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Constitución BORRADA
Sebastián Gómez Matus
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La idea de borrar la Constitución surgió hace más o menos cuatro años, cuando estaba borrando la Vida de Cristóbal Colón de Lamartine. Este ejercicio de lectura cruza lo literario con lo visual, tiene una larga data e incluso podríamos decir que siempre ha sido parte de la escritura y la lectura, tanto en las tablillas, los palimpsestos o en la idea de borrador, entre otros ejemplos. Sin embargo, el sustrato más evidente para mí es el arte de la lectura. “Es como escribir con los ojos”, señaló alguna vez una poeta. En ese sentido, además de querer presentar un texto “refundido” mediante este procedimiento o técnica, donde nada de lo que dice la Constitución queda dicho tal cual, es una invitación a la lectura crítica, ya a la edición, de un mundo predeterminado cuyos contenidos, casi en su totalidad, editan nuestras vidas y acotan nuestra experiencia vital a los contenidos que el mundo provee. En su mayoría irreflexivos, torpes, rígidos, como el material mismo del que está hecho la Constitución (esos textos de primer orden que señalara Bajtín), estos contenidos solo buscan estandarizar la experiencia y que nuestras vidas estén escritas (o inscritas o prescritas) y desleídas. A mi modo de ver, la lectura es un arte, un arte insospechadamente subversivo que todo el sistema intenta destruir y que lamentablemente lo consigue. De hecho, la etimología de leer significa “escoger”, y comparte raíz con ley. Con este gesto y trabajo, dentro de lo que fue la Constitución del 80, impedimento absoluto, queda establecido el texto retitulado como Po, su contralibro, aunque la Constitución no sea propiamente un libro. El borrado fue hecho con la premura de poder compartir esto antes del plebiscito y sin pretender estetizar tanto un objeto que ojalá fuera una bomba y no tanto una obra de arte rápidamente fagocitada por el sistema. Pueden compartir, intervenir y borrar lo que les parezca. Pero sería mucho mejor si lo dejaran todo.
Dedico este libro a todas las personas que hemos tenido que vivir dentro de este antilibro, y especialmente a mis hijos, Gael y Fidel, cuyas vidas esplendorosas no podrán ser aplacadas jamás.
Sebastián Gómez Matus
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