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Historia abreviada del origen de Fiebre

Sergio Guerra

Texto presentado en el lanzamiento de la segunda edición de Fiebre, el 26 de agosto del 2017 en Coyoacán, México DF.


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La vida es pura llama, y vivimos de un sol invisible que está en nosotros.
T. Browne

La primera vez que vi a los piromanistas fue después de escapar por la puerta trasera de un bar en Valparaíso. Apresuradamente hice parar al primer taxi que pasó, le di dos lucas al taxista y le dije más o menos, que me llevara a cualquier parte. El taxista parecía confundido al principio, pero luego se partió de la risa y se lo tomó al pie de la letra. Me bajé del taxi que arrancó soplado por la calle rumbo a los cerros. Entonces pensé; ‘ahora qué chucha haré en esta parte cualquiera de este puerto indomable?’. Era una calle solitaria cercana al muelle Barón, dos de la mañana, buena hora para caminar aún. Lo importante, había conseguido escapar a la amenaza de la ciberpoesía que dominaba aquél bar que abandoné.

De pronto, mientras intentaba reencontrar mi camino, si es que alguna vez lo he tenido, oí voces desde un hangar. Me acerqué al portón y espié. En el centro del recinto, se levantaba una enorme columna de fuego que iluminaba a un grupo de personajes a su alrededor. Pero con la distancia no podía distinguir si se trataba de motoqueros, travestis, o abuelitas tomando el té.

Así que me acerqué aún más, sigilosamente.

Cinco personajes con el rostro cubierto dirigían la acción. Escribían frenéticamente poemas que iban leyendo en sincronía y coordinados en una secuencia coral. Les observaba con la boca abierta. Aún mi sorpresa fue mayor cuando les vi lanzar al fuego central sus poemas recién escritos y declamados. En una especie de posesión, los lanzaban al fuego en cuyo interior se apilaban cientos de libros. Habían poemas buenísimos, sentía pena verlos arder, sin embargo, otros los hubiese ido a tirar yo mismo a las llamas.

Fue la primera conexión que tuve con el piromanismo literario.

Alarmados probablemente por el humo que salía del hangar, sonó un aullido; la sirena del fuego de ésta tierra quemada. Arribaron dos carros de bomberos acompañados por la policía. Al sonido de las sirenas nos largamos corriendo como ratas que arrancan de una fumigación.

Impresionadísimo ante la radicalidad poética del grupo piromanista, hice lo más lógico, los invité a echar unas chelas a mi casa, que sin embargo no era mi casa, y apenas ingresamos procuré esconder, por supuesto, cada encendedor y caja de fósforos a la vista. Finalmente, oí el enigmático pensamiento del culto al fuego que esa pandilla profesaba. El culto al dios gnóstico Abraxas, sus ideas de purificación a través del fuego y el rol que juega la poesía en la lengua humana. Pero las dos botellas de absenta que tenía se les hizo muy poco así que se fueron golpeando la puerta y echando putiá.

La segunda vez que los vi fue en la azotea de un edificio en la capital. Noté en aquella ocasión que no todo lo que escribían lo quemaban. Ciertas páginas las guardaban discretamente en sus bolsillos. Al preguntarles el motivo, dijeron que solamente la poesía era alimento digno para el fuego, en cambio con la narrativa aún no tenían idea qué hacer. Entonces les pregunté por qué no escribían solamente poesía, y ellos respondieron deja que fluya hermano. Ante lo cual no pude evitar una inmensa carcajada que los dejó paralizados. Surgió entonces, la idea de reunir los relatos en los bolsillos de los piromanistas en un libro. Por supuesto cuando les comenté el proyecto se aterraron. Ninguno quería perder su condición de inédito o andesground como ellos decían. Para ellos, la dignidad de versificar desde la cloaca, se relacionaba con el ocultamiento total y radical a la manera del padecimiento continental, oculto y brutal. Los papeles en sus bolsillos, eran entonces, una amenaza a su postulado poético, intuí.

En esa ocasión, hablaron de un manifiesto que contuvo la quintaesencia de la poética piromanista, pero ellos, siendo consecuentes a la causa, lo habían quemado inmediatamente culminaron su redacción, por supuesto, como la memoria es frágil, casi no recordaban su propio manifiesto, lo cual los condujo a tergiversaciones y desacuerdos. Para ese entonces, el rumor del piromanismo se había extendido entre los grupúsculos poéticos del puerto y de la capital. El terror que causaban al irrumpir en recitales y slam de poesía, encapuchados a saquear todos los poemas de la juventud, para quemarlos violentamente, mientras la adolescencia poética lloraba desconsolada, les fue creando muy mala fama.

La tercera y última vez que vi a los piromanistas fue desastroso. Realizaron, un evento al cual fui invitado en las afueras de la ciudad. Nos reunimos en medio del bosque después de caminar durante cuatro horas. La casa más cercana la habíamos pasado hacía dos. Cuando estaban a punto de comenzar notamos con horror que nadie traía ni encendedor ni cerillos encima. Estábamos en medio de la nada sin un puto encendedor. Los piromanistas se agarraban la cabeza, pálidos y ojerosos, se paseaban de un lado al otro, se comían las uñas, tiritaban, parecían recién despertados de una pesadilla. Y blasfemaban a su dios diciendo cosas así como por qué nos has abandonado o, siento que la llama de mi corazón se apaga o, la maléfica manguera oprime nuestra fe o, nos ha caído el balde de agua fría de la reacción o, Winter is coming, entre otras cursilerías por el estilo.

En la desesperanza y desolación que siguió a aquél fatídico acontecimiento, los piromanistas accedieron a leer sus cuentos. Seis años escarbando las cenizas del paso del tiempo, en busca de las huellas que dejaron antes de desaparecer. De los documentos narrativos inéditos de ésta mítica secta de poetas piromanistas se organiza el corpus de éste libro. Ahora podemos avistar el lado humano y misterioso de sus vidas.

Agosto 2017.
México D.F.



 

 

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