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A.U.
TORRE
TRATOS(*)

Por Sara Jordán


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I
Sentado en la sala, en un sillón fumando un cigarrillo. El humo ensortijado se eleva por sobre la lámpara y su rostro adquiere un tinte siniestro. Habla sin mirar a los ojos, como si hacerlo implicara vergüenza, su disminuida fuerza para enfrentarse otra vez más al mundo de las cosas, tras la viudez, tras el hijo perdido que clama por usted en sueños. Es un fantasma que huye de ser atrapado por la vida.

II
El manuscrito y sus formas fantasmales, su angustia, sus imprecisiones y falencias, se mueve en sus manos mientras cojo la silla y me siento a su lado. Su voz hace repicar las campanas de la poesía, con su eterno movimiento que agita, resaltando las imperfecciones del paisaje ocular, jugando con los dedos para mostrarme los metros de los versos que antaño componían, antes del auge del verso libre. Y las cacofonías y su cabeza más cerca de la mía, como un cómplice de la escritura que todo lo sabe, todo lo ve. Aún veo sus dedos contando las sílabas de mis versos mal podados, vergonzantes.

III
Leo un poema pornográfico suyo que analoga el movimiento de un trío a las crines de unos caballos militares. La lectura principal es evidente, pero mis ojos recaen insólitos en ese paralelismo. Me gusta el ritmo golpeado, la violencia del corte a lo largo de la página y escribo sobre las “Ciudades” y lo cito, y doy cuenta de nuestras diferencias políticas más evidentes que la de sexos. Usted me acorrala la escritura diciendo que me sé defender y que acaso qué intenciones tenía yo respecto de la sexualidad de esa cita… No me estaba defendiendo de nada, sino que estaba siendo yo misma con mis instintos en la hoja de papel, tratando de establecer paralelismos donde aparentemente sólo había diferencias. Me sentí expuesta, ajena a mí misma y permanecí unos instantes en silencio, intentando comprender lo que usted decía. Mi rostro delgado y pálido se volvió violeta.

IV
En un gesto de ávida curiosidad, mientras leía unos papeles que creo le había escrito, descubrí su secreto en la mesa de centro: las fotos de su mujer montadas unas sobre otras, las del matrimonio, la del juego inocente con su hijo en la playa y su trenza gruesa colgando por la espalda. Cuando la cortó no le dijo nada, ¿qué le podría haber dicho? En un acto de rebelión contra su amor a esa trenza, en una rebelión que confirma su feminidad, la corta, y la deja caer sobre el suelo, mientras usted cuelga sus cuadros en una sala que le es demasiado pequeña para su memoria.

V
En el sofá, del otro lado de la mesa, habla de versos, lee malabares verbales de una novata insistencia. De mi lado, flota Piolín en formato globo de helio. Noto que lo mira de reojo no sin curiosidad. Las hojas están desparramadas sobre la mesa, el oficio agota y cae la tarde como se derrama un vaso de agua. Recojo mis cosas, las hojas desperdigadas por la mesa, los cigarrillos, los lápices y sus palabras: “Que no se le olvide el globo”. Que no se me olvide… qué. No he olvidado nada. He viajado alrededor del mundo para traerle ese globo; me han mirado todo el día mientras deambulaba; los niños del metro me sonreían, y en el Café el cajero me miró entrar con él, Dadá. Sus labios, al mecer el globo y mostrarle que era suyo, por vez primera temblaron, se hicieron dos en un único temblor.

VI
Ambassade de France au Chili, Providencia. Providencia de haber logrado lo que nunca pensó, pero siempre quiso en su vanidad más íntima. Con falsa modestia, no se cree merecedor. Sin modestia, muere por serlo y pronunciar las palabras francesas con más carácter nasal. En sus ojos el nerviosismo. Le he llevado un regalo pueril, y una carta, que ya me ha devuelto con los años. El viaje propuesto no podía ser duradero, sino la aventura de Don Quijote con el lenguaje balbuceado por Sancho. Yo, la hija apócrifa de don Quijano. 

VII
Estamos en la sala, usted a mi derecha, el niño a la izquierda. Sentados los dos, y él, hurgando su mochila, busca el Diccionario Mágico. Tiene hoyos por todas partes. En una sola hoja puedo conectarme con aliteraciones fonéticas para dar ritmo a mis versos, con sinónimos, con símiles de todo tipo. Le ordeno que guarde todo, pero en su estrépito no me hace caso. Su bolso está lleno de papeles, henchido de vibraciones y pulsiones. Temo. Tengo miedo de que le sea inoportuno. Y no me hace caso, no me hace caso. Él es mi ello, usted, mi superyó. Así bailaríamos.

VIII
Con la mirada extraviada detrás de las cuencas, con la mano en la manga del sillón usted, yo doy rienda suelta a mi Edipo. La verdad es que desearía que usted tuviera veinte años menos. Su respuesta fue el silencio. Esta vez las palmaditas en la mano del abuelo son la resurrección, son dejar atrás los mundos posibles, aferrarme a esa mano que me responde vívida, a esa mano que no desea regresar.

IX
Las ruedas de la silla giran y giran vertiginosamente alrededor de la manzana. La silla avanza y se agita en el horizonte, con sus pies puestos en las pisaderas, conmigo guiándole nada más ni nada menos que la vida.


X
Corro por la ciudad buscando un bonsái en algún jardín, para llevarle a casa su patria perdida, una patria exótica y nueva para remplazar a la anterior. La verdad es que no soy muy asidua a las correrías por ciudades cuyo mapa desconozco, pero usted está encerrado en casa, encerrado para morir el día de su cumpleaños y simplemente me entrego a perderme por los arrabales y la muchedumbre que se escabulle por la capital. La verdad es que sólo quiero devolverle eso que le despojaron y ahora cobra vida entre nosotros. Una patria nueva, un futuro exótico que contenta su mirada cuando se aparece ante su rostro. La rutina necesaria para recobrar la vida de regarlo de un modo y con el agua en cierto estado le sobrepasa el desarraigo descomunal, y acabo intentando resucitar al bonsái con agua corriente. Seco como la yesca pasó a manos de sus nietos y finalmente perdió la vida entre los escombros del sempiterno destierro, pero no sin antes dejarme mojar el parqué y ponerme en cuclillas con un trapo hallado en la cocina para limpiarle el piso, cuando lo desbordé con agua.


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(*) Estos poemas en prosa constituyen la segunda de tres partes en las que se divide Estado civil, libro de poesía publicado por Sara Jordán en octubre de 2017 por Altazor Ediciones.



 

 

 

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