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La política como obra de arte total
Por Felipe Ruiz
Periodista
Candidato a Doctor en Filosofía
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Un concepto que se puso de moda entre los académicos franceses durante los años 90 fue el de archi-política: sucintamente, se trataba de transformar la vieja política en un espacio de poder total, que incluye medios de comunicación, relaciones internacionales, redes comunitarias y todo aquello que en la vieja política era considerado fuera del marco de una administración y un discurso. En efecto, en la archi-política se trata de superar la crisis de las ideológicas por medio de una praxis retórica y visual que opera en el marco de las relaciones diarias e inmediatas con los ciudadanos. El objetivo final es el mitema (lo mítico), el relato épico de una gesta que, en nuestro caso, se desarrolla a partir de los ciclos de gobierno en su relación con los medios de comunicación.
En términos prácticos, el ex presidente Sebastián Piñera fue sin duda el inaugurador de la archi-política en Chile. Dejando atrás las ideologías, cimentó un discurso y una práctica de mediatización de los asuntos públicos, de retórica mítica (como en el caso de los 33 mineros rescatados, pero también del 27-F), y de la enfermiza tendencia del ex presidente a buscar convertirse en leyenda. Es, precisamente ese tono “legendario” de sus discursos, lo que nos lleva a pensar en que, en ausencia de ideología, buscó encarnar el líder de una gesta heroica que era más forma que fondo.
Por eso es que los autores franceses (Lacoue Labarthe, Jean Luc Nancy, entre otros), asociaron esta nueva práctica del poder al ascenso de gobiernos totalitarios. Se aleja la política, así, de la ideología se emparenta más con la religión. En efecto, observamos que el concepto “archi” hace explícita la referencia a la política del nuevo milenio, a la extenuación de los saberes y el surgimiento de un periodismo de impacto, que le hace juego a las polémicas de la “arena” política.
Tal y como los artistas, el devenir mesiánico de la gesta de la clase política puede emparentarse con la idea de una obra de arte total: un principio (de mandato) que es coherente de principio con su fin (el cambio de mando). Inquietante resulta las relaciones que es posible establecer con el “nacional esteticismo”, es decir, con la fusión de la política con la “escenografía cultural”, para lo cual sería muy útil para el lector remitirse a la clásica película Metropoli, de Fritz Lang.
Aterrizando en nuestras latitudes, me parece, como hemos visto, que es el ex Presidente Sebastián Piñera el más exitoso en la archi-política. El rescate de los 33 mineros, no hizo más que cimentar las bases de un “libreto” al que sería fiel hasta el final de su mandato y que, a juzgar por sus recientes apariciones públicas, busca extenderlo más allá.
La retórica, el uso de los medios, la vocería casi de actor, y los bien preparados discursos, nos indican que Sebastián Piñera busca, si no la reelección, al menos perpetuarse en el imaginario colectivo, de encarnar él, su persona, la vocería de los que no tienen voz. Y los artistas llaman a eso la obra de arte “total”, la de transformar la propia vida en una perfomance permanente, la de concluir la gesta heroica mediatizada y sublimada por la prensa neo liberal.
De si en el caso de Sebastián Piñera esto resulta, como le resultó a Silvio Berlusconni en Italia, solo el tiempo lo dirá. En todo caso, empeño no le falta.