Escribir sobre la experiencia de escribir o haber escrito. También de no haber escrito. Esa invitación motiva estas líneas y acude a ellas en primer lugar la palabra precariedad. La sorpresa es la multiplicidad de significados que tiene esta calificación al momento de hacer memoria o hacer la memoria. Pues escribir no era muchas veces más precario que vivir. O sobrevivir, es decir llegar al otro día más o menos entero, lo que suponía, desde luego, y en muchas ocasiones, dejar de lado la reflexión en beneficio de lo urgente. La supervivencia.
Naturalmente, hablo a título personal y por lo mismo universal, entendiendo que la vida de cada uno y cada una nunca es tan original o distinta a la de otros. Y así, mi historia es también la de quienes escribieron y no escribieron en Chile durante la dictadura y la de ellos es la mía, y así el trabajo de unos y otros adquiere un valor que no tendría por separado sino en cuanto la lectura de todos pueda tener un sentido para entender lo que sucedía en nuestro país en esa época.
¿Sirve lo que se escribió durante la dictadura para entender el país? Y si no sirve para eso, entonces ¿para qué?
¿Y cómo fue escribir en Chile a partir del 11 de septiembre de 1973?
Son esas dos las preguntas a partir de las cuales me gustaría apenas aproximar algunas ideas.
Primero. El oficio de la escritura, solitario por definición fue en esa época, una rareza. Si entendemos que una parte del proceso se realiza a través de la edición y publicación de un texto, debemos considerar la censura que se impuso a partir de los primeros días, en virtud de la cual toda nueva publicación debía ser autorizada por una oficina emplazada en el Edificio Diego Portales, sede de la Junta de Gobierno. El interesado debía llevar el manuscrito a una oficina de partes para su aprobación por la autoridad. En general esta presentación, y nunca lo kafkiano fue tan kafkiano, no recibía respuesta y si muchos escritores hicieron caso omiso de esta forma de control, hacer circular fuera del circuito oficial su trabajo hacía necesario superar un segundo inconveniente, la otra precariedad que trajo aparejado el modelo económico. De esta manera las estanterías de las librerías exhibían best sellers y libros importados. Si acaso, y para consumo escolar, algo de Baldomero Lillo. La literatura chilena, la producción de esa época brillaba no estaba presente en esos espacios.
La dictadura fue un periodo de interrupción de la normalidad institucional. Pero tuvo un alcance tan explosivo y una instalación de tal magnitud que buena parte de la sociedad chilena que en los años precedentes orbitó en torno a la construcción del socialismo se vio enfrentada a un momento de perplejidad inicial tras el cual vendrían el rearme de un espacio de sobrevivencia y a continuación de resistencia. Fue ese un proceso que consumió buena parte de las energías personales.
Si digo que escribir en ese tiempo fue un acto de resistencia estoy pensando en la plenitud del acto de resistir, entendiendo que en la capacidad generada por la situación está la razón de muchos procesos personales que encontraron en la escritura la razón, la fuerza, pero y fundamentalmente el laboreo de ciertos signos y significados que permitirían entender años después lo que estaba sucediendo.
En palabras del profesor Rodrigo Cánovas, aunque a propósito de la generación de los 80 —si cabe a estas alturas hablar de una generación que responda a ese nombre más allá de la alineación por edades o experiencias vitales—, la escritura de ese tiempo fue un trabajo realizado en la orfandad de encontrarse en la isla en que se convirtió Chile a partir del 11 de septiembre de 1973. Huérfanos tanto porque muchos de los referentes que precedían a quienes nos iniciábamos en la escritura se encontraban fuera del país o silenciados en el interior, como porque la creación se realiza a contracorriente del discurso oficial y es por lo tanto invisibilizada.
Segundo. Por qué escribir, entonces. Porque, contrariamente a lo que puede pensarse de una dictadura, esta adquirió prontamente su propia normalidad y con ello la ilusión para una parte importante de la población de que nada estaba sucediendo. La prensa de la época, la televisión tendió ese manto que se beneficiaba de la represión de cualquier discrepancia. Es decir, y si la muerte, el encarcelamiento y la tortura afectaron solo a una parte de la población, el resto, por razones que no vienen al caso, entendió el mensaje y se sumergió en la opacidad de los años 70 y 80.
Escribir era entonces poner una marca en rojo en el calendario de días aparentemente iguales. Era entrar en la oscuridad para mirar ahí, para registrar y regresar a la superficie, encender ciertos secretos y ponerlos delante de quien quisiera ver.
