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ORFANDADES DE LA GLOBALIZACIÓN
EN LA NOVELA GEOLOGÍA DE UN PLANETA DESIERTO
DE PATRICIO JARA

Sergio Pizarro Roberts
Universidad de Playa Ancha, Chile.
sergioto.pizarro@gmail.com




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La novela Geología de un planeta desierto (2013), del periodista y escritor Patricio Jara (1974), sitúa la narración principalmente en la ciudad de Antofagasta, en el norte de Chile, y es su primera novela que trata acerca de las empresas mineras y las macro inversiones que han modificado tanto la fisonomía de las ciudades nortinas del país como las costumbres de sus habitantes[1].

Las entrevistas y reseñas consultadas coinciden en darle principal importancia a la insólita forma en que comienza la novela: con la repentina llegada del padre muerto de Rodrigo (narrador) y que nos trae un lejano resabio de las fantasmagorías de Juan Rulfo. El narrador deja entrever que la muerte de su padre alcohólico deja pendiente la resolución emocional de su familia y que no es suficiente para cerrar ciertas heridas de juventud. En ese sentido, la fórmula edípica condensada freudianamente en la expresión “matar al padre” ofrece una perspectiva de análisis psicoanalítica de la obra, y más aún cuando en la novela se le mata dos veces. Sin embargo, el regreso del padre muerto no nos enfrenta con un relato espectral o de fantasmas sino que contribuye al narrador para hacerse preguntas en un diálogo enigmático que disfraza un monólogo interior. Es tan intenso este ejercicio que Patricio Jara, en una entrevista concedida a EMOL, en el año 2013, confidencia que el archivo Word de la novela primero se llamó “Geólogo”, luego “Novela de papá” y al final “Geología”, dando cuenta de su opción dubitativa al momento de titularla.

La muerte es un tema que en cierto modo obsesiona al autor. Uno de los dos epígrafes de Geología de un planeta desierto es de la escritora norteamericana Mary Roach: “[L]a muerte nos vuelve educados, qué le vamos a hacer” (12), y hay diversos momentos de la novela en que el narrador reflexiona acerca del más allá, principalmente en las secciones 5 y 31. En esta última sección incluso transcribe cuatro páginas del libro de poesía La gente parece flores al fin, de Charles Bukowski, que trata precisamente sobre el tema de ultratumba.

La particular ‘resurrección’ del padre muerto al inicio de la novela conlleva que dicha figura paterna acompañe al narrador durante todo el relato hasta su evanescencia al final del libro en una segunda y emotiva despedida cuando el hijo-narrador le grita, casi suplicando, que no se vaya. La doble muerte del padre no hace sino intensificar la orfandad del narrador en el contexto globalizado de un Chile actual.

La globalización es, principalmente, un fenómeno económico que se encuentra actualmente regido por el capital multinacional, es decir, capital que fluye a nivel mundial sin arraigo a un determinado territorio. Este fenómeno conlleva aparejado amplias consecuencias culturales que, por su vigencia, no admiten certezas en su medición, tan solo conjeturas que en estas notas se ofrecen como vías de lectura. La narrativa chilena, contemporánea a este fenómeno mundial, confirma la construcción de subjetividades que dan cuenta de los efectos de la globalización y Geología de un planeta desierto admite ser leída como una novela de orfandad, de incuestionable precariedad y abandono, en un sistema planetario regido por el capital.

Desde el título de su obra Patricio Jara nos propone pensar la construcción de subjetividades fuertemente ligadas al concepto de globalización. La profesión de geólogo del personaje principal (Rodrigo), formado en una universidad del norte de Chile, lo obliga por años a recorrer el mundo, -a estudiarlo-, contratado por diversas empresas  transnacionales, hasta que regresa, finalmente, a su ciudad natal de Antofagasta.

