Historias de amor. “Cuando no dices”, de Solange González.
(PRÓLOGO)
Nuestra sociedad no tiene ya código amoroso. En cada relato
privado, íntimo, inconfesable, buscamos descifrar los meandros de ese
mal que tiene una relación tan extraña con las palabras. Idealización,
estremecimiento, exaltación, pasión; deseo de fusión, de catástrofe
mortal tendida hacia la inmortalidad, el amor es la figura de las
contradicciones insolubles, el laboratorio de nuestro destino.
Julia Kristeva.
Podríamos, sin ninguna duda, reconocer en los poemas de “Cuando no dices”,
de Solange González, una historia de amor privada, íntima y, por supuesto,
inconfesable en sus aristas, porque hay alguien, uno de los términos de la
díada amatoria que no dice, que no puede o no quiere decir. Y este suspenso,
ausencia o falta es precisamente lo que constituye la “historia de amor” que nos
entrega Solange, y que oscila entre lo no dicho y lo escrito.
Empieza el poema: un alba gris introduce el paisaje de tristeza y espera, al
tiempo que la voz que introduce la pena despliega imágenes inequívocas de
disolución, desamor, abandono.
La hablante se expone en la vitrina del poema y al hacerlo expone también su
tarea: escribir una historia de amor desde la pérdida.
Pero ¿cómo cumplir el desafío?
Desde la pérdida misma, parece contestarnos al construir la imagen del amadoodiado
precisamente allí donde hay vacío, cópula inexistente, latidos de una
memoria sensorial que es equívoca, pues “guarda textos que el ausente no
escribe”.
Este es el tenor del diálogo entre la amante y su Otro que en el poema es
ausencia, pero que ayer fue abismo entre el decir y no decir, porque “Cuando
no dices”, es título pero también es la clave de esta historia de amor.
Y qué es una historia de amor, qué es el amor: “Vértigo de identidad, vértigo de
palabras”, dice Kristeva en el prólogo a su libro Historias de Amor agregando
que de él, del amor, no se puede hablar más que después. Podemos hablar del
Amor, de un amor pero éste siempre termina quemándonos -dice la autora- y
hablar de él no es posible más que a partir de esta quemadura.
Y es desde allí desde donde Solange dice (escribe):
Odio
Llueve
se enlodan mis alas
mis ríos
no alcanzan tus piedras
y transformo este dolor
en un oasis perpetuo
Sin embargo, su Otro, el que le dio la identidad de amante y luego la abandonó,
no pudo –en su presente- decir, no encontró las palabras.
Mi espalda se deshace entre los rizos de un diálogo perpetuo
como tus intentos de decir lo que en tu lengua no encuentras
Entonces nos preguntamos ¿Es lo mismo el no decir que el silencio?
Pensamos que no lo es. El silencio “poblado de signos” excede esta historia y
quien abandona (quien es dicho/escrito en el hoy del poema pero en el después de la historia) se mantiene fuera del lenguaje; para él no hay después ni hay
escritura pues no hay historia de amor.
Por su parte, la carencia y el dolor del abandono conducen a la amante a la
melancolía y, con ella, al recuerdo del primer abandono: su expulsión del
cuerpo de la madre
Descalza como la danza más pura
camino sobre horas inexactas
mientras los años me esperan para matarme la última vez
Como hace 30 lunas
cuando la madre y su llanto escupieron mis huesos
irreversibles como lo dicho
Irreversibilidad del hueso, la parte dura del cuerpo, tan dura como la
irreversibilidad de “lo dicho-escrito” que la constituye en su ser-amante
Ser hembra sin vientre para esperanzas
Ser muerte que calma a las bestias
Ser ombligo cuando el cuerpo desaparece
Ser llanto de quienes me sobreviven
En la melancolía femenina se ha visto una fascinación por el abismo. Sin
embargo la alocución de su “ser” reserva cierta esperanza en la memoria de la
madre, memoria de un pasado violento
La madre llora
la memoria se destroza
Se ensordecen corazones
se tornan grises la banderas
pero en la vereda izquierda de esta playa
una esperanza ahoga las armas
La madre, conflicto y memoria, origen profundo de la melancolía, trae también
una esperanza externa.
Acudiendo a la “letra” de una canción -“Yo seré el recuerdo que pasó por tu
vereda”- hay un intento de definir el momento amoroso en el afuera,
universalizando la pérdida y asumiendo “el riesgo que corre todo hombre o
toda mujer que juegan a la seducción”, como afirma Rocío Silva Santiesteban.
Pero es el logrado fragmento que a continuación citamos, el que resuelve –o
intensifica- la paradoja del tiempo entre el momento en que sucede la historia y
el de la escritura de la misma, pudiendo tener, según su disposición en el
espacio, tres instancias de significación:
1
Lo que estuvo jamás vendrá algún día para ser perdonado
2
Lo que estuvo
jamás vendrá algún día
para ser perdonado
3
Lo que estuvo jamás
vendrá algún día para ser perdonado
La primera opción da tal amplitud de significación que, como en el oráculo, el
interesado/a lo leerá según su conveniencia.
