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Borges, reaccionario

Sergio Missana
Publicado en Revista Casa de las Américas. N°275. Abril/Junio de 2014


Texto basado en la conferencia homónima dictada en la Universidad de Guadalajara,
Centro Universitario de la Costa, Puerto Vallarta, 7 de marzo de 2014


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Ya en 1957 Ana María Barrenechea se refirió a la «increíble miopía socio histórica» de Borges, al contraste entre sus logros literarios y una cierta ingenuidad política, que él mismo iba a ostentar afirmando, en más de una ocasión, que no leía los diarios. Neruda sostuvo que Borges pensaba «como un dinosaurio». Carlos Fuentes sentenció con mayor aspereza que ilustraba el hecho de que «[s]e puede ser un genio literario y un idiota político». Emir Rodríguez Monegal conjeturó que, quizá a causa de la ceguera, en sus años crepusculares se habría ido separando de la realidad. Esto se iba a asentar en una doxa, una visión que casi no admitiría matices dentro de la izquierda latinoamericana durante varias décadas: la idea del argentino como un intelectual anclado en el pasado, de suyo conservador, cuando no directamente reaccionario.

No cabe duda de que Borges no adscribió, sino todo lo contrario, al fervor revolucionario que se extendiera por el Continente durante los años sesenta desde el foco irradiante de Cuba. Tampoco se acomodó al rol de intelectual público y comprometido imperante en su época, que algunos escritores (Paz, Vargas Llosa) no abandonarían ni siquiera en su tránsito hacia posturas afines a la derecha. Borges escribió, sobre la conversión al catolicismo de uno de sus autores más admirados, que «suponer que agota a Chesterton es olvidar que un credo es el último término de una serie de procesos mentales y emocionales y que un hombre es toda la serie». No es posible adscribir a Borges a algo tan rígido y definitivo como un credo, pero resulta válido situar algunas de las ideas políticas que esbozó a lo largo de su vida en una serie, identificando momentos más o menos discretos; una progresión no exclusivamente cronológica, ya que incluye dimensiones que se superponen, entrelazan o contradicen:

1. En 1919, durante la estadía con su familia en Mallorca, trabaja en un libro de poemas influido por su lectura de los expresionistas alemanes: Los ritmos rojos, que celebra la revolución rusa y que nunca dará a la imprenta. Poco más adelante iba a renegar con vehemencia de su breve etapa de afinidad con el comunismo como de un pecado de juventud. En el relato «El otro» (1975), el joven Borges declara estar redactando un poemario que cantará «la fraternidad de todos los hombres». El anciano Borges le pregunta si de verdad se siente hermano, entre otras categorías, «de todos los que viven en la acera de los números pares».

2. Durante los años veinte se manifiesta como un entusiasta partidario del proyecto progresista, mesocrático y antioligárquico de Hipólito Yrigoyen (presidente en 1916-1922 y 1928-1930). Borges participa activamente en la campaña de 1928, fundando y presidiendo un Comité de Jóvenes Intelectuales Yrigoyenistas. En una carta pública, califica al líder del Partido Radical como un caudillo llamado a poner fin a los caudillismos que han regido, hasta entonces, la vida política argentina. En su descripción de los arrabales en «Fundación mitológica de Buenos Aires» (1926) se lee: «El corralón seguro ya opinaba YRIGOYEN». Se ha señalado que la oposición entre los grupos de Florida y Boedo habría sido una suerte de mito urbano, una tradición inventada; aunque así fuera, no cabe duda de que Borges pertenecía a una tribu de jóvenes escritores burgueses centrados en la experimentación vanguardista (que en Buenos Aires, como en otras ciudades latinoamericanas, y a diferencia de Europa, fue un fenómeno confinado a las elites, de limitada resonancia), aunque su recreación «mitológica» de las orillas, desfasada en el tiempo, tuviera algunos puntos de conexión con el realismo social. Más allá del apoyo a Irigoyen –a quien dedicaría una breve mención en el relato «El Sur»–, la gran pasión política del Borges veinteañero sería de política cultural: el deslumbramiento con la vanguardia, de la que ofició de apóstol a partir de su regreso a Buenos Aires en 1921 y de la que también iba a renegar, de manera más célebre, en «Pierre Menard, autor del Quijote».

