Novela/El baile de la
victoria/Antonio Skármeta
Los altibajos del sistema penal
inspiran a Skármeta.
Por José
Promis
Sábado 15 de noviembre
de 2003
Una amnistía para los presos comunes decretada por el Presidente de
la República en el día de San Antonio de Padua es el umbral que nos
introduce en el mundo imaginario de irresistible seducción que ofrece El baile de la Victoria, novela con la que Antonio Skármeta, utilizando el seudónimo de María Tornés, se hizo acreedor
al Premio Planeta 2003, el galardón literario mejor dotado del mundo
hispano y, sin duda, también uno de los más prestigiosos que puede
recibir un novelista de lengua española. Skármeta es el primer narrador
chileno que lo obtiene desde que el premio fuera establecido por José
Manuel Lara Hernández en 1952.
La arquitectura narrativa de El baile de la Victoria es
impecable. Gracias a la amnistía, dos reos son puestos en libertad: el
joven Ángel Santiago y Nicolás Vergara Grey, condenados ambos por el
delito de robo, pero al mismo tiempo exponentes privilegiados de los
altibajos del sistema penal. Pero no sólo ellos abandonan el recinto
carcelario. Temiendo la venganza de Ángel por las vejaciones que le hizo
sufrir en la cárcel, el alcaide permite la salida subrepticia del
delincuente Rigoberto Marín para que lleve a cabo sus siniestras órdenes
de asesinar al muchacho. A partir de aquí, el argumento se desarrolla
rauda y aceleradamente, sin treguas ni descansos. Todos los relatos de
Skármeta se han caracterizado por la agilidad de su ritmo narrativo, que
se acentúa en El baile de la Victoria porque el autor ha ensayado
aquí una forma que se aproxima con bastante cercanía a la novela de
intriga, y le ha agregado, además, una buena dosis de suspenso que
domina los últimos capítulos.
Pero si por su forma esta novela se distancia un tanto de anteriores
narraciones del autor - quizás La insurrección (1982) sería un
lejano antecedente- , el lector reconocerá de inmediato las
características de una típica historia skarmetiana. Entre ellas y para
mencionar sólo algunas, la presencia de un narrador que transcribe lo
que otros le han referido y que utiliza permanentemente la ironía como
dos recursos para evitar el lenguaje autoritario que pudiera interrumpir
la cálida intimidad que pretende mantener con sus lectores; y la
construcción de un mundo imaginario cuyos personajes luchan por alcanzar
su plenitud entre un pasado que deja sentir aún el dolor de sombrías
huellas y un futuro incierto pero lleno de expectativas, donde el
erotismo funciona como privilegiado modo de auscultación de la realidad.
El baile de la Victoria dialoga así con los propios textos
anteriores del autor y con las marcas de la existencia que Skármeta
descubre operantes en la sociedad chilena de comienzos de siglo. Ángel
Santiago, que encarna esa fuerza indómita de la juventud que encontramos
reiteradamente en sus relatos, se había descargado de tantas mochilas
que le doblegaban el lomo que ahora se sentía un animal liviano y
flexible, ágil de mente y rápido de pezuñas, y su objetivo es convencer
a Vergara Grey, famoso ladrón de cajas fuertes, para robar el depósito
donde el general Canteros, antiguo torturador y actual director de una
agencia de seguridad, guarda el dinero arrebatado a sus víctimas.
El baile de la Victoria reafirma a su autor como uno de los
más atractivos narradores chilenos contemporáneos. Su forma,
aparentemente sencilla, ofrece guiños, gestos y ademanes que conducen
nuestra atención más allá del simple trazo de una aventura de amistad,
amor y suspenso. Agilidad de la lectura no debiera ser aquí confundida
con superficialidad de las imágenes. Lo engañosamente simple sirve para
proponer una mirada sobre la inagotable y compleja interioridad del alma
humana que lleva, eso sí y sin duda alguna, el sello inconfundible de un
narrador de personalísima escritura.
El baile de la victoria
Antonio Skármeta.
Editorial
Planeta, Santiago, 2003, 376 páginas.