A propósito de La vocal de la tierra
Por Diana Bellessi
En Lo propio y lo ajeno / Feminaria Editora. Bs Aires 1996
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El Primer Libro. Cronológicamente el primero en la obra de Soledad Fariña y reunido en esta edición con Albricia y En Amarillo Oscuro, una auténtica trilogía que nos muestra la persistencia y coherencia de su voz. Primer, literaliza, con la inocencia y la malicia de la representación. Fariña practica en este libro pictografía. Y debe hacerlo no antes de la compleja y sofisticada aparición de un lenguaje hegemónico, sino después; atentando contra la sintaxis, los conectivos de la frase, la ilusión del sentido; escandiéndose en el papel y repitiendo obsesivamente unos colores y unos lugares. Es decir construyendo una topografía. Topografía permanentemente vigilada por los choroyes –portadores de la Ley- , unos pájaros de alas verdes vistos sobre las planicies del continente.
Este libro no es un génesis, es despertarse en un mundo otro.
Censura y autocensura, generadas por el patriarcado y por las dictaduras o el nuevo orden del hambre, vuelven arduo el trabajo de esta agrimensora. La exploración no termina de resolverse en escritura, sino en la tensión de la misma, es decir: pregunta y anuncia, “…se ha logrado la palabra pero ésta no se hace aún significado”, dice la crítica chilena Raquel Olea.
Quiero citar el fragmento de un texto escrito por Fariña en 1983 –dos años antes de la aparición de El Primer Libro- para un video sobre la censura. El mismo dice: …habrá que preocuparse ahora por el cuerpo ¿o por los cuerpos? Qué cuerpo todo el cuerpo social o qué cuerpo las llagas de las muñecas amarradas con alambres o las llagas de las encías en las encías dejadas rojas abiertas por los dientes arrancados uno a uno o la gillette en las axilas raspadas qué… en qué sintaxis rep en qué sintaxis represiv (a) no lo sé y (b) no lo saben ustedes…
El segundo libro de Soledad Fariña, Albricia, es ya celebración, fiesta de unos sonidos y unos sentidos: a Fariña se le suelta la lengua y encuentra en el cuerpo propio, en la ilusión de otro, un paisaje donde será posible la constitución de un enunciado, de una historia. No es casual que a este libro le siga, en orden cronológico de producción un bellísimo relato llamado Al Alba donde el tiempo comparece en la duración, es decir, a diferencia del “recorrido” de sus libros anteriores, extiende aquí una narrativa, un verdadero viaje, con principio y final –ambiguo final quizás, que se plantea si fue realizado o soñado si antes o después, a la sombra inquietante de María Luisa Bombal, para dejar el signo de interrogación (signo que comienza en El Primer Libro) abierto una vez más.
En Albricia Fariña accede entonces al cuerpo propio, al cuerpo de otra que porta siempre el eco del cuerpo de la madre. Aquella memoria prohibida reaparece como fiesta y celebración. Este es un libro alegre, un equinoccio de primavera: Exegeta / de tus labios me transformo, nos dice hacia el final del extenso poema. Y abre la puerta al paisaje mirado ya de otra manera tanto en Al Alba como en En Amarillo Oscuro, sus escrituras posteriores. Ahora es posible contar la historia. Como dice María Zambrano, la historia sólo puede construirse cuando la magia ha sido representada. Y aquí hay un doble reencuentro con lo arcaico: aquella sexualidad clausurada y aquella cultura borrada previa a la conquista; ambas sin signo ni símbolo que las representen.
Finalmente la lengua se deshace del balbuceo, del tartajeo, de la pregunta por la lengua y por la escritura; cree en lo que dice, se ha asido al sentido. Y este libro ha sido posible para Fariña por el gesto inaugural del pintar El Primer Libro. Y por el gesto posterior de explorar su propio cuerpo nombrándolo tú …mi ánima mi alma busco, nos dice en Albricia. Y este tú innombrable, que no parece caber en su materialidad dentro de la lengua, dentro de la sintaxis que debe utilizar la poeta, deriva a su vez aún sin la intencionalidad consciente de la autora, a un tú de otra, otra mujer. Se hace pie, tierra a la vista, pie en tierra. A la masacre, fragmentación, censura, diáspora signada por la historia puntual de la dictadura de Pinochet, se aúna el espejo astillado de la apropia ontología de un yo excluido de la historia por su condición de género, excluido de su propio cuerpo, sometido a las leyes de normatividad de la lengua que no pueden, no saben, nombrarlo.
El paisaje, ¿cómo se encarna en la poesía de Soledad Fariña? No como paisaje, sin duda, no como ornamento ni telón de fondo ni figuración vista con perspectiva. Sino en el detalle, a veces en los elementos mismos que integran la naturaleza. Y el aparato perceptivo se agudiza, ve, huele, toca, oye…, en una inmersión que casi cancela la distancia y por tanto la figuración discursiva, donde el él, el ella de lo mirado se torna yo, por exceso de materialidad parecemos desembocar en la abstracción. Fuego, o luz, y agua: En Amarillo Oscuro. La tapicería precolombina y los ritos del agua en las cercanías de Cusco actúan en este libro de Fariña para borrar una tachadura ominosa y esplender como un relámpago en un gesto donde la naturaleza y la acción humana se abrazan. La dicción poética intenta suturar una herida abierta a través de la experiencia personal y la revivenciación cultural –imaginariamente releída por supuesto, como lo es siempre. En este libro sólo queda dejarse llevar. La racionalidad moderna no nos sirve de mucho.
…dónde el amarillo dónde, ya predecía El Primer Libro. La historia torturada, el cuerpo torturado, la tierra torturada; en un vasto proceso de sanación, de regeneración de la mirada y la palabra, la voz lírica desemboca y canta en tierra americana, sustantiva adjetivando, mira microscópicamente un paisaje replegado, no desplegado. Se integran los pronombres de la conjugación y hay tierra bajo los pies, milimétrica y sagrada, hablada y atravesada por el aire, el agua, la acción humana… Aún queda el desafío de la historia, la lectura del tiempo que el yo lírico deberá elegir enunciar o no hacerlo. Aún quedan libros de Soledad Fariña en el porvenir.