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El silencio de Claudio, una lectura
El silencio de Claudio de Enrique Giordano. Cuarto Propio, 2014

Soledad Fariña
Mayo 2014




.. .. .. .. .. .

…de no hablar sino cuando fuere preciso, raramente despegaríamos los labios.
Epicteto

Al encontrarnos con El silencio de Claudio nos preguntamos ¿Es un drama? ¿un guión? ¿narrativa dislocada? ¿un poema compuesto de múltiples relatos? ¿una novela gráfica?

En principio no debería asombrarnos la puesta en escena de este texto que transgrede los géneros literarios. Asombra, sí, la anotación de “escritos post mortem” bajo el título del libro, lo que nos hace pensar ¿será una biografía del alguien, de algún amigo del autor que murió? Pero de de inmediato pensamos que es otro guiño de Enrique Giordano, ya lo conocemos de El mapa de Amsterdam (la dedicatoria ¿es también parte de la ficción? Nunca se sabe…).

El epígrafe de Edgar A. Poe, nos alerta sobre el estrecho límite entre la vida y la muerte de quien es enterrado vivo. Esta primera reflexión, que más tarde se reflejará en la voz del protagonista (Aunque sé que estoy vivo Es probable que ésta sea la muerte) podría ser una línea de lectura, sin embargo a medida que avanzamos vemos que el texto despliega un abanico de sucesos que se reiteran, se contradicen, se refuerzan, se anulan. Los personajes-voces corresponden a una familia -abuela, padre, madre, hermanos no sabemos si reales o imaginarios-.

Se inicia este -poema-drama fantástico-novela con este relato:

“Lo único que sentimos fue un ruido sordo, inesperado que nadie supo describir con exactitud cada vez que se narró y se volvió a narrar el mismo incidente. La verdad es que nunca lo contaron mucho y quizás hubiera pasado totalmente desapercibido si no fuera porque Claudio—para ellos—nunca volvió a ser el mismo, o mejor dicho, el que se suponía que iría a ser el mismo.”

En un nivel el del relato, el cuerpo queda tirado, pero en otro nivel, después del golpe, caída, ruido, Claudio queda encerrado dentro del espejo observando lo que sucede fuera, vive una vida fantástica -y a veces oscura- en sus galerías. El espejo, como variada metáfora, es un elemento esencial de la obra

El espejo configura ángulos al infinito / Anuncia otros espejos / Lo que no cabe en / la infatigable faena de mis pupilas / ya lo puedo imaginar. / me resulta predecible / Será siempre la misma repetición /Escalones que llevan al agotamiento de cada día / Al retorno inevitable hacia el calor de las sábanas húmedas / poder olvidar por un instante… / Lo veo todo /No veo nada / O veo muy poco
Total / ¿a quién le importa? / Nací en una época de grandes objetivos / seductoras utopías / bálsamos de esperanza

El personaje –voz- de la madre habla y es hablada en distintos segmentos sin perder sus características. Al inicio del siguiente párrafo, aparece su imagen dando la espalda al lector (al público)

Mira hacia el mar / Extiende su mirada a lo largo de las olas /Quisiera destejer el pasado /Poder comprender /Cuándo comenzó aquella travesía /Cierra los ojos / Y se sumerge en mundos más allá de toda distancia /Surgen constelaciones desconocidas /Donde ni el ruido ni el polvo entran /La más variada gama de colores / se entrelazan creando combinaciones inagotables / Viajará con su hijo por rayos de arco iris / Lo llevará de la mano mostrándole /todo aquello que carece de nombre

El personaje del padre, se desdobla en tres: hay un padre “real”, temeroso, descrito por el hijo:

Mi padre desaparece en lo alto / ya no vuelve la mirada hacia atrás hace ya mucho tiempo que perdió toda esperanza/ ya no limpia la estela viscosa que mi cuerpo deja sobre de los peldaños

Está el padre torturador y el padre ideal. Por otra parte Claudio aparece vivo en el recuerdo su madre, pero inexistente en la realidad del padre. A veces Claudio es un monstruo que se hace real a la salida del espejo, tal vez es un fantasma.