Grinor Rojo, sitúa el inicio de la globalización en los siglos XV y XVI, con el descubrimiento de América por parte de una incipiente cultura opresora europea que presupone una “voluntad consciente de dominar al mundo” (83)[2]. La globalización, por ende, es un fenómeno eminentemente económico y que coincide con la fase que suele denominarse del ‘capital multinacional’ o fase del ‘capitalismo tardío’ (Mandel en Jameson, 19)[3]. Siendo originalmente económica, esta fase conlleva aparejada una ‘lógica cultural’ según se desprende del clásico ensayo publicado por Jameson en 1984.

Geología de un planeta desierto es una novela cuyo relato se sitúa en el norte de Chile en plena fase postdictatorial de transición democrática. Los embates de un mundo globalizado se perciben desde el inicio del relato con la detallada exposición de las consecuencias que significó la privatización del puerto de Antofagasta en la década de 1980 y “las oleadas de jubilaciones anticipadas en la Empresa Portuaria de Chile” (42) para sus trabajadores y familias. Con ello, recalca el narrador, “Antofagasta dejó de ser una ciudad portuaria y se transformó en una ciudad minera” (43). Y, en efecto, Rodrigo (hijo de un ex-operario de Emporchi) estudia geología para ser posteriormente contratado por empresas mineras. La privatización es un proceso chileno de corte neoliberal que propende al flujo de capitales en la producción de bienes y servicios y es, por ende, una herramienta propia del capitalismo tardío[4].

El crítico Santiago Castro-Gómez, en su artículo “La translocalización discursiva de Latinoamérica en tiempos de globalización” ofrece una categoría que llama el “proceso de des(re)territorialización del capital” para explicar que no son precisamente los estados territoriales quienes se encargan de la producción sino corporaciones transnacionales “que se pasean por el globo sin estar atadas a ningún territorio, cultura o nación en particular” (en línea).

Una idea razonablemente común entre quienes teorizan sobre la globalización es que dicha noción, siendo principalmente económica, conlleva ineludibles consecuencias culturales e identitarias. El Diccionario de estudios culturales latinoamericanos, en el tratamiento que le brinda al concepto, distingue tres tipos de globalización: económica, política y cultural, entretejidos de tal manera que los efectos en cualquiera de ellos afecta a todos los otros. Asimismo, señala el diccionario que la globalización cultural “se refiere a la diseminación mundial de la información, las imágenes, los valores, y los gustos, junto con un creciente cosmopolitismo de la vida urbana” (120).

El neoliberalismo característico de varios gobiernos latinoamericanos del fines del siglo XX permitió el desarrollo de la globalización en el continente, omitiendo el hecho de que desde su descubrimiento hubo una relación de subordinación de Latinoamérica, primero con Europa y finalmente con Estados Unidos, en donde “cualquier potencial progresista que tenga la globalización tiende a ser eclipsado por su intensificación de la vulnerabilidad regional relativa a los centros del poder capitalista.” (Diccionario…,121). La facilidad con la que se produjo una colonización cultural por parte de los referidos centros de poder capitalista en Chile durante la década de 1970 y 1980 delata la vulnerabilidad regional ante los procesos de globalización.

La infancia y juventud del narrador de la novela en las décadas del 70 al 80 se ven envueltas en un proceso económico chileno supeditado fuertemente a la cultura norteamericana y determina invariablemente las características identitarias de esas generaciones. El inicio de la emisión regular de la televisión en Chile durante la década de 1960 fue un detonante que modificó sustantivamente las costumbres de nuestro país, inicialmente a nivel urbano en Valparaíso y Santiago. Diez años después, una vez asentada masivamente la cultura televisiva, vemos cómo se instala en la cotidianeidad representada en la novela:

Mientras lo esperábamos [al padre], con mi mamá veíamos Sombras tenebrosas: Barnabás Collins y su música terrorífica, […]. Los días cuando no daban Sombras tenebrosas, veíamos las películas de la Franja Cultural. Vimos Yo, Claudio y Raíces, pero la que más recuerdo -y la que más recuerda mi mamá, lo sé- es El Viejo y el mar (70 y 71, cursivas en texto original).