3. En 1934, la revista antisemita Crisol atribuye a Borges una «ascendencia judía maliciosamente ocultada», a lo que replica con el breve texto «Yo, judío», donde agradece a los redactores por hacerle el honor de adscribirle un ilustre linaje del que no tiene certeza. Sugiere también que toda persona de origen español o portugués (como él) probablemente cuente con algún antepasado judío. Y también árabe, celta, romano, visigótico, etcétera. Edwin Williamson sugiere que la cercanía de Borges con la cultura judía se remontaría a la amistad entablada en 1917 en Ginebra con Maurice Abramovicz y Simón Jichlinski. Ciertamente, la relación de discípulo-maestro cultivada en Madrid con Rafael Cansinos Assens marca un hito personal decisivo en su relación con la tradición judía, cifrada, entre otros aspectos, en un interés persistente en la cábala, que asimila de manera bastante sui generis a su sistema, en ensayos, poemas y cuentos como «La biblioteca de Babel», «La escritura del dios» y, de manera más obvia, en «Una vindicación de la cábala», «La muerte y la brújula» o «El gólem». Borges iba a insistir en recordar el origen no occidental de la cultura occidental: mezcla de religión judía y de filosofía griega (que, a su vez, amalgama elementos asiáticos y otros «occidentales», que llegaron hasta Europa por medio de traducciones árabes). En términos políticos, tal como deja entrever el artículo de Crisol, esa visión se encarna en una postura impopular, abiertamente antagónica con el antisemitismo predominante en amplios sectores en su país y con la simpatía de los «germanófilos» hacia el Eje, al que Argentina declaró la guerra recién a finales de marzo de 1945. Tras la liberación de París, en agosto de 1944, escribe:

El nazismo adolece de irrealidad, como los infiernos de Erígena. Es inhabitable; los hombres solo pueden morir por él, mentir por él, matar y ensangrentar por él. Nadie, en la soledad central de su yo, puede anhelar que triunfe. Arriesgo esta conjetura: Hitler quiere ser derrotado. Hitler, de un modo ciego, colabora con los inevitables ejércitos que lo aniquilarán...

En Elogio de la sombra (1969), alentado por la Guerra de los Seis Días, dedicaría un par de poemas a Israel: «Salve, Israel, que guardas la muralla / De Dios, en la pasión de tu batalla».

4. En «Tlön, Uqbar, Orbis Tertius» (1940) se desarrolla de manera explícita –ilustrando el principio de que «lo que puede ser un lugar común en filosofía puede ser una novedad en lo literario»– la distinción, recurrente en su obra, entre orden y caos. Es posible que el universo sea un cosmos, un orden, pero este es incomprensible para los seres humanos, quienes, en su limitado rango de percepción, lo experimentan como un caos. Este cuento, sucesivamente policial, de ciencia-ficción y fantástico, en el que se sugiere que «un sistema no es otra cosa que la subordinación de todos los aspectos del universo a uno cualquiera de ellos», toma en sus últimas líneas un giro político.

Hace diez años bastaba cualquier simetría con apariencia de orden –el materialismo dialéctico, el antisemitismo, el nazismo– para embelesar a los hombres. ¿Cómo no someterse a Tlön, a la minuciosa y vasta evidencia de un planeta ordenado? Inútil responder que la realidad también está ordenada. Quizá lo esté, pero de acuerdo a leyes divinas –traduzco: a leyes inhumanas– que no acabamos nunca de percibir.

