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A Fuego
Por Rogelio Laguna
Texto presentado en el lanzamiento de Fiebre, de Sergio Guerra.
Editorial Cartopirata. México DF. Agosto 2017.
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Hay un chileno que vive en mi casa, es como un fantasma o, más bien, como un ángel caído que llega de madrugada tras haber recorrido las entrañas de la ciudad escuchando música de los Crudos, Virus o Los Prisioneros. Entra y sale en horarios misteriosos y a veces me está esperando con el tarot desplegado y una cerveza destapada para leer mi futuro. Hasta ahora el futuro parece viable.
Cuando conocí a este chileno tenía una novia que ahora vive en Francia y ya era poeta. Le gustaba deambular de madrugada por las calles de Guadalajara hablando una jerga extraña que solo entienden quienes han estado en Santiago de Chile; palabras que hablan chilenos también en sus cuentos y que ofrecen rumores y gritos en los que se escuchan a los jóvenes gritar a los pacos que chinguen a su madre (en chileno “¡Pacos conchesumadre!”).
Chile es una isla, me ha dicho Sergio, pero todos lo somos. El papel de todo hombre ya dijo Saramago es salir de la isla, salir de sí mismo, de la propias palabras. Sergio, al estilo de los Detectives salvajes —y esto es un claro guiño a otro chileno que también estaba enamorado de México—, ha perseguido esa isla por Cuba, Estados Unidos, Italia, España, Alemania… En algunas de esas ocasiones he intentado darle alcance sin tener éxito, corriendo tras él en Barcelona o Francia, cruzándome con él casi por accidente en Berlín, solo para encontrarlo de nuevo en la Ciudad de México.
Me cuenta historias de Oxxos saqueados por turbas hambrientas, portazos para entrar sin pagar en el metro, fiestas fueras de control y una lista de direcciones imaginarias que ha utilizado para obtener libros en préstamos en la biblioteca “Vasconcelos”. Escucho sus historias olfateando el humo que debe provenir de una discreta higuera interior que se aviva en la ficción y de donde nacen las palabras y la fiebre de su propuesta literaria.
Fiebre, el libro que presentamos hoy es justamente un ejercicio de piromanía, pirotecnia en el que los personajes se persiguen unos a otros a través de los cuentos, quemando poesía, sobreviviendo al insomnio humano en el infinito vértigo de estar vivos. La fiebre sugiere el fuego, u fuego invisible que sugiere sobreabundancia, un combustible desconocido, una flama oculta tal vez inextinguible.
La literatura tiene el privilegio de ser un horno infinito en que el escritor-lector y el texto se incendian purificándose y contaminándose alternativamente en la alquimia del logos. Una alquimia que transmuta el mundo de los cuentos de Sergio Guerra en que la ciudad convive con criaturas fabulosas, pero ciertamente muy humanas, como la mujer-gato o el hombre-pez. Todo a punto de arder bajo las chispas del fuego y el humo que surge de la poesía en llamas. Poesía que ilumina la ciudad.
Sabiendo que mis palabras no pueden sustituir el diálogo íntimo y personal de cada lector con Fiebre, sólo me resta invitarlos a leer este libro, que además forma parte de un bello programa editorial sobre el cual también harían falta algunas palabras. Por ahora me limitaré a subrayar su espontaneidad y frescura, capaz de llevar la palabra escapando de la pretensión y el elitismo que rodea frecuentemente al mundo literario.
Por último, algunas palabras para el poeta que vive en mi casa: que vuelva pronto y que siga ejerciendo esa escritura incendiaria, reticente a ser encasillada en la camisa de fuerza de los géneros literarios.
