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El recuerdo del miedo. Una manera de leer El brujo, de Álvaro Bisama
(Reseña)

Por Sergio Pizarro Roberts
Universidad de Playa Ancha. Centro de Estudios Avanzados
sergioto.pizarro@gmail.com



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La cita es textual. En la página 123 se lee: “Todo se deslizaba en un dulce tedio, dijo, y eso era mejor que el miedo o el recuerdo del miedo”. Esta frase contiene los dos ejes sobre los cuales se puede construir una mirada sobre la novela: violencia y memoria. Bisama estructura su obra dividida en tres partes. La primera parte relata diacrónicamente la vida del narrador, desde su infancia en la década de los ochenta y todo aquello que se podía contar del padre hasta su desaparición en Chiloé. Se describe la traumática experiencia de ese padre como fotógrafo contratado por una agencia inglesa de noticias para cubrir las protestas y que registra las imágenes de la dictadura en Chile durante el gobierno de Pinochet. La violencia queda retenida, suspendida en las imágenes captadas por el lente paterno y en el cuerpo mismo de dicho personaje que también fue víctima torturada. De esa manera queda instalado, de manera irrevocable, el miedo en la conciencia del sujeto paterno que lo inmoviliza emocionalmente. Queda inhabilitado por el terror para mantener estables sus relaciones familiares asentadas en la ciudad de Santiago. Primero se separa de su mujer y luego abandona la crianza de su hijo.

Susana Rotker, en su artículo “Ciudades escritas por la violencia”, ante la pregunta de ¿Cómo contar el miedo en las grandes ciudades de América Latina?, sostiene que “[A]nte la violencia, los órdenes físicos y los órdenes de significados se entremezclan” (11). El miedo que resulta de la violencia ejercida sobre los sujetos altera radicalmente la construcción de dichas subjetividades. El artículo es amplio, habla de violencia en general, que incluye tanto la violencia política (que nos interesa al caso) y otras violencias como la social, la delincuencial, etc. Es un fenómeno social latinoamericano que da paso a lo que dicha autora llama las “ciudadanías del miedo”, una categoría que nos ayuda a pensar las reacciones del padre del narrador.

En la segunda parte de la novela se describe el reencuentro del hijo narrador con su padre en un lugar recóndito de la isla de Chiloé y en la tercera parte, en una suerte de monólogo testimonial, el padre se sincera con su hijo, ya adulto, y le intenta dar una explicación de su conducta errática y abandonaticia; un relato paralelo al contado por el narrador en la primera parte del libro.

Jean Franco, cuando se pregunta si la tortura es materia literaria sostiene que “el dolor escapa a la memoria y a la articulación verbal”. Según la crítica, el dolor genera afasia en las víctimas, una alteración que impide una reconstrucción limpia de la memoria y “el cuerpo es el repositorio de una memoria somática más que verbal” (314, 315).

El relato del padre está mediado por el intenso consumo de marihuana, una manera terapéutica, quizá, de enfrentar la conversación pero también un recurso del autor para graficar la imagen de una narración cuyos registros pierden nitidez y claridad. La marihuana altera la memoria y quizá esa memoria del padre deba ser reconstruida, a partir del trauma, con la delicadeza necesaria para que su experiencia pueda ser comunicada y las trizaduras emocionales del discurso no provoquen su desarticulación.

Bisama es un escritor con una trayectoria que arroja seis novelas y El brujo es la última publicada por dicho autor el año 2016. Su reciente data conlleva escasez de material crítico y algunas reseñas la catalogan como un “relato inquietante” de padres a la deriva con hijos que los buscan en medio del horror (Paniko.cl). Se acentúa certeramente la separación de padre e hijo cuyas razones superan la simple diferencia generacional. Se trata de una novela que se inserta en una literatura chilena en la que los hijos intentan descifrar los horrores de sus padres y sus contradicciones: Alejandro Zambra y la cuestionada neutralidad política de sus padres, Patricio Jara y su padre muerto que revive las penurias de un Chile hipercapitalizado, Diego Zúñiga y el niño víctima de las circunstancias, Alejandra Costamagna y otros, en un listado injusto por breve pero que se cohesiona finalmente en una mirada hacia dos generaciones que intentan comprenderse.

En definitiva, un canon de autores que comparten una estética política que se sustenta en la clara intención de eludir el consenso amnésico que acusó Nelly Richard recién comenzada la transición democrática. “No creo que El brujo sea sobre la dictadura, sino más bien sobre sus saldos, sus reflejos, sus despojos”, nos dice Bisama. Lo que se pretende en estos autores es evitar lo que acusa Idelber Avelar, es decir, que “la memoria del mercado pretende pensar el pasado en una operación sustitutiva sin restos. Es decir, concibe el pasado como tiempo vacío y homogéneo” (4). Impedir, en otras palabras, que la memoria sea una mercancía abandonada en el basural de la historia.

