienzo la sintaxis de lo literal y lo figurado, que instituye canónicamente la posibilidad de lo poético- con el doble sentido de la iniciación biográfica de una escritura lírica y de la literal artesanía de un libro primordial. Se abre -"ya estás abierto/páginas blancas abiertas" (19)- como paisaje primitivo, al que precede, sin embargo, una necesidad aun anterior: "Había que pintar el primer libro" (19). La poeta se designa como demiurga que sólo dispone para su obra de materias crasas, de pastas y pigmentos y de su propio cuerpo y sus humores, no de modelos ni pautas orientadoras, pues todas las que podrían ser esgrimidas suponen la interdicción de la experiencia que aquí, obcecadamente, busca pronunciarse: "no hay recorrido previo" (19). De ahí la duda, la incertidumbre  que rige su tarea. "dónde volcarse en este/paisaje (17), y "Había que pintar el primer libro pero cuál pinar/cuál primer" (19). Pero sobre todo prima el mero espacio, el erial ("todo tranquilo inmóvil apacible, (19), y el tercer poema proclama con insistencia "aún no es tiempo" (21), no sólo como importunidad, sino, más decisivamente, como no haber -todavía- el tiempo. El imperio del mero espacio establece una tensión entre la mezcolanza primigenia y el lenguaje: esa tensión es la injusticia, como hecho consumado, por causa del cual se yergue el "había que", y que indefectiblemente extraña el lenguaje. Lenguaje, pues, que la poeta no puede reconocer como suyo, que carece de fuerza dominante para la experiencia de sí, de su cuerpo, ante todo. En El Primer Libro la voz pertenece a los choroyes, señores de lo alto, cuyo parloteo inquisitivo y neurótico, admonitorio y crítico resuena en la oquedad del cielo, mientras un cuerpo sensorial discurre arrastrándose por la tierra, sin acabar nunca de discernirse de ella, amasándola, o lamiéndola y, al lamerla, pintándola, constituyendo un idioma arcaico pictográfico. La somatopeya, la gestación de un propio cuerpo -la obra de la demiurga es su propio cuerpo, aglutinado desde los rudimentos térreos- es la ganancia de un habla propia o antes, quizá, de un derecho al habla. "HABLA" (40), como imperativo que la poeta se dirige a sí misma, es la última palabra del poema, es la respuesta a la necesidad anterior del "había", y es también la primera, el inducimiento de la primera palabra; en ella, o como ella, la vocal inicial: ALFA., A, la vocal mujeril.

Esta ganancia, este derecho, se presentan en Albricia -este segundo libro cuyo título se inscribe bajo el comadrazgo de Gabriela Mistral- como un acontecimiento, o, más bien, como la incoación de un acontecimiento: es el alba que despunta en el "habla" con el que se cierra el primero y que rasga la espaciosa oscuridad -"en esta oscuridad" enuncia el epígrafe de aquel poema postrero (37)-, es el alba y su celebración, la fiesta de su "albricia". Si en El Primer Libro prevalece el espacio, en éste rige, pues, el tiempo. Es el tiempo del viaje: "VIAJOEN MI LENGUA / de arena pantanosa" (47). El espacio ha sido incorporado: es -ahora- la oquedad de la boca, en que una lengua serpentina, caracolina, que se mueve pesadamente, pro empieza a saborear ya las dos vocales iniciales, O y E, sOlEdad. De la lengua, ya sabemos su juego: es la descomposición de la sintaxis de lo literal y lo figurado; en ella laten al unísono lo lingual y lo lingüístico, la musculatura de la carne viva y material que explora entre angustiada y gozosa, su recinto, y la idealidad de verbo, que aún extrañado se retrae. Viaje es éste de una búsqueda en descenso, "mi ánima        mi alma busco" (52), "mi ánima         mi esencia" (54), el zumo recóndito -en el cuerpo propio- al que no alcanza la palabra, y si la  alcanza, por obra de una inevitable violencia, debe quedar necesariamente suspendida de la culebra de la pregunta que demanda la cata: "ES ÄCIDA? ¿ES AMARGA?" (56), "(la ácida? ¿la amarga?)" (58).