La penumbra se divide en dos pedazos / Ante el grito desgarrado de mi madre /Mi madre ha gritado /Frente a ella /El Otro Claudio /Ese Claudio que todos temen / Reptando frente a ella / Jadeando con dificultad, /Mirándola al interior de los ojos
(voz de Claudio)

Soy lo que han ocultado durante toda su vida /Aquello que quieren no ver /Aquello que prefieren ignorar /Saben que estoy aquí (estamos) / pero simulan no vernos /(A nosotros nadie nos ve) /Sólo así podemos seguir sobreviviendo
(voz del Claudio-monstruo)

( es fácil olvidar /fácil pretender que la podredumbre no existe /difícil les ha sido borrarme /Limpiar para siempre lo que yace en las entrañas de esta casa no quieren ver que se está hundiendo /sumergiéndose de a poco entre las miasmas / ratas muertas / cadáveres enterrados vivos cimientes podridas gritos petrificados / los crímenes nefastos que el miedo les llevó a cometer)
(voz de Claudio monstruo)

Pero hay algo más, hay un doble, un gemelo, un hermano siamés de Claudio, se llama Lorenzo. Aparentemente muere a poco de nacer, pero finalmente es el doble de Claudio que ha vivido otra vida, la vida de afuera, de peligro, tortura, huida, y es imantado por un parque de eucaliptus que ha buscado toda su vida. Por su parte, Claudio, ha esperado tras la ventana a “su otro” -que es él mismo pero con otro nombre-.

Esta, la historia de Claudio, o de Claudios, de Lorenzo, de la madre, de los padres, abuelos, es la matriz o la base de un texto donde gravitan otros y cuyo final –o finales- son abiertos. El autor parece jugar con las múltiples posibilidades del relato. Pero a pesar de este juego -repeticiones, superposiciones, ilustraciones- hay un elemento que conecta íntimamente a los personajes y sus acontecimientos a través de los distintos segmentos: es el tono. Es el miedo el tono que da unidad a las variaciones. Como puntas de un iceberg van apareciendo rasgos del entorno, del contexto, del tiempo:

Martes, 3 de la tarde… Golpean la puerta con violencia / Vuelven a golpear / El ruido hace temblar la escalera / Los fantasmas desaparecen / La casa cruje / Ventana rota / Violento ruido de vidrios / Han entrado con violencia! / A golpe de carabina las puertas / Los estantes / Los cuadros / Las fotos / Las cartas / Los cuadros / Las vidrieras / Los libros desparramados por el suelo / Empujan a mi madre por la escalera / Ella se enfrenta con un la ira irreprimible de tantos años de angustia / Con la fuerza de quien lo ha perdido todo / Que le han arrancado todo /Hasta los recuerdos

Es un tiempo de miedo, de peligro, de censura, muerte, allanamientos, desaparecidos. Un tiempo de silencio. Sin mencionarlo explícitamente el silencio de Claudio corresponde, en algunos segmentos, a la mudez que acompañó a las personas luego del golpe y la mayor parte del tiempo de la dictadura militar.

¿Cómo narrar el miedo en un relato coherente? ¿Cómo narrar el silencio, la mudez si nunca nadie habló de “eso”? Aun dada su complejidad para calificarlo este texto es, en parte, narrativo y podría ser homologado en algunas de sus características a las llamadas “narrativas de la postdictadura”, cuya premisa fundamental es que “la literatura postdictatorial está bajo la determinación del duelo y la decadencia del arte de narrar”, (Idelber Avelar, Alegorías de la derrota. La ficción postdictatorial y el trabajo del duelo, p. 34. Editorial Cuarto Propio, 2000). Luego del golpe milita la derrota de muchos conlleva una pérdida (el lenguaje, el habla, la dignidad, la vida); esa pérdida requiere un duelo y ese duelo se hace –aquí- mediante la escritura. Pero hay experiencias tan extremas que no pueden escribirse y lo único que queda a la escritura es hacerse cargo de esa imposibilidad. En este texto, el protagonista parece hacerse cargo, vemos la lucha de Claudio con las letras:

El centro del ojo escupe letras / Letras en cuajos de sangre / Cuajos de sangre /formando frases viscosas. / Sangre ciega / Mariposas carnívoras / Que se apoderan del aire / Letras que / surgen de la tierra para matar / A reducirlo todo a un pequeño sarcófago de palabras / Letras carnívoras que devoran tu respiración
Que te persiguen por cada pliego de tu pensamiento delirante.