Rodrigo y su madre ven una serie gótica norteamericana que se hizo muy popular a nivel mundial y es común, hasta el día de hoy, escuchar el nombre de Barnabás Collins aplicado coloquialmente a situaciones tétricas de nuestra realidad. La miniserie británica emitida por la BBC Yo, Claudio y las otras citadas en la transcripción fueron, a su vez, motivo de audición familiar una vez estrenadas en Chile.

En la década de 1990, en su juventud universitaria, Rodrigo estudia geología y en su trabajo de campo, tanto en los años de universidad como después de su egreso, se describen actividades laborales en las que alternan intensas jornadas de investigación con muchas horas muertas que lo llevan a ser un lector voraz. De su canon de lectura destacan autores como el francés Michel Houellebecq y los norteamericanos H.P. Lovecraft, Charles Bukowski y Ernest Hemingway.

En su afanada lectura de Hemingway el narrador reconoce:

He leído ese libro ocho veces. En algunas ocasiones me parece mejor de lo que pensaba y otras me decepciona, y me pregunto por qué vuelvo a él. Como sea, siempre ha sido en terreno y en ediciones distintas, compradas en diversas ciudades. […] Hoy tengo 17 ediciones de la novela (82, 83).

El autor da cuenta de un proceso de hibridación, con la lectura que hace el narrador de El Viejo y el mar o cuando ve la película homónima, al producirse alteraciones en la representación de los abuelos de Rodrigo. La hibridez, tal como la concibe el crítico Néstor García-Canclini, en su obra Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad (1990), se asocia a la globalización de la cultura. Se trata de una categoría que da cuenta de una negociación de las relaciones interculturales en el contexto de la modernidad globalizada; de qué manera se renuevan ciertas representaciones cuando se someten al tránsito desde lo global a lo local o viceversa; y de qué manera se produce una reconversión simbólica de cierta producción hegemónica que no es impuesta estratégicamente, sino que percibida y actualizada en lecturas cotidianas desde locaciones que pueden llamarse periféricas. Este tránsito simbólico es precisamente a lo que alude la segunda parte del título de la obra de García-Canclini cuando se refiere a las “estrategias para entrar y salir de la modernidad”[5].

En la parte en que Rodrigo recuerda haber visto la película El viejo y el mar junto a su madre expresa:

Entonces yo miraba al viejo y pensaba en mis abuelos que no alcancé a conocer. […] El papá de mi mamá se llamaba Raúl y murió cuando yo tenía tres años. Trabajaba en una escuela pública y era auxiliar de aseo. Se lo llevó un infarto. El de mi papá se llamaba Armando y trabajaba en el puerto. Le decían Peca y murió en una pelea en un bar cercano al muelle. La dieron un botellazo en la nuca. Mi papá tenía cuatro años cuando ello ocurrió. Por eso los recuerdos de mis abuelos, si vale llamarlos así, son imágenes armadas con retazos de conversaciones y fotos guardadas en cajas de cartón (71).

La borrosa representación familiar que el narrador tiene de sus abuelos es reemplazada por la imagen que le confiere una novela y película norteamericana, y le hacen dudar, incluso, de la veracidad de sus propios recuerdos. Se produce el reemplazo de esos abuelos reales por una imagen ficcional que genera una nueva representación simbólica. El inconsciente de Rodrigo, que alguna vez fue colonizado en su infancia por una cultura hegemónica, reconvierte semánticamente esa información en la reconstrucción de la figura de sus abuelos.

En la década de 1990, el narrador ingresa a la universidad y, paralelamente, comienza el deterioro físico del padre que termina con su muerte el año 1998 (su primera muerte en la novela). La situación económica familiar, si bien no es marginal, obliga al joven protagonista a hacer clases de matemáticas, ya que las deudas contraídas por el padre y el magro salario de la madre no alcanzan para financiar todos los gastos del grupo familiar.