Y cómo escribir
Es posible identificar dos momentos de la dictadura en relación con el trabajo literario y su difusión. Una primera época va desde el mismo 11 de septiembre y hasta el inicio de las protestas sociales de 1983. Se caracteriza por la censura a través de la oficina ya mencionada, pero también la que afectaba el ingreso de libros desde el exterior. Un dato al respecto es que la primera lectura en Chile de las memorias de Neruda se hizo en textos fotocopiados o ediciones limitadas que traían personas cuando regresaban del extranjero y las hacían correr. El trabajo literario se realiza en la privacidad que cada escritor podía construir para el desarrollo de su obra y se divulgaba, se mostraba, se compartía, principalmente en grupos de escritores afines y en talleres literarios. Esta última era un tipo de organización muy informal integrada por personas que compartían el vicio literario y se reunían con cierta periodicidad a leer sus textos, compartir opiniones y hacer amistad, a veces guiado por un escritor más experimentado y a veces no. Fue la oportunidad para muchos de mostrar por primera vez su trabajo. Alrededor del año 1978 comenzaron a organizarse al interior de las facultades de las universidades, como parte o reactor de un trabajo político que se imbricaría más tarde en las organizaciones de resistencia.
Un segundo momento se produce a partir de las manifestaciones sociales del año 1983 que la dictadura intentó aplacar con, entre otras medidas, el levantamiento de la censura de las ediciones y la autorización a chilenos exiliados impedidos de regresar al país. En este periodo se abre un poco el espacio literario y comienzan a proliferar encuentros, lecturas públicas, ediciones, principalmente autoediciones, concursos y otras iniciativas que permiten a quienes estaban escribiendo reconocerse, mostrarse un poco más.
En ese estado de cosas, y si bien la poesía mantuvo su posición preferente en las letras, la narrativa se orientó principalmente al cultivo del cuento por encima de la novela. Puede haber muchas razones para esto, la más simple sería encontrar una explicación en la mayor facilidad para difundir y sostener su difusión, ya que muchos de los textos fueron dados a conocer en lecturas públicas y privadas, aunque, y sin dejar de lado esa, me atrevo a identificar en las características del cuento elementos que lo hacían más llevadero en el estado de precariedad, tales como la estructura cerrada sino hermética del cuento, el mundo fragmentado, la posibilidad de dialogar más directamente con el lector y las condiciones que su estructura otorga al registro de una realidad que podía hacerse a brochazos y lejos de toda interpretación del contexto en que se escribía. El desarrollo del cuento elude además un tema que suele orillar el proceso escritural como es la visión de mundo. Y esto es otro aspecto de la precariedad. Se vivía el tiempo en que estaban presentes la derrota de un proyecto revolucionario, en el mejor sentido de la palabra, esto es, como un cronograma de profundas transformaciones, seguido de la implantación de un régimen que se situaba ideológicamente en el otro extremo, en lo político, y traía transformaciones económicas que cambiarían sustancialmente el carácter del chileno. Si la perplejidad requiere una narrativa, el cuento parece mostrarla.
También el cuento es favorecido con la publicación que permite la situación de precariedad económica, a través de tiradas pequeñas de textos diagramados bajo la forma de trípticos que se distribuían como la poesía.
Es en este escenario que aparece la voz de las mujeres, una realidad que corre de la mano del protagonismo de estas en la resistencia política y que reivindica su presencia de ahí y para el futuro. Resulta difícil imaginar cómo habría sido el desarrollo de la narrativa femenina en los años post dictadura sin ese grito, especialmente porque el feminismo adquiere un protagonismo mayor en los últimos años y obliga a una definición a las nuevas generaciones. Pero me gustaría pensar que la multiplicidad de voces femeninas presentes en la denominada generación de los/las hijos/as representa un continuo de las palabras que escribieron las mujeres durante esos años.
Abordar las restricciones económicas que afectaron el trabajo literario es también necesario, pues salvo por algunos concursos -casi siempre de cuentosen los que los organizadores ponían recursos para premiar a los galardonados, la escritura era un oficio, nunca esa palabra fue más acertada, que se desarrollaba siempre en paralelo con otro que proveía los recursos para la sobrevivencia. Solo las vocaciones indoblegables o los porfiados sin remedio sobrevivieron a esa adversidad. Para quienes vivimos esa época, la palabra beca de creación no resonaba en ninguna parte. Y como tampoco había computadores, la soledad del escritor reiniciaba cada vez un mismo texto para su revisión.
Fue una mala época. Sucedieron cosas que nunca debieron ocurrir. Con todo lo que se hizo a pesar, habría sido hermoso vivir una juventud y descubrir una vocación sin el miedo y la muerte de entonces. Pero fue la parte de la historia que nos tocó y así será recordada. Y si los escritos de ese tiempo son objeto de revisión para ilustrar la memoria del país, los escritores de entonces y su trabajo habrán cumplido con una de las funciones de la literatura, el necesario registro de su época.
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dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Desde la precariedad
Por Sonia González
Publicado en Simpson 7, Número Diez, año 2023