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Serie: Poetas cubanos jóvenes
Sergio García Zamora
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Sergio García Zamora (Esperanza, Cuba, 1986). Licenciado en Letras. Algunos de sus títulos son: Tiempo de siega (Premio Poesía de Primavera 2009, Ediciones Ávila, 2010); Poda (Premio Calendario 2010, Casa Editora Abril, 2011); El Valle de Acor (Premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara 2011, Editorial Capiro, 2012); Día mambí (Premio Digdora Alonso 2011, Ediciones Vigía, 2012); Libro del amor feliz (Premio Emilio Ballagas 2012, Editorial Ácana, 2013); Las espléndidas ciudades (Premio Eliseo Diego 2012, Ediciones Ávila, 2013); La violencia de las horas (Premio José Jacinto Milanés 2012, Ediciones Matanzas, 2013) y Caballería insurrecta (Premio Manuel Navarro Luna 2012, Ediciones Orto, 2013). Poemas suyos aparecen en publicaciones de Honduras, Puerto Rico, México, Estados Unidos y España.
Correos de Cuba
Envío mis libros con la misma muchacha. Si primero atiende a otro, hago la cola, aunque el resto de las empleadas permanezcan libres. Si se enferma y no trabaja, regreso entonces con el paquete a casa. Ningún poder tienen los jurados; ningún mérito, mi talento. Solo el enviar los libros con esa muchacha. La muchacha me conoce y yo la conozco; sin conocer nuestros nombres, la muchacha y yo nos conocemos. Siempre me pregunta si tuve suerte, siempre le respondo que la tuve. A ella le debo todos los premios. Cuando otro gana es porque mi libro nunca llegó. Estoy seguro.
Los reclutas
El verde militar está en los ojos:
muchachos que piden autorización
para ir al carnaval y abordan los camiones,
las máquinas de alquiler en Jagüey o Santa Clara
con el dinero último, con el único dinero.
Regresan las cabezas podadas por el verde militar,
los rostros que lastima la cuchilla:
el hermano mayor, el novio, el hijo de vecino.
En la noche de provincia son príncipes,
reyes que han vuelto de Troya o Las Cruzadas.
Bajo el fuego artificial, bajo la vida artificial
respiran el aire último, el único aire,
y entran al verde militar con sus amores.
Como los reclutas anhelas un pase,
un gesto dispensador de tu perenne servicio;
un pase, una tregua, un salvoconducto
para tu vida siempre. Como los reclutas.
Solo que ellos no saben disimular.
Terapia de choque
Antonin Artaud confiesa haber padecido más de cincuenta electroshocks. la mitad bastaría para dejar a un hombre tonto, pero a él lo volvió un genio. o lo que resulta peor: Antonin Artaud era un genio que pasaba temporadas de reclusión en sanatorios mentales. pero eso nunca importa al lector que se cree el ombligo del mundo. ya quisiera verlo mordiendo la goma mientras los voltios pasan y pasan por su cuerpo iguales a autos de carrera por una autopista. ya quisiera verlo sin poder distinguir (como sí distinguía Antonin Artaud) que la enfermedad es un estado y la salud no es sino otro. el lector que soporte de veinticinco a cincuenta electroshocks, tiene mi respeto, aun cuando se quede tonto por querer volverse genio. mejor que el ombligo del mundo es el ombligo de los limbos.
Balada para colgarse
a François Villón, el maldito, lo suben y lo bajan de la horca un poeta después de otro. no fui a la universidad, dice Villón, para ser un pelele; no gané el favor del rey, para ser un muñeco de paja. un poeta después de otro lo piden para sus bandas; todos quieren a ese francés en sus cochinas bandas, a ese diablo criado por un monje. el maldito de François se ríe: piensa deshacerse del cabecilla y tomar el mando. entre poetas también se está entre putas y ladrones. a François Villón, el maldito, lo suben y lo bajan de la horca un poeta después de otro. no escribí para esto, dice Villón, no robé ni maté para esto. si quieren entonar mi balada, pónganse la soga al cuello.
La usura
uno empeña las palabras por el miserable dinero editorial creyendo que las recobrará algún día, pero la deuda crece sin remedio. uno pide a Ezra Pound un préstamo hasta que logre hacer fortuna y poseer un verso propio, un verso respaldado en oro, una línea como el hilo de los billetes que prueba su autenticidad. Ezra Pound, partidario de Mussolini, acusado de alta traición, te dice: «Con usura no tiene el hombre casa de buena piedra». pero tú le replicas: sin usura no tiene el hombre casa de mala piedra ni casa alguna. Ezra Pound, viejo zorro, ojalá te pudras en el manicomio, acusado de inhumano con tus poemas llenos de humanidad. uno empeña las palabras por el miserable dinero editorial y es toda la traición que comete.
El pájaro
El pájaro levanta la cabeza queriendo sorprender la
vida, húmedo aún por el agua de los nacimientos. Era
un monje en la celda blanca, un escuálido novicio;
pero esta mañana Dios escuchó sus oraciones y lo trajo
al milagro. No teman, pues, ante el frágil cuerpo ni
los hinchados ojos que la luz tarda en definir. Amen
al cautivo libre de su penitencia por todo el tiempo
que le es dado.
Con él vive la promesa de las alas.
El grillo
Bajo la noche cósmica,
en la vasta soledad del descampado,
el grillo canta.
El peregrino lo escucha
y ya no teme.
La violencia de las horas
Vienen sobre ti las horas,
la violencia unánime de las horas;
ponen bajo tu cuello la navaja, bajo tu sexo
la bayoneta calada para sacarte en vilo
hacia los cuarteles del día, los cuarteles del alba.
Ciertos grabados medievales pretenden ilustrar
su paso con un carro de heno, con jornadas
de la siega,
y monjes velando en sus claustros.
Pero nada saben de la ojera del recluta
ni del garfio que hunden a mediodía en el cuerpo
húmedo,
cuando se echan a la sombra de la gente que espera
un cambio sustancial, un cambio definitivo.
Las horas gustan de comer tus ojos como el cuervo
y del café a media tarde en algunas embajadas.
Óyeme ahora antes de que la noche llegue.
En la página sin completar sacarán el punzón,
te mantendrán a raya, te anudarán
una piedra de molino para lanzarte al sueño,
hasta que mañana ellas vuelvan
golpeando sobre ti.