La segunda opción habla de que lo que estuvo –lo que ocurrió- no volverá para
ser perdonado.
La tercera dice que lo que nunca estuvo –lo que nunca ocurrió- volverá para ser
perdonado.
Sin embargo, el conflicto, el nudo de la historia, sólo se resolverá en el lenguaje,
en la escritura del después, justificando la historia de amor –su quemadura- en
el acto de escribir, o, si se quiere, dando forma de poema a aquella historia. Al
finalizar el poemario la hablante explicita por qué escribe
Por la insistencia de la angustia
Y mi lengua que la arranca
Para poner atajo a la muerte
Y desacelerar la agonía
Para que la luz dure un instante
Y me regale un reflejo de esta historia
Al final de esta historia escrita desde la herida, desde la ausencia, desde la
quemadura, nos preguntamos ¿Por qué amamos? ¿Por qué nos exponemos? ¿Por qué insistimos, en tiempos de pragmatismo y racionalidad extrema, en
esta última utopía que lleva costos tan altos?
Responderemos con una mirada todavía utópica, la de Octavio Paz, que nos
dice que “El amor es el reconocimiento, en la persona amada, de ese don de
vuelo que distingue a todas las personas humanas. El misterio de la condición
humana reside en su libertad: es caída y es vuelo. Y en esto reside también la
inmensa seducción que ejerce sobre nosotros el amor”.
¿Poseemos todavía ese don de vuelo? ¿O nos arrastramos de quemadura en
quemadura?
Soledad Fariña, Agosto 2009.
* * *
Noche 31
Créeme cuando confieso que desde que te conozco sólo duermo contigo
Que me agrada tu voz cuando no dices
Que en la memoria guardo textos que no escribes
Que te llamo para adivinar si me piensas
Que pinto de azul tus paredes para nadar en ellas
Que esta superficie es inmensa para tus branquias
Que mi corazón es frágil
agonía
transparente
cuando sentencias que te mueres todas las muertes
todos los días
en un día
Quiero el goteo de tu frente en mi nariz
arrancándome la sangre
vaciándome el alma
mientras son risa las manos
Que te mojen mis ojos
calmando la histeria
Que me encuentres cuando me dejo ver
entre versos
huída
En mi espalda
cuando amanece en tu pecho
En mi latir condenado
En mis sueños no dormidos
Quise ser hembra sin vientre para esperanzas
ser muerte que calma a las bestias
ser ombligo cuando el cuerpo desaparece
ser llanto de quienes me sobreviven
ser azul hasta en rincones
ahogo de desdicha y sosiego
verdugo de cielos y tierras
afortunada por culpar a la miseria
Y fui locura que parió un alma
agua perseguida por mis venas
sueño no dormido sin descanso
resultado de textos mal paridos
Escribo
Por el deseo del vientre abandonado y las cenizas
por la fuerza del corazón agotado
Por la histeria de estas manos
y la necesidad de lo que resta
Por la insistencia de la angustia
y mi lengua que la arranca
Para poner atajo a la muerte
y desacelerar la agonía
Para que la luz dure un instante
y me regale un reflejo de esta historia
Para mirarme desde la última letra
Para justificar la torpeza
(CONTRAPORTADA)
Como si fuera una escritura desde un cuarto propio, desde el encierro de
una habitación se instala el hablante poético de este libro, asumiendo el
intimismo como metáfora del abandono. La biografía, la historia de amor y
la soledad permanente, son la cita que arma la poética de la ausencia como
heridas sobre ese cuerpo en femenino.
La voz de Solange González es una propuesta directa, que penetra en los
rincones de un lector que percibe la imposibilidad de los vínculos, que
apela a una propuesta más oscura, desde la angustia en cada uno de los
versos y el arrojo de la palabra desde el dolor y la pérdida. El intimismo es
el recurso, como susurro de todas las carencias de la historia de las
dominaciones de género, en un amor castrado, (desde que te conozco sólo
duermo contigo). Porque como nos dice la propia autora su corazón está
hecho de agua. Entonces la palabra es el único camino, la salida, la
búsqueda incesante de esta estética existencial, sombría y aterradoramente
provocadora. La poesía es la última posibilidad frente al silencio.
“Cuando no dices” son todas esas voces, esas bocas musicales que Solange
González nos presenta en su primer libro como la única forma de decir,
como la única forma de escribir.
Diego Ramírez
* * *
©CUANDO NO DICES / Solange González Burgos
Registro de Propiedad Intelectual
Inscripción Nº 183.122
Primera Edición Agosto 2009
Colección “Decoración para dueñas de casa”
Editorial Moda y Pueblo