Como le dije a Luis Riffo en un correo: me quedé estacionado en la plaza de pueblo de Arturo Durán, atrapado en un paisaje del que no quiero salir. Cuatro esquinas imaginadas dentro del texto cuadrado que ediciones Bogavantes incorpora a su serie de poetas en 2019. La plaza de mi pueblo es un repositorio de recuerdos apilados lentamente en la textura de 26 poemas y un epílogo que se distribuyen en secciones numeradas a lo largo de este breve pero intenso poemario. ¿Hace cuánto que no voy a una plaza? Quizá desde la infancia de mis hijos, hoy ya mayores, y eso es lo que atesoro con fruición, la felicidad agolpada en sus pequeños movimientos que decanta marcadamente en mi memoria. Otro tanto nos ofrece Arturo en sus diapositivas poéticas, un poco borradas por el tiempo, donde aparece una madre junto a su pequeño y travieso hablante que, cual niño confundido con sus propias palabras, podría integrarse fácilmente al puerario nacional moldeado por Claudio Guerrero en su, espero inacabado libro, Qué será de los niños que fuimos. Pero en la plaza imaginaria de Durán repercuten acontecimientos infantiles junto a los de un hablante que se desdobla:
Por allá me marcho un rato
delante de mí corre un niño
una madre lo sigue
ambos se vuelven a mirarme
Sigo corriendo
ella me dice que la espere
Reverberan atropelladamente las sensaciones de recuerdos en lo que Efraín Barquero suele ungir como destiempo y en que el hablante acumula el ser de ‘todos aquellos que ha sido’, como imagen refractada desde espejos innumerables. Tampoco podía faltar la plaza del amor que prefiere estar atardecida, por no decir nocturna, y acoger esas palabras que quedarán dispersas entre los columpios y los matorrales. Un hablante ya crecidito donde el aroma de su deseo va descifrando el ‘sentido imperceptible de la vida’. La plaza personificada o la suave prosopopeya de un espacio público que acumula tiempo, tal como el espacio privado de nuestros cuerpos acumula años:
. . . . . . . . . . . . . . . . Plaza te he visto verme
y me he ocupado como los árboles
He atendido de mí
he suspirado
Mis palabras se han quedado quietas
sin cesuras
Entiendo un poco . . . . . mientras la memoria
igual que un médico puesto al final del día
o como un poeta que se sienta . . . . . . .. .miran y respiran el silencio
Los lugares tejen su permanencia deteriorándose
la destrucción alcanza su belleza
destruyéndose en palabras
o en plazas donde todo calla
con un aliento de pájaros y horas
Sin duda que La plaza de mi pueblo puede estar orgullosa de su hermoso caminar por la concurrida senda de la poesía lárica desde que nos regala el espacio semántico de una plaza como eje simbólico para auspiciar el recuerdo y la nostalgia. ¡¡Vayan mis parabienes a Concón!!
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Columpiándome entre la infancia y la vejez
«La plaza de mi pueblo» (2019), de Arturo Durán Vallejos
Por Sergio Pizarro
Publicado en revista WD40, N°1, primer semestre de 2020