Esta distinción filosófica, a la que regresaría en textos como «La biblioteca de Babel» o «El idioma analítico de John Wilkins», parece asociarse a la dicotomía política planteada por Sarmiento entre civilización y barbarie, que sintetiza las pugnas que marcaron a la Argentina del siglo XIX y en las que la familia de Borges se situó en el bando derrotado. En «Anotación del 14 de agosto de 1944» postula que Hitler, heredero de los vikingos y los tártaros, quiere ser derrotado porque para los europeos y americanos hay un solo orden posible: la cultura occidental, heredera del Imperio Romano. En esta idea de orden resuenan ecos de Andrés Bello y T.S. Eliot. En «Historia del guerrero y la cautiva», se opone la conversión de Droctulft –guerrero lombardo que, en el sitio de Ravena, cambió de bando y murió defendiendo la ciudad que antes atacara– al destino de una mujer inglesa absorbida por la barbarie en la pampa argentina. El bárbaro intuye el orden, la civilización, sin entenderlos plenamente, al divisar el mecanismo de una ciudad, y se adhiere a él. A la tensión compleja y no siempre consistente entre orden/civilización y caos/barbarie se suma aquella entre la sedentariedad del intelectual y la vida de acción de sujetos que se ubican en los márgenes, las orillas entre ambos mundos, o directamente en la barbarie, y la pasión de Borges por la épica, desde la mitología de los compadritos hasta el estudio tardío de la literatura anglosajona.

5. En 1946, anota: «“Il faut être absolument moderne”, decidió Rimbaud, limitación que corresponde, en el tiempo, a la muy trivial del nacionalista que se jacta de ser herméticamente danés o inextricablemente argentino». El antinacionalismo es una actitud persistente que atraviesa los textos de Borges, quien suele citar a Melville y la aspiración de ser «ciudadano del cielo». Aparte de una clara dimensión política, esta actitud cosmopolita se manifiesta en una vertiente estética: la desconfianza del color local, desarrollada, entre otros lugares, en «El escritor argentino y la tradición» y en sus reseñas de cine, y la multiplicidad de contextos culturales en que se sitúan sus textos –justificada también en términos estéticos, como un recurso de verosimilitud, una forma de eludir el escrutinio realista de sus lectores– que dan forma a una perspectiva, si es posible el anacronismo, «global». En «El jardín de senderos que se bifurcan», el espía chino Yu Tsun reflexiona, al recorrer la campiña inglesa, en torno a su compleja y tenue lealtad hacia Alemania: «Pensé que un hombre puede ser enemigo de otros hombres, de otros momentos de otros hombres, pero no de un país: no de luciérnagas, palabras, jardines, cursos de agua, ponientes». En el ensayo «El pudor de la historia», se enfatiza que el historiador islandés Snorri Sturlason haya consignado un diálogo admirable protagonizado por sus enemigos sajones, lo que profetizaría «algo que todavía está en el futuro: el olvido de sangres y de naciones, la solidaridad del género humano».

6. 1946. Perón asume el poder. Borges, quien ha firmado declaraciones antiperonistas, es destituido de su puesto burocrático en la Biblioteca Municipal Miguel Cané y promovido a inspector de aves y conejos en los mercados municipales, forzando su renuncia. En 1947 escribe, junto a Adolfo Bioy Casares, «La fiesta del monstruo», un relato satírico redactado –como otros firmados por H. Bustos Domeq– en una confusa jerga inventada, que describe una manifestación peronista y alude al asesinato (real) de un estudiante judío a manos de una organización nazi aliada a Perón. El texto –compuesto, según Bioy, desde el odio– circula como manuscrito entre amigos hasta ser publicado tras la caída de Perón por el semanario uruguayo Marcha. En 1948 la madre y la hermana de Borges son detenidas por participar en una manifestación contra el régimen. Durante un mes, Norah Borges permanece en prisión y doña Leonor Acevedo en arresto domiciliario. El antiperonismo sería la pasión política más intensa y duradera de la vida de Borges, quien veía en Perón una nueva versión –populista y gansteril– del dictador Juan Manuel de Rosas, a quien se enfrentaran sus antepasados.

7. En 1955, el gobierno establecido por el golpe de Estado (la «Revolución Libertadora») que derrocó a Perón nombra a Borges director de la Biblioteca Nacional. En «Otro poema de los dones» (1964), quizá su mejor obra en verso, iba a incluir, en su larga enumeración whitmaniana de las dádivas del universo, una alusión a «ciertas vísperas y días de 1955».

8. 1960. Borges ingresa al Partido Conservador. Declara: «me he afiliado al Partido Conservador, lo cual es una forma de escepticismo»... «Si uno es conservador, no es un fanático, porque uno no puede entusiasmarse con el conservadurismo».

