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“Albricia”, de Soledad Fariña
El viaje de la lengua por los cuerpos

Por Roberto Merino
Revista APSI, marzo de 1989



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La aparición del segundo libro de Soledad Fariña, Albricia (Ediciones Archivo, 1988, 33 páginas) significa –en el contexto de la poesía femenina chilena actual (esa invocación)- el hallazgo y la demarcación de un espacio de búsqueda de los modos de hablar otra vez del cuerpo y sus paisajes interiores, para decirlo con el modernismo.

Por eso el libro no es para nada una yuxtaposición de poemas más o menos plausibles congregados bajo el alero de un título eventual, sino que un solo texto (o dos, a lo más) progresivamente encadenado en todos y cada uno de sus fragmentos: cada poema se construye sobre algún rasgo concreto del poema anterior y funda su propia sonoridad –una palabra importante en este caso- con los ecos del otro.

La situación inicial del texto está signada por un epígrafe de Gabriela Mistral que funciona para la primera parte del libro: el paréntesis nocturno que precede e intersecta el despunte del alba. En ese momento –clave para el reciclaje de los sueños y la germinación de la vida- aparece la escena vagamente representada en que copulan los agonistas de estos poemas (cuerpos desnudos despojados de sus nombres propios).

El problema fundamental de la obra es cómo se habla de estos cuerpos anónimos a través de las palabras que designan sus huecos: cavidades, cuencas y heridas que recorre la lengua de uno o de otro. Ese es –además- el viaje al que se hace constante referencia en Albricia: el viaje de la lengua por los cuerpos, un trabajo de papilas gustativas y palabras.

No hay rasgos de lo que se conoce como amor romántico en el ayuntamiento de esos cuerpos desnudos: no hay en los textos palabras tomadas de los repertorios retóricos, de la pasión. La figuración metonímica de la corporeidad (es decir, su notación a través de algunos de sus fragmentos específicos) tiende más bien a afianzar un contexto simbólico de la fecundación. El amor no está trabajado por medio de sus fórmulas emotivas, sino más bien a través de la escritura de un sujeto hiperestésico que deja constancia (con la mediatez del tiempo presente del verbo con que se registran  los sueños) de una inmersión en el paraíso corporal de la sensualidad.

El título del libro cubre tres significaciones importantes: por un lado es la contracción de alba, y por otro se suma a una serie de palabras (ijar, valva, drupa, etcétera) que designan cavidades protagónicas en procesos de fusión o fecundación. Técnicamente, albricia es una suerte de agujero que se practica en los moldes donde se funden metales para acelerar el aireo del proceso.

Es sabido que, para remediar su mal, las mujeres estériles de Pafos (antigua ciudad chipriota célebre por su templo de Venus, según la enciclopedia) suelen cruzar ceremonialmente a través de piedras horadadas.  El simbolismo habitual de los agujeros se vincula en la tradición poética a los ritos de la fertilidad. Ahí está aparentemente una clave que permite suponer en el libro de Soledad  Fariña la existencia de un proyecto de poesía femenina: el descubrimiento, la invención, la investigación de un modo de hablar del cuerpo y sus incidencias que sea estructuralmente un modo de hablar de un rasgo femenino diferencial: la fecundidad.



 



 

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“Albricia”, de Soledad Fariña.
El viaje de la lengua por los cuerpos.
Por Roberto Merino.
Revista APSI, marzo de 1989