Además de la televisión y la literatura, que dan cuentan de un contexto cultural globalizado para el narrador, destacan sus gustos musicales. Puede llamar la atención que un joven estudiante universitario de Geología, residente en la ciudad de Antofagasta en Chile, tenga inclinaciones musicales por el llamado Death Metal, un subgénero extremo del Heavy Metal, más duro y pesado, que se caracteriza por voces profundas o guturales y letras impronunciables. Una estética extremadamente inconformista y antisistémica, cuyos seguidores incuban una actitud de rebeldía que despliega su energía en recitales por todo el mundo. Se trata de un movimiento musical con exponentes en Norteamérica, Europa y Latinoamérica.

El protagonista de la novela manifiesta su preferencia por los grupos Entombled, (originario de Suecia) y por Death (originario de Estados Unidos), ambos formados en la década de 1980. Digo que podrían llamar la atención tales inclinaciones y, sin embargo, en plena época de la Perestroika, las juventudes mundiales estaban dando cuenta de una globalización cultural facilitada por las tecnologías masivas de difusión y consumo que permitieron la permeabilización, con breves diferencias de tiempo, de toda producción artística musical. Inmediatez que, en la actualidad, se ve reflejada en el uso globalizado de las plataformas de redes sociales en Internet. En dicho escenario, habría que preguntarse cuáles serían las razones por las que el joven narrador se ve seducido por dicha estética y de qué manera se ve representado por sus exponentes; cuál es la carga simbólica que le da sentido a su inclinación por sobre otras manifestaciones artísticas más cercanas o ‘locales’, aún más si las canciones de estos grupos musicales son cantadas en un inglés casi ininteligible para un público hispanohablante.

Según Castro-Gómez la globalización del capital vino acompañada por la revolución informática y “[t]odo un universo de signos y símbolos difundidos planetariamente por los mass media empiezan a definir el modo en que millones de personas sienten, piensan, desean, imaginan y actúan” (en línea). Los lenguajes nacionales o tradicionales son suplantados por lo que dicho crítico denomina “lenguaje postradicional”, es decir que han sido arrebatados de sus contextos originarios e integrados a nuevas localidades globales. Insiste dicho autor en que esos procesos no ocurren por fuera de las subjetividades sino que definen y determinan identidades personales y colectivas. Ese lenguaje, que es global y local a la vez, se sintetiza en el neologismo “glocalización” que propone Castro-Gómez.

Jara construye la novela bajo el tradicional formato del racconto, ya que parte con una escena del presente y le sigue una sucesión de escenas retrospectivas que van progresando lineal y diacrónicamente hasta llegar nuevamente al punto de partida del relato. En dicho escenario, veremos que el ejercicio de la profesión de Rodrigo, iniciado el siglo XXI, también acusa y agudiza el fenómeno de la globalización. Es contratado por empresas mineras con capital extranjero para explorar la viabilidad de inversión en diversos yacimientos, primero en Chile y luego en el extranjero:

Mi primer empleo lo tuve cuando un finlandés me contrató para sumarme a un proyecto que buscaría un yacimiento de óxido de cobre fácil de lixiviar, por lo tanto, barato. Armó un equipo con dos norteamericanos, dos costarricenses y yo, el único chileno. Fue por un aviso publicado en el diario. El tipo entrevistó a doce personas. Cuando llegó mi turno, él estaba escuchando el Fireball de Deep Purple (22).

En su segundo trabajo Rodrigo fue contratado por una compañía japonesa para un proyecto en El Salvador, por lo que debió viajar a América Central, iniciando un periplo que incluyó Canadá (diez meses), México (un año), Costa Rica (seis meses), Venezuela, Estados Unidos, República Dominicana (con un romance incluido en esta destinación), Honduras, Bolivia, Brasil, Ecuador y Nicaragua para finalizar, después de algunos años, con el retorno a Antofagasta, contratado por una empresa minera de la zona.

