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CÁRCELES
ENTREMUROS de Sergio Missana. Hueders, Santiago, 2019, 265 páginas
Por Pedro Gandolfo
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 12 de Mayo de 2019
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La novela de Sergio Missana tiene la virtud de ir trasladando progresivamente al lector al escenario distorsionado y feroz en el que los personajes se mueven. Leerla es aceptar una lenta inmersión en una atmósfera social —en un tiempo— distinta a la nuestra, pero que se percibe como una versión posible y verosímil de una descomposición ya existente en una etapa inicial en nuestra sociedad. Es un pronóstico, es como si Missana propusiera al lector adelantar las manecillas del reloj histórico varias décadas y ver qué pasa. Entremuros podría calificar, así, como un relato distópico, como una narración en que la construcción de una época degradada que, sin determinarlo explícitamente, el lector presume que se da en un futuro no necesariamente lejano, es central. Pero el mérito de esta distopía es que Missana no recurre a elementos fantásticos o extraordinarios que ya no figuren en nuestro paisaje contemporáneo; por ejemplo, a tecnologías desconocidas o seres "extrahumanos", monstruos de cualquier tipo. Los individuos que circulan por ese mundo, el tipo de vínculos que establecen, sus emociones, deseos y pulsiones no difieren esencialmente de los nuestros. Las circunstancias excepcionales que los presionan, naturalmente, los perturban y alteran poderosamente, pero son seres humanos reconocibles y comprensibles para el lector de hoy. La empatía, entonces, entre el mundo interior del lector y el mundo interior de los personajes es posible y fluye como uno de los componentes importantes de la narración. El paisaje devastado y cochambroso por el que circulan estos personajes es potente y posee un protagonismo estremecedor en la novela. Ciudades reducidas a escombros, barrios abandonados, laberínticos, una población diezmada, errabunda, reducida a un estado casi tribal, un poder central débil, casi invisible y corrupto, asentamientos humanos precarios, resultan en un cosmos en el cual Missana maneja con vigor una estética de lo ruinoso y lo siniestro en la que confluyen distintas tradiciones literarias y también no literarias, provenientes del cine, del videojuego, del cómic.
Lo que convierte, con todo, esta novela en una narración sobresaliente y subyugante es la compleja, arriesgada y envolvente disposición de la temporalidad interna del relato. Aprovechando una densa polifonía de narradores —Boro, Cal, Tania, Anderson, Sara—, Missana va desplegando la intriga en una espiral temporal que atrapa al lector, le siembra interrogantes, lo deja con
acciones incompletas, le anticipa expectativas que luego desde otro ángulo inesperado se confirman, se desmienten, se desenvuelven, se entienden, se complican. La entrega de información es fragmentaria y articulada de modo hábil para crear en el lector una sensación de misterio y suspenso permanentes, un juego creciente de clímax.
Entremuros es una novela que se aprovecha de la estructura y los elementos típicos de la novela negra, del relato de crímenes, detectives y espionaje —el punto de partida del texto es el
descubrimiento del asesinato cruel de una mujer, Marlene Díaz, la escena mil veces vista o leída de los policías escrutando el sitio del suceso—, componentes que el autor, no obstante, extrema, complejiza y retuerce, traslapando su escenario a un mundo eventual rarificado en el ámbito de lo jurídico-judicial, en el cual el poder punitivo del Estado moderno —tribunales, fiscales, policías, cárceles, procesos— se ha disuelto en una situación fáctica muy precaria, borrosa, atomizada, pero no fantástica, sino, por decirlo de algún modo, histórica y antropológicamente probable si se dieran una suma de eventos catastróficos como los que la novela supone.
Entremuros no es un relato-ensayo, dado que no incluye meditaciones o extensa exposición de ideas, aunque reclama del lector efectuar una reflexión critica de la sociedad contemporánea, de las fuerzas objetivas que la dominan y de las posibilidades auténticas de la autonomía individual —de ejercer algún tipo de libertad— en ella. Para desarrollar esta función critica, Missana es muy leal a las posibilidades que otorga propiamente la narración novelística: la arquitectura narrativa, el narrador, los personajes, la intriga, la acción progresiva, la visualidad expresiva de las imágenes descritas y, sobre todo, el control del tiempo. En este sentido Entremuros es una novela en la que subyace una convicción sólida y consistente acerca de la naturaleza de este género literario.
Los personajes de esta novela se encuentran en permanente fuga, su obsesión es escapar: huir de la ciudad hacia los extramuros, donde parece darse una mayor libertad, una mayor holgura de vida, pero que es un más allá con sus propios muros y donde las restricciones se prolongan y replican. ¿Cuáles son los muros y dónde terminan? ¿Cono atravesar los muros cual fantasmas? ¿Cómo mantener el yo en el centro de lo humano cuando los muros resultan tan difíciles de sortear?
Entremuros —una narración que concilia la amenidad con la complejidad de lo real— es, dentro de la trayectoria narrativa del autor uno de los puntos más altos, un relato entretenido, complejo y con un empeño critico poderoso y eficaz.
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SERGIO MISSANA (Stgo., 1966) Escritor chileno. Es profesor de Literatura Latinoamericana en el Programa de la Universidad de Stanford en Santiago y director ejecutivo de la ONG Climate Parliament. Ha publicado las novelas El invasor (1997), Movimiento falso (2000), La calma (2005), El día de los muertos (2007), Las muertes paralelas (2010) y El discípulo (2014), así como los ensayos La máquina de pensar de Borges (2003) y La distracción (2015). También la colección de crónicas de viajes Lugares de paso (2012) y es coautor de cinco libros infantiles.