La pérdida con la que la escritura intenta lidiar ha tragado, melancólicamente, a la escritura misma, dice el filósofo Pablo Oyarzún, comentando la tesis de Avelar, el sujeto que escribe se da cuenta que él es parte de lo que ha sido disuelto.

Dos segmentos de El Silencio de Claudio:

Las letras salen de sus escondrijos y permanecen en acecho / Saben que no puedes escaparte, Claudio / Observan cada gesto cada temblor de tus labios / Esperan la salida del sol para formar palabras / frases que irán avanzando lentamente hacia tu cuerpo / A comenzar la lucha diaria /a trabajar por tu perdición

***

Vio un mar de letras arrasando la ciudad: vio metralletas disparando letras mortales: vio letras hundir puentes: vio letras estrangulando víctimas inocentes: vio letras carcomiendo como insectos las imágenes de las pantallas luminosas: vio letras confabular las extorsiones más infames: vio letras delatando nombres: inimaginables, infinitas mentiras grabadas bajo la infamia de las verdades y se vio a sí mismo en las más abominables metamorfosis Todas las gradas que van entre el ángel y el monstruo / entre el héroe y el anti-héroe / se vio subiendo aterradoras escaleras de letras / innumerables espejos de letras / edificios de letras desmoronándose sobre la tierra que tiembla implacable / cementerios tumbas de letras / Y así vio como se armaba y se desarmaba el mundo de afuera. Combinaciones incesantes de letras, capítulos históricos, aterradores genocidios, religiones, contra-religiones / Así se estructuraba el mundo / Génesis y apocalipsis de los cuales Claudio quedaría por siempre y para siempre desterrado

De los muchos aspectos que se tejen y destejen en este libro, hay otro que quisiera destacar y es la presencia del deseo, en segmentos mínimos y casi no reiterados está presente el deseo ferviente por la unión amorosa de los cuerpos: el primero es el deseo (aparentemente universal del varón) por volver al seno materno

Madre / Quiero volver a tus galerías tibias de humedad y cariño / para que nadie pueda interrumpir nuestra felicidad / para que nadie pueda interrumpir nuestra felicidad / para que nadie pueda interrumpir nuestra felicidad

Y el segundo es el deseo más irrealizable: la unión de un cuerpo con sí mismo. Hablamos del doble, del gemelo siamés, Lorenzo es el cuerpo del “otro sí mismo” intentando la unión perfecta que nunca se logrará: el tiempo y el espacio separan a estos dos seres en su paradoja que está lejos de ser narcisista: Claudio no ve su reflejo en el agua ni se ama a sí mismo. Claudio ama a su “otro” que hizo cosas que él, paralizado por el cristal del espejo, por el cristal de la ventana, no pudo lograr.

Tuve que cruzar la mitad del mundo hasta dar con tu ventana
miras por los visillos / miras con insistencia /Sabes que estoy aquí
Sabes quién soy. No sabes mi nombre pero sabes quién soy.
Soy como el que ves en tus sueños / Noche tras noche

Todas las heridas cicatrizan, mi amor. Mis dedos van por tus llagas cerrando ese dolor eterno que quiso separarnos. Las grietas se irán cerrando bajo la caricia de mi piel, el calor de mi sangre.

¿ Hay final ?
¿O no lo habrá nunca?

Pregunta el narrador omnisciente, o Claudio, o Lorenzo cuando es abatido por su padre torturador, poniendo en cuestión el final de la obra.

Quedan tantas entradas para abordar este libro de Enrique Giordano, tantos finales abiertos que yo, como lectora, elegiré uno:

Cuando volví a abrir los ojos comprendí que nunca podría volver a cerrarlos y que mi vida sería una eterna vigilia en la que nadie vendría a acompañarme. Como el enterrado vivo, sólo yo, y digo sólo yo, sabré la inmensidad de mi infortunio. Para siempre encerrado en este espejo, condenado a verlo verlo todo, todo, y lo peor… a no olvidar.




 



 

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El silencio de Claudio, una lectura
El silencio de Claudio de Enrique Giordano.
Cuarto Propio, 2014
Por Soledad Fariña