En una entrevista concedida a cambio21.cl Bisama alude a la configuración de la novela sobre la base de dos voces, del hijo y del padre, que se narran a sí mismas, y respecto del padre señala que:

“el protagonista tenía que estar vaciado de retórica, de épica. Es alguien que está más allá de los discursos, que tiene un trauma con su propia historia, sus propias palabras. Entonces, me pareció que el fotógrafo de la novela es alguien que ha enfermado por las imágenes que ha recogido, que lo han quebrado en pedazos”.

Varios comentarios y reseñas insisten en cifrar a esta novela dentro del género policial. Sin embargo, la constatación de dos crímenes y la desaparición del padre como presunto autor de ambos delitos no es suficiente para configurarla como tal. Desde el momento en que la intriga se ve resuelta desde el inicio de la novela, desaparece el hilo tensional que caracteriza a la novela policial a través de la dosificación de información que administra el autor. Se trata más bien de una obra que adopta principalmente los registros de una novela testimonial.

El brujo es una novela que, a mi juicio, adopta dos registros diferenciables. Pasa de la claridad narrativa filial al delirio paterno de la última y tercera parte. Es en esta última parte donde intento focalizar una propuesta de lectura. En la explicación monológica del personaje paterno se acentúa el patetismo del gesto con el silencio permanente de su hijo interlocutor. Un personaje que, como dijimos, fue víctima de la violencia y que intenta construir un recuerdo. La construcción del recuerdo conlleva riesgos síquicos que se van cuajando en paranoia. Podemos percibirlo como víctima de sí mismo, como el derrotado en un pugilato inconcluso, y su narración semidelirante es una señal que refleja fallas en la comunicación del discurso.

Avelar ofrece la noción de criptonimia “para designar el sistema de sinónimos parciales que es incorporado al yo como signo de la imposibilidad de nombrar la palabra traumática” (8). En la novela existe la certeza de la muerte de ambos funcionarios del SAG, pero ¿qué certeza hay de la significación de esas muertes en la mente del padre ejecutor? Me pregunto a quién realmente mató el padre. En su mente cabe la posibilidad de que ambos funcionarios hayan sido visualizados alegóricamente como el regreso de agentes de seguridad de la dictadura, como el eterno retorno de un pasado que perdura en el presente. Un tiempo detenido en el momento traumático de la existencia que absorbe la debilidad del devenir restante; lo que Avelar describe como “la figura de la parálisis que mantendría el duelo en suspenso (…) El devenir-cripta de ciertos nudos reminiscentes (sería) la materia privilegiada de la literatura postdictatorial” (8).

“El consenso oficial de la transición desechó la memoria conflictiva de los desacuerdos previos a la formalización del acuerdo” nos dice Nelly Richard (41). De esta manera, la literatura de la postdictadura delata la existencia de un proceso de blanqueamiento simbólico que pasa por alto los procesos particulares de los sujetos comprometidos síquica y emocionalmente con los atropellos históricos (basta con mencionar un ejemplo reciente de asepsia amnésica, -y que refleja el sentido profundo de lo que se llama transición democrática-, en la censura que Canal 13 impuso a la serie de televisión “Una historia necesaria” sobre los detenidos de la dictadura militar, link: https://www.elmostrador.cl/. Se trata entonces de la construcción de subjetividades que dan cuenta o reflejan el estado de abandono en que quedan los sujetos cubiertos por el manto de la oficialidad.

Dudo acerca de la pertinencia del título de la obra. El sujeto descrito está lejos de ser un brujo o mago con poderes especiales, y más bien se acerca a un sujeto embrujado por su propio dolor y paranoia. Para él, Santiago se transforma en un lugar inhabitable porque está poblado con los fantasmas del recuerdo, fantasmas que lo seguirán hasta los lugares más remotos y apartados del territorio chileno. El recuerdo del miedo encarna al personaje paterno como la víctima encerrada en su calidad de victimario, un ciudadano del miedo que adolece de afasia afectiva en la reconfiguración de su memoria y es impelido a utilizar un lenguaje criptonímico en ese mapa del dolor que el consenso oficial intenta desdibujar.

 

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Bibliografía.

- Avelar, Idelber. “Alegorías de la derrota: la ficción postdictatorial”. Santiago: Escuela de Filosofía de la Universidad ARCIS.
- Bisama, Álvaro. El brujo. Santiago: Alfaguara ediciones, 2016.
- Franco, Jean. Decadencia y caída de la ciudad letrada. Santiago: Editorial Debate, 2003.
- Richard, Nelly. Crítica de la memoria (1990-2010). Santiago: Ediciones Universidad Diego Portales, 2010.
- Rotker, Susana. “Ciudades escritas por la violencia (A modo de introducción)”. Ciudadanías del miedo. Caracas: Nueva Sociedad, 2000 (7-22).



 

 

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