Pero este viaje tiene su qué: ocurre en él y por él el desdoblamiento de la poeta, que busca su alma y la instituye en humor del cuerpo. Un desdoblamiento primario que constata la desposesión de la palabra: "muda quedamos / el humus cenagoso no se cuaja en palabra)" (51); pero un desdoblamiento, luego, que descubre en el yo -y en aquella masa innómine del nosotros mudo- al tú, y descubre en el tú a la otra, y con ella entabla el oscuro y ambiguo rito erótico y autoerótico del comienzo, la cruenta cabalgata -de "amazona y yegua"(64)-del alba.

En la ceremonia feroz y jubilosa de esa monta se consuma, por fin, la celebración del alba, y culmina en la germinación, o al menos, en la posibilidad de la germinación: "Soy cápsula leñosa / SOY LA SEMILLA OSCURA    APENAS DELINEADA" (71).

Sin embargo algo renquea en esta aventura. Si prevalece el tiempo, prevalece en la memoria, como impreciso recuerdo, que escande el viaje y la fiesta con su reincidencia: "y vuelven las hilachas / a juntarse en recuerdos / por la boca entreabierta" (54); "es otra historia la que asoma" (62); "PASA TU HISTORIA una vez y otra / sin poder rescatarla / esta sintaxis" (62); "Se pierde mi memoria en tu lobulada dulce" (71). "Desde el abrazo ciego ahueco la nostalgia:" (71). Si germinación hay aquí, es una que no da inicio, sino que es retorno al inicio.

En En Amarillo Oscuro evoca  en su título el color fundamental que El Primer Libro atribuía a la tierra. Poema extenso, se abre nuevamente con la boca, pero ésta ya no es la oscura densidad de lo mudo, sino la clausura en que ocurre la danza, danza ritual y, a la vez, azarosa: "Mariposa nocturna / se ha medito en mi aliento Apretados los labios / cómo voy a nombrarla / pregunta el espiral del aire en la boca" (79). En el aire, en la estructura caracolina del aire reconoce la poeta la posibilidad de toda palabra, y establece, en esa presencia volátil y batiente, la demanda del nombre: "con el vértigo de diluirse / en el aire si no puedo nombrarla / siquiera con los ojos" (80). "Cómplices pide, "cómplices" inventa maliciosamente la poeta para la obra que se exige. "Cómplices" que abran el paso a lo que sucumbió al olvido: "Colores nunca vistos / guarda la cuenca del ojo / sabores   muy antiguos / debajo de la lengua" (81). Y entonces, en el diálogo susurrante de boca, de aire y de oreja (y de ojo), empieza a ocurrir la magia secreta de la onomatopeya, de la gestación  incipiente del nombre: "parpadeando el sonido (Pac Pac / Pec Pec) llena de filigranas / el aire de mi boca" (85), y luego: "respira el arcoiris soplando bocanadas / al espiral de mi oreja / / Cu cuy yut yut // responde en serpentinas el caracol de mi boca / recordando el sonido de los cielos calientes" (89).

En este segundo poema que compone esta obra, cerniéndose sobre un paisaje pretérito, pero hollado y configurado, trocando su cuerpo entero en arquitectura pétrea, la poeta, ídolo y monumento de su tentativa, ya no se desdoble, se multiplica, se multiplica, alucinada, en pueblo, pueblo americano, andino: "veo hombres guiando caravanas de llamas / veo hileras de músicos / parejas de bailarines / veo lagartos  peces / pintura en tintes rojos" (117). Acontece, al fin, la recuperación e la palabra que nombra: "que llama al amarillo / ¡amarillo" (118). Palabra, sí, pero palabra incorporada.

En En Amarillo Oscuro cumple un rito esencial: es el rito de una conmemoración, que recupera el pasado sepulto que gravaba la memoria de Albricia Cumple la anámnesis de lo inmemorial. En ella se reúnen los elementos -el aire, el agua, la piedra - y el espacio y el tiempo celebran la quimera de sus bodas.

Sorprende la unidad de esta poesía, la coherencia de esta poesía. El presente volumen no incurre en el gesto superfluo de la mera recopilación. Los tres delgados libros que lo integran forman un ciclo. La entidad ritual, sacrificial de esta poesía me parece patente. Pero se trata, en todo caso, de un rito a ciegas, la  hipótesis de un sacrificio. La incertidumbre -que ciertamente ha sido el auxilio único, esencial y frágil en la configuración de esta escritura - campea, a pesar de todo. Lucidez final de la poeta: en tiempo indigente, en espacio arrasado, ni aun la palabra poética tiene vigor de conjuro sólo de indicación vaciante.



 

 

 

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