9. En repetidas ocasiones, y hasta el final de su vida, se define como anarquista spenceriano: «Soy un modesto anarquista spenceriano, que cree en el individuo y no en el Estado». «Creo que con el tiempo mereceremos que no haya gobiernos», declara, añadiendo que para ello habrá que esperar quizá «doscientos o trescientos años». No es inusual que los cambios en el zeitgeist se asuman con relativa naturalidad en retrospectiva, ante la evidencia de los hechos consumados, pero no se anticipe siquiera su posibilidad hacia el futuro: el pasado parece ser la única dimensión temporal dotada de plasticidad. La idea trivial de que Borges habría sido un «adelantado a su tiempo», un precursor del postestructuralismo, el posmodernismo, el giro lingüístico, la teoría de la recepción e incluso del ocaso de la figura del intelectual público, no se ha extendido a aquello que «Soñará el futuro».

10. En septiembre de 1976 visita Chile para recibir un doctorado honoris causa de la Universidad de Chile y la Orden del Mérito Bernardo O’Higgins de manos del capitán general Augusto Pinochet. Luego de reunirse con el dictador, declara a la prensa que este le parece «una excelente persona». Unos meses antes ha brindado su apoyo al naciente régimen militar argentino encabezado por Videla, tras el golpe de Estado de marzo que derrocó a Estela Martínez, viuda de Perón. Según Rodríguez Monegal, al momento de su visita a Chile –el punto más bajo en la serie, digno de una historia de la infamia–, la Academia Sueca ha decidido otorgarle el Premio Nobel de Literatura pero aún no anuncia el fallo. A causa de ese esperpéntico error, opta por concederlo a Saul Bellow. El apoyo a Pinochet y a Videla (al parecer, ve en el derrocamiento del régimen peronista un eco de la Revolución Libertadora, sin vislumbrar lo que este último golpe militar tiene de distinto a los de 1930, 1943, 1955, 1962 y 1966) va a tener consecuencias más allá del boicot de la Academia Sueca, determinando en gran medida la recepción de su obra en la América Latina durante los años siguientes.

11. En 1976 escribe: «Me sé del todo indigno de opinar en materia política, pero tal vez me sea perdonado añadir que descreo de la democracia, ese curioso abuso de la estadística». En numerosas entrevistas reitera su desprecio por el gremio de los políticos: «En primer lugar, no son hombres éticos; son hombres que han contraído el hábito de mentir, el hábito de sobornar, el hábito de sonreír todo el tiempo, el hábito de quedar bien con todo el mundo, el hábito de la popularidad...». Más que un animal político, puede considerarse a Borges un animal ético, lo que se va intensificando hacia sus últimos años. La ética de Borges presupone un conocimiento exhaustivo, que es en último término imposible, dada nuestra limitada percepción. Para decidir si un acto es bueno o malo debiéramos conocer toda la cadena de causas y efectos que este echará a andar, por los siglos de los siglos: es posible que, a la larga, las consecuencias de dos opciones antitéticas terminen por anularse o por resultar equivalentes. La ética de Borges no opera mediante reglas, sino por intuición, en lo que sigue a R.L. Stevenson. Ya desde «El inmortal», que definió en 1949 como un «bosquejo de una ética para inmortales», la moral está determinada por la eventual aniquilación del yo, que parece ser un prerrequisito para los momentos revelatorios en que el individuo comprende quién es y cuál es su lugar en la «economía del universo». La muerte aparece como un don, aludida mediante la metáfora bíblica y shakespereana de un sabor peculiar: «la no gustada muerte». En relación al problema del mal, desde los años treinta demuestra interés en la doctrina gnóstica (e idealista) de los demiurgos y, en particular, en la cosmología de Basílides.

12. En 1983 se entrevista con dirigentas de la Asociación de Madres y Abuelas de la Plaza de Mayo. En una entrevista se refiere a la dictadura militar argentina como un «régimen de asesinos» y celebra, por contraste, la venturosa (e inofensiva) mediocridad de Raúl Alfonsín.

