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Poesía
de Sara Jordán
Media
Estación
Presentación
de Sergio Madrid Sielfeld
La escritura de un poema no deja de ser una actividad misteriosa.
Muchas veces me he vuelto sobre este misterio, no solo en mi propia
experiencia, sino también cuando leo colofones que afirman que los
poemas ahí dispuestos fueron escritos entre tal y cual fecha, en tales
lugares, etc. Y me pregunto si efectivamente fueron escritos en esas
fechas que corresponden cronológicamente o en tales lugares donde
se dio génesis geográfica a la escritura. Esos lugares y fechas lucen
como datos redondeados de un aura que no alcanza a rodear el poema.
Porque el tiempo y el espacio donde el poema nace se parece más a
ese manantial donde permanece, ese manantial donde ninguna mano ejecutiva
podría ejercer tuición. Como si el poema nos hablara de este mundo,
observándolo y encarnándolo, desde un humor desconocido. Asimismo,
cuando he vuelto sobre mi propia escritura: se me aparecen los poemas
como si por cierto nunca los hubiese escrito, como si en realidad,
escribirlos hubiera sido imposible. Pero ahí están, en el tiempo de
las fechas y en espacio de los lugares. Y concretamente, fueron escritos.
Ese mismo extrañamiento siento cuando leo los versos de Sara, escritos
desde una zona difusa y eterna, íntimamente extraños a esta persona
que conocemos y queremos. Versos tejidos en una máquina que poco se
asemeja a la producción trivial del mundo. Estoy de acuerdo con que
esta última afirmación es de Perogrullo. Si insisto en ella, se debe
a la profunda impresión que me causó este libro, no por extraño, sino
por el acuerdo perfecto entre su artesanía y ese lugar difuso y eterno
desde donde fue escrito, acuerdo donde la Sara que conocemos desaparece
y deja paso a una especie de mago que urde la intensidad del deseo,
del sueño,en contraste y encuentro con la vida descarnada del ser
contemporáneo; y artífice de una lírica que no suena vieja sino intemporal,
lo que es mucho decir, profunda y honesta, como suele suceder en la
mejor poesía lírica contemporánea, poesía que busca en verdad despojándose
de todos los atavíos que pudieran enrarecer el aire diáfano.
Ejes temáticos
El amor/desamor es recurrente en el libro, razón por la que alguien
podría exponerlo como eje temático, sin embargo hay otros ejes no
menos evidentes, aparentemente soterrados, como puede ser la inadecuación
del deseo y el mundo. Lo cierto es que el tema amoroso funciona como
un pespunteo sobre la tela del mundo, que aparece necesariamente fragmentado,
así como el sujeto (la sujeto) nos confiesa hallarse "tan rota". Esta
mirada padeciente sobre la inadecuación del mundo revela a un sujeto,
no obstante, armado de pertrechos que lindan con la osadía y la desesperación.
Esos pertrechos son el lenguaje, que con lucidez - y maestría- se
transforma a sí mismo, se desdobla idomáticmanete, se transforma como
Proteo a imagen de los fragmentos del mundo, y se transforma a imagen
del deseo. Yo diría que ese lenguaje, repleto de recursos, incluso
injertos castizos (otro pertrecho), cuando más alto vuela es la continuidad
del deseo en el paisaje, un "prevalecer allí, donde todo desemboca",
y cuando más aterriza, por así decirlo, en el mundo, muta de idioma,
parafrasea, o simplemente el lenguaje se vuelve el suelo donde, por
ejemplo, ya no hay verbo, sino la neutralidad del Lo, donde el verbo
es pasivo o participio, y donde la prevalescencia del sustantivo cae
por medio del adjetivo. Vuelo del deseo, por una parte, que puebla
al mundo de imágenes; aterrizaje del deseo, por otra, en la tierra
yerma del lenguaje fragmentado. Ella sugiera que "Inalcanzable es
el fruto del árbol cuando es yermo el terreno donde pisas".
El amor va y vuelve como hilo pespunteante que puede reunir en su
bordado las telas del mundo, o mejor dicho, restituir la tela rajada
del mundo, asiendo entre las manos los bordes de esos trapos. En fin,
la búsqueda del mundo unitario: "de tanto amor habríamos hecho un
día para recordar todos los años".
Lo Femenino
Los hombres solemos ser reticentes para hablar de lo femenino, y
cuando lo hacemos, lo intelectualizamos. Hablamos, por ejemplo, del
Eterno Femenino, del complejo de Electra, de Beatriz o Helena, Eva
o Pandora, y de la Virgen María y cosas por el estilo. Como decía
Rimbaud: "¡Ella hará lo incógnito! ¿Sus mundos de ideas diferirán
de los nuestros?- Ella descubrirá cosas extrañas, insondables, repelentes,
deliciosas; nosotros las tomaremos, nosotros las comprenderemos."
¿Las comprenderemos? En todo caso, de comprenderlas, lo haremos en
la diferencia, en la infinita riqueza moral que habita en esa difedrencia.
Por su parte, Robert Graves, en La Dios Blanca, sugiere que la poesía
surge de ciertos ritos lunares, peculiarmente femeninos. Y qué decir
de las sacerdotizas de Apolo y Dionisio. Dioses que revelan su sabiduría
a través de la mujer. No resultaría insensato conjeturar que el misterio
de la mujer radica en el misterio de la naturaleza, del cual el hombre
no es ajeno, sino una pieza más en el engranaje de la fertilidad.
Y ese engranaje es como el destino. Algo de impenetrable subyace en
el hombre ante ese engranaje.
Como sea, más allá de conjeturas, el libro cierra con esa promesa
que trae la fertilidad, y con ella, supera, trasciende todo lo que
hasta ahora ha muerto interiormente; desde allí retomo, en cuanto
a lector, a lo que pudiese entenderse como complejo de Electra, pero
ya no como complejo, sino como memoria de una fertilidad que discretamente,
en el pespunteo del hilo, ha ampliado su aura a la diferencia transformada
en Totalidad. Es así como leo un conmovedor y delicado poema, titulado
Mis Raíces, que por razones de espacio, no reproduzco. La imagen del
padre, así visto, como la de un colaborador imprescindible para sostener
la totalidad del mundo, totalidad que puede prescindir de casi todo,
sin que se desvanezca, excepto de Dios, del padre, y de la mujer como
sujeto.
Y si bien es cierto que esa totalidad está ausente en el hoy más
inmediato, hora en que "está todo roto, expectante, quebradizo", se
trata de la mitad del mundo, una mitad que encierra incluso la desesperación
y el miedo ante la trasfiguración del tiempo, ese "ser no siendo ya";
si bien eso es cierto, también lo es el hecho de que lo femenino,
fertilidad y linaje (entendido como fertilidad hacia atrás), viene
a completar y superar "los frágiles muros en cuyos cimientos terremotean
las memorias".
La publicación de este libro es la primera estación de una poeta
que trae consigo la antigua herencia, tantas veces reformulada, de
la videncia, la memoria y la verdad.
Sergio Madrid S., Universidad Adolfo Ibáñez,
23 de agosto, 2007.