Un mecanismo económico tan determinante como la globalización conlleva, como se dijo, inevitables consecuencias en los perfiles culturales que se van delineando en los países que lo experimentan. No existe una opinión crítica unánime acerca de sus ventajas y desventajas, y las representaciones ficcionales de la literatura latinoamericana y chilena también escapan a dicha unanimidad.

Esta falta de consenso crítico lo constata el Diccionario de estudios culturales latinoamericanos al reconocer en nuestro subcontinente dos actitudes de recepción del fenómeno de la globalización, dependiendo del punto de vista ideológico. Por un lado se reconoce “el potencial de la globalización como una fuerza social progresiva, mientras que la anterior [postura] enfatiza su potencial como un proceso hipercapitalista y no regulado que subyuga a la ciudadanía activa bajo el control anónimo del mercado libre” (120); (Néstor García-Canclini versus Grínor Rojo, por ejemplo).

En un giro posmoderno la novela deja irresuelta esta dualidad y la construcción de subjetividades da lugar a interrogantes más que a certezas. Indudablemente se nos transmite la sensación de un dolor agudo en la percepción del padre alcohólico por parte del narrador. El quiebre sicológico que las modificaciones laborales significan para el padre, desde la privatización de Emporchi, no son sino el incentivo para continuar una larga cadena de alcoholismo familiar que proviene ancestralmente por la vía paterna. En consecuencia, el mecanismo de la privatización de la empresa, sucedáneo de una globalización del capital, cobra sus víctimas en el padre del narrador y en sus otros compañeros de trabajo que sufren similar desplazo. Aquí la globalización provoca dolor y afecta un entorno familiar completo, dando lugar a la construcción de una subjetividad traumatizada. Siguiendo una lógica deductiva, por ende, es el capitalismo multinacional, agenciado inconsultamente, el que provoca indirectamente la orfandad del narrador.

Existen en el narrador, por ende, elementos que admiten calificarlo como precario y herido existencialmente pero, a su vez, puede que con la globalización operen efectos culturales modificatorios no traumáticos como es el caso de las colonizaciones televisivas, literarias y musicales que se analizaron en el texto. En dichas situaciones se percibe la particular forma en que un joven chileno se apropia de la modernidad (de cómo ingresa y sale de la modernidad en términos de García-Canclini) que permite recombinar sus memorias en un flujo de información que provoca la construcción de una subjetividad y una configuración identitaria no totalmente circunscrita al estigma del dolor y de la orfandad. Sin embargo, y siguiendo la huella de escepticismo deslizada por Grínor Rojo (que desconfía de la inocuidad de la categoría posmoderna de la hibridez), cabe la pregunta de qué tan autónomo es el sujeto global perimetral en su entrada a los flujos culturales centrales si no tenemos certeza acerca de la proporcionalidad en el intercambio de ese tráfico ni de la hipotética inocuidad del proceso. Sin esa certeza, según Hannerz, pueden quedar de manifiesto las “asimetrías de [dichos] flujos” en los procesos de globalización cultural que incita a sospecharlos como dudosos mecanismos unilaterales de mercado destinados a la seducción de consumidores subalternos. (Hannerz en García Canclini, “La épica de la globalización…”, 32).

Al final de la obra, el narrador redime el dolor familiar mediante su inserción post traumática en la corriente de un mundo globalizado. Sus precedentes culturales, su trabajo y todo su entorno cercano dan cuenta de la aparente armonía de un proceso terapéutico, la sanación a través de un simulacro en el que la segunda muerte del padre sirve para exorcizarlo al fin. Esto se remata con el dudoso final feliz de la pareja protagónica que esperanzadamente aguarda un hijo y que, en cierta medida, los libera de un pasado atormentado.

