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"Variaciones sobre la vida de Norman Bates", de C. Faúndez
Narrativa Punto Aparte, 2010


La enfermedad vuelta medicina

Por Sergio Madrid

 

1

Muchos de nosotros ya estábamos habituados a la presencia de Norman Bates bajo la forma de alter ego de Claudio Faúndez. La desdichada vida de ese personaje parece representar la mejor manera, es decir, al modo surreal del humor negro, la complejidad esquizoide de los afectos humanos, sometidos por su parte a una complejidad mayor, la de la cultura de nuestro tiempo. Un hombre cuyos afectos truncados sólo se realizan por medio de una cosificación del objeto, transforma a la madre en un maniquí, a los pájaros en pájaros embalsamados, a la mujer en mujer imposible. La muerte sirve a este proceso de cosificación, por ello se puede afirmar que la muerte, tan mentada en estos relatos, brilla por su ausencia. Nunca se trata de la muerte propiamente tal.


2

El relato adopta un tono de ingenuidad propia de un niño, y bien podría pasar a ratos por literatura infantil, de no ser por ciertos improperios no aptos para menores de edad, que son verdaderos recordatorios de que ese tono ingenuo no tiene finalmente nada de infantil, son propiamente relatos negros, con incrustaciones líricas que, como todo lo que pasa por estas páginas, adquieren un carácter tautológico propio de esas apariciones discretas de un arquetipo a lo largo de un relato mítico. Esos elementos arquetípicos, me refiero a la madre, a los pájaros, al amor, la mujer imposible, el poeta, el vuelo, etcétera, invariablemente, o con variaciones que no son más que retoques, pasan de un cuento a otro, como si conformaran por sí mismos un alfabeto con el cual se podrían elaborar diversos mensajes. De hecho, el mundo poético de estos cuentos, se reduce a esos elementos que llamo arquetípicos, universo que por tautológico nos deja conocer a un narrador neurótico.


3

El tono infantil, según la teoría baudelairiana, nos deja ver por lo tanto un narrador convaleciente. Me refiero a ese convaleciente que, tras sufrir un severo trauma o una larga o tal vez intensa enfermedad, como un niño, se vuelve al mundo como si lo viera por primera vez. Entre otras cosas, ese niño es el poeta moderno. Esta visión de “primera vez” implica una imagen sin embargo híbrida: el mundo que se ve, pero también al propio sujeto que proyecta su “enfermedad” en esa imagen. Es la imagen de un mundo probablemente enfermo, pero es también la huella de un sujeto que ha estado enfermo. Lo importante, paradójicamente, consiste en la novedad de esa “primera vez”. La enfermedad de ese sujeto (yo no soy psiquiatra, así que se me disculpará la arbitrariedad de mi diagnóstico), asumida desde el mundo de los “adultos”, creo que se llama juventud. Ese es el frescor de lo nuevo. Cuando digo “juventud”, me acuerdo de un brevísimo texto de Benjamín, del cual extraigo lo siguiente: “La máscara de los adultos es la “experiencia” (Erfahrung). Es una máscara inexpresiva, impenetrable, siempre igual a sí misma. Todo lo han vivido ya estos adultos: juventud, ideales, esperanzas, mujeres. Todo resultó ser una ilusión. A menudo se encuentran acobardados o amargados”. Ni el narrador de Faúndez, ni sus personajes se han puesto esa máscara de la experiencia.


4

Los personajes que pululan las páginas, desde el punto de vista de la acción, se podrían asumir como predominantemente agónicos, es decir, que luchan por su objeto, pero que terminan en el mismo lugar en el que comenzaron, a la manera del teatro del absurdo. Esa circularidad actancial, encierra un escenario en el que está ausente toda actividad especializada, es decir, se trata de esa zona que Debord con Lefebre denominan “la vida cotidiana”. Se trata aquí de una vida cotidiana imaginada, donde los personajes se sirven de las acciones más absurdas para obtener la integridad, lo que les queda de integridad, en la vida. De un extraño modo, una vida cotidiana enriquecida, ya sea por la sorpresa, por la frescura, por la insolencia o por el sarcasmo. ¿La enfermedad vuelta medicina?


5

No quiero ser repetidor de los relatos que tengo ante mis ojos, por lo que evito referirme directamente a las acciones de estos cuentos. No puedo dejar de nombrar la bomba de los poetas, sin embargo, ni el pájaro muerto que hay que volver a la vida. ¿Por que no puedo dejar de nombrarlos? Porque esas acciones las llevamos a cabo a a menudo sin querer y aquí se hacen concientes. Un método absurdo o megalómano para alcanzar un fin igualmente absurdo e imposible, según sea el caso. Bueno, aquí nos hallamos como al principio, lidiando con esta absurda e imposible tentativa no sólo de referirse a un texto, si no de dedicarse decididamente a esta tarea de la poesía.

 

 

 

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