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Último poema de Octavio Gallardo
(Mago Editores, 2016)


Por Sergio Ojeda Barías



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Conozco a Octavio Gallardo hace un tiempo ya importante, he leído durante estos años gran parte de su producción poética, he tenido la oportunidad de conocer varios de sus textos en calidad de inéditos, también hemos acompañado esa lectura con extensas conversaciones acerca de la poesía, lo poético, la escritura y el oficio del poeta.

En cada una de esas jornadas, hemos coincidido y disentido, por cierto, pero lo que más me ha llamado la atención, de su trabajo, ha sido la energía y la pasión que he observado en sus argumentos y textos respecto del oficio del poeta, fundamentalmente en aquello referido la honestidad y la búsqueda inquebrantable que Octavio ha esbozado en sus libros anteriores: Octubre, Cordillera y Especies en Cautiverio.

Existe una línea de continuidad en su obra, se devela una obsesiva excavación en lo profundo del lenguaje, en el territorio de los signos y en el espacio confluente entre la vida y el arte. De ahí que se puede afirmar que Octavio trabaja con los materiales de su vida en extrema profundidad, se inmiscuye profundamente en la palabra poética que fundida en la experiencia nos presenta un paisaje propio.

Este paisaje de Octavio se construye principalmente en la honestidad, en la capacidad que tiene por construir poeticidad a través de retazos de su historia, el cuidado por del lenguaje y un ritmo propio que se enlazan en unidades poéticas que en algunos casos son complejas y crípticas, pero que no abandonan en ningún momento el territorio y la geografía de sus obsesiones.

En el caso del texto que hoy presentamos, lo primero que me conmueve es su título: El último poema, título que me permite reflexionar sobre lo dicho y lo no dicho en la poesía, que me remite a la idea del abandono y por otro lado me sitúa en el espacio entre vida y muerte. En aquel territorio arbitrario del lenguaje, donde tal vez se construiría la obra de arte. La pregunta entonces es: ¿Cuál sería el último poema? Aquel que ya viene, el que no escribirá jamás o el que definitivamente ya quedó escrito hace un tiempo atrás.

Octavio entrega o esboza un par de respuestas cuando dice:

“… Vienes del infierno blanco hasta los cielos blancos.
Aquí un poema es el infinito
no necesita escribirlo…”

“Un poema no será habitable
hasta que se encuentre escrito,
al menos en una pequeña parte
de lo que no hemos nombrado.
Lo otro, es el vacío…”

El vacío, en este caso, no se emparentaría con la ausencia de obra, estaría amarrado a los lugares que el lenguaje puebla, los sitios periféricos que aparecen y desaparecen, que se construyen como espacios de presencias, justo en el momento que la palabra nomina, nombra y connota.

De esta reflexión se puede establecer que la estructura del libro, descansa en un ritmo discursivo cercano a al monólogo, en que el diálogo con el ánima, permite preguntarse, resarcirse y finalmente arribar al territorio la palabra poética.

Pienso al respecto que lo que hoy nombramos como poema es el resultado de diversos factores históricos, estéticos y culturales que deben ser mirados sincrónica y diacrónicamente. En mi opinión sería un error ver en este desarrollo sólo una línea progresiva de mutaciones, escuelas literarias y enfoques. La historia de la poesía está decisivamente ligada a las dramáticas transformaciones ocurridas en la historia de la conciencia humana y cómo ellas han modificado al poema.

Si la historia de la poesía fuera únicamente una suma de autores, y sus posteriores influencias a través de mecanismos de composición y estilo, no habría mucho que decir pues se tendría a mano una especie de fórmula replicable en cualquier situación. Sería fácil escribir buenos poemas y ya sabemos que esto no es así.

La tonalidad del libro se establece en una compleja unidad, aunque los poemas igualmente se puedan leer a través de fragmentos, la tonalidad de los poemas mantiene un hilación en textos breves que establecen preguntas, sitúan y dialogan. Creo que se combina bien lo dialógico con lo monológico.

El recurso que permite la confluencia del sujeto poético y la otredad (que en este caso es un ánima) es las referencias al paisaje, la ciudad, el país y el desierto. Que se alojan en los textos como coordenadas que permiten al lector despejar los espacios más brumosos del libro, así los dice Gallardo:

“Si las contradicciones fueron mi patria,
si la moral tardía fue mi tierra
y si un beso de amor sexual fue mi país
¿podría ser que tu nombre no escrito
sea el territorio final de un hombre
cuyas ciudadanías, cuyos bolsillos, cuyas pertenencias
han quedado vacías?...”

Las ánimas o animitas, siempre han estado, nos recuerdan o nos hacen imaginar amor, desastre, tragedia, amor o una historia de vida. Pueblan los lugares más recónditos, la berma del camino, las orillas del mar, el desierto, las montañas y en este caso las páginas e un libro.

En el caso del libro de Octavio, es una voz y un pasaje a otro sitio, que puede ser la muerte, o simplemente las historias mínimas que se han tejido en la biografía y la experiencia. En ese deambular la presencia de esta voz en el libro se hibridiza, se corporiza y habla desde un revés de las cosas. Es el propio mundo que ha tejido el que se envuelve en la palabra poética y dice, recuerda, invita:

“SÓLO CONOZCO EL TESTIMONIO
QUE ME HAN DADO DE TI LOS CIUDADANOS
En el barrio de donde provengo se habla de ti
                  como la desaparecida
En los almacenes cuelgan fotos con tus obras
                   Milagrosas”.

Es claro que hablar en Chile de ánimas y desparecidas adquiere un connotación particular y trágicas, la geografía del país abra y esconde en sus entrañas cuerpos que no fueron velados, que no fueron despedidos, ni llorados en un rito doloroso. El testimonio como palabra permite evocar o callar, Octavio lo liga a la palabra ciudadanos, y a través de esa palabra se enlaza la participación de un colectivo. Una comunidad que observa las animitas a la berma del camino y reconstruye o imagina historias, vidas y respiraciones.

Quizás en este diálogo con las ánimas se anidan preguntas radicales acerca de lo humano, el espacio tenue de la arbitrariedad del poema lo permite.

“FUE EN EL PÁRAMO QUE ME NEGASTE, PORQUE
TENÍAS FRIO
y porque habías dormido poco aquellos días.
Recuerdo que habíamos cruzado un río
y que teníamos los pies mojados hasta las rodillas
pero es verdad que tuve ganas de tomarte
y llevarte en andas hasta el otro lado
para que se mantuvieran secos tus calcetines
pero no me dieron las fuerzas de solo imaginármelo
dejé que se te inundaran las canillas
´tuve poca fe´ y te dolió tanto que no tuviste piedad
para recordarme todos mis fracasos mientras tiritabas
de frío…

La palabra poética se descarga en los poemas con ritmo y tonalidad sostenida, y dice cosas, no se queda en el efecto, no deambula en la preteniosa oscuridad, son poemas para leerlos, pensarlos y quererlos. Son poemas escritos por un poeta.


 

 

 

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"Último poema" de Octavio Gallardo.
(Mago Editores, 2016).
Por Sergio Ojeda Barías