Por lo que puede concluirse que la novela Geología de un planeta desierto acusa la construcción de subjetividades que nos llevan a variadas formas de orfandad, una que llama a pensar en el narrador herido de su circunstancia familiar y otra que, sin ser dolorosa como la primera, seduce con las comodidades de una globalización cultural a la vez que camufla otros posibles estadios de precariedad y vulnerabilidad, generando hijos adoptivos en una cadena de apropiación simbólica aparentemente irreversible.

 

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NOTAS

[1] La novela fue galardonada con el Premio Municipal de Literatura de Santiago 2014.

[2] Basta recordar, a modo de ejemplo, algunos versos del poema épico lusitano, Los Lusíadas, publicado por  Luis Vaz de Camoes en 1572, y que grafican el paso europeo por las costas de África y Asia: “No se sacia la gente portuguesa, / y siguiendo victoria, rompe y mata; / la población sin muros, por sorpresa / incendia, bombardea y desbarata” (21).

[3] Dice Jameson: “el capitalismo ha conocido tres momentos fundamentales, siendo cada uno una expansión dialéctica del anterior. Estos son el capitalismo de mercado, la fase del monopolio o imperialista, y nuestro propio momento, erróneamente llamado postindustrial y que con términos adecuados llamaremos fase del capital multinacional”  (19).

[4] Conviene señalar que el proceso de privatizaciones vino acompañado, en la década de 1980 en Chile, por el llamado capitalismo popular con la presunta transformación del capitalismo monopolista del Estado en un nuevo régimen social en el que se iba a democratizar el capital y se nivelarían los ingresos.

[5] El investigador Marc Zimmerman agrega las siguientes interrogantes: “Es obvio el impacto de la modernización y la globalización económica sobre grupos humanos diferentes y sus procesos interactivos. Pero es preciso mirar también cómo estos grupos actúan en el proceso de globalización en función de su “capital cultural”, cómo ellos desmercantilizan objetos en función de sus valores de uso culturalmente logrados o implicados, y cómo estos valores son esenciales para la formulación de identidades posmodernas en los espacios urbanos” (Zimmerman en Moraña, 295, cursiva agregada).

 

BIBLIOGRAFÍA

- Camoes, Luis Vaz de. Los Lusíadas. Barcelona: Editorial Planeta, 1990.
- Castro-Gómez, Santiago y Mendieta, Eduardo. “Translocalización discursiva de Latinoamérica en tiempos de globalización”.
En línea: http://red.pucp.edu.pe/ridei/files/2011/08/214.pdf
- García Canclini, Néstor. “La épica de la globalización y el melodrama de la interculturalidad”, en Moraña, ed. Nuevas perspectivas desde/sobre América Latina: el desafío de los estudios culturales. Santiago: Editorial Cuarto Propio, 2000, 31-41.
- Jameson, Fredric. “La lógica cultural del capitalismo tardío”.
En línea: http://www.caesasociacion.org/area_pensamiento/estetica_postmaterialismo_negri/logica_cultural_capitalismo_tardio_solo_texto.pdf
- Jara, Patricio. Geología de un planeta desierto. Santiago: Penguin Random House Grupo Editorial, 2013.
- Rojo, Grínor. Globalización e identidades nacionales y postnacionales…¿de qué estamos hablando? Santiago: LOM Ediciones, 2006.
- Szurmuk, Mónica y McKee, Robert. Diccionario de estudios culturales latinoamericanos. México: Siglo XXI editores, 2009.
- Zimmerman, Marc. “Fronteras latinoamericanas y ciudades globalizadas en el nuevo desorden mundial”, en Moraña, ed. Nuevas perspectivas desde/sobre América Latina: el desafío de los estudios culturales. Santiago: Editorial Cuarto Propio, 2000, 293-306.



 

 

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Orfandades de la globalización en la novela Geología de un planeta desierto de Patricio Jara.
Edit. Random House. 130 páginas, 2013.
Por Sergio Pizarro Roberts