13. 1986. Enfermo de cáncer, se instala en Ginebra, donde fallece y es sepultado, desatando una oleada de indignación nacionalista contra su viuda y albacea, María Kodama. Se trata de un gesto, más que sentimental, político. En 1985 había publicado su último libro, Los conjurados. En el último poema (que da nombre al volumen) se lee: «En el centro de Europa están conspirando. / El hecho data de 1291. / Se trata de hombres de diversas estirpes, que profesan diversas religiones y que hablan en diversos idiomas. / Han tomado la extraña resolución de ser razonables. / Han resuelto olvidar sus diferencias y acentuar sus afinidades». El poema concluye: «En el centro de Europa, en las tierras altas de Europa, crece una torre de razón y de firme fe. / Los cantones ahora son veintidós. El de Ginebra, el último, es una de mis patrias. / Mañana serán todo el planeta. / Acaso lo que digo no es verdadero; ojalá sea profético». En el libro de ensayos Historia de la eternidad (1936), Borges había publicado uno de sus textos narrativos fundamentales: «El acercamiento a Almotásim», la reseña de una novela apócrifa (que un crédulo Bioy Casares intentó encargar a un librero de Londres) inspirada –tal como el Ulises de Joyce en la Odisea– en El coloquio de los pájaros, poema místico del persa Farid al-Din Attar. En el poema, tras encontrar una pluma espléndida en el centro de China, un grupo de pájaros viaja en busca de su rey, el Simurg, cuyo nombre quiere decir «treinta pájaros». «Muchos peregrinos desertan; otros perecen. Treinta, purificados por los trabajos, pisan la montaña del Simurg. Lo contemplan al fin: perciben que ellos son el Simurg y que el Simurg es cada uno de ellos y todos». En la novela apócrifa, un estudiante de derecho en Bombay comete un asesinato y se asocia con gente extremadamente vil. Percibe alguna «mitigación de infamia» y conjetura que las almas dejan leves rastros en otras. Emprende una larga búsqueda por toda la India de un hombre perfecto, llamado Almotásim, a través de los reflejos que ha dejado en otros, en una progresión ascendente. La novela concluye tras muchos años en la misma Bombay, en la antesala del encuentro del estudiante con Almotásim. Se da por entendida «la identidad del buscador y el buscado»: que, a través de su larga peregrinación, el estudiante ha llegado a ser Almotásim. El poema de Attar está compuesto en gran parte por conversaciones entre la abubilla que les servirá de guía y los muchos pájaros que deciden no emprender el viaje, aduciendo diferentes excusas. Una de las historias que se relatan pasaría a Occidente (y, específicamente, a Suiza) como la leyenda de Guillermo Tell. Da la impresión de que Borges nunca leyó el poema, sino un resumen de su argumento. Es lo que a su vez ofrece mediante su tramposa reseña: «Desvío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros: el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos... Más razonable, más inepto, más haragán, he preferido la escritura de notas sobre libros imaginarios», declararía en 1944. Circulan varias leyendas sobre la muerte de Attar, ocurrida a comienzos del siglo XIII. Según una de las más extendidas, fue capturado por uno de los jefes de las hordas de mongoles que arrasaron su ciudad, Nishapur. Alguien ofreció un rescate de mil monedas de plata por la vida del anciano, que contaba más de cien años. Attar convenció al mongol de que no lo vendiera ya que no era un precio adecuado. Poco después, otra persona ofreció por él un saco de paja. Attar le dijo a su captor que ahora sí podía liberarlo, ya que ese era su verdadero valor. El mongol, en un ataque de ira, lo decapitó. Quizá resulte exagerado comparar los finales de Borges y Attar, el valerse de la propia muerte para trasmitir, de manera indirecta, un mensaje o lección. En el caso de Borges, ese mensaje es político y remite a la conclusión no lineal de «El jardín de senderos que se bifurcan», donde se revela que el espía chino ha asesinado al profesor Albert, ilustre sinólogo que resolvió el enigma de su propio antepasado, para comunicar a su jefe en Alemania la importancia de una ciudad llamada Albert, ya que «un pistoletazo puede oírse muy lejos».



 

 

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Borges, reaccionario
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Publicado en Revista Casa de las Américas. N°275. Abril/Junio de 2014
Texto basado en la conferencia homónima dictada en la Universidad de Guadalajara, Centro Universitario de la Costa, Puerto Vallarta, 7